La cultura del antiguo
Egipto está repleta de mitología,
con la que se intentaba dar explicación a los sucesos que ocurrían y que eran difíciles
de explicar; se relata el porqué de la muerte, las enfermedades, las cosechas,
entre otros. Dicha cultura nos legó una cantidad innumerables de símbolos, cuyos
significados son muy interesantes y nos ayudarán a conocer un poco más sobre
las creencias y pensamientos de los habitantes del antiguo Egipto.
Símbolos egipcios:
Akhet: representa el horizonte
por donde el sol sale y se esconde (amanecer y atardecer), esta acción del sol
era resguardada por el dios Aker y luego por el dios Harmakhet.
Ankh: es el símbolo de la vida eterna, el
aliento de los dioses que aseguraba una vida después de la muerte.
Jarras canópicas: en estos jarrones eran
contenidos los órganos que se les extraían a los cadáveres durante el proceso
de la momificación; las tapas de los jarrones eran representadas por formas de
cabezas de animal o humanas que evocaban a los cuatro hijos de Horus.
Djed: representa la estabilidad y la fuerza,
era dibujado en la parte inferior del sarcófago para identificar a la persona
con el dios del inframundo.
Djew: Que significa montaña, el símbolo
sugiere dos picos en el valle del Nilo en el centro. Los egipcios creían que
había una gran montaña cósmica que sostenía el cielo. Esta montaña tenía dos
picos, el pico occidental se llamaba Manu, mientras que el pico del este fue
llamado Bakhu. Era en estos picos donde el cielo descansaba. Cada pico de esta
cadena montañosa era custodiado por una deidad león, cuyo trabajo era proteger
al sol, cuando salía y cuando se ponía. La montaña también fue un símbolo de la
mayoría de las tumbas egipcias se encontraban en la zona montañosa que bordea
el valle del Nilo. En algunos textos, nos encontramos con Anubis, el Guardian
de la tumba que se conoce como "El que está sobre su montaña." A
veces nos encontramos con Hathor tomando los atributos de una deidad de la vida
futura, en este momento se le llama "Señora de la necrópolis". Se
representa como una cabeza de una vaca que sobresale de una montaña.
Pluma o Maat: indica la verdad,
justicia, moralidad y balance; era responsabilidad del Faraón el cuidado de la
Maat.
Mayal y Crook: era el símbolo de la
realeza, la majestad y el dominio.
Ieb: representa al corazón; los egipcios
pensaban que el corazón era el centro de toda la conciencia, el centro de la
vida. Cuando alguien moría se decía que su corazón había partido, por lo tanto
era el único órgano que no se removía del cuerpo para la momificación.
Ka: es el alma o espíritu, el alma existe
desde el momento que la persona nace; al morir el alma permanecía en el cuerpo,
por lo que para honrarla y evitar su furia; se le ofrecía bebida y comida como
homenaje.
Ra: representa al sol, que era el elemento
primordial en la vida diaria de los egipcios, y como tal ha sido plasmado en
diversos elementos, asociado a varios dioses y a la vida.
Escarabajo: es un elemento que se ve
en muchas pinturas y esculturas, implica una relación directa con el sol, pues
se creía que el comportamiento que exhibían los escarabajos se podía equiparar
al del sol, ya que éste “rodaba por el cielo” y estimulaba la “creación
espontánea”.
Sesen: es una flor de loto que simboliza al sol, la creación y el
renacimiento; Una flor de loto. Este es un
símbolo del sol, de la creación y el renacimiento. Porque por la noche la flor
se cierra y se hunde bajo el agua, al amanecer se levanta y abre de nuevo. De
acuerdo con un mito de la creación era un loto gigante que surgió por primera a
partir del caos acuático al principio de los tiempos. Desde este loto gigante
el mismo sol salió primer día. Un símbolo del Alto Egipto
She: es el dibujo de una piscina que
representa al agua. Este elemento era de suma importancia en la vida diaria de
los egipcios, pues al vivir en el desierto, dependían del agua para las
cosechas; y si además, se poseía una piscina en la casa era símbolo de
opulencia.
Shen
Una cuerda que no tiene principio ni fin y que
simboliza la eternidad. El disco del sol se representa normalmente en el centro
de la misma. El shen también parece ser un símbolo de protección. Muchas veces
se ve aferrado a las deidades en forma de ave, Horus, el halcón, el buitre Mut.
