INTRODUCCION AL ORIENTALISMO
ANTIGUO.
CUESTIONES METODOLÓGICAS Y EPISTEMOLÓGICAS PROPIAS DE LA EGIPTOLOGÍA.
Hasta el siglo XVIII todo lo referido a Mesopotamia
y Egipto era bastante desconocido, existían noticias de estas culturas en las
fuentes clásicas y fundamentalmente en la Biblia, que hasta el siglo XVII era
indiscutible, y solo se cuestionara en el s. XVIII con la Ilustración.
El primer redescubrimiento de Oriente se había
producido en el Renacimiento con la recuperación de los clásicos, pero siempre
prevalecía la información contenida en la Biblia. Esta inquietud sobre Mesopotamia
se encontraba con el inconveniente de la falta de restos visibles o perceptibles
de grandes ciudades o monumentos que enumeraba la Biblia. Lo más visible eran
colinas en las que aparecían pequeñas construcciones, grietas en las que se hallaban objetos de arcilla,
restos cerámicos,…, y sobre estos restos se podían observar marcas, pero estas
se atribuían a la casualidad.
Por el contrario, en el caso de Egipto las
muestras de su civilización siempre fueron visibles, como en el caso de las
pirámides. En la Biblia, las alusiones a Egipto son constantes sobre todo en el
libro del Éxodo, pero Egipto era considerado un lugar de idolatría y tiranía.
Será en el Renacimiento cuando se abra una nueva perspectiva, pero desde la
Antigüedad Egipto había provocado admiración en Grecia y en el Imperio Romano.
La constatación de los relatos bíblicos en Egipto
fue bastante fácil, no así en el caso de Mesopotamia. En el caso de Egipto, las
grandes pirámides se interpretaron como los “graneros de José”, pero a partir
del S.XVIII se sabía que eran tumbas de los grandes reyes egipcios del pasado.
Las supuestas colinas de la zona mesopotámica llamaron la atención de
personajes como Carsten Niebuhr, que en 1766 sugirió la ubicación de la
legendaria ciudad de Nínive en las inmediaciones de Mosul en Irak. Dentro de este
interés surge la figura de Paúl E. Botta, médico francés con muchas inquietudes
que llega a Mosul como agregado consular del gobierno francés. Botta tenía un
amplio conocimiento de los clásicos, así como de los libros de viajeros más
modernos, como Benjamín de Tudela.
Botta también conocía los planos elaborados por
Niebuhr sobre las “colinas” de Mosul, con este material intentó realizar
excavaciones en la zona, donde encontró fragmentos de cerámica, pero desconocía
su importancia arqueológica, pues se trataba fundamentalmente de tablillas con
escritura cuneiforme. Los habitantes de la zona le indicaron un lugar donde
abundaban los restos cerámicos, y fue allí donde encontró los restos del
Palacio asirio de Dur Sharrukin (Khorsabad).
Paul-Émile Botta
Esto ocurrió en marzo de 1843, cuando un grupo de
campesinos árabes, dirigido por el cónsul francés Paul-Émile Botta, dio los
primeros golpes de pico en la colina de Khorsabad, cerca de Mosul. El
descubrimiento de la civilización de los asirios se puso en marcha. Tras 2.500
años de olvido, emergieron a la luz los tesoros artísticos del palacio que el
rey Sargón II, en el siglo VIII a. de C., había mandado construir en la ciudad
de Dur Sharrukin. Aunque el diplomático pensaba que se trataba de otra capital
asiria: Nínive.
Sargón II (a la derecha) con su
hijo el príncipe Senaquerib en un bajorrelieve de
Dur-Sharrukin (Museo del Louvre).
Un toro alado o Shedu
asirio, procedente de Dur Sharrukin.
La importancia de los hallazgos de Botta en el
Alto Tigris, zona que pertenecía al Imperio Turco-Otomano, entre 1843 y 1846,
resultaron de gran interés para el gobierno francés pero contaban con la
oposición de los lugareños musulmanes y también de las autoridades turcas. Pero
Botta se vio asistido por un equipo eficaz, que le permitió la recopilación de
relieves asirios que en Europa pudieron ser estudiados por expertos en
asiriología, lo que permitió la interpretación y traducción de estas lenguas
perdidas.
