Antes de entrar en el Tercer Periodo Intermedio
veamos algunas de las cuestiones de Egipto y el Resto del Mundo.
Oriente Próximo durante el Imperio Nuevo
PREÁMBULO
Desde los tiempos más remotos, numerosas expediciones relacionadas con el
comercio, la cantería y la guerra llevaron a los egipcios a establecer
frecuentes contactos con el mundo exterior. Las regiones en las que Egipto
fomentaría de forma gradual lazos comerciales y políticos pueden agruparse en
tres zonas básicas: África (principalmente Nubia, Libia y el país de Punt),
Asia (Siria-Palestina, Mesopotamia, Arabia y Anatolia), y norte y este del
Mediterráneo (Chipre, Creta, los Pueblos del Mar, y los griegos).
Hacia el
sur, los vecinos africanos de los antiguos egipcios llegarían a abarcar, con el
tiempo, a una serie de grupos étnicos diferentes en Nubia (primordialmente, el
Grupo A, el Grupo C, la civilización Kerma, la cultura Pan-Grave, el reino de
Kush, la cultura Ballana, y los Blemmyes), y en Etiopía (las culturas
pre-axumitas y la civilización de Axum), mientras que hacia el nordeste, más
allá de la Península del Sinaí, nos encontramos con muchas ciudades y aldeas
esparcidas por colinas y planicie costera del Levante Oriental. Y, más hacia el
norte y hacia el este, con un mosaico de reinos e imperios en Anatolia y
Mesopotamia, en constante ebullición.
Hacia el
este, en el Sahara, conectaron con algunos pueblos diferentes que ahora se
agrupan bajo el apelativo general de “Libios”, de los que poca evidencia
arqueológica ha sobrevivido, si bien se suele aceptar, en base a pruebas
documentales, que se trataban de pueblos nómadas; o, al menos, dependientes
para su subsistencia de ciertas formas de pastoreo, y que sólo cuando vinieron
a formar parte de la sociedad egipcia a finales del Imperio Nuevo y el Tercer
Período Intermedio, algunos aspectos de su cultura se dejarían entrever, como
se verá más adelante.
IDENTIDAD RACIAL Y ÉTNICA DE LOS
EGIPCIOS
Hay un
número de formas diferentes con las que se puede definir a los propios antiguos
egipcios como grupo racial y étnico inequívoco, pero el tema de sus raíces y de
su propio sentido de identidad han dado lugar a intensos debates.
Lingüísticamente, pertenecen a la familia afro-asiática (hamito-semítica),
aunque esto es, simplemente, otra forma de decir que, como su situación
geográfica implica, su lengua tiene algunas similitudes con lenguas
contemporáneas, tanto en algunos lugares de África como en el Oriente Próximo.
Estudios
antropológicos sugieren que la población predinástica incluía una mezcla de
tipos raciales (negroides, mediterráneos, y europeos). Pero está el tema de las
evidencias procedentes de restos de esqueletos de principios del período
faraónico que ha acabado siendo cada vez más controvertido a lo largo de los
años. Mientras que la evidencia antropológica de la época fue en su día
interpretada, por Bryan Emery y otros, como la conquista rápida de Egipto por
pueblos del este cuyos restos eran radicalmente distintos de los egipcios
autóctonos, algunos eruditos argumentan ahora que el período del cambio
demográfico pudo haber sido mucho más lento; y con toda probabilidad,
acarrearía la infiltración gradual de un tipo físicamente diferente procedente
de Siria-Palestina a través del Delta Oriental.
La
iconografía de las representaciones egipcias de extranjeros sugiere que durante
la mayor parte de su historia, los egipcios se veían a sí mismos a mitad de
camino entre los africanos negros y los asiáticos de piel más pálida. No
obstante, también está claro que ni los orígenes nubios ni los sirio-palestinos
se consideraban como factores negativos en términos de estatus o perspectivas
profesionales del individuo; y, no podía ser de otro modo, en un clima
cosmopolita como el del Imperio Nuevo en el que los cultos religiosos de los
Asiáticos, y los avances tecnológicos, se aceptaban de forma generalizada. Es
así que las incontestables facciones negroides del alto cargo Maiherpri no
habrían sido obstáculo para alcanzar el especial privilegio de un enterramiento
en el Valle de los reyes en tiempos de Tutmosis III (1.479-1.425 a.C.). De
igual forma, un individuo llamado Aper-el, cuyo nombre deja ver sus obvias
raíces de Oriente Próximo, alcanzó el rango de visir (el cargo civil más alto
por debajo del propio faraón) hacia finales de la Dinastía XVIII.
ICONOGRAFÍA DE LA GUERRA Y DE LA
CONQUISTA: EVIDENCIA DOCUMENTAL Y VISUAL
El término
“Nueve Arcos de Flecha” se utilizó
con frecuencia para referirse a los enemigos de Egipto, cuya identidad
específica variaba de un tiempo a otro, si bien solía incluir a los asiáticos y
a los nubios. En general, se simbolizaban mediante representaciones de filas de
arcos de flecha, o de cautivos maniatados, cuyo número podía variar, y el
motivo solía ir decorado con objetos personales reales, tales como sandalias,
escabeles, y estrados de forma que el faraón podía, simbólicamente, humillar a
sus enemigos. La imagen de nueve prisioneros atados vencidos por un chacal, en
el sello de la necrópolis del Valle de los Reyes, es evidente que tenía por
objeto proteger la tumba de los estragos de extranjeros, u otras fuentes del
Mal.
Las
representaciones de prisioneros extranjeros atados son frecuentes en el arte
egipcio. Algunos objetos famosos de los períodos Predinástico Tardío (o
Protodinástico) y Temprano Dinástico, tales como la Paleta Narmer, muestran
escenas en las que el faraón desprecia o humilla a extranjeros inmovilizados.
La escena de un faraón golpeando a un enemigo, no sólo es uno de los aspectos
más constantes del arte faraónico que aparece en los pilonos de templos,
incluso hasta el Período Romano, sino también uno de los iconos reconocibles de
la realeza más antiguos, siendo el caso más conocido el de un dibujo-boceto
pintado en los muros de la Tumba 100 del Protodinástico en la Hieracómpolis de
finales del cuarto milenio, a.C.
Las
excavaciones de los complejos piramidales de Raneferef, Nyeuserra, Djedkara,
Unas, Teti, Pepy I, y Pepy II, de las dinastías 5ª y 6ª, en Saqqara y Abusir,
han sacado a la luz un gran número de estatuas de cautivos extranjeros que
puede que hubiesen sido alineadas a lo largo de la calzada elevada que unía el
templo del valle con el templo de la pirámide. En fecha ligeramente posterior,
las representaciones de prisioneros maniatados se utilizarían en rituales
malditos, como es el caso de cinco figuras de alabastro de principios de la
Dinastía XII – actualmente en el Museo de El Cairo – con inscripciones de
textos de maldición y condena en hierático, en los que aparecen listas de
nombres de príncipes nubios acompañados de insultos e improperios.
Durante
todo el período faraónico y el greco-romano, la representación del cautivo
atado se convirtió en motivo asiduo y popular en la decoración de templos y
palacios. La adición de prisioneros maniatados en los elementos decoración, y
en los muebles de los palacios reales, servía para reforzar la eliminación
total por parte del faraón de extranjeros que, probablemente, también se
consideraban símbolos de elementos de “falta de dominio” que los dioses
requerían que el faraón tuviese bajo control. Hay, pues, un número de
representaciones en templos greco-romanos que muestran filas de dioses
apresando pájaros, animales salvajes, y extranjeros con clap-nets, jaulas de
redes que pueden cerrarse de forma instantánea tirando de una cuerda.
El pájaro
rekhyt (un tipo de avefría o chorlito con inconfundible cabeza crestada), se
solía utilizar como símbolo de cautivos extranjeros, o pueblos súbditos,
probablemente porque con las alas recogidas hacia atrás se asemejaba,
vagamente, al jeroglífico de un prisionero maniatado. La primera representación
de este pájaro que se conoce aparece en el registro superior del relieve
decorativo de la cabeza de maza, del Protodinástico, del faraón “Escorpión” (c.
3.100 a.C.), consistente en una fila de avefrías colgando de sus cuellos, con
cuerdas atadas a estandartes representativos de antiguas provincias del Bajo
Egipto. En este contexto, el rekhyt parece estar representando a los pueblos
conquistados del norte de Egipto durante el período crucial en el que el país
se transformaría en un único estado unificado.
En la
Dinastía III (2.686-2.613 a.C.), no obstante, otra fila de avefrías se
representaba, en versión maniatada tradicional, junto a los “Nueve Arcos de
Flecha”, aplastada bajo los pies de una estatua de piedra de Djoser de su
Pirámide Escalonada, en Saqqara. A partir de ese momento, siempre hubo una
continua ambigüedad sobre el significado simbólico de los pájaros – al menos
para los ojos modernos – ya que podían, en contextos diferentes, tomarse como
que se referían, bien a los enemigos de Egipto, o a los súbditos leales del
faraón.
¿DÓNDE COMENZABA EL MUNDO EXTERIOR?
Las
fronteras físicas tradicionales de Egipto – los Desiertos Occidental y
Oriental, el Sinaí, la costa mediterránea y las cataratas de El Nilo al sur de
Asuán – fueron suficientes durante miles de años para proteger la independencia
de Egipto. Pero, quizás, el hecho más curioso de la geografía del Antiguo
Egipto, especialmente en cuanto a actitudes con respecto a África y Asia, sea
el lento e inconsistente concepto que tenían los egipcios de dónde comenzaba el
mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, aquellas zonas fuera del Valle
del Nilo, pero dentro de las fronteras del Egipto moderno, y en particular el
Desierto Oriental y la península del Sinaí, eran consideradas como territorio
“no egipcio”?
Los
egipcios utilizaban dos palabras para referirse a la frontera: djer (límite
eterno y universal), y tash (una frontera geográfica real, fijada por el
pueblo, o por deidades). La segunda era, pues, esencialmente movible, ya que a
todos los faraones se les había confiado la responsabilidad de “extender las
fronteras” de Egipto dado que sus nombres reales y su titulatura implicaban una
zona de dominación política potencialmente infinita. La extensión más lejana de
las verdaderas fronteras se establecerían, ciertamente, durante el reinado del
faraón Tutmosis III, de la Dinastía XVIII, cuando erigió una estela triunfal en
el Río Éufrates, en Asia, y otra en Kurgus, en Nubia, entre las cataratas 4ª y
5ª.
En el Temprano
Período Dinástico, y en el Imperio Antiguo, la frontera con la Baja Nubia
tradicionalmente se situaba en Asuán, cuyo nombre moderno se deriva de la
antigua palabra egipcia swenet (comercio), indicando así, claramente, las
oportunidades comerciales que su situación ofrecía. La primera catarata, a poca
distancia, más al sur, representaba un serio obstáculo para la navegación en El
Nilo, así que la mercancía tenía que ser transportada por la orilla; esta ruta
terrestre al este de El Nilo estaba protegida por un enorme muro de adobe de
casi 7’5 km de largo, construcción que probablemente se remontaba, en su
mayoría, a la Dinastía XII.
Para
entonces, no obstante, la frontera con Nubia se situaba ya mucho más al sur, en
la propia garganta de Semna, la parte más estrecha del Valle del Nilo. Y fue
aquí, en esta estratégica situación, que los faraones de la Dinastía XII
construirían un grupo de cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma, Semna Sur, y
Uronarti. Algunas de las “estelas fronterizas” levantadas por Senusret III en
las fortalezas de Semna y Uronarti dan cuenta de forma muy clara del total
control egipcio sobre la región, e incluye de una normativa sobre la habilidad
de los nubios para el comercio a lo largo del Valle del Nilo.
Desde, al
menos, principios de la Dinastía XII, la frontera con Palestina en el Delta
oriental estaba defendida por una fila de fortalezas conocidas como “El Muro
del Soberano” (inebu heka) y, casi al mismo tiempo, parece que se habría
levantado otra en Wadi Natrum con el fin de proteger el Delta occidental de los
“Libios”. Esta política se mantendría durante todo el Imperio Medio, y se
construirían nuevas fortalezas en el Imperio Nuevo, incluyendo los
emplazamientos orientales de Tell Abu Safa, Tell el-Farama, Tell el-Heir, y Tell
el-Maskhuta, y los occidentales de Tell el-Alamein y Zawiyet Umm el-Rakham.
EVIDENCIA FÍSICA DE LOS PRIMEROS
CONTACTOS CON ASIA Y NUBIA
La evidencia de lazos comerciales y diplomáticos entre el emergente estado de
Egipto y sus varias culturas y estados vecinos sobrevive en forma de materia
prima exótica y productos, así como de los recipientes en los que se
transportaban. Aunque Egipto fue siempre claramente autosuficiente en una
amplia diversidad de rocas, plantas y animales, había, por otra parte, muchos
materiales altamente apreciados que no se podían obtener dentro del propio
Valle del Nilo.
La turquesa
sólo se podía obtener en el Sinaí; la plata, probablemente de Anatolia o del
Mediterráneo Norte vía el Levante; el cobre de Nubia, el Sinaí y el Desierto
Oriental; y el oro también del Desierto Oriental y de Nubia, mientras que la
madera fina como el cedro, el enebro y el ébano, así como productos como el
incienso y la mirra, tenían que importarse del Asia oriental y el África
tropical.