Cierne sobre la cabeza de los faraones con sus alas extendidas en un gesto de
protección. La palabra shen viene de la palabra "SHENU", que
significa "rodear", y en su forma alargada se convierte en el
cartucho que rodeaba el nombre del rey.
Shenu
Más conocido comúnmente como cartuchera. La forma representa un lazo de cuerda
en el cual está escrito un nombre. Un protector de ese nombre.
Sema
Ésta es una representación de los pulmones unido a la tráquea. Como un jeroglífico este símbolo representa la unificación del Alto y Bajo Egipto. Otros símbolos son añadidos a menudo para ilustrar mejor la unificación.
Ésta es una representación de los pulmones unido a la tráquea. Como un jeroglífico este símbolo representa la unificación del Alto y Bajo Egipto. Otros símbolos son añadidos a menudo para ilustrar mejor la unificación.
Disco
Solar Con Alas
Tiet
El origen exacto de este símbolo es desconocido.
En muchos aspectos se asemeja a un ankh, excepto por la curva de los brazos
hacia abajo. Su significado es también una reminiscencia del ankh, que a menudo
se traduce en el sentido de bienestar o de la vida. Ya en la tercera dinastía
se encuentra el Tiet, se utiliza como decoración cuando aparece tanto el ankh y
el djed en la columna, y más tarde con lo que fue el cetro. El Tiet está
asociado con Isis, y es a menudo llamado "el nudo de Isis" o "la
sangre de Isis". Parece ser que se llama "el nudo de Isis"
porque se asemeja a un nudo que se usaba para asegurar las prendas que llevaban
los dioses. El significado de "la sangre de Isis" es más oscuro, pero
se utilizaba a menudo como un amuleto funerario hecho de una piedra roja o de
cristal. En el último período de la señal se asoció con las diosas Neftis,
Hathor y Nut, así como con Isis. En todos estos casos parece que representan
las ideas de la resurrección y la vida eterna.
Khet
Este símbolo representa una lámpara o un brasero
en una posición desde la que surge una llama. El fuego fue incorporado al sol y
su símbolo es el uraeus el cual escupe fuego. El fuego también juega un papel
importante en el concepto egipcio del inframundo. Hay un aspecto terrible de
los infiernos, que es similar al concepto que tiene los cristianos del
infierno. A La mayoría de los egipcios les gustaría evitar este lugar, con sus
lagos y ríos de fuego que están habitados por los demonios de fuego.
Was
Este es el símbolo del poder y del dominio. El
cetro Was lo llevan las deidades como signo de su poder. También se ha visto
llevarlo a reys y más tarde a la gente de menor estatus en las escenas
funerarias.
Nebu
Este símbolo representa el oro, que era considerado un metal divino, se pensaba que era la carne de los dioses. Su superficie pulida estaba relacionada con el brillo del sol. El oro fue importante para la vida futura, ya que representa los aspectos de la inmortalidad. En el Imperio Nuevo, la cámara de entierro real se llamó la "Casa de Oro".
Este símbolo representa el oro, que era considerado un metal divino, se pensaba que era la carne de los dioses. Su superficie pulida estaba relacionada con el brillo del sol. El oro fue importante para la vida futura, ya que representa los aspectos de la inmortalidad. En el Imperio Nuevo, la cámara de entierro real se llamó la "Casa de Oro".
Uraeus
La cobra es el emblema del Bajo Egipto. Se asociaba
al Rey y al Reino del Bajo Egipto. Está asociada al sol y con muchas deidades.
La cobra representa el "ojo de fuego de Re", en la que se pueden ver
dos uraeis a ambos lados de un disco solar alado. Empezando en el Reino Medio
los uraes aparecen como símbolo usado en la corona o penacho de la realeza. Era
usado como símbolo protector, los egipcios creían que la cobra podía tirar
fuego a sus enemigos.
Estos son los símbolos básicos de la
cultura egipcia, estos significados están inmersos en su mitología; en próximas
entradas veremos un poco de la mitología egipcia.
La abeja tuvo una notable importancia y de ellas conocieron y
explotaron: la miel y la cera.