También Inglaterra tenía agentes destacados en la
zona de Mosul por intereses económicos fundamentalmente, entre ellos estudiosos
como C.J. RICH, que iniciaron la recopilación de objetos producto de las
excavaciones en el área de Bagdad. Su colección fue donada al British Museum,
siendo expuestas al público, lo que aumentó el interés general sobre las
culturas orientales.
A.H. LAYARD, un joven diplomático inglés y al
mismo tiempo explorador, llega a Mosul como agregado consular británico, puso
al descubierto la ciudad de Nemrod (Kalchu), designada en la Biblia con el
nombre de Kélaj (Gén. 10:11). La documentación recopilada sobre las
excavaciones de Layard se conserva en el British Museum. Las excavaciones
consistieron en perforar los tells construyendo trincheras y túneles hasta
localizar los restos arqueológicos, relieves o estatuas que pudieran enviar a
los museos europeos. Curiosamente el transporte de las grandes piezas por el
Tigris hasta la costa hace que muchas hayan quedado en el lecho del río.
Los descubrimientos arqueológicos en Mesopotamia
tuvieron una gran repercusión en la prensa europea puesto que provocaban gran
interés entre el público general, la expectación fue creciendo a medida que las
piezas llegaban a los museos europeos donde eran visitadas por numeroso
público.
Todo esto provocó un gran interés entre los
estudiosos de asiriología, pronto se tradujeron las tablillas de escritura
cuneiforme, descubriendo relatos como el Diluvio Universal.
En cuanto a Egipto, era conocido por los viajeros
europeos, en muchos casos peregrinos en busca de los “lugares bíblicos”, santos
lugares donde la sagrada familia estuvo viviendo que les llevaran hasta El
Cairo donde identificaran las pirámides como los “graneros de José”. Este
conocimiento de Egipto se ampliará gracias al interés militar y estratégico de
Francia por controlar Egipto, que le llevó a organizar en 1798 una importante
expedición a cuyo mando estaba el general Napoleón Bonaparte. Este se hizo
acompañar por un notable grupo de sabios y eruditos para que recopilaran
información geográfica, humana y arqueológica de todo Egipto, su flora y fauna,
sus monumentos, los restos arqueológicos,…, todo fue recogido en dibujos y
grabados con gran detalle, destacando el trabajo de David Roberts, y la
publicación de la obra de Dominique de Vivant-Denon “Viajes al Alto y Bajo Egipto”.
El 15 de julio de 1799 en el pueblo egipcio del
delta del Nilo denominado Rashid, llamado por los franceses Rosetta, el capitán francés Pierre Bouchard descubre la famosa “Piedra Rosetta”, es una
estela de basalto negro, con una inscripción de un decreto de Ptolomeo V
fechado en 196 a.C., en tres formas de escritura: jeroglífica, demótica y
griego uncial (es decir, escrita con letras mayúsculas). La piedra fue
trasladada al Instituto francés de El
Cairo, pero ante la situación política Inglaterra reclama el hallazgo y la
piedra Rosetta fue enviada a Inglaterra. Pero antes de su entrega, los
franceses hicieron calcos de la misma que serán los que Champollion utilice
para descifrar la escritura jeroglífica en 1822.
La parte alta contenía el texto jeroglífico, el
más dañado e incompleto, que constaba de 14 líneas. A cada línea le faltaba el
inicio y el final. Son cosas que pasan. Cuando uno investiga hechos antiguos,
ha de acostumbrarse a las carencias. Hay que trabajar y arreglárselas con lo
que uno consigue. La segunda escritura era muy común en papiros, era la
demótica, y estaban incompletas la mitad de las 32 líneas. La tercera escritura
era en griego. En ella se decía que el faraón Ptolomeo V Epífanes había dado permiso
para una reunión de sacerdotes a celebrar en Menfis el año 196 a.C. Y se
ordenaba que tal hecho quedase grabado en sendas piedras en todos los templos
egipcios de cierta categoría. Otra de tales piedras sería hallada en 1.880 en
el Bajo Egipto. Pero para entonces el lenguaje jeroglífico ya había sido
descifrado.