Uno de los
materiales más buscados y de mayor demanda era el lapislázuli, una piedra azul
intenso, veteada de pirita reluciente y calcita, conocida entre los egipcios
con el nombre de khesbed. Se utilizaba en joyería, amuletos y figurillas desde,
al menos, el Período Naqada II (c.3.500-3.200 a.C.), pero su antigua fuente
parece haber estado localizada en Badakhshan, al nordeste de Afganistán – a
unos 4.000 km de Egipto – donde hasta el día de hoy se han identificado
Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-j-Robat-i-Paskaran, y Stromby. Badakhshan se
encuentra en el centro de una amplia red comercial a través de la que se
exportaba el lapislázuli, cubriendo enormes distancias, a las primitivas
civilizaciones del Asia occidental y nordeste de África, habiendo pasado en
route, sin duda alguna, por las manos de innumerables intermediarios.
Algunos de
los datos arqueológicos más importantes sobre los primeros lazos egipcios con
el mundo exterior proceden de recipientes de cerámica en los que se
transportaban muchos productos - tales como alimento, bebidas o cosméticos – a
y desde el Valle del Nilo. La colección de unos 400 recipientes de estilo
palestino que llenaba una cámara de la Tumba U-j, en el cementerio U de Naqada
III, en Abidos, como se vio ya anteriormente, muestra que el propietario de esta
tumba de élite en c.3.200 a.C., - quizás un antiguo gobernante – podía ejercer
una influencia considerable a fin de obtener tales objetos de su ajuar, con
toda probabilidad, jarras de vino.
Muchos de
estos recipientes han sido identificados con cerámica procedente de yacimientos
contemporáneos en Palestina; así que, parece que habrían sido tipos
especialmente manufacturados para la exportación. La misma tumba también
contenía recipientes egipcios de estilo palestino de azas onduladas. Otra
tumba, la U-127, ofrecía fragmentos de azas de marfil talladas con imágenes que
aparentemente representaban filas de cautivos Asiáticos y mujeres acarreando
recipientes de cerámica.
La cerámica
encontrada en emplazamientos urbanos tempranos en el sur de Palestina, sugiere
que una red comercial egipcia habría estado floreciendo en esta región ya en la
primera fase de la Temprana Edad de Bronce. Se ha sugerido que la expansión de
la cultura Naqada en la región del Delta en el Protodinástico pudo bien haber
sido el resultado de los deseos de los gobernantes del Alto Egipto de conseguir
un contacto comercial directo con Palestina, más que la obtención de mercancías
a través de mediadores de Maadi y otros lugares del Bajo Egipto.
Para, al
menos, el comienzo de la Dinastía I, el recientemente unificado estado egipcio
se habría extendido ya más allá del Delta hasta el sur de Palestina, con una
próspera ruta que atravesaba varios centenares de centros de acampada y estaciones
de peaje por todo el extremo norte de la península del Sinaí (ver Capítulo
4º).Algunas de las tumbas reales de principios del Período Dinástico de Abidos,
contenían fragmentos de recipientes palestinos que indicaban que los
gobernantes de Egipto incluían productos Asiáticos importados en su equipo
funerario.
Y más o
menos a la vez que los egipcios establecían por vez primera lazos comerciales
con los habitantes de la Palestina de la Temprana Edad de Bronce, a la vez
establecían contacto con la población de la Baja Nubia; en principio, con el
fin de conseguir acceso a los productos exóticos del África tropical, así como
a los recursos minerales de la misma Nubia. Vestigios arqueológicos de estos
pueblos, a los que George Reiner llamó el “Grupo A”, han sobrevivido al tiempo
por toda la Baja Nubia, datados hacia 3.500 a 2.800 a.C. El ajuar funerario con
frecuencia incluye recipientes de piedra, amuletos, y artefactos de cobre
importados de Egipto que no sólo ayudan a datar estas tumbas, sino también demuestran
que el Grupo A estaba envuelto en un comercio regular con los egipcios de los
períodos Predinástico y Temprano Dinástico. Bruce Williams ha planteado la
controvertida sugerencia de que los mandatarios del primitivo Grupo A serían
responsables del nacimiento del estado egipcio, pero ha sido refutada por la
mayoría de eruditos.
La riqueza
y cantidad de elementos importados parece aumentar en posteriores sepulturas
del Grupo A, lo que sugiere un crecimiento continuo de los contactos entra las
dos culturas. Yacimientos tales como Khor Daoud – sin vestigios de
asentamientos pero con centenares de silos que contienen recipientes de
cerámica de la cultura Naqada que originalmente habrían contenido cerveza,
vino, aceite, y quizás queso – eran evidentemente lugares de comercio donde se
realizaban intercambios de mercancías entre los egipcios del Protodinástico, el
Grupo A, y nómadas del Desierto Oriental.
A juzgar
por algunas de las ricas tumbas de los cementerios de Sayala y Qustul que
contienen objetos de prestigio importadas de Egipto, la élite dentro del Grupo
A podía beneficiarse de forma sustanciosa de su rol como intermediarios en la
ruta comercial africana. Sin embargo, un tallado en roca procedente del
yacimiento de la Baja Nubia de Gebel Sheikh Suleiman – actualmente en
exposición en el Museo de Khartoum – parece registrar una campaña de la
Dinastía I tan lejos como la 2ª Catarata, lo que sugeriría que los contactos
con el Grupo A se habrían convertido en estas fechas en algo más que
militaristas.
Un proceso
de empobrecimiento severo parece que tuvo lugar en la Baja Nubia durante la
Dinastía I, probablemente como resultado directo de los estragos de una
primitiva explotación económica de la región. Se ha sugerido que pudo haber
habido una reversión forzada al pastoreo – quizás debido a cambios ambientales
- , o que la población local nubia pudo incluso haber abandonado temporalmente
la región, quizás marchando hacia el sur y eventualmente regresando como Grupo
C; en un momento considerado como totalmente separado del Grupo A, pero que
ahora se le ve con un cierto número características culturales afines.
La
población del Grupo C era sincrónica con el período de la historia egipcia que
va desde mediados de la Dinastía VI a principios de la Dinastía XVIII (2.300 a
1.500 a.C.). Sus principales características arqueológicas incluían los
recipientes de cerámica rematada en negro hechos a mano con incisiones
decorativas rellenadas con pigmento blanco, así como artefactos importados de
Egipto.
Su forma de
vida parece haber estado dominada por el pastoreo de ganado mientras que su
sistema social habría sido esencialmente tribal hasta que empezaron a
integrarse en la sociedad egipcia. Al inicio de la Dinastía XII su territorio
en la Baja Nubia sería ocupado por los egipcios, quizás, en parte para prevenir
que se desarrollasen contactos con la más sofisticada cultura Kerma que había
surgido en la Alta Nubia.
Vamos a
hacer aquí un nuevo inciso tras la ilustrada exposición del Profesor Ian Shaw
en la que se han tratado temas relacionados con los orígenes y primitivos
contactos de Egipto con el mundo exterior, evidencia visual y documental,
iconografía bélica, y acotaciones fronterizas, en lo que podría considerarse
como una Primera Parte del tópico que nos ocupa y que encabeza esta Hoja
Suelta.
A ella seguirá otra, sine die, como Segunda Parte, en la que se tratarán temas
específicos afines al tópico, como El Reino de Punt, Imperialismo en los
Imperios Medio y Nuevo, Byblos y, Los Pueblos del Mar, que nos dejará a las
puertas del Tercer Período Intermedio - probablemente ensombrecido por la
fastuosidad y los devaneos imperialistas del Imperio Nuevo - y con él, lo que
algunos han dado en llamar la “fragmentación
de las Dos Tierras”.
Egipto y el Resto del Mundo.
LOS BLEMMYES
Del latín Blemmyae, los Blemmyes eran una
tribu descrita en las crónicas romanas de las postrimerías del Imperio. Desde
finales del siglo tercero en adelante, junto con otra tribu, los Nobadae, se
enfrentaron en repetidas ocasiones a los romanos. Se decía que vivían en
África, en Nubia, Kush o Etiopía, en generalmente al sur de Egipto. Serían
objeto de ficción como raza legendaria de monstruos acéfalos que tenían los
ojos y la boca en el pecho. El historiador y geógrafo griego Estrabón describe
a los Blemmyes como un pueblo pacífico que vivía en el desierto oriental cerca
de Meroe. Su poderío cultural y militar empezó a crecer a tal nivel que en el
año 197, Pescennius Niger pidió a un Blemmye rey de Tebas que le ayudase en la
batalla contra el emperador romano Séptimo Severo. En el año 250, al emperador
romano Decio le costó un gran esfuerzo vencer a un ejército de invasión de
Blemmyes. Años más tarde, en 253, atacaron Tebas de nuevo pero fueron
derrotados rápidamente. En el 265 serían de nuevo derrotados por el prefecto
romano Firmus quien, en el 273 se rebelaría contra el imperio y la reina de
Palmyra, Zenobia, con la ayuda de los propios Blemmyes. El general Romano
Probus tardó algún tiempo en derrotar al usurpador y sus aliados pero no pudo
evitar la ocupación de Tebas por los Blemmyes. Aquello significó otra guerra y
casi la total destrucción del ejército d los Blemmyes. En el reinado de
Diocleciano, la provincia de Tebas sería de nuevo ocupada por los Blemmyes y
después de derrotarles de nuevo, los romanos se replegaron hasta la fronteriza
Philae. Los Blemmyes ocupaban una importante región en el actual Sudan. Tenían
algunas ciudades importantes como Faras, Kalabsha, Balana y Aniba, que estaban
fortificadas con muros y atalayas, mezcla de elementos helénicos, romanos y
nubios. Su cultura tenía también la influencia de la cultura meroítica, así que
la religión de los Blemmyes estaba centrada en los templos de Kalabsha y
Philae. El de aquella, consistía en una enorme obra maestra de la arquitectura
nubia donde se adoraba a un león solar, como divinidad, llamado Mandulis.
Philae era por entonces, un centro de peregrinación masiva, con templos a Isis,
Mandulis y Anhur, y donde los emperadores romanos Augusto y Trajano
contribuyeron muy activamente con nuevos templos, plazas y otras obras
monumentales. En la Literatura, los Blemmyes aparecen en la novela de Kelly
Godel del 2000 titulada “The Amazing Voyage of Azzam”, como tribus caníbales
que custodiaban un tesoro perdido de Salomón, y utilizaban mazos, lanzas y dardos
con arco como armas. “… Y de los caníbales que se comían unos a otros, los
antropófagos, hombres cuyas cabezas nacen bajo sus hombros”. Otelo,
Shakespeare. Los Blemmiyes también aparecen en la novela del escritor italiano
Valerio Manfredi, “The Tower”, donde se les retrata como guardianes del
desierto con un terrible y antiguo secreto. Un Blemmye aparece en la corta
historia de Bruce Sterling de 2005, “The Blemmye’s Sratagem”.
EL REINO DE PUNT
Los
contactos egipcios con África se fueron extendiendo gradualmente más allá de la
Baja y Alta Nubia, lo que les puso en contacto con una región en África
Oriental que se describe como el Punt. Allí se enviaron misiones comerciales
desde, por lo menos, la Dinastía V (2.494-2.345 a.C.) en adelante, con el fin
de obtener productos tales como oro, resinas aromáticas, madera negra africana
(dalbergia melanoxylon), ébano, marfil, esclavos, y animales salvajes, como
monos y mandriles cinocéfalos. Para el Imperio Nuevo, tales expediciones se
verían representadas en templos y tumbas, que mostraban a los habitantes del
país de Punt como gente de complexión oscura rojiza y facciones finas; en las
primeras pinturas aparecían con cabello largo, pero a partir de la Dinastía
XVIII en adelante es evidente que ya habían adoptado un estilo más rapado. Las
últimas indicaciones definitivas de expediciones al país de Punt datan de los
tiempos del faraón Ramsés III, de la Dinastía XX.
Existe
todavía algún debate relativo a la ubicación exacta de Punt, que llegó a estar
identificado, en algún momento, con la zona de Somalia. Parece que ahora se
cuenta con un argumento de peso para su localización, bien al sur de Sudán, o
en la región eritrea de moderna Etiopía, donde las plantas autóctonas y los
animales más se parecen a los representados en relieves y pinturas egipcias.
Se daba por
hecho – en principio, en base a escenas en Deir el-Bahri que representan la
expedición de Hatshepsut a Punt a mediados de la Dinastía XVIII – que las
partes involucradas viajaban por mar desde los puertos de Quseir o Mersa
Gawasis, pero ahora parece más probable que, al menos algunos comerciantes
egipcios, embarcasen en el sur, a lo largo de El Nilo, y entonces tomasen una
ruta terrestre hasta Punt, quizás tomando contacto con los punitas en las
proximidades de Kurgus, en la 5ª Catarata.
Las escenas
de Deir el-Bahri incluyen representaciones de los inusuales asentamientos
punitas, consistentes en cabañas cónicas hechas de caña, construidas sobre
postes clavados en el suelo, a las que se tenía acceso mediante una
escalerilla. Entre la vegetación que las rodeaba, hay palmeras y árboles de
mirra, algunos de éstos ya en pleno proceso de tala para la posterior
extracción de mirra.