Aunque podemos observar abejas en las etiquetas de jarras de
aceite tinitas, las escenas de apicultura, aunque no frecuentes, no se conocen
hasta el reinado de Nyuserra (Dinastía V), continuando en la calzada del rey
Unas (Dinastía V) pese a que presumiblemente dicha actividad se desarrolló
desde el Neolítico. A partir del Reino Nuevo conocemos algunas escenas donde
también se refleja esta actividad; tal es el caso de Amenhotep (TT73) y Pasaba,
(TT279) Jefe Administrador de
la Esposa del Dios en tiempos de Psamétiko I en Assasif (Tebas
Oeste). Pero otras tumbas nos ofrecen mayor información ya que por ejemplo en
Rejmira (TT 100) Visir de
Thutmose III,se observa claramente como se extraía y se preparaban la miel, y
en otras (TT 69, 92, 93, 100, 101, 131, 155, 277, 305, A5) como la transportan
u ofrendan.
Las sustancias que se obtenían del panal tenían un valor muy importante en
medicina, cosmética, etc., y por ello fueron relacionadas con lo divino. Tanto
la cera como la miel eran los únicos elementos conocidos por los egipcios cuya
creación tenía lugar directamente por la intervención mágica de estos insectos,
asociados a Ra en el proceso de la creación y, consecuentemente, ligada a la
concepción solar. Tanto es así que en el Papiro de Bulak III, las lágrimas
vertidas por Ra y provocadas por la maldad de los hombres que él mismo había creado,
se convirtieron en abejas.
Desde la dinastía I, la abeja formó parte de uno de los cinco
nombres del rey (nesut-bity)
que ha venido traduciéndose como "el de la Caña y la Abeja". En este
caso, la abeja es la representante del Bajo Egipto (el Norte) mientras que la
caña lo es del Alto Egipto (el Sur). Este título aparece desde periodos muy
tempranos.
La abeja fue también el emblema de la diosa Neith en la ciudad de Sais. De
hecho su templo local se denominaba "La Casa de la Abeja". Por otro
lado es evidente la importancia de las abejas en el culto al dios Min, ya que
algunos de sus sacerdotes llevan títulos relacionados con la miel y las abejas.
En Egipto había varias clases de acacias, algunas con espinas.
Todas ellas tienen una madera dura y por ello se relacionaban con la vida
eterna y el renacimiento. De ella se obtenía la goma arábiga pero también pudo
utilizarse con fines médicos ya que de su fruto verde se obtiene una sustancia
astringente.
La acacia se menciona con mucha frecuencia en los textos egipcios
desde el Reino Antiguo y pronto se relacionó con la diosa Iusaas de Heliópolis,
Hathor, Nut y Sejmet, dándole un sentido solar.
Se entendía que la comunidad divina había nacido bajo este árbol y
que él decidía la vida y la muerte de los seres.
Parece que la acacia también se vinculó, de algún modo, con Osiris
y que en las representaciones donde se aprecia la tumba de este dios aparecen
plantados una serie de árboles que pudieran ser identificados con la acacia.
El empleo de aceite y sus aplicaciones se extiende en todas las
ramas de la vida egipcia, tanto de los vivos (en forma de combustible, perfume,
ungüentos o medicina) como en ceremonias funerarias o de culto divino donde se
unió a la reanimación mágica de difuntos. De hecho, los aceites rituales están
mencionados en todos los ritos religiosos. Cuando su uso se relacionaba con la
cosmética podía aderezarse macerando el aceite con ciertas hierbas aromáticas.
El de cedro fue uno de los más importantes tanto en el proceso de
la momificación, como en los funerales. Se creía que esta sustancia actuaba
como aglutinante de los miembros y de sus huesos y que devolvía a la carne la
flexibilidad evitando su putrefacción tras la muerte. De este modo con el
aceite se conseguía que el difunto experimentara un rejuvenecimiento, volviendo
a tener el mismo aspecto (o incluso mejor) que tuvo en vida.
El aceite sagrado estaba equiparado con el ojo Udyat. Tanto el brillo del aceite como sus
cualidades de rejuvenecimiento se relacionaban con la capacidad de protección
contra cualquier fuerza del mal que quisieran acosar al difunto tras la muerte
y con la sanación.
En la ceremonia de la "Apertura de la Boca" se usaban una serie de
aceites mágicos (diez, según alguna versión) con los que se ungía al difunto,
"Yo te aplico ungüentos
para que aten tus huesos, para que unan tu carne, para que diluyan tus
supuraciones." Los distintos aceites se colocaban sobre unas
planchas de piedra incisas con pequeños huecos redondos donde se colocaba una
pequeña cantidad. Sobre éstas una línea de escritura jeroglífica indicaba el
nombre de cada uno de ellos.