En la piedra Rosetta, los cartuchos tenían una
forma distinta según la versión de que se tratara. En la versión jeroglífica,
aparecían de la manera primera. En la demótica, de la segunda. Obtenido del
libro citado.
La piedra de Rosetta se exhibe en
el Museo Británico, en Londres, desde 1802.
Jean-François Champollion
De la lectura del texto griego de la piedra Rosetta, se deducía
que los jeroglíficos en tiempos de los ptolomeos trataban de temas
mundanos, no sólo sagrados. En base al texto en griego, S. De Sacy, ya en el
1.802, distinguió el nombre de Ptolomeo y varios nombres propios. Pero De
Sacy no pasó de ahí. Prosiguió el
estudio el sueco J. D. Akerland, residente en París, quien identificó en el
texto demótico todos los nombres propios que aparecían en el texto griego y
algunas palabras más. Con ello comprobó que ambos textos, el demótico y el
jeroglífico, eran alfabéticos. Y nuevo parón.
El tercer investigador en aparecer será el Dr. Thomas Young, de
Cambridge, quien dejaría sobradas muestras de su bien hacer en campos como la
atmósfera de la Luna, las curvas epicicloides, la teoría de las mareas, las
enfermedades de pecho o los jeroglíficos. Supo del problema de la piedra Roseta
en 1.814. Su método fue parear los textos griego y demótico y tratar de
identificar las similitudes. Así, la palabra “rey” aparecía 37 veces en griego,
con lo que pudo parearlo con otro grupo de caracteres que se repetía unas 30
veces en demótico. El nombre del rey permisivo, Ptolomeo, aparecía 11 veces en
el texto griego y debía estar expresado en demótico por otro conjunto de
caracteres que aparecía 14 veces.
Ello le permitió comprender que en demótico, el cartucho quedaba
simplificado, quedando convertido en nuestro moderno paréntesis, con un trazo
vertical en su final. Lo realizado le permitió reunir un vocabulario
griego-demótico con 86 grupos de palabras, generalmente acertadas. Lo que no
captó Young fue que la parte demótica contenía frases que no aparecían en el
texto en griego. Y ello porque el decreto fue dado en griego y los dos textos
egipcios fueron explicaciones escritas más tarde. El hecho de que los nombres
no aparecieran idéntico número de veces en cada texto podía haberle hecho llegar
a esta conclusión.
No obstante, sus mejores logros sucedieron cuando acometió el
texto jeroglífico. Tuvo una idea feliz e inteligente. Pensó que unos escritores
oriundos de Egipto que tienen que nombrar a una rey extranjero, han de llamarlo
de forma parecida a como se le llamaba en su patria. Por lo que, en los
cartuchos, deberían aparecer valores fonéticos similares al nombre griego de
Ptolomeo. Una dificultad fue que aparecía el cartucho con el nombre del
presunto Ptolomeo en lugares en que tal nombre no aparecía en la versión de
texto griego. A pesar de ello, Young identificó el eventual Ptolomeo dentro de
este cartucho. Como hemos dicho, el cartucho tenía la forma de un óvalo cerrado
en el versión jeroglífica y de un paréntesis en la demótica.
En los dos cartuchos que siguen, Young sospechó que podía estar
escrito el nombre de Ptolomeo, pese a que en el segundo, había más caracteres.
Supuso que las formas largas del nombre se deberían a calificativos
halagadores.
Tras un estudio del texto, llegó a la identificación siguiente.
PTOLEMAIOS
Esta identificación fue el primer triunfo de Young. Lo que Young
no captó fue que los egipcios omitían las vocales y donde leyó PTOLEMAIOS debía de haber leído PTOLMIS, porque
en la cabeza de un egipcio, cuando escribía
PTOLMIS estaba escribiendo lo que él vocalizaba como PTOL(E)M(A)I(O)S.
Trabajó luego con un cartucho con el mismo nombre, perteneciente a
Ptolomeo I Soter, fundador de la dinastía, hallado en el templo de Karnak, y
con el cartucho contiguo, que dedujo sería el de su esposa Berenice, pero los
errores sobre las vocales hicieron que su acierto en el de Berenice fuera
menor.