Las escenas
también muestran cómo los árboles de mirra se cargaban en barcazas para que los
egipcios pudiesen elaborar sus propios perfumes, incienso, ungüentos,
medicinas, tinta para los papiros, o para embalsamar a sus muertos. Y se ha
argumentado que esto, en sí mismo, puede ser argumento para la ruta
Nilo-terrestre de Punt a Egipto, dado que dichas plantas podían morir durante
el duro viaje hacia el norte a lo largo de la costa del Mar Rojo. Estos árboles
de mirra pudieron incluso llegar a plantarse de nuevo en el propio templo de
Deir el-Bahri a juzgar por los restos de fosas con troncos que se han
encontrado allí.
“IMPERIALISMO” EN LOS IMPERIOS MEDIO Y NUEVO
Durante los
imperios Medio y Nuevo, Egipto llegó a tener, de forma gradual, un control
económico sobre Nubia y Siria-Palestina. Las opiniones, sin embargo, difieren
sobre cuál de estos territorios se puede considerar que habría sido política y
socialmente “colonizado”, o si la situación sería mucho más errática, y quizás
caracterizada sólo por incursiones, o razias, encaminadas a salvaguardar las
rutas comerciales y conseguir provisión de botines de guerra. El debate se
centra también en el tema de las posibles motivaciones o añoranzas del antiguo
imperialismo. ¿Fueron las incursiones egipcias en Nubia y el Levante Oriental
dictadas por económica, o por algún otro factor socio-político?
En la
práctica, las respuestas a estas preguntas no son, en absoluto, claras, y no
sorprenden que varíen según el lugar y período específicos. Es así que, por
ejemplo, en el Imperio Medio, la situación sea, en muchos aspectos, más clara:
en lo referente a Nubia, se sabe que los faraones de la Dinastía XII utilizaban
la fuerza militar para controlar la región - tan lejos al sur como la 3ª
Catarata - mediante la construcción de una cadena de fortalezas que les habría
proporcionado el completo control sobre el comercio de El Nilo. Las fortalezas
estaban provistas de guarnición y grandes almacenes que les habría garantizado
una presencia militar continua en la Baja Nubia, pero que, además, les habría
proporcionado el potencial para llevar a cabo, en caso de necesidad, campañas
más al sur encaminadas a combatir cualquier amenaza aparente o real.
La enorme
cantidad de espacio dedicado a graneros en fortalezas tales como Askut, junto
con los restos de edificios que Barry Kemp interpreta como “palacios de
campaña” en Uronarti y Kor, todo ello sugiere el uso de las fortalezas de la
Baja Nubia como un trampolín de la Dinastía XII en África, más que sólo una
frontera fuertemente defendida. El espacio de almacenaje de las fortalezas
sería, sin duda alguna, utilizado para almacenar los materiales y productos
importados por los egipcios cuando iban de camino hacia Tebas o Itjtawy.
Sin
embargo, en Palestina hay poca evidencia de una presencia egipcia continuada
durante el Imperio Medio. Por supuesto que existían contactos tanto con el
Levante Oriental como con el Egeo durante las dinastías XII y XIII, pero aún no
está claro hasta qué punto Egipto consiguió algún control político o económico
sobre alguna parte del Mediterráneo Oriental. Un fragmento de los anales de
Amenemhat II que se conservan en Menfis dan cuenta de, al menos, dos invasiones
en el Levante Oriental durante su reinado, y la estela de Khusobek, en el Museo
de Manchester, registra una expedición lanzada contra la ciudad palestina de
Shechem durante el reinado de Senusret III.
Aparte de
estas referencias, sin embargo, las otras únicas muestras de planes militares
en el Levante Oriental se pueden encontrar en epítetos y titulaturas de la
élite - por otra parte quizás más rimbombantes que históricos – o, en las
descripciones de productos traídos de Asia Occidental que no solían especificar
si las mercancías o el ganado se obtuvieron por la fuerza. Un ejemplo con
respaldo arqueológico razonable lo podemos tener en la fuerte y continuada
presencia económica durante el Imperio Medio en Palestina y Byblos - como se
verá más adelante - probablemente reforzada por la presión militar de forma
periódica. El alto número de Asiáticos que en creciente aumento se sabe que
vivían en Egipto durante el Imperio Medio (Véase el Capítulo 7º) sugiere que,
al menos, algunos de ellos habrían sido traídos como prisioneros de guerra.
De las
actividades de Egipto en el Levante Oriental durante el Imperio Nuevos dan
testimonio con cierto detalle fuentes tanto arqueológicas como documentales.
Estas últimas consisten no sólo en triunfantes “estelas de victoria” egipcias y
relieves en templos que dan brillante cuenta de los trofeos obtenidos por el
faraón en nombre de los dioses, sino también en tablas de arcilla cuneiformes
de varios yacimientos – como por ejemplo Ta’anach, Kamid el-Loz, y Hattusas –
que documentan los lazos diplomáticos, administrativos y económicos existentes
entre los diversos estados de Oriente Próximo.
Desde el
punto de vista egipcio, el más importante de estos “archivos” consiste en un
juego de 382 tablas encontradas en Amarna, en el Egipto Medio, que contiene, en
su mayoría, correspondencia entre líderes extranjeros y el faraón egipcio de
mediados del siglo 14 a.C.; es decir, finales de la Dinastía XVIII.
Las “Cartas
de Amarna” proporciona, pues, primero, revelaciones de las relaciones
diplomáticas entre Egipto y otras grandes potencias – por ejemplo, Mitania y
Babilonia – y, segundo, las tortuosas políticas de las pequeñas ciudades-estado
de Siria-Palestina, y las disputas y alianzas entre ellas según se deslizaban
hacia atrás o hacia adelante entre las esferas de influencia de Mitania, Egipto
y el Reino Hitita.
El
principal debate relativo a la participación egipcia en Siria-Palestina durante
el Imperio Nuevo se centra en la cuestión del grado en que Egipto mantuvo una
permanente presencia militar y/o civil en diversas n principio basada
conquistado. Algunos eruditos argumentan que hay suficiente evidencia
arqueológica y documental para plantear que Egipto habría, en efecto,
colonizado algunas de las ciudades de Palestina; quizás, en un principio por
haber heredado el control de esta región cuando persiguieron a los derrotados
Hyksos hasta su país a finales del Segundo Período Intermedio.
Según esta
teoría – basada en principio en las Cartas de Amarna y la presencia de
artefactos egipcios en muchos yacimientos del Levante Oriental – toda la zona
de Siria-Palestina estaba dividida en tres franjas: de norte a sur, Amurru,
Upe, y Canaan; cada una de ellas regida por un gobernador egipcio, y un número
de pequeñas guarniciones repartidas entre los asentamientos locales. Otros
eruditos, por otra parte, argumenta que la cultura del material de los
yacimientos egipcios en el Delta Oriental es tan claramente distinta de la de
las cercanas ciudades de Palestina, justo al otro lado del Sinaí, que parece
altamente improbable que hubiese habido nunca muchos egipcios que realmente
hubiesen vivido entre las poblaciones locales, en contraste con la abundante
evidencia arquitectónica y material de la colonización egipcia de Nubia en el
Imperio Nuevo.
La
motivación de la significativa presencia egipcia durante el Imperio Nuevo en la
Baja Nubia pudo haber sido, en principio, económica, pero un grupo de eruditos
ha señalado que la evidencia arqueológica y documental da cuenta de una red de
información muy compleja relativa a las actitudes egipcias hacia Nubia. Para
empezar, se aprecia una continuidad, durante los imperios Medio y Nuevo, de la
ideología esencialmente xenófoba ya descrita, por la que nubios bárbaros
estereotipados se retrataban en el arte y literatura oficial como desechables
representantes del caos.
Esto, no
obstante, tiene que ser contrastado con dos factores importantes: primero, que
muchos extranjeros, incluidos los nubios y los Asiáticos, vivían felizmente
junto a nativos egipcios en muchas de las ciudades del Egipto real, y, segundo,
que hay evidencia fiable de una deliberada nueva política en el Imperio Nuevo
de aculturación tanto en Nubia como en el Levante Oriental de forma que se
alentaba a la élite local a que adoptasen costumbres y nomenclatura egipcias y,
a veces, sus hijos les eran forzosamente retirados para ser “educados” en
Egipto, para eventualmente regresar a su países de origen totalmente indoctrinados
con la forma de vida egipcia.
La imagen
de conjunto del “imperialismo” egipcio es, por lo tanto, polifacética, con el
pragmatismo económico y político de los faraones con frecuencia ocultos por la
hipérbole de su propia retórica y devoción. El debate
”ideología-contra-economía” es difícil de resolver, ya que, en principio, nos
apoyamos en una combinación de textos religiosos y funerarios para nuestra
reconstrucción del comportamiento egipcio en el mundo exterior y, sin embargo,
la historia real probablemente se encuentre en ese material de archivo, más
prosaico, que tan raras veces sobrevive.
BYBLOS
La ciudad
de Byblos (o Jubeil) estaba situada en la costa de Canaán, a unos 40 km al
norte de la moderna Beirut. El principal asentamiento conocido en el idioma
acadio Gubla, tiene un largo historial que se extiende desde el Neolítico hasta
la Tardía Edad de Bronce cuando la población parece haberse trasladado a un
emplazamiento cercano ahora cubierto por una moderna aldea.
La
importancia de Byblos radica en su función como puerto, y desde aproximadamente
el tiempo de la unificación de Egipto, era utilizado por los egipcios como
fuente de la madera. El famoso cedro del Líbano y otros productos pasaban a
través suya, y es lugar donde se han encontrado objetos egipcios desde tiempos
tan lejanos como la Dinastía II (2.890-2.686 a.C.). El yacimiento incluía
varios edificios religiosos, tales como el llamado “Templo de los Obeliscos”,
dedicado a Ba’alat Gebal, la “Señora de Byblos” – una especie de Astarte que también
habría sido identificada como la diosa egipcia Hathor – en el que uno de los
obeliscos estaba tallado con jeroglíficos.
La cultura
egipcia del Imperio Medio tuvo una influencia especialmente profunda en la
Corte de los soberanos de la Edad de Bronce Media de Byblos, y entre los
objetos encontrados en las tumbas reales de este período se encuentran algunos
que llevan el nombre de los soberanos de la Dinastía XII Amenemhat III y IV.
Los objetos egipcios incluyen marfil, ébano, y oro, mientras que las
imitaciones locales usaban otros materiales y se trabajaban en un estilo menos
conseguido.
En el
Imperio Nuevo, la ciudad aparece de forma prominente en las Cartas de Amarna ya
que su soberano, Ribaddi, solicito ayuda militar del faraón egipcio. En esta ocasión
Byblos cayó en manos enemigas pero fue más adelante recuperada. Un sarcófago
encontrado con objetos de Ramsés II (1.279-1.213 a.C.) que muestra la
influencia egipcia, es importante por su posterior (siglo X a.C.) inscripción
para Ahiram, un gobernante local, en caracteres alfabéticos primitivos. Varios
artefactos egipcios encontrados en el propio Byblos, que dan testimonio de
fuertes contactos diplomáticos reales entre los faraones y los gobernantes de
Byblos, incluyen un recipiente con el nombre de Ramsés II procedente de la
tumba del ya mencionado Ahiram, jambas de puerta inscritas de Ramsés II de un
templo, y fragmentos de estatuas de Osorkon I y II; la del primero con una
inscripción fenicia que data del reinado de Abibaal.
La
evidencia arqueológica sugiere, por lo tanto, un pico en los contactos
Egipto-Byblos en la Dinastía XIX, seguido de un declive en las XX y XXI,
documentada por el Cuento de Wenamun, una descripción cuasi histórica de una
expedición a Byblos a finales de la Dinastía XX, y, finalmente, un resurgir de
los lazos en las XXII y XXIII. Después del Tercer Período Intermedio, la
importancia de Byblos parece haber decaído gradualmente a favor de los cercanos
puertos de Tiro y Sidonia.
LOS PUEBLOS DEL MAR
En los
siglos XIII y XIV a.C., una serie de malogros de cosecha en el Mediterráneo
norte y este parece que actuó como detonante de migraciones a gran escala en
Anatolia y el Levante Oriental. Estos problemas agrícolas evidentemente
llevaron al soberano egipcio de la Dinastía XIX, Merenptah, a enviar grano a
los Hititas - por entonces ya en decadencia - que tan duramente habían sido
golpeados por la hambruna, y muchos centro urbanos micénicos parece que por
esas fecha habían sido destruidos.
Entre los
nuevos inmigrantes en la región mediterránea por estas fechas, había una
imprecisa confederación de grupos étnicos procedentes del Egeo y Asia Menor
conocida por los egipcios como Pueblos del Mar. Algunos de estos grupos, tales
como los Denen, los Lukka, y los Sherden, ya eran activos durante el reinado de
Akenatón (1.352-1.336 a.C.), mientras que elementos de los Lukka, Sherden, y
Peleset ya aparecían representados como mercenarios luchando para el ejército
de Ramsés II (1.279-1.213 a.C.) en la Batalla de Qadesh.