El agua como elemento básico de subsistencia humana, animal y
vegetal es un principio común en muchas culturas y aparece en mitos
relacionados con la creación puesto que según creían los egipcios, ésta existía
antes de la formación del mundo, el cosmos y los seres vivos y contenía el
germen de la vida.
Según entendieron los egipcios, el país renacía tras la crecida anual del río
Nilo al igual que el mundo había emergido de este abismo primordial, en forma
de una colina de tierra primigenia cuando surgió desde las profundidades del
caos. En ella se había manifestado la vida gracias a la intervención de un dios
creador. Este caos primigenio, el dios Nun, se entendió como un lugar
adimensional, un emplazamiento sin espacio ni luz donde se encontraba el dios
primordial en un estado de no conciencia. En algún momento (y sin saber la
razón) esta entidad divina tomó conciencia de sí mismo y comenzando la creación;
separando las aguas del cielo (el cielo se interpretó como una gran masa de
agua), dio vida a los dioses y dejó un espacio para que habitaran todos los
seres orgánicos.
El agua fue símbolo de nacimiento, renacimiento y fecundidad. Por esta circunstancia
muchos templos en Egipto tenían un lago sagrado, donde los teólogos de los
diversos centros religiosos ubicaban el acontecimiento que hizo surgir el mundo
en la oscuridad de los tiempos y, en estos lugares, se repetía cada mañana este
misterio. De aquí recogían sacerdotes egipcios recogían agua para los rituales
de la mañana y realizaban las abluciones sagradas, para hacer desaparecer todo
la carga negativa puesto que tenía cualidades purificadoras.
El agua como potencial de vida y renacimiento fue interpretada como la entidad
que acogía a los difuntos y les otorgaba vida. Esta valoración queda bien clara
al interpretarse que los individuos ahogados se convertían en seres deificados
al entenderse que volvían al seno de las aguas que, por otra parte manaban de
la exudación de las heridas del dios Osiris.
En cuanto al agua de lluvia, parece ser que en Egipto tuvo un significado
especial. Al ser este un país seco con pocas precipitaciones anuales, se
considerada divina aunque en el caso de agua torrencial y devastadora, se
interpretó como perjudicial y en los templos grecorromanos se desviaba con una
pendiente en el techo que la desplazaba hacia el Sur por medio de unas gárgolas
con forma de león para aumentar el poder mágico y alejar el mal. Esta identificación
entre el agua de lluvia y el mal personificado por Seth se encuentra desde el
Reino Medio.
El río Nilo como representación del agua benefactora aparece bajo el aspecto de
un genio barrigudo con pechos colgantes (figura de fertilidad o genios Hapy)
que lleva en la mano las ofrendas de las provincias. Él es el "genio"
del río que discurre ordenadamente por el Valle y otorga a Egipto las puntuales
y oportunas crecidas anuales.
Las fuentes del río Nilo constituyeron una preocupación constante de la elucubración
teológica egipcia. Algunos mitos ubican su nacimiento en la profundidad de una
cueva (como ocurre con ríos en otras culturas) situada al Sur, en la isla de
Elefantina. Dicha caverna estaba guardada por el dios Jnum y por unas
serpientes protectoras. De allí manaba anualmente la beneficiosa crecida con la
que contaba el país y todos sus habitantes.
Una representación similar a la de los genios de fertilidad se encuentra en la
personalidad del dios Uady
o Uadyur ("El Gran Verde"), una entidad divina con aspecto humano y
de color verde que tiene su cuerpo cubierto de ondas de agua, pero esta vez
representan al mar. Los egipcios pensaban que además de los mares conocidos,
existía un mar subterráneo e incluso un río subterráneo paralelo e inferior donde
desaparecía el Sol al llegar la noche para hacer su periplo nocturno y
regenerarse, calentando el reino del Más Allá y a los difuntos que se
encontraban en él.
Los egipcios muestran en sus textos una preocupación constante
hacia el peligro de padecer sed tras la muerte. Por ello los egipcios se
hicieron enterrar con reproducciones de agua en maquetas, portadores y
relieves. Esto no es difícil de entender si tenemos en cuenta que el agua es
una fuente de vida y que sin ella pereceríamos sin dilación. Por otro lado los
conjuros para no pasar sed en el Más Allá, para no tener que beber orina,
sirven para expresar esta inquietud.
Como elemento mágico, el agua podía proporcionar la curación. De hecho en
Egipto conocemos una cantidad de estelas o estatuas cubiertas con inscripciones
mágicas. Normalmente tienen en la base un receptáculo para recuperar el agua
que se vertía sobre ellas. Ésta tenía ciertas cualidades para neutralizar el
veneno de animales ponzoñosos.