Cuando publicó los resultados de sus trabajos, en 1.819, el camino
había quedado trazado. Young confirmó:
·
que los cartuchos contenían
nombres reales,
·
que éstos se iniciaban en el
extremo redondeado del óvalo,
·
que la lectura debía hacerse
en la dirección a la que los caracteres se enfrentaban
·
demostró que la jeroglífica
era una escritura alfabética, no formada por pictogramas, sino por letras, al
modo de los fenicios.
·
Captó además que los
numerales se expresaban con rayas,
·
que los plurales se hacían
repitiendo el jeroglífico 3 veces o bien trazando 3 rayas al final de la
palabra.
· Dedujo que en el lenguaje
jeroglífico había más de una manera de expresar el mismo sonido.
· Identificó seis signos del
sistema de escritura jeroglífica.
Pero, sobre todo, trazó un camino científico que debería llevar a
su continuador a la meta.
Tras la apertura del canal de Suez en 1869, Egipto
se convirtió en un importante centro de comunicaciones, pero cayó a su vez en
una fuerte deuda. Los británicos tomaron el control del gobierno en forma de
protectorado hacia 1882, lo que les permitió enviar a la zona a sus
investigadores, entre ellos a Jean Baptista Belzoni, un comerciante de origen
italiano que pretende vender un ingenio hidráulico, entra en contacto con H. Salt,
cónsul inglés que estaba realizando excavaciones en el sur de Egipto. Salt
contrata a Belzoni para que utilice su máquina hidráulica para extraer grandes
piezas como el busto del Ramesseum que hoy se encuentra en el British Museum.
B. Drovetti, cónsul de origen francés, también se
va a dedicar a recopilar piezas y extraer grandes esculturas que se enviaran a
los museos europeos.
Las piezas monumentales que llegaban a Europa no
se consideraban como piezas de arte sino como “exóticas”, por ello no se
pagaban grandes cantidades por ellas, esto provocaba que se subastaran y fueran
adquiridas por museos o por coleccionistas particulares en muchos casos.
Junto a las piezas monumentales llegaron también a
Europa multitud de pequeños objetos que se exhibieron en los museos.
Montagu House fue vendida a los socios del British
Museum en 1749, y se utilizó como tal hasta que fue demolida en 1840 para
construir el actual edificio del museo. En Montago House se exhibieron las
primeras piezas egipcias en Londres,
pero poco apoco se hizo necesario ampliar los espacios
de exposición, primero se construyeron unos edificios anexos al edificio
principal, pero la necesidad de más espacio llevó a su demolición para
construir en su lugar un edificio que pudiera albergar las grandes piezas que
llegaban desde Egipto y Oriente.
La entrada del British Museum está presidida por
un busto de Sir Hans Sloan, este eminente médico y naturalista cedió su colección privada de 80.000 objetos, su herbario y su
biblioteca al rey George II, para el pueblo británico arte para iniciar la
Colección Nacional Británica.
El British Museum tuvo además una clara iniciativa
investigadora desde sus inicios dedicando salas a ello.
La aparente “desorganización” del British Museum,
no es más que un intento de facilitar al visitante la comparación de las
distintas culturas.
Los museos europeos eran reticentes a adquirir
piezas egipcias, pues como ya hemos dicho en el siglo XIX no se consideraban
arte.
Belzoni había descubierto la tumba de Seti I,
padre de Ramsés II, excavando en el Valle de los Reyes, hizo calcos de sus
paredes y techos, y propuso hacer moldes con la intención de hacer una
reproducción exacta de la tumba en Londres. La exposición obtuvo un éxito
rotundo, se hizo en Picadilly, Londres, y después en otros países de Europa,
esto provocó la reacción de los museos. Belzoni llevó a Londres el sarcófago de
Seti I, una pieza de gran belleza que fue exhibida en el British Museum, pero
que por no pagar finalmente su precio, fue vendida a un coleccionista privado
en 1822.
El British Museum fue diseñado desde sus orígenes
para albergar grandes piezas en su planta baja, por ello dispone de mecanismos
para moverlas, a pesar de ser un edificio construido en el siglo XIX.