Más
adelante, en el Período Ramésida, los Pueblos del Mar se describirían y
representarían en relieves, en Medinet Abu y Karnak, así como en el Gran Papiro
de Harris; una lista de ceremonias usadas en templos y un breve resumen del
reinado completo del faraón Ramsés III (1.184-1.15 a.C.) de la Dinastía XX.
Estas últimas fuentes indican que los Pueblos del Mar no estaban simplemente
envueltos en actos aislados de pillaje sino que formaban parte de un movimiento
significativo de pueblos desplazados que emigraban a Siria-Palestina y Egipto.
Está claro que planeaban asentarse en las zonas que atacaban, que se les
representan no sólo como ejércitos de guerreros sino también como familias
enteras llevando consigo sus pertenencias en carros tirados por bueyes.
El estudio
de los nombres “tribales” registrados por los egipcios e Hititas han mostrado
que a varios grupos de los Pueblos del Mar pueden se les puede relacionar con
específicos lugares de origen, o, al menos, con los lugares donde eventualmente
se asentarían. Es así que los Ekwesh y los Denen posiblemente puedan
correlacionarse con los aqueos y danaos griegos de la Ilíada de Homero; los
Lukka puede que provengan de la región de Lycia, en Anatolia; los Sherden,
pueden haber estado conectados con Cerdeña; y a los Peleset, casi con toda
certeza, se les identifica con los filisteos bíblicos, que dieron nombre a
Palestina. El primer ataque de los Pueblos del Mar al Delta egipcio en alianza
con los libios data del quinto año del reinado de Metenptah (1.213-1.203 a.C.).
A los grupos individuales de Pueblos del Mar, además del Meshwesh libio, se les
conoce como los Ekwesh, Lukka, Shekelesh, Sherden, y Teresh. Según los relieves
de Merenptah sobre uno de los muros del templo de Amón en Karnak, y el texto de
una estela de su templo funerario – llamada la Estela de Israel – los repelió
con éxito, aniquilando a 6.000 y derrotando al resto. Las excavaciones de Moshe
Dothan en la ciudad filistea de Ashdod entre los años 1.962 al 69, dejaron al
descubierto un estrato quemado datado en el siglo trece B.C. que, quizá, puede
corresponder, o bien a la campaña levantina del faraón Merenptah, o a la
llegada de los propios Peleset.
Desde el
punto de vista de los egipcios, la confrontación final con los Pueblos del Mar
tuvo lugar en el año 8 del reinado de Ramsés III; para entonces, los Pueblos
del Mar probablemente habrían capturado las ciudades sirias de Ugarit y
Alalakh. Atacaron a Egipto por tierra y mar, siendo esta última confrontación
reproducida en los celebrados relieves de la batalla naval en los muros
exteriores del templo mortuorio de Ramsés en Medinet Abu. Esta victoria
protegió a Egipto de la evidente invasión del norte, pero, a la larga, sería la
infiltración del oeste más insidiosa de pueblos libios, y la que tendría más
éxito como medio de conseguir el control de Egipto (Ver Capítulo 12).
CONCLUSIÓN: La
historia de los contactos de Egipto con el mundo exterior está, sobre todo,
relacionado con el poder y el prestigio. En los primitivos lazos comerciales
entre los egipcios y sus vecinos de África y el Oriente Próximo, la principal
motivación parece haber sido la obtención de materiales raros o exóticos, y
productos que sirviesen para reforzar la base de poder de individuos o grupos
en cuestión. El comercio, ya fuese interregional o internacional, era parte
integrante de la formación y expansión de los primitivos estados de Oriente
Próximo.
Para cuando
todo aparato administrativo nacional se puso en operación durante los imperios
Medio y Nuevo, ya había grandes sectores de burocracia real y militar
involucrados exclusivamente en el proceso de obtener impuestos y mano de obra
reclutada de las provincias de Egipto. Este efectivo y eficiente sistema
económico constituía la base ideal del proceso de calcular con exactitud el
importe de los tributos (inu) así como del producto de los saqueos de tierras
allende las fronteras egipcias. Tanto ideológica como económicamente, las
acciones de conquista y gobierno eran inseparables de la idea de absorber nueva
riqueza para los estados del faraón y los principales cultos religiosos.
Sin
embargo, no fue simplemente cuestión de importar a Egipto materiales y
artículos; parece también que había una continua afluencia de gente, a la vez
que influencias lingüísticas y culturales, que llevarían a la creación de una
sociedad distintivamente cosmopolita y multicultural, desde, por lo menos, el
Imperio Nuevo, en adelante. La aparente tolerancia hacia los extranjeros de la
sociedad egipcia iba acompañada, sin embargo, de una profunda continuidad en
unos valores y creencias esenciales, fuertemente arraigados en la población
indígena; hasta donde hemos podido saber, dada la parcialidad con que la
documentación que ha sobrevivido trata al extremo elitista de la sociedad. La
cultura egipcia era, aparentemente, lo suficientemente fuerte y flexible como
para poder sobrevivir a largos períodos de dominación libia, kushita, persa, y
tolemaica, sin que la esencia de la identidad de Egipto como nación se viese
seriamente afectada.
Tercer Periodo Intermedio
"La Fragmentación de Las Dos Tierras": (1.069-664 a.C.) Perfil Histórico
"Herihor
y Nedjmet ante Osiris". Papiro del Libro de los Muertos de Nedjmet.
Quizá procedente de la Colección Real de Deir el-Bahri, Dinastía XXI, hacia
1.070 a.C.
Esta escena
muestra Nedjmet y Herihor, su marido (cuyo entierro nunca ha sido encontrado)
ofrendas a Osiris, Isis y los cuatro hijos de Horus, que también observan una
pequeña escena del pesaje del corazón. El pesaje es supervisado por Thoth en su
forma de un mono, y el corazón convencional es sustituido por una pequeña
figura femenina que debe representar a Nedjmet.
Aunque hay
sin duda que el papiro era Nedjmet - ella aparece en la escena del juicio, y la
momia que se muestra en una viñeta es suyo – características Herihor
prominente. Esto es probablemente debido a su estatus real. Fue uno de los
primeros de los sumos sacerdotes de Amón que efectivamente gobernó Egipto
superior desde el final de la dinastía XX (1.186-1.069 sobre a.C) hasta el vigésimo
segundo (unos 945-715 a.C.). También fue el primero de los sumos sacerdotes de Amón
en atributos reales, tales como colocar su nombre en un cartucho y se muestra
con el uraeus real en las cejas.
Este
período de 400 años que se extiende desde la Dinastía XXI a la XXV (1.069-664
a. C), puede considerarse, en justicia, que marca una fase nueva en la Historia
de Egipto. El período se caracteriza por cambios significativos en la
organización política, la sociedad, y la cultura de Egipto. La centralización
del gobierno dejó paso a una fragmentación política y un resurgimiento de los
centros de poder locales; una substancial afluencia de poblaciones libias y
nubias acabarían modificando de forma permanente el perfil de la población,
mientras Egipto, en conjunto, se iba tornando más introvertido, y sus contactos
con el mundo exterior se reducían considerablemente, lo que supuso un sensible
impacto en las relaciones con el Levante Oriental.
Estos, y
otros factores, tuvieron importantes consecuencias en el funcionamiento de la
economía, la estructura de la sociedad, y las actitudes religiosas y prácticas
funerarias de los habitantes del país. Es cierto, que este período estuvo
marcado por tensiones sobre el control de territorios y recursos que acabaron,
a veces, en conflictos, pero la violencia no era un mal endémico; el período,
pues, como tal, fue estable, y representa algo más que un lapsus temporal de la
autoridad faraónica tradicional como podría dejar ver su desafortunada y
frecuente designación como “Intermedio”. Muchos de los acontecimientos y
tendencias de estos años fueron permanentes en sus efectos, y acabarían jugando
un papel crucial en la configuración del Egipto del primer milenio a.C. que se
iniciaba.
Ha sido más
difícil confeccionar un marco histórico acertado para estos siglos que para
cualquier otro período de la Historia de Egipto. Ninguna lista-de-reyes incluye
las dinastías XXI a XXV, por lo que el Egiptólogo se ve obligado a apoyarse más
de lo estrictamente deseable en los falseados extractos de la historia de
Manetón - derivada en su mayoría de fuentes del Delta - que, en el mejor de los
casos, ofrecen una imagen incompleta. Un cotejo cuidadoso de las listas
manetonianas con las dispersas inscripciones de faraones y dignatarios locales
del período, y las referencias cruzadas con fuentes procedentes del Oriente
Próximo, han redundado en una cronología aceptada en sus puntos claves por la
mayoría de los especialistas, aunque algunas áreas aún continúan siendo objeto
de debate; a destacar, las relaciones y esferas de influencia de algunos
gobernantes de provincia que se habían otorgado un estatus real durante los
siglos VIII y XIX a.C.
Con la
excepción de yacimientos tales como Tanis, la evidencia que ha sobrevivido de
este período en el Delta es, como de costumbre, muy pobre, y, si bien Tebas nos
ha deparado una gran cantidad de objetos, y la estatuaria privada y el equipo
funerario tienden a predominar, las fuentes económicas, como es el caso de los
papiros administrativos, son muy escasas. Al ser en el norte donde la mayoría
de los cambios más significativos de la época se fueron produciendo, no resulta
fácil dibujar una imagen equilibrada del país.
PERFIL HISTÓRICO
El Tercer
Período Intermedio se inauguró con una importante convulsión policía y una
debilitación de la economía. La guerra civil fomentada por Panehsy, el virrey
del Kush, conmocionó al país, y su consiguiente derrota y expulsión más allá de
la frontera sur sólo supuso una victoria parcial del gobierno. La acción
militar contra Panehsy no consiguió restablecer la autoridad egipcia en Nubia,
y el control de los recursos de las tierras del sur – las minas de oro y el
lucrativo comercio de los productos subsaharianos – se perdieron. De ahí que en
las postrimerías del período Egipto sufriese una seria reducción de los
beneficios procedentes de sus antiguas dependencias; como se insinúa en el
Cuento de Wenamun, una narrativa que describe una expedición supuestamente
enviada a Byblos por Herihor, a los nuevos gobernante egipcios puede que les
faltase el prestigio en el Levante Oriental del que sus predecesores habían
disfrutado.
Después del
fallecimiento de Ramsés XI, hacia 1.069 a.C., la Dinastía XX, y con ella la era
del Renacimiento, llegó a su final, pero los cimientos de una nueva estructura
de poder estaban echados, y la transición a un nuevo régimen tuvo lugar sin
altibajos. Bajo la Dinastía XXI Egipto estaba, aparentemente, unida, pero en
realidad el control estaba dividido entre una línea de soberanos en el norte y
una sucesión de mandos militares que también ocupaban el cargo de Sumo
Sacerdote de Amón, en Tebas. Smendes (1.069-1.043 a.C.), una figura influyente
de origen desconocido, fundó la dinastía en el norte, con su base de poder en
el emplazamiento de Tanis, en el Desierto Oriental, una ciudad nueva cuyos
principales monumentos se construyeron en su mayoría con material reusado
traído de Piramesse y otros lugares del norte.
Se cree que
Tentamun, probable esposa de Smendes, quizás fuese un miembro de la familia
real ramésida. Aunque esta relación pudo haber sido un factor determinante en
el ascenso al poder dl nuevo soberano, la creciente influencia del culto a Amón
y de sus funcionarios fueron sin duda también muy significativas. Durante este
período, el gobierno de Egipto fue, de hecho, una teocracia donde la autoridad
política suprema estaba conferida al propio dios Amón. En un himno a Amón de un
papiro de Deir el-Bahri, apodado “credo de la teocracia”, el nombre del dios
está escrito dentro de un cartucho y al que se le dirige como el superior de
todos los dioses, fuente y origen de la Creación, y el verdadero dios de
Egipto.
Los
faraones eran ahora meros gobernantes temporales que actuaban como nominados de
Amón, y a los que las decisiones del dios se les daba a conocer mediante
oráculos. Las tareas del gobierno teocrático están explícitamente documentadas
en Tebas donde las consultas oraculares las formalizaba una institución regular
de la Audiencia Divina del Festival, sita en Karnak. Los mismos principios se
aplicaban también en el norte; a Smendes y Tentamun se les describe en Wenamun
como los “pilares que Amón ha establecido para el norte y su tierra”, mientras
que la ciudad de Tanis se desarrolló como la homóloga de Tebas en el norte, el
centro principal de culto a Amón.
Se
levantaron templos a la triada tebana y el rol de Tanis como ciudad santa se
fomentó situando las tumbas de los faraones de la Dinastía XXI dentro del
recinto del templo. Hasta qué punto Tanis realmente fue base del poder político
de la época, es algo que bien puede cuestionarse ya que, hasta el día de hoy,
las excavaciones no han revelado viviendas, monumentos privados, con la
excepción de unos pocos bloques reusados de tumbas de cortesanos, o estelas de
donación (es decir, registros de la concesión de tierras de cultivo a los
dioses de los templos locales), en la zona. No obstante, sí hay evidencia de
que Menfis funcionó como residencia de los soberanos del norte – hay registrado
un decreto de Smendes que figura como expedido allí – y la antigua ciudad pudo
haber servido de nuevo como una importante base administrativa.