A menudo aparece simbolizada con símbolos Anj.
Un tipo de receptáculos para recoger agua fría de Nilo, procedente de la
crecida son las conocidas cantimploras que surgen a partir del siglo VII a.C.
En Egipto fue una entidad masculina, personificada por el dios
Shu.
Conscientes de que el aire era imprescindible para la vida; tras la muerte lo
hicieron representar con unas velas de barco hinchadas por el viendo, sujetas
en las manos del difunto, que simbolizaban el aliento que necesitaban para
subsistir.
El aire constituyó el elemento que separaba el caos, es decir el que dividió la
unión sexual entre la tierra (Gueb) y el cielo (Nut) para dejar un espacio
habitable donde pudieran vivir y respirar todos los seres orgánicos. También
podía manifestarse mediante dos deidades con cabeza de carnero que mantenían
los brazos en alto para sujetar a la diosa de la bóveda celeste, Nut.
Otra curiosa identificación es aquella que lo asocia con el Anj que, aunque fue un
símbolo del agua, en muchos casos se relaciona con este elemento. De hecho, a
menudo vemos este símbolo en manos de los dioses que lo aproximan a la nariz
del rey difunto para proporcionarle ese aliento vital.
AJ
El Aj era uno de los elementos que componían al hombre y a
los dioses (véase "Ba", "Ka", "nombre",
"sombra", energías "Heka" y "Sejem",
"corazón" y "cuerpo físico". Es precisamente bajo esta
forma como el difunto habitaba en el Más Allá.
Se representó con aspecto Ibis crestado, aunque también podemos encontrarle en
forma de Ushebti o de momia, acompañado del determinativo que identifica
esta ave. Es posible que en origen el ibis fuera el modo de expresar este
concepto y que más tarde cambiara para ser personificado por el otro motivo.
Parece que el Aj
guardaba cierta relación con la "luz", con un "ser luminoso
divino", con la "transfiguración" o, para ser más explícitos,
con un "espíritu transfigurado" y, en definitiva, con la sustancia
del alma humana, transfigurada en luz en contraste con la muerte. No obstante,
no estaba ligado al mundo de los vivos y sí al de los muertos y a las estrellas
ya que nadie podía convertirse en Aj
mientras vivía. La aparición del Aj
se producía el reunirse el Ka
y el Ba y coexistía con ellos.
De este modo, nos encontramos ante un principio luminoso que
podría compararse a una estrella y las estrellas se entienden como formas de
vida divina en el Más Allá: las estrellas circumpolares que nunca desaparecen
se relacionan con las almas
de los difuntos desde el Reino Antiguo. Por ello parece que el Aj transmite una idea de
resurrección e inmortalidad (Englud 1978) y posee poderes mágicos. El Aj es un elemento espiritual
e inmortal y pertenece al cielo, mientras que el cuerpo difunto pertenece a la
tierra,
El ajo como símbolo de una necesidad mágica, se encuentra en un
considerable número de tumbas, como parte del ajuar funerario. Fue tan
importante como para que se hicieran reproducciones de éstos en barro o en
piedra a fin de que, de forma mágica, pudieran hacerse realidad cuando el
fallecido lo considerase oportuno. Suelen aparecer en contextos funerarios y,
sobre todo, en relación con la Ceremonia de la "Apertura de la Boca",
donde el sacerdote oficiante ofrecía a la momia una serie de objetos y
alimentos, con los cuales reconstruía la vida del finado, desde su nacimiento
hasta la madurez. Aquí, los ajos simbolizaban a los primeros dientes que salen
a los niños (Macy Roth 1992 y 1993) puesto que toda la ceremonia se encaminaba
a conducir al fallecido hacia una nueva vida dándole la fuerza necesaria para
subsistir después de la muerte.
Este es un motivo que se repite en la iconografía egipcia con
asiduidad, ya que las entidades divinas aladas son numerosas. Las alas
proporcionaban el aire divino para que los hombres pudieran respirar e inhalar
el aliento imprescindible, tanto es así que desde la dinastía I, se entendió
que el cielo estaba formado por las alas del halcón del dios Horus y que las
nubes y las estrellas eran las plumas moteadas tan características en esta ave.
Las alas suelen llevarlas las divinidades ornitomorfas, como el
buitre o el halcón, así como el disco solar que, gracias a ellas surca el cielo
diariamente. Con esta iconografía tenemos al Horus Behedeti.