Samuel Birch fue director del mantenimiento de
Antigüedades del British Museum entre 1860 y 1865, para ello creó un sistema de
clasificación que consistía en series de números para organizar y contabilizar
en un registro todas las piezas.
Sala de las momias en el British
Museum, desde el S XIX tuvieron un gran éxito entre el público europeo.
Es curioso que en Inglaterra se abrieran
suscripciones populares para financiar expediciones arqueológicas para la
búsqueda de antigüedades para ampliar las colecciones nacionales. Los arqueólogos, en general, fueron gente poco
preparada, eran aventureros, políticos, comerciantes,…, aficionados a las
antigüedades, que además pretendían hacer negocio con ellas.
La primera expedición que podemos considerar
“científica” es la de R. Lepsius, una expedición prusiana a Egipto que recorrió
fundamentalmente la zona sur, Nubia, recopilando información y una enorme
cantidad de objetos, más de 15.000. Esto provocó una preocupación general ante
el expolio que se estaba produciendo en Egipto que llevó a la creación del
Servicio de Antigüedades en Egipto para la supervisión de las expediciones
arqueológicas y la regulación de la salida de piezas del país. El propio
Servicio de Antigüedades dirigido por Auguste Mariette propuso también la
creación de la Colección Nacional Egipcia. De forma un tanto improvisada, en el
barrio de El Bulaq, se consiguió inaugurar en 1863 el primer museo de
antigüedades egipcias de El Cairo. Para las instalaciones se reutilizaron los
viejos pero amplios espacios de una estación ferroviaria, concretamente las
salas destinadas al servicio de clasificación de mercancías en el trayecto
India-Inglaterra. Más adelante se construirá en 1902 el actual Museo del Cairo.
Museo de El Cairo, fotografías de
fachada e interior.
La Escuela Inglesa va a insistir en el trabajo
arqueológico más que en la traducción de los jeroglíficos como hicieron los
franceses. Los ingleses van a destacar por su “trabajo de campo”, William
Matthew Flinders Petrie trabaja en la zona de las pirámides donde coincide con
Amelia Edwards, pintora y escritora, creadora de la fundación “Egypt
Exploration Found” dedicada a llevar a cabo trabajos de campo, recopilar piezas
para museos europeos, y también mantener el patrimonio egipcio. A. Edwards en
su testamento deja su fortuna a la creación de una cátedra de Egiptología en la
Universidad de Londres, dedicada a la docencia y a la arqueología, y
curiosamente establecía como condición que pudieran asistir las “señoritas” a las
clases.
Petrie fue el primer catedrático de Egiptología en
la universidad de Londres. Hoy en día la fundación sigue funcionando con el
nombre de “Egypt Exploration Society”, pero los fondos de A. Edwards ya se han
extinguido.
CUESTIONES METODOLÓGICAS Y ESPISTEMOLÓGICAS
PROPIAS DE LA EGIPTOLOGÍA
Epistemología: corpus teórico de una disciplina.
La Egiptología tiene sus propias herramientas,
entre ellas hay una serie de obras específicas imprescindibles en la
metodología egiptológica, son trabajos necesarios, que se deben tener en cuenta
para el estudio de cualquier tema relacionado con la Egiptología:
LÄ: Lexikon
der Ägyptologie, ed. Wolfgang
Helck, Eberhard Otto and Wolfhart Westendorf, 7 vols. (Wiesbaden: Harrassowitz,
1972-ss)
Es una recopilación bibliográfica sobre términos
de Egiptología.
KRI: K.A.
Kitchen, Ramesside Inscriptions.
Historical and Biographical. 7 vols. Oxford, 1968-ss.
Recopilación de jeroglíficos de época ramésida.
PM:
B.Porter, R.Moss, Topographical
Bibliography of Ancient Egyptian Hieroglyphs Texs, Reliefs and Paintings. VII
vols. Oxford.
Descripción de excavaciones arqueológicas en
Egipto.
RANKE,H.: Die Ägyptischen Personennamen. 3 vols.
Glückstadt, 1935.
Nombres
propios en Egipto.
Urk:
Sethe,K. 1908-09 y 1927-30 Urkunden der
18 Dynastie; Historisch-biographische Urkunden. Hefte 1-16. (Urk.IV)
Leipzig.
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