Las
actividades de los gobernantes del norte durante la Dinastía XXI están
pobremente documentadas. Los trabajos de construcción de Psusenes I (1.039-991
a.C.) en Tanis y Menfis, y de Siamun (978-959 a.C.) son los vestigios más
sobresalientes del propio Egipto, y parece que las relaciones con el Levante
Oriental fueron esporádicas y poco aventureras. El matrimonio de una princesa
real, quizás hija de Siamun, con el rey Salomón de Israel es un sorprendente
testimonio del reducido prestigio de los soberanos de Egipto en el escenario
mundial. En lo más alto del Imperio Nuevo, los faraones se desposaban de forma
regular con hijas de príncipes de Oriente Próximo, pero se negaban a que sus
propias hijas se casasen con soberanos extranjeros.
El más
destacado de los comandantes del sur era el General Jefe, Herihor. Mediante la
apropiación del cargo de Sumo Sacerdote de Amón, - e incluso, en ocasiones, de
las titulaturas y galas propias de un faraón – la autoridad civil, militar y
religiosa, combinadas, acabaron en manos de un solo individuo. No obstante, fue
a los familiares del colega de Herihor, el general Piankh, a quienes más tarde
pasaría el control, a plazo largo, del Alto Egipto. Todos estos individuos
ostentaron el cargo de General Jefe y Sumo Sacerdote de Amón. Bajo los
auspicios de la teocracia, sus poderes ejecutivos se derivaban de los oráculos
de Amón, Mut, y Khons, a través de los cuales se sancionaban los nombramientos
y decisiones políticas más importantes de los gobernantes. Aunque la autoridad
temporal de los soberanos tinitas era reconocida formalmente en todo Egipto, y
los militares de Tebas mostraron sólo pretensiones limitadas a su estatus real,
eran ellos quienes tenían, por otra parte, el control real del Egipto Medio y
Alto. Se fijó una frontera formal entre las dos regiones en Teudjoi (el-Hiba),
al sur de la entrada al Fayum.
Aquí, así
como en otros yacimientos a lo largo de El Nilo, los gobernantes del sur
levantaron una serie de fortificaciones. Por otra parte, la principal actividad
documentada en el sur durante la Dinastía XXI consistía en el sistemático
desmantelamiento de los enterramientos reales del Imperio Nuevo en la
necrópolis de Tebas. El Valle de los Reyes dejó de ser tierra de enterramiento
real, la comunidad de constructores de tumbas de Deir el-Medina fue
desmantelada, el contenido de las tumbas tomado para sí, y las momias ocultadas
en escondrijos.
Después del
reinado de Smendes y de su sucesor Amenemnisu (1.043-1.039 a.C.), el trono en
el norte pasó a Psusenes I, hijo del comandante tebano Pinudjem I, y el control
del Alto Egipto a su hermano Mekhenperra. De esta forma, durante algún tiempo
la misma línea tebana gobernó todo Egipto, y las amigables relaciones entre
norte y sur se mantuvieron mediante los matrimonios entre parientes de la
extensa familia de los gobernantes. Aún así, la división del reino se mantuvo
durante largo tiempo, indicación de que la descentralización fue tolerada por
estos gobernantes.
Hacia 984
a.C., una nueva familia se hizo con el control en el Delta con las ascensión al
trono de Osorkon el Viejo (984-978 a.C.), hijo del Jefe de Meshwesh, Sheshonq,
un gobernante cuyo nombre y parentesco revela sus orígenes libios. Los
comandantes tebanos retiraron sus reivindicaciones al estatus real, y de forma
más abierta y utilizaron los nombres y las líneas de cambio de fechas de los
monarcas del norte en documentos. Con todo, el Sumo Sacerdote tebano Psusenes
finalmente acabaría convirtiéndose en faraón, en el norte, como Psusenes II
(959-945 a.C.), el último soberano de la Dinastía XXI.
Para
entonces, los libios ya constituían una presencia importante e influyente en
Egipto. Aunque Merenptah y Ram habrían repelido importantes incursiones desde
Meshwesh y Libu, el asentamiento de inmigrantes, los prisioneros de guerra y
las tropas de guarnición continuaron, particularmente en el Delta y en la zona
entre Menfis y Heracleópolis; se ha sugerido que para finales del Imperio Nuevo
el ejército egipcio estaría casi por completo formado de mercenarios libios. La
incipiente descentralización del gobierno durante la Dinastía XXI facilitó el
crecimiento de bases de poder provinciales, y las dinastías locales de
caudillos libios, descendientes de colonos del pasado Imperio Nuevo, pudieron
aumentar su autonomía; las familias gobernantes, tanto en el norte como en el
sur, durante la Dinastía XXI incluían individuos que llevaban evidentemente
nombres libios, y puesto que alguna forma de aculturación sin duda se
practicaba (como se verá más adelante), y otros muchos más probablemente
aparecen enmascarados en los registros bajo nombres egipcios.
Fue, por lo
tanto, sólo la culminación de una tendencia establecida cuando, a finales de la
Dinastía XXI, en Tanis el trono pasó al Jefe de Meshwesh, Sheshonq (Sheshonq I
(945-924 a.C.). Éste pertenecía a una familia asentada en Bubastis cuyos
miembros habrían conseguido, mediante juiciosos matrimonios con la familia real
y lazos con los sumo sacerdotes de Menfis, llegar a ser altamente influyentes
en el Delta. La transferencia de poder de Psusenes II parece que se consiguió
con un mínimo de oposición, que sería sin duda facilitada por el hecho de que
Sheshonq era sobrino del anterior faraón tanita Osokon el Viejo, mientras que
su propio hijo, el futuro Osokon I (924-889 a.C.) estaba casado con la hija de
Psusenes II, Maatkara.
El reinado
de Sheshonq (945-924 a.C.) destaca como un momento álgido del Tercer Período
Intermedio. Rechazando las divisiones internas de la Dinastía XXI a favor de
modelos de gobierno faraónicos del Imperio Nuevo, Sheshonq buscó restablecer la
autoridad política del monarca. La teocracia siguió funcionando pero de una forma
modificada; los oráculos continuaron existiendo pero ya no destaca como
instrumento regular de la política. El nuevo reino estaba marcado por un cambio
de actitud del Trono encaminado hacia la integridad territorial del país, la
adopción de una política extranjera expansionista, y un ambicioso programa de
construcción real. El intento por ejercer un control real directo sobre todo
Egipto implicaba restringir el estatus virtualmente independiente de Tebas.
Para conseguirlo, el cargo de Sumo Sacerdote de Amón se entregó a unos de los
hijos de Sheshonq, el príncipe Iuput, que también era Comandante Jefe del
Ejército, política que seguirían los futuros faraones. Otros miembros de la
familia real y partidarios de la dinastía serían también nombrados titulares de
importantes puestos, y se fomentó la lealtad de los detentadores del poder
local mediante el matrimonio con hijas de la Casa Real.
Después de
más de un siglo de pasividad por parte de los gobernantes egipcios, Sheshonq I
intervino agresivamente en la política del Levante Oriental con el fin de
reafirmar el prestigio egipcio en el lugar. Sus inscripciones en Karnak
registran una expedición militar mayor hacia 925 a.C. contra Israel y Judá y
las principales ciudades al sur de Palestina, incluyendo Gaza y Megiddo. El
Antiguo Testamento hace referencia al mismo acontecimiento, afirmando (1 Reyes
14:25-6) que, en el quinto año de Roboam, “Sisac, rey de Egipto” se incautó de
los tesoros de Jerusalén, añadiendo (2 Crónicas 12:2-6) que llegó con 1200
carros y un ejército formado por libios y nubios. Estas fuentes indican que la
campaña fue lanzada para ayudar a Jeroboam, un expatriado de Egipto que
reclamaba el Trono de Judá.
No
obstante, si se pensaba que esto era una primera etapa de un programa para
restablecer la autoridad egipcia en Palestina, sólo resultó ser un esfuerzo
abortado. Sheshonq fallecería a su regreso a Egipto y bajo sus sucesores las
relaciones con el Levante Oriental parece que revirtieron a meros contactos
comerciales, a destacar la reapertura de relaciones con Byblos. El programa de
construcción de Sheshonq incluía planes para un gran patio en el templo de Amón
en Karnak, pero permanecería sin terminar a la muerte del monarca. La entrada
conocida como “El Portal de Bubastis” - la única sección terminada – tiene
inscripciones que registran las victorias en Palestina, siendo así una de las
fuentes históricas más valoradas de todo el período.
Los
esfuerzos para consolidar la unidad del reino continuaron bajo los sucesores de
Sheshonq, pero el creciente poder de los gobernantes provinciales llevó a un
debilitamiento del control con la consiguiente fragmentación del país. El
puesto de Sumo Sacerdote de Amón y otros cargos claves volvieron a permitirse
que fuesen hereditarios, y esto facilitó el desarrollo de bases de poder
independientes. El nombramiento de familiares cercanos de los faraones para
puestos importantes en grandes centros como Menfis y Tebas no consiguió frenar
la creciente independencia de las provincias y, de hecho, probablemente aceleró
el proceso.
En una
interesante inscripción de una estatua en Tanis, Osorkon II (874-850 a.C.)
solicita a Amón que confirme el nombramiento de sus hijos para ocupar varios
altos puestos civiles y religiosos con la significativa salvedad de que “un
hermano no debe tener celos de un hermano”. Desde mediados del siglo noveno a
mediados del octavo a.C., el proceso de descentralización continuó y el poder
de la Dinastía XXII disminuyó, ya que las provincias gobernadas por príncipes
reales y jefes libios fueron aumentando su autonomía.
En Tebas,
el Sumo Sacerdote Harsiese se proclamó rey, y sería enterrado Medinet Abu en un
sarcófago con cabecera de halcón en clara imitación a las tradiciones
funerarias de los gobernantes tanitas. Eventualmente, los intentos desde el
norte de imponer la autoridad en Tebas condujeron a la violencia. Una larga
inscripción del príncipe Osorkon, hijo de Takelot II (850-825 a.C.), tallada en
el Portal de Bubastis, en Karnak (conocida como Crónica del Príncipe Osorkon),
describe una serie de conflictos que surgieron al intentar éste implementar su
autoridad como Sumo Sacerdote de Amón en Tebas frente a un grupo rival.
Durante el
reinado de Sheshonq III (825-773 a.C.), y en los años siguientes, un gran
número de gobernantes locales – particularmente en el Delta – serían
virtualmente autónomos y algunos de ellos se proclamarían reyes. El primero de
estos fue Pedubastis I (818-793 a.C.) que pudo haber pertenecido a la familia
real de la Dinastía XXII. La ubicación de esta base de poder es incierta, pero
en Tebas fue su autoridad y la de sus sucesores las que serían reconocidas, en
preferencia al dominio de Tanis. Mientras que a estos soberanos locales algunos
especialistas les asignan a la Dinastía XXIII, aún no está claro cuáles de
ellos, si es que los hay, pueden considerarse de la “Dinastía XXIII” registrada
por Manetón compuesta, quizás, por sucesores de la Dinastía XXII de Tanis.
Para
alrededor de 730 a.C. había dos faraones en el Delta (en Bubastis y en
Leontópolis), uno en Hermópolis, y uno en Heracleópolis, en el Alto Egipto;
además de los del Delta, virtualmente independientes, había un “Príncipe
Regente”, cuatro Grandes Jefes de Ma, y un “Príncipe del Oeste” en Sais. Este
último, Tefnakht (727-720 a.C.), habría tomado todos los territorios del Delta
Occidental y Menfis y continuaba adentrándose en dirección al norte del Alto
Egipto.
Esta
ilustrativa instantánea de la geografía política de Egipto se puede ver en una
estela colocada en Gebel Barkal, cerca de la 4ª, Catarata, por el gobernante
nubio Piy (747-716 a.C.). Durante la segunda mitad del siglo octavo a.C., los
soberanos de Kush habían emergido como poderosos contendientes por el poder en
Egipto. Después de un afianzamiento inicial de su autoridad por parte de
Kashta, Piy, su hijo, lanzó una expedición militar en Egipto, ostensiblemente
para frenar la política expansionista de Tefnakht, en Sais. Parece que las
tropas de Piy habrían tomado Tebas sin esfuerzo, quizás debido a algún acuerdo
previo con los representantes locales de la Dinastía XXIII, y las localidades y
ciudades del norte del Alto Egipto habrían capitulado rápidamente o habría sido
sitiadas y conquistadas. Menfis ofreció resistencia y fue tomada por asalto,
tras lo que las dinastías se rindieron a Piy, reconociéndole como Jefe Supremo.
Después de
esta demostración de fuerza, Piy regresó a Nubia, dejando la situación política
en Egipto prácticamente como estaba. Durante la década siguiente Tefnakht
asumió el estatus de faraón; él y su sucesor, Bakenrenef (Bocchoris) constituyen
la Dinastía XXIV. Aunque con base en Sais, la autoridad de Bakenrenef fue
pronto reconocida por todo el Delta, y hasta Heracleópolis, en el sur. Pero los
nubios, habiendo saboreado una vez el poder en Egipto no estaban dispuestos a
tolerar su pérdida. Hacia 716 a.C., el sucesor de Piy, Shabaqo (716-702 a.C.),
lanzó una nueva invasión. En esta ocasión Egipto fue formalmente anexionada a
Kush, y Shabaqo y sus sucesores – Shabitqo, Taharqo, y Tanutamani – serían
reconocidos por historiadores posteriores como la Dinastía XXV.