El motivo de las alas desplegadas, se repite con frecuencia en los
techos o sobre las puertas de acceso de los templos, donde se reprodujeron
halcones y buitres en pleno vuelo que protegían los puntos más vulnerables del
santuario, las puertas.
A partir del Reino Nuevo y concretamente tras el reinado de
Ajenatón, ciertas diosas que representaban conceptos de protección pueden
aparecer con alas. Es muy frecuente encontrar al dios Osiris y acompañado de
Isis y Neftis que extendiendo sus alas protectoras, abrazan al dios.
Las alas dibujadas sobre los sarcófagos se encuentran en los
llamados "Sarcófagos rishi"
convirtiendo la caja en un confortable y seguro envoltorio emplumado. Además,
la presencia de deidades aladas dibujadas en los sarcófagos a la altura del
pecho, son realmente habituales durante el Reino Nuevo.
Los egipcios emplearon desde el Período Predinástico (Badariense),
y de forma creciente, un buen número de amuletos mágico protectores, que
utilizaron tanto los vivos como los muertos y que podían incluirse en el ajuar
o colocarse directamente sobre el cuerpo del fallecido en forma de objetos
sueltos, enfilados en collares, inscritos en anillos, pulseras, introducidos
entre las vendas de las momias, etc. Cuando se empleaban como amuletos para los
vivos, podían pender de un cordón o cadena y ser introducidos en una pequeña
cajita protectora a modo de relicario, sobre todo a partir del Tercer Periodo
Intermedio. Podría decirse que el mayor número de amuletos le hizo en época
saíta, cuando se elaboraron casi de forma industrial debido a un incremento en
la piedad de estas gentes.
Estos objetos debían realizarse con un material y color
determinado ya que así aumentaba su poder. Cada uno tenía una propiedad
específica que dependía del símbolo que representara y del color de éste.
Ciertos materiales tenían un uso más dirigido al mundo de los muertos que al de
los vivos. Por ejemplo, aunque no pueda generalizarse, el empleo de la diorita
fue normal en amuletos de tipo funerario.
También podían pintarse en tela, sobre papiros, etc Cuando no era
posible obtener el metal, la pasta o la piedra que había que tallar o labrar,
bastaba con imitarla manteniendo su valor mágico.
La variedad de objetos, fetiches y divinidades es sorprendente,
solamente en el papiro Harris tenemos toda una amplia relación de amuletos de
corazón y en el papiro de Leyden se especifica el modo de confeccionar los
mismos para que estén "cargados" con las fuerzas benefactoras y
poderosas que cada uno de ellos requiere. El papiro McGregor recoge toda una
lista de los amuletos de uso funerario más importantes. Lo más corriente en el
Reino Nuevo y el Período Ptolemaico era incluir en la momia unos treinta
amuletos colocados en lugares concretos del cuerpo, sin embargo esta no fue una
regla fija. Como ejemplo baste citar al rey Tut-Anj-Amón. Sobre o entre los
vendajes de su momia se hallaron algo más de 140 amuletos.
Teóricamente los amuletos debían colocarse en lugares precisos,
sin embargo el estudio de la localización de éstos sobre los cuerpos de los
difuntos nos demuestra que no fue una regla rígida.
Tanto estos talismanes como algunos portaamuletos, traspasaron las
fronteras egipcias y fueron adoptados por fenicios y cartagineses llegando a
lugares tan alejados como la Península Ibérica. De hecho una gran cantidad de
ellos se hallaron en la isla de Ibiza (Fernández y Padró 1982 y 1986).
Vamos a recoger en grandes apartados los amuletos egipcios más
destacables:
Se encuentran como símbolos de vida renovada, de resurrección y se
sitúan en puntos precisos. Así, por ejemplo, el pilar de papiro solía colocarse
cerca de la garganta del difunto y, teóricamente, debía de estar hecho de
feldespato verde, como hemos anteriormente. Mediante el primero el difunto
consigue "el que pueda
convertirse en un escriba de los altares de la diosa Hathor",
en el segundo el fallecido proclama "ser" como el mismo amuleto y
"existir" delante de la humanidad. En ambos casos queda clara la
función que lo relaciona con la juventud y renacimiento, además lo aproxima a
la diosa Hathor, cuyas características engloban estos aspectos.
Animales o de partes de
animales
Los egipcios fueron muy dados a crear amuletos en forma de dioses
o diosas, bien en su aspecto antropomorfo o teriomorfo ya que otorgaban al
fallecido sus favores. Cuando se trata de alguna de las partes sueltas de la
anatomía de estos animales, podían querer conferir cosas distintas. Por
ejemplo, la parte delantera de un león servía para hacer que el difunto
disfrutara de fuerza, potencia y vigor, ya que a juzgar de los egipcios es
precisamente en esta zona donde el león acumula mayor poderío; con la pata
delantera de un buey, denominada Jepesh, se lograba que el difunto
adquiriera fuerza, tanto física como divina.
Los animales también podían simbolizar aspectos del océano
primordial, es decir del caos que existía antes del comienzo de la creación o
la fertilidad propia de esa creación; en este caso se encuentran las ranas y
algunas serpientes.
Cuando se muestran con forma de animal completo, son la manifestación terrestre
de dioses determinados.
Los escarabeos son uno de los amuletos más comunes. Podían
llevarse en la vida diaria, pero, sobre todo eran imprescindibles sobre la
momia o en sus pertenencias.
Aparecieron a finales del Reino Antiguo y en el Primer Periodo
Intermedio y servían como sustitutos de los miembros u órganos humanos por si
éstos sufrían alguna contrariedad en el Más Allá.
Cuando en el ajuar funerario se incluía una cara de dimensiones
reducidas, servía para conseguir que los sentidos en general estuvieran activos
tras la muerte. Operaba de la misma forma mágica que cuando incluían la réplica
de uno de los órganos portadores de los sentidos, como son amuletos sentidos en
forma de orejas, ojos.... Cuando, además, estos miembros adoptan ciertas
posturas, como por ejemplo los brazos o las piernas, podemos entender que era
para facultar la movilidad y la fuerza propia de este miembro, etc. Otras
curiosas partes del cuerpo son los penes en miniatura cuyo objetivo mágico era
la gran preocupación de los egipcios ante el riesgo de perder su capacidad
sexual o su órgano reproductor tras la muerte. Los penes podían actuar de
sustituto mágico pero también actuaban como ofrendas para que la divinidad
protegiera al niño varón.
Determinadas partes del cuerpo tenían otros significados: los
dedos juntos (índice y medio), generalmente de obsidiana, se colocaban junto a
la incisión ventral de la momia (por la que se habían retirado los órganos en
el embalsamamiento). La reproducción de éstos en piedra evocaban los del propio
embalsamador, que los colocaba en el lugar más problemático, es decir, donde al
haber abierto el cuerpo de forma artificial podía ser más vulnerable. Se
suponía que con este amuleto se protegía a la momia con una garantía
suplementaria y se reconfirmaba el proceso de embalsamamiento (Andrews 1.994).
Como ocurre con otros amuletos también los que representaban
partes del cuerpo tenían que tener un color especial. Por ejemplo, el que
representaba al corazón (ib) debía ser de color rojo y el que reproducía al
papiro, de color verde.
En este apartado podemos agrupar, entre otros muchos a las
escaleras, obeliscos, sistros, cetros y coronas. Contra lo que a priori pudiéramos suponer,
los objetos sagrados y las insignias reales, a partir del Primer Periodo
Intermedio no se encuentran sólo en enterramientos de monarcas sino que
aparecen en tumbas privadas puesto que gracias a ellos se obtenía los
beneficios que proporcionaba la realeza y las propiedades mágicas que los
objetos sagrados personificaban.
La escalera simbolizó la colina primordial por la que el difunto
podía acceder al cielo, ya que era una de las metas más preciadas para obtener
una vida eterna y renovada diariamente. En la misma línea estaba el disco
solar, que se colocaba cerca del estómago de la momia y que proporcionaba toda
la fuerza protectora y calorífica del Sol.
Los obeliscos también formaron parte de los amuletos de los
egipcios; se encuentran desde el Reino Antiguo y son representantes pétreos del
Sol. Servían para propiciar la resurrección solar del difunto.
Podían ser empleados tanto como protección para los vivos como
para los muertos. En ambos contextos las cualidades y los beneficios propios de
la divinidad reproducida. Entre los más importantes se encuentran aquellos que
representaban a las dos diosas patronas del Alto y el Bajo Egipto, Nejbet y
Uadyet; o a los llamados cuatro hijos de Horus, que velaban por el difunto.