Según
Manetón, Bakenrenef fue ejecutado, pero el gobierno centralizado no se
restablecería nunca. En su lugar, los monarcas kushitas gobernaron como Jefes
Supremos, y permitieron que las dinastías conservasen el control de sus feudos.
Para que se les reconociese como auténticos faraones egipcios, mostraron
respeto por las tradiciones religiosas y culturales egipcias, e
intencionadamente buscaron un nexo ideológico con las grandes eras del pasado
egipcio; en particular con el Imperio Antiguo. Para entonces, Menfis sería
promocionada hasta llegar a ser la residencia preferida por los kushitas en
Egipto, y se impulsarían las nacientes tendencias arcaizantes que les llevaría
a un resurgimiento de tendencias artísticas, literarias y religiosas
inspirándose en los antiguos tiempos.
En el sur,
Tebas conservó su preeminente estatus, pero el poder del Sumo Sacerdote de Amón
se vería eclipsado. En su lugar, el cargo de “Divina esposa de Amón” creció en
importancia; esta sacerdotisa célibe solía ser una princesa real, quien a su
vez escogería a su sucesora de entre las jóvenes de la familia real, eliminando
así la posibilidad de que surgiese una sub-dinastía de base tebana que
amenazase la autoridad política del faraón.
Los
gobernantes nubios también siguieron una política agresiva con relación a las
antiguas posesiones egipcias y socios comerciales en Palestina. Su intervención
en las políticas de esta región durante el inicio del siglo séptimo a.C. les
llevaría, desgraciadamente, a una confrontación directa con el poderío asirio
que estaba en pleno proceso de ejercer su control sobre esta zona del Levante
Oriental. En consecuencia, la mayor parte del reinado de Taharqo (690-664 a.C.)
estaría ocupado por los continuos esfuerzos desesperados para defender Egipto
de la agresión asiria. Finalmente, después del saqueo de Tebas por los
ejércitos de Ashurbanipal (663 a.C.), el último monarca kushita sería expulsado
de forma permanente de Egipto, and sería Psamtek de Sais, que había sido
instalado por los asirios como gobernante vasallo, quien recobraría la
independencia para Egipto.
Y después
de este bosquejo histórico del período que nos ocupa, pasamos a una nueva Hoja
Suelta; esta vez para abordar un sub-período conocido como Período Libio, en el
que tienen cabida las Dinastías XXI a XXIV; siempre de la hábil mano de John H.
Taylor, del Museo Británico.
“La Fragmentación de Las Dos Tierras”: (1.069-664 a.C.) - Las Dinastías XXI y XXIV: El Período Libio.
Viñeta del Libro de los Muertos
de Nesitanebtashru procedente del enterramiento de Nesitanebtashru, Deir
el-Bahari, Tebas, Dinastía XXI, hacia 1025 a.C. Shu sosteniendo
a Nut: Separación de la Tierra del Cielo por el Dios del Aire.
Esta viñeta
es parte del papiro Greenfield, el libro de los muertos de la sacerdotisa
Nesitanebtashru, hija del sumo sacerdote Pinudjem I. Se nombra después de la
Sra. Edith Greenfield, el donante del papiro al Museo Británico, cuyo marido la
adquirió en Egipto en 1880.
Es uno de
los mejores ejemplos de un papiro funerario. El documento original fue más de
treinta y siete metros de largo, con hechizos ilustrados por una serie de
viñetas. Una de las escenas más importantes muestra un episodio en la creación
del mundo, según el mito de Heliopolitan. El mito se centra en el Dios
Heliopolitan Atum como creador. Él y tres generaciones de sus descendientes son
conocidas como la gran Enéada.
Según el
mito Atum creó su dos descendencia Tefnut (humedad) y Shu (aire) por estornudar
y escupir. A su vez dieron a luz a Nut (cielo) y Geb (tierra). Esta viñeta
muestra que tuerca se extendía sobre la tierra, representada por Geb, quien se
encuentra por debajo de ella. Los dedos de los pies de la diosa están en el
horizonte al este y sus dedos en el horizonte occidental. Ella está separada
del Geb por su padre Shu, quien le sostiene con ambas manos. Esta separación no
impidió Geb y tuerca de tener cuatro hijos: Osiris, Seth, Isis y Nephtys. Los
mitos que rodean a estas cuatro deidades se relacionan con la aparición de la
sociedad humana; la separación del cielo y la tierra constituye la creación del
mundo.
Los libios
que se asentaron en Egipto antes y durante el tercer Período Intermedio
procedían, en su mayoría, de los Meshwesh (o Ma) y de los Libu, los principales
grupos habían estado amenazando la seguridad de Egipto durante todo el Imperio
Nuevo. Su patria parece haber sido Cirenaica, donde habrían experimentado una
economía basada, principalmente, en un nomadismo pastoril, aunque hay también
evidencia de asentamientos. Probablemente, el bajo nivel de infiltración de
estos pueblos a lo largo de la franja occidental de Egipto sería endémico; su
culminando en migraciones a gran escala bajo los reinados de Merenptah y Ramsés
III parece haber sido consecuencia de un desplazamiento de poblaciones en
Cirenaica, quizás debido a una escasez local de alimentos y a las incursiones
de los Pueblos del Mar a lo largo de la costa norafricana.
Posiblemente,
otro factor adicional fuese el desarrollo de una cooperación política más concreta
y una organización militar de los libios del pasado Imperio Nuevo que pudo
haber inspirado un impulso más constructivo hacia un asentamiento en Egipto;
bajo los gobiernos de los sucesores de Ramsés III, continuó un flujo estable.
La existencia de diferentes grupos de población entre los libios, y su forma de
vida semi-nómada, sin duda redundó en que numerosos grupos, grandes y pequeños,
marchan a Egipto de forma independiente. Algunos de estos libios eran
prisioneros o mercenarios que se habrían asentado en comunidades militares como
parte de la política de los faraones de la Dinastía XX, pero es muy probable
que hubiesen muchos grupos más pequeños que se habrían asentado sin control
oficial.
El elemento libio en la sociedad egipcia
Muchos
fueron los libios que se asentaron en la zona entre Menfis y Heracleópolis, y
en los oasis del Desierto Occidental, pero con mucho, la mayor concentración de
ellos tuvo lugar en el Delta Occidental. El asentamiento aquí lo facilitaba la
proximidad natural de la zona a las tierras libias, y el relativamente poco
significativo valor que tenía esta parte de Egipto a ojos de los faraones;
escasamente poblada, y con una productividad cultural baja, se utilizaba
primordialmente para apacentar el ganado.
A cuenta de
la creciente eficiencia militar y política de los libios hacia finales del
Imperio Nuevo, sus jefes supieron asegurarse posiciones de influencia local. Ya
había surgido en Egipto una clase compuesta de ex -militares cuyos servicios
habrían sido recompensados con tierras y quienes podían aspirar a ocupar altos
cargos en la burocracia. Loa jefes de los grupos mercenarios libios no estaban,
probablemente, menos inclinados en aprovecharse de esta situación por lo que se
fue formando un cierto número de principados, cada uno de ellos con base en una
localidad importante, y cada uno controlado por un jefe libio; y esto no sólo
en el Delta sino en puntos estratégicos a lo largo del Valle del Nilo, muy
especialmente en Menfis y en la zona colindante con Heracleópolis.
Desgraciadamente,
la diseminación de evidencia sobre la Dinastía XXI hace confusas las exactas
etapas en las que estos caudillos alcanzarían el poder, pero hay testimonios de
libios de alta graduación militar en la zona de Heracleópolis desde principios
del Tercer Período Intermedio, y la aparición de un gobernante llamado Osorkon
en el Trono de Tanis en la segunda mitad de la Dinastía XXI, es prueba clara de
que ya habían alcanzado la posición más alta de la sociedad egipcia.
La
consolidación libia del poder probablemente se consiguió de varias maneras. El
desarrollo de una forma teocrática de gobierno en la Dinastía XXI sin duda
ayudó a que su gobierno resultase más aceptable durante el crucial período
transicional al dotar a sus políticas de autoridad divina. La integración en la
sociedad egipcia pudo haberse intensificado por una aculturación. Aunque el
aumento de contactos con otras tierras y costumbre durante el Imperio Nuevo
había hecho de Egipto una sociedad cosmopolita con una población mixta, los colonos
extranjeros se vieron sometidos a un proceso de egiptización cuya principal
manifestación consistía en la adopción de nombre, vestimenta y costumbre
funerarias egipcias. Se puede aducir evidencia de aculturación de los libios,
pero no sería en absoluto concluyente.
No hay
rastro alguno de ninguna cultura del material característica de los libios en
Egipto, aunque, a la vista de la escasez de documentos arqueológicos tanto del
Delta del Nilo como de Cirenaica, la patria de los libios, esta imagen aún podría
transformarse mediante más investigación. De forma muy significativa, los
libios de las dinastías XXI a XXIV no figuran como “extranjeros” en la gráfica
egipcia o en el registro textual. Las distintivas características étnicas
asociadas con los libios en el Arte del Imperio Nuevo – piel amarilla,
tirabuzones, tatuajes, tocados de plumas, preservativos, y túnicas decoradas –
no hacían ya acto de presencia, aunque esto quizás no sea del todo sorprendente
ya que los libios se distinguían de los egipcios en dichas representaciones por
razones ideológicas más que como un reflejo fiel de su apariencia.
De la misma
forma, la representación de faraones y funcionarios de origen libio con trajes
tradicionales, atributos y características físicas fue, probablemente, una
medida conciliatoria a fin de fomentar la aceptación de su autoridad por el
populacho egipcio; lo que no implica necesariamente que se hubiese alcanzado la
integración total. De hecho, hay indicaciones varias de que los libios
retuvieron una parte considerable de su integridad étnica. Sus característicos
y tan poco egipcios nombres – Osorkon, Sheshonq, Takelot, y otros – perduraron
durante siglos después de la llegada de los libios a Egipto, mientras que en
otros períodos anteriores los extranjeros solían adoptar, o se les daban,
nombre egipcios en una o dos generaciones.
De igual
manera, los títulos de los jefes libios los conservaban mucho después de su
asentamiento en Egipto, y la pluma sujeta al cabello sobrevivió como señal que
distinguía a los Meshwesh y los Libu. Largas genealogías sobre estatuas y
objetos funerarios representan uno de los rasgos más característicos de los
textos del Período Libio, y aún así no son corrientes en las inscripciones
egipcias anteriores a las postrimerías de la Dinastía XXI. El aumento de estos
registros aparentemente refleja un nuevo valor ligado a la monarquía y la
conservación de amplias líneas de descendencia; se trata de una forma de
evidencia basada con mucho en la tradición oral, y que pretende ser una característica
destacada de sociedades no literarias como la de los libios.
Los libios
y los egipcios tenían bases culturas bien diferentes – los libios no
alfabetizados y semi-nómadas, sin tradición alguna de construcción permanente;
los egipcios, alfabetizados, sedentarios, y poseedores de una larga tradición
de instituciones formales y construcción monumental. Faraones y dinastías de
origen libio controlaban todo o la mayoría de Egipto durante casi 400 años, y
algunos consiguieron mantener el poder bajo los kushitas. Es, por lo tanto, muy
probable que algunos de estos grandes cambios en la administración, la sociedad
y la cultura de Egipto, que tuvieron lugar durante este período, pudiesen haber
surgido de esta mezcla de sociedades.
Estructuras de Poder y Geografía Política
El rasgo
más característico de Egipto durante el Tercer Período Intermedio lo constituye
la fragmentación política del país. Esta descentralización fue una consecuencia
de importantes cambios en el gobierno de Egipto, lo que distingue el Tercer
Período Intermedio del Imperio Nuevo. Factores importantes son la supervivencia
a largo plazo de jefes libios en puestos de poder, y el debilitamiento de la
autoridad del faraón. Especialmente significativa era la política real de
conceder poderes excepcionales a parientes y gobernantes locales que acabaría
creando un impulso hacia la independencia regional y una tensión sobre el
acceso y el control de los recursos económicos.
En el
Imperio Nuevo, la mayoría de los familiares habían sido cuidadosamente excluidos
de la administración efectiva y del poder militar, con lo que se neutralizaba
una potencial amenaza a la autoridad del faraón. Pero en el Tercer Período
Intermedio, a los hijos de los faraones se les otorgó poderes administrativos
sin precedente y se les ponía al mando de importantes asentamientos que gozaban
de una autonomía considerable, entre los que cabe destacar a Menfis,
Heracleópolis y Tebas. Hasta el pontificado de Harsiese (hacia 860 a.C.), todos
los sumos sacerdotes de la Dinastía XXII en Tebas fueron hijos del soberano
reinante, y puesto que muchos de estos príncipes tenían a disposición un poder
militar, esto tendría una importante implicación en el desarrollo de los
acontecimientos.