La diosa hipopótamo Tueris solía incluirse como parte de los
amuletos que debían llevar las mujeres para ser fértiles y tener un parto
feliz; el dios Horus y la diosa Isis solían ser portados por mujeres y niños
tanto en la vida como en la muerte. El dios Heh, que representaba la infinitud
y los millones de años, ofrecía al difunto una vida prolongada a través de la
eternidad.
Estos suelen estar colocados sobre las momias. En tal caso
encontramos al pájaro con cabeza humana que personifica el Ba y que se colocaba sobre
el pecho de la momia. En situación similar tenemos al que representa el
horizonte y que proporcionaba el renacimiento.
Pueden ser interpretados bajo dos puntos de vista: por un lado
como modelos de útiles de trabajo que mediante la palabra mágica podrían
hacerse realidad y ser utilizados por el difunto; por el otro deberían ser
entendidos como objetos que simbolizan hechos concretos enlazados con su
aplicación práctica. Así, por ejemplo, la escuadra representaba la rectitud a
través de los años de vida eterna y la plomada (hecha normalmente de hematita)
el equilibrio eterno, la fuerza.
ÁNADE
Se encuentran con frecuencia representados de forma esquemática en
los peines y paletas predinásticas y, más tarde, en el Reino Antiguo, en las
mastabas de Sakkara siendo desde entonces habituales en la iconografía egipcia.
También el ánade sirvió para escribir la palabra "hijo" e
"hija", probablemente por homofonía.
Como ocurre con otros animales, los ánades parecen tener una doble
significación y ésta depende del contexto en el que se encuentren. Cuando
simbolizan el caos, las encontramos volando en bandadas y siendo cazadas por
medio de redes o palos arrojadizos. Relacionados con aspectos más terrenales,
los encontramos durante el Reino Nuevo en la mano de las muchachas, como si
fueran animales domésticos o formando parte de la decoración de unas
cucharillas para cosméticos, entendiéndose que pudieron tener algún tipo de
conexión con la feminidad, la sexualidad y el erotismo e incluso con la
regeneración.
El ánade se Identificó con ciertos dioses, entre ellos quizá
debemos destacar la oca de Amón (Alopochen
aegyptiacus), el emblema del dios de la tierra Gueb y el dios del
aire Shu (Ansar albifrons).
Como entidad creadora aparece en infinidad de ocasiones con el
nombre de Gen-Uer "El Gran Cacareador"; este apelativo lo llevan
varios dioses creadores, sobre todo aquellos que en algún momento se
relacionaron con la ciudad de Hermópolis (Amón y Gueb)
Pese a todas estas connotaciones religiosas, los ánades se
encuentran entre las ofrendas y sacrificios que se presentaban a dioses y
difuntos para su sustento eterno. La calidad de su carne no pasó desapercibida.
Como ocurrió con otros animales que sirvieron de manifestación
divina, los ánades fueron momificados, sobre todo desde el siglo IV a.C.
Los egipcios, grandes observadores de la naturaleza, atribuyeron
ciertos poderes a animales y plantas y entendieron que éstos personificaban a
manifestaciones de algunos de sus dioses.
El hecho de que el hombre desde la más remota antigüedad, tuviera
certeza de su propia existencia, condujo a que pensaran que debía de existir
una fuerza superior responsable de la creación del mundo y que llevara al mundo
de lo divino hechos naturales que no podían entender ni explicar de otro modo.
Por ello extendió, a ese mundo divino, cualidades de los animales que
consideraron sobrenaturales y entendió que los dioses y las diosas empleaban
ciertos elementos vegetales para manifestarse en la tierra. Así, algunos dioses
recibieron culto en los templos en forma de animales con características
específicas, tal es el caso de Sobek y los cocodrilos en Kom Ombo o de Apis y
los bueyes en Menfis.
Por ejemplo Mut, con aspecto de buitre, se entendió y se la
denominó “la madre”, aquella que en tiempos predinásticos acudía a la
necrópolis para llevarse el cuerpo del difunto al cielo, poniéndose en paralelo
con la función necrófaga de animal carroñero, algo similar a lo que ocurrió con
el chacal Anubis; el halcón Horus, fue “el distante”, porque surcaba el cielo a
gran altura y conseguía detectar su presa gracias a su magnífica visión; el
escarabajo se vinculó al sol porque nacía de forma similar a éste ya que el
coleóptero pone los huevos en el interior de una bola de estiércol que empuja
con sus patas delanteras y esta bola le sirve como soporte para incubar los
huevos, además de constituir el perfecto material nutricio para los pequeños
escarabajos. Al eclosionar