El mis
efecto tendría la política real de permitir que los cargos burocráticos,
clericales y militares se convirtiesen en beneficios hereditarios de familias
de provincia. Los altos cargos solían pasar a veces de padres a hijos en el
Imperio Nuevo, pero el proceso bajo ningún concepto era automático. En el Tercer
Período Intermedio la práctica se hizo endémica; ya, bajo la Dinastía XXI, los
puestos de Sumo Sacerdote y General en Jefe los controlaba una sola familia. Un
intento por parte de los primeros soberanos de la Dinastía XXII de evitar los
efectos debilitadores de este monopolio mediante el nombramiento de los hijos
del faraón como sumos sacerdotes en Tebas, y de otros hombres del faraón para
ocupar altos cargos, no frenó la tendencia; lo primero incluso fomentó la
descentralización; y en el caso segundo, el propio principio de herencia pronto
se reafirmaría.
Los efectos
de esta práctica se ven claro en Tebas donde las inscripciones genealógicas de
objetos funerarios y estatuas de los templos muestran el declive de puestos
importantes en la administración y en el sacerdocio tras muchas generaciones de
familias locales. La aparición en genealogías de la frase mi nen (el de igual
título) antepuesta a los nombres de ancestros, es una clara indicación de que
el traspaso de cargos a sucesivas generaciones era ya cosa corriente. Estas
familias reforzaban sus propias posiciones mediante casamientos con miembros de
otros clanes que también ostentaban cargos creando así élites locales poderosas
que controlaban los centros provinciales. Funcionarios de gobiernos centralizados
tales como los visires y supervisores del tesoro y graneros, quienes en el
Imperio Nuevo habrían supuesto un impedimento a la independencia de las
provincias, ahora sólo ejercían una influencia local, o, como es el caso de los
visires del sur, ellos mismos eran miembros de la dominante aristocracia
provincial.
Bajo estas
condiciones, la independencia de los centros regionales y la aparición de
dinastía colaterales era virtualmente inevitable. El proceso de
descentralización estuvo más marcado en el Delta. Allí, varios centros
provinciales quedaron bajo el control de caudillos libios, y algunos de ellos,
en especial Sais y Leontópolis, eventualmente eclipsarían la preeminencia de la
Dinastía XXII, cuya esfera de influencia se vería finalmente reducida a una
pequeña zona concentrada en los alrededores de Tanis y Bubastis. La situación
en el Alto Egipto era análoga, aunque esta parte del país retuvo una mayor
cohesión territorial que el norte. Tebas fue predominante durante todo el
período, cuya importancia se fundaba en su estatus como el principal centro de
culto a Amón, y en ser el centro de la élite local más poderosa.
La actitud
de los faraones ante esta progresiva fragmentación tiene una importancia clave.
En el Primer Período Intermedio y en el Segundo, la división del poder en
Egipto entre dos o más soberanos se consideraba totalmente inaceptable; en el
Tercer Período, sin embargo, la descentralización no se consideraba siempre de
forma negativa. Los nombramientos a largo plazo de parientes reales para ocupar
puestos de poder y los matrimonios de gobernadores provinciales importantes con
las hijas de los faraones pueden verse como medidas para reforzar la autoridad
real; no obstante, ambas produjeron el efecto contrario, fomentando la
descentralización al reforzar la base de poder de los gobernantes locales. Se
ha sugerido, incluso, que el faraón Sheshonq (825-773 a.C.), preocupado por el
declive de autoridad de la Dinastía XXII, habría intencionadamente establecido
una línea real colateral, la Dinastía XXIII, como forma de mantener una medida
de control sobre la élite de provincias.
Esto es muy
cuestionable a la vista del debatible estatus de la Dinastía XXIII. Una imagen
más clara surge si se acepta que la descentralización no sólo se admitió, sino
que se institucionalizó como forma de gobierno. El cuadro político que emerge
conforme avanza el Tercer Período Intermedio es, pues, el de una federación de
gobernantes semi-autónomos, nominalmente sujetos - y con frecuencia afines - a
un soberano como cabeza suprema. Esto es, quizás, una muestra del impacto de la
presencia libia en la Administración, ya que dicho sistema resulta coherente
con las pautas de gobierno de una sociedad semi-nómada como la de ellos. A
favor de esta interpretación cabría señalar que, a pesar de la abundancia de
incidentes militares y del fortalecimiento de los asentamientos durante este
período, las referencias explícitas a conflictos internos son limitadas, y no
deben interpretarse como síntomas de un desplazamiento hacia la anarquía.
Una
consideración de la geografía política de Egipto durante el Tercer Período
Intermedio nos revela indicios de una divisoria norte-sur. El control del norte
estaba casi totalmente en manos de los libios. Su afluencia fue crucial para el
asentamiento y cultivo del Delta: los Meshwesh ocuparon las principales
ciudades d las zonas centro y este (Mendes, Bubastis, Tanis). La principal
afluencia de los Libu quizás fue posterior a la de los Meshwesh, de ahí que se
asentasen en la menos rentable franja occidental; en las inmediaciones de Imau.
Finalmente acabarían fundando la dinastía se Sais.
A otro
grupo, los Mahasun, se les localiza hacia el sur. La distribución cronológica y
espacial de las “estelas de donaciones” refleja, quizás, la utilización progresiva
de tierra cultivable, empezando desde los extremos oriental y occidental del
Delta hacia el centro, como áreas sin cultivo ni ocupación previa. El estatus
semi-autónomo de centros tales como Bubastis, Mendes, Sebennytos, y Diospolis,
probablemente se estableció durante la fase inicial del asentamiento libio y se
mantuvo durante los siglos sucesivos.
El Alto
Egipto estaba menos fragmentado que el Delta. Mientras que centros como
Hermópolis, Heracleópolis, el-Hiba y Abydos eran importantes, Tebas mantenía su
estatus preeminente durante todo el Tercer Período Intermedio. La resistencia
del sur a la imposición de control desde l norte fue un hecho recurrente desde
el siglo décimo al octavo a.C. con Tebas y sus funcionarios haciendo el papel
de líderes. Ya había muestras de ello hacia finales de la Dinastía XXII; en
inscripciones talladas a principios de su reinado, Sheshonq I figura con el
título de “Jefe del Ma” más que como
faraón. Por consiguiente, el derecho al puesto de Sumo Sacerdote de Amón se
convirtió en una importante causa de contienda.
Las
aspiraciones al pontificado del príncipe Osorkon, hijo de Takelot II, provocó
un rechazo feroz, con los tebanos que preferían reconocer la autoridad de los
soberanos de la Dinastía XXIII, Pedubastis I y Iuput I, y por consiguiente a
Osorkon III y sus sucesores, antes que a los faraones de Tanis. Aún después,
los gobernantes del sur harían una alianza con los monarcas de Kush; es más,
tan tarde como los primeros años de Psamtek I (664-610 a.C.), de Sais.
Bajo la
divisoria política norte-sur había una división étnica. La evidencia de
nombres, títulos, y genealogías nos revela a la población del norte como
predominantemente libia, y a la del sur como egipcia. Estas reflexiones pueden
también detectarse en la cultura del material. Después del Imperio Nuevo, la
evolución de la escritura hierática utilizada en documentos comerciales produjo
dos formas divergentes: demótica en el norte y hierática “anormal” en Tebas;
indicación de una ruptura de las tradiciones del Imperio Nuevo; los escribas
del período libio empleaban construcciones gramaticales y deletreos fonéticos
que reflejaban el uso corriente más que la tradición, y le escritura hierática
se iba utilizando más en vez de los jeroglíficos en las inscripciones de los
monumentos. Estas situaciones, especialmente la última, son más propias del
norte, y pueden ser el reflejo de una falta de preocupación de los libios por
la tradición para aferrarse a un idioma desconocido.
La Ideología de la Corona
La
subordinación del gobernante temporal a Amón, aspecto clave de la teocracia,
pudo haberse ofrecido ella misma a los gobernantes libios de la Dinastía XXI
como medio políticamente oportuno de asegurarse la aprobación divina al nuevo
régimen. Como se mencionó en el Capítulo 10, la relación entre Amón y el faraón
cambió durante finales del Imperio Nuevo. Con el establecimiento de la
teocracia en la Dinastía XXI, la independencia política del faraón alcanzó su
nivel más bajo, y su autoridad ejecutiva apenas excedía la de los Sumos
Sacerdotes. De hecho, mientras tres de los pontífices tebanos adoptaban títulos
reales, el faraón Psusenes I también aparece como Sumo Sacerdote de Amón,
indicaciones de que los cargos se iban equiparando más que lo habían hecho
nunca.
La
apropiación tebana de atributos reales estaba restringida ya que, si bien a
Herihor y Pinudjem I se les representaba con prerrogativas reales (igualdad de
estatura con los dioses), adornados con indumentaria real, y con su nombres en
cartuchos), a Herihor se le mostraba así sólo en los relieves de templos y en
los papiros funerarios de su esposa Nodjmet, mientras que su prenombre real es
de un mero título de Sumo Sacerdote de Amón. El comandante Menkheperra, hijo de
Pinudjem I, sólo utilizaba cartuchos ocasionalmente y en cierta ocasión se le
representó con vestimenta real. Solamente Pinudjem I hacía ostentación de
mayores pretensiones de un estatus faraónico y sería enterrado con honores
reales.
La
esporádica monarquía puede que se asumiese por razones de culto: puesto que el
faraón era el punto de contacto entre el mundo de los mortales y el de los
dioses, un estado prácticamente independiente como el del Alto Egipto exigía
alguien que jugase ese papel.
Para
principios de la Dinastía XXII, los libios estaban ya firmemente atrincherados
en el poder, de ahí que el carácter teocrático del gobierno bajo de tono.
Sheshonq I y sus sucesores volvieron a enfatizar la autoridad del faraón, pero,
cuando ésta se debilitó después del 850 a.C. aproximadamente, serían primero
los Sumos Sacerdotes de Tebas, y con posterioridad las “las esposas divinas de Amón”, más que el propio Amón, quienes
esgrimirían el poder.
A lo largo
de los siglos once al octavo a.C., los dirigentes libios hicieron uso de muchas
de las manifestaciones externas del reinado faraónico tradicional como forma de
hacer valer su estatus de auténticos faraones egipcios. Se les representaba con
vestimenta faraónica, y su quíntuple titulatura completa; la figura del faraón
golpeando a sus enemigos ante Amón (testimoniado por Siamun y Sheshonq I),
símbolo del tradicional rol de preservación del maat (el universo ordenado)
mediante la derrota de los enemigos de Egipto; y la recuperación del
Festival-sed, los vinculaba con los gobernantes de pasadas generaciones. El
Festival-sed celebrado en Bubastis en el año 22 de Osorkon II (870-850 a.C.)
aparece conmemorado en relieves en el gran pórtico de entrada de granito rojo,
que muestran, con reproducciones en forma de ceremonias, una gran observancia
de la tradición antigua.
Con el fin
de dotar al mandato de extranjeros de una mayor legitimidad, la ideología real
se desarrolló siguiendo unos criterios cuidadosamente seleccionados. Uno de
ellos consistía en la frecuente asimilación del faraón al Niño Horus, hijo de
Osiris e Isis, a la que se alude en las titulaturas de algunos faraones libios
desde Sheshonq I en adelante, y que tiene un paralelismo en las
representaciones del faraón como un niño amamantado por una diosa. Estos
fenómenos sin duda estaban encaminados a reconciliar a la población autóctona
con el mandato extranjero; los hyksos, los persas y lo ptolomeos, todos ellos
consideraron útil dicha asimilación policía. Aunque, como ya se ha visto antes,
los libios nunca se “egipticionarían” totalmente y, a pesar de sus galas faraónicas,
sus soberanos preferirían patrones de gobierno diferentes a los de sus
precursores del Imperio Nuevo.
Un ejemplo
claro de ellos es la aparente tolerancia libia a tener dos o más “faraones”
simultáneamente, cada uno de ellos titulado “Faraón del Alto y Bajo Egipto”,
independientemente de sus esferas reales de influencia. Esta no es la única
indicación de que los libios habían adoptado los adornos reales sin entender
por completo su significado; en el Imperio Nueva se daba una gran importancia
al contenido de la titulatura real, que era diferente para cada faraón y
reflejaba un programa de reinado cuidadosamente creado. Las titulaturas de los
soberanos libios, no obstante, se caracterizaban por la monótona repetición de
prenombres y epítetos reales que con frecuencia dificultan la correcta
atribución de monumentos reales de este período.
No sólo es
más difícil distinguir un faraón de otro sino que, además, un desenfoque en la
distinción entre un faraón y sus súbditos. La estructura de poder en Egipto hacia
730 a.C., como nos revela la “estela de la victoria” de Piy, nos muestra a
cabecillas de los Meshwesh en posiciones equiparables a las de reyes, aunque
sin titulaturas reales., Unas décadas más tarde, hacia finales del dominio
kushita, los registros asirios El Cilindro Rassam) revelan una situación
comparable, con todos los gobernadores agrupados juntos independientemente de
sus títulos. Estos incluyen a un “faraón”
(Nekau I (672-664 a.C.)), a un “Gran Jefe”, a un gobernador, y a un visir.
La pérdida del
extraordinario estatus del faraón se manifiesta de diferentes formas: En el
Arte, los personajes no reales se representan realizando actos anteriormente
reservados para faraón; a un jefe libio se le representa en una estatuilla de
rodillas con ofrendas al dios; un relieve nos muestra a otro jefe consagrando a
los dioses de Mendes “trozos escogidos” de carne en un altar; un Sumo Sacerdote
de Amón y un sacerdote de menor rango ofrecen en una estela una imagen de maat.
El mismo
fenómeno se ve reflejado en fuentes económicas, en especial en las “estelas de
donación”. En el Imperio Nuevo tales donaciones sólo las realizaba el faraón;
en el Tercer Período Intermedio numerosas estelas registran donaciones a
templos, y, mientras el donante es en ocasiones el faraón, en la mayoría de los
casos se trata de un jefe libio o una persona privada.
Incluso los
nombres de personas pueden ser reveladores: Ankh-Pediese, mencionado en una
estela del Serapeum como nieto del Jefe Supremo de los Meshwesh, Pediese, tiene
un nombre que significa “Larga Vida a Pediese”, un recuerdo a un jefe libio en
un contexto en el que normalmente sólo se usa un nombre real, como es el caso
del propio faraón o de la esposa divina de Amón. Quizás lo más destacable de
todo sea la intrusión de miembros del séquito real en el lugar de enterramiento
de sus señores; el entierro del General Wendjebauendjed en una cámara de la
tumba del faraón Psusenes I, en Tanis, habría sido impensable en el Imperio
Nuevo, mientras que ahora la figura del faraón era más la de un señor feudal,
sustentado por una red de parientes y secuaces cuyos lazos con su Amo destacan
incluso en la tumba.
Los Militares en el Período Libio
Terminado
el Imperio Nuevo, el poder de los militares se convirtió en una importante
fuente de autoridad en Egipto; más que el control de la burocracia. El nuevo
orden lo establecieron los jefes militares, y los gobernantes de la
principalidad del sur a lo largo de toda la Dinastía XXI eran, en su mayoría,
militares. Los nombramientos de los soberanos de la Dinastía XXII aseguraban
que los gobernadores de provincia fuesen jefes militares, y el hecho de que
estos títulos no fuesen meramente honoríficos se demuestra por referencias a
fortalezas y guarniciones bajo su mando.
La
construcción de fortalezas constituye una de las actividades mejor documentadas
del período. Pocas de ellas han sido testimoniadas arqueológicamente por
algunos vestigios, pero la ubicación de muchas de ellas es conocida por restos
de ladrillos estampados con nombres de localidades. Esta evidencia muestra que
toda una serie de fortalezas se construyeron en el Alto Egipto durante la
Dinastía XXI; muy especialmente bajo Pinudjem I y Menkheperra. Hubo una
concentración especial de estas instalaciones en el margen este de El Nilo al norte
del Egipto Medio: en el-Hiba, Sheikh Mubarek, y Tehna (Akoris). Desde estos
baluartes se mantenía una estrecha vigilancia del tráfico en el río Nilo, y se
podía aplastar cualquier insurrección.
El-Hiba era
algo más que un puesto de observación y de guarnición. Era un fuerte fronterizo
y la sede en el norte de de los soberanos del Alto Egipto durante la Dinastía
XXI. Cartas en papiro de la época en las que se mencionan a los generales
Piankh y Masaharta se han encontrado allí, y los papiros con composiciones
literarias Wenamun y el Cuento de Woe, así como el Onomasticon de Amenemope,
proceden probablemente de la misma vecindad. El lugar continuó funcionando como
un importante cuartel general militar durante la Dinastía XXII; allí construyó
un templo Sheshonq I con aditamentos de Osorkon I. Incluso después, el lugar se
utilizaría como base operacional por el príncipe Osorkon en su conflicto con
sus oponentes tebanos.
También
parece que los asentamientos civiles acabarían adquiriendo el carácter de
bastiones militares durante el Tercer Período Intermedio. La administración del
margen occidental tebano encontró refugio en el recinto fortificado del templo
de Medinet Habu durante los problemas de finales del Imperio Nuevo, y
aparentemente permanecería siendo residencia de los Sumos Sacerdotes durante la
Dinastía XXI. Tampoco sería éste un caso aislado. El relato de la campaña de
Piy hacia 730 a.C. muestra que ciudades como Hermópolis y Menfis estaban
fortificadas y eran lo suficientemente fuertes como para resistir un asedio.
Evidentemente, el estilo de vida del egipcio había tomado un cariz
habitualmente defensivo.
La fuerte
concentración de tropas a lo largo de El Nilo pudo haber tenido sus orígenes en
la determinación de los jefes libios de imponer su dominio sobre Egipto. Esto,
unido a la bien documentada resistencia de Tebas al control exterior,
probablemente justifique la ubicación de las fortalezas de la Dinastía XXI en
lugares tan al sur como Qus y Gebelein donde raramente habrían servido para
defenderse de algún ataque desde fuera del Valle del Nilo. Durante el reinado
de Pinudjem I tuvo lugar una rebelión en la región tebana pero su naturaleza es
más bien oscura. Es cierto que sólo se conoce por la estela colocada por el
Sumo Sacerdote Menkheperra en conmemoración del indulto de algunos villanos y
su regreso de los oasis donde habrían sido exiliados como castigo. Los
conflictos del Príncipe Osorkon con los rebeldes tebanos más de un siglo
después ponen en evidencia la continua necesidad del poder militar para
mantener la autoridad en la zona.
La
relativamente poco emprendedora política exterior de los gobernantes de Egipto
durante el Tercer Período Intermedio puede verse como el resultado lógico de su
situación interna. Con un régimen progresivamente descentralizado, y con una
parte importante de la fuerza militar dedicada a mantener el orden en Egipto,
no parece que fuese viable conseguir una concentración del esfuerzo militar y
unos recursos económicos necesarios para propiciar una sólida política de expansión
en el exterior.
Economía y Control de Recursos en las Dinastías XXI
a XXIV
El período
que abarca la Dinastía XXI a la XXIV destaca por la escasez de monumentos
reales de piedra a gran escala similares a los construidos durante el Imperio
Nuevo. Con la única excepción de los de Tanis, la construcción de edificios
reales se limitaba a ampliaciones menores y reparaciones en construcciones
existentes. Este reducido nivel de actividad coincide con un reciclaje intenso
de monumentos y materiales; fenómeno particularmente obvio en Tanis donde mucho
de los trabajos en piedra – bloques, columnas, obeliscos, estatuas – se
trajeron de Piramesse u otros yacimientos, y se volvieron a inscribir, o
simplemente a levantar, sin modificaciones. Puestos a comparar con productos de
otros períodos, estos factores podrían considerarse como síntomas de una
economía débil.
Ciertamente
no hay duda alguna de que el Tercer Período Intermedio se iniciase en un
momento de estrés económico, y que, hasta donde se puede discernir, los
ingresos provenientes del Levante Oriental y del África Interior se verían muy
reducidos durante este período en comparación con lo que se disponía durante el
Imperio Nuevo.
Existe, no
obstante, un número de señales indicativas de que la economía de Egipto no se
mantuvo seriamente debilitada durante todo este período. La poco ambiciosa
naturaleza de los proyectos de construcción reales y la alta dependencia de la
utilización de materiales usados en el tercer Período Intermedio posiblemente
se podría explicar debido al estado fragmentado del país. Carente de una
administración centralizada bajo un único gobernante, no era ya posible
administrar los recursos de forma eficiente, o movilizar mano de obra de forma
masiva como la empleada en la construcción de las pirámides de Menfis o en los
templos de Karnak. Es significativo que la relativamente corta fase de un
gobierno fuerte – los reinados de Sheshonq I a Osorkon II – coincidiesen con la
construcción de algunos de los monumentos reales más sobresalientes: el
Bubastite Portal, en Karnak, y el “salón
del festival” de Osorkon II, en Bubastis.
En cuanto
al estado de la economía agrícola del período, la información de que se dispone
es muy limitada. Algunos papiros (incluyendo el Papiro de Reinhardt), y las estelas
de donación, constituyen las únicas fuentes. Estas últimas, no obstante, son
muy interesantes; la mayoría datan de las Dinastías XXII y XXIII, y registran
la asignación de tierras a los templos encaminadas a establecer donaciones para
los cultos funerarios. La mayoría de estas estelas encontradas en el norte
indican que la productividad de los terrenos agrícolas era suficiente para
obtener un excedente para utilizar para dichos fines. Como ya se ha visto, la
distribución de estas estelas también apunta a que importantes zonas del Delta
Occidental y Central se habrían recién dedicado al cultivo.
También hay
evidencia de que existían otras formas de riqueza. Los objetos de
enterramientos encontrados en las tumbas reales de Tanis incluían importantes
cantidades de oro y plata, mientras que una inscripción en Bubastis que
registra la dedicación del faraón Osorkon I de estatuas y utensilios de culto a
los templos egipcios, registra el equivalente a 391 toneladas de objetos de oro
y plata; todo ello llevado a cabo durante los primeros cuatro años de su
reinado. Se postula, que una parte de ello podría ser parte de saqueos
procedentes de la campaña palestina llevada a cabo años en años anteriores por
el faraón Sheshonq I, mientras que otra podría provenir de material reciclado
extraído de tumbas del Imperio Nuevo. No obstante, una economía en la que tanta
riqueza pudiese ser neutralizada económicamente mediante la consagración de
deidades, sólo podría tratarse de una que fuese boyante.
El
reciclaje de recursos sin duda jugaba un papel importante en mantener llenos
los cofres estatales. Esta quizás fuese la principal razón – más que la piadosa
consideración hacia el fallecido – del desmantelamiento de los enterramientos
reales del Imperio Nuevo en Tebas durante la Dinastía XXI. Las momias de los
faraones y de sus esposas y familiares se sacaban de sus tumbas despojadas de
casi todos los objetos de valor, y se enterraban de nuevo en grupos, en
escondrijos de fácil acceso y custodia. Los legajos hieráticos en ataúdes y
mortajas que registran tales hechos muestran que se llevaban a cabo con la
autorización de los generales que gobernaban mientras centenares de grafitis
rupestres realizados por el escriba de la necrópolis Butehamun y sus colegas
dan testimonio del sistemático rastreo y eventual limpieza de viejas tumba.
Mucho
material precioso indudablemente se derretiría para ser usado de nuevo, pero
parece que algunos objetos habrían sido apropiados para su utilización en los
enterramientos de los reyes tinitas; los pectorales encontrados en la momia del
faraón Psusennes I tienen un gran parecido con ejemplares del Imperio Nuevo
tales como los de la tumba de Tutankamón, y hay indicios de alteración de
nombres en algunos cartuchos. Objetos de un tamaño respetable también serían
reciclados. Un sarcófago de granito se extrajo de la tumba del faraón Merenptah
y se trasladó hasta Tanis para su posterior reinscripción y uso en el
enterramiento de Psusennes I. Los ataúdes de madera de Tutmosis I fueron
restaurados y utilizados de nuevo para albergar la momia del faraón Pinudjem I.
En este
caso, el mero thrift pudo haber sido de menor importancia para Pinudjem I que
la oportunidad que se le brindaba de que se le asociase directamente con uno de
los grandes faraones del pasado de Egipto aportando así soporte ideológico a su
poca ortodoxa reivindicación al estatus faraónico. Curiosamente, lo que
empezaría como una prerrogativa sólo de los gobernantes tebanos ponto se
extendería; en la Dinastía XXI una alta proporción de ataúdes usados para
enterramientos en Tebas fueron reinscritos y vueltos a usar poco después del
enterramiento original – probablemente de forma ilícita: un legajo escrito en
un ataúd en el Museo Británico registra su restauración a su verdadero dueño
después de que se hubiesen cogido a trabajadores de la necrópolis en el acto de
usurpación.
El Tercer Periodo Intermedio de Egipto
El Tercer
periodo intermedio de Egipto transcurre de c. 1070 a 650 a. C. Hacia
el siglo XI a. C., Egipto se vio dividido en dos unidades políticas,
una dirigida desde Tanis, en el Bajo Egipto, y otra desde Tebas, en el Alto
Egipto. Ambas eran gobernadas por dinastías de origen libio. Si bien eran
independientes entre sí, y en muchos casos rivales, los gobernantes tebanos
sólo ostentaban el título de Sumo sacerdote de Amón.
Tanis, la
capital de la dinastía del norte, estaba próxima a la ciudad de Avaris, la
capital de los hicsos y la Pi-Ramsés de los Ramésidas (excavada por arqueólogos
austriacos dirigidos por Manfred Bietak).
Se
considera, generalmente, que este período incluye desde las dinastías libias
hasta la caída de la dinastía XXV, originaria de Kush (Nubia), en el siglo
VII a. C.
Reinando Ramsés
XI, hacia 1070 a. C., Herihor, que era el jefe del
ejército, chaty del Alto Egipto, virrey
de Nubia y Sumo sacerdote de Amón, se autoproclamó rey de Egipto
en Tebas, aunque sólo tuvo influencia sobre su región. A la
vez, Esmendes, chaty del Bajo Egipto, el delta del Nilo, inició
un segundo linaje de gobernantes, con capital en Tanis. Esta familia de
mandatarios fue denominada por Manetón la dinastía XXI.
Estatuilla del Tercer periodo intermedio
de Egipto. Louvre.
En esta
época los israelitas, dirigidos por David, finalizan la disputa con Siria,
derrotan a los filisteos, someten a las pequeñas naciones vecinas y fundan
un imperio israelita que llegaría desde la península del Sinaí hasta
el norte del río Éufrates, incluyendo casi toda la costa oriental
del mar Mediterráneo.
Faraones de la dinastía XXI en Tanis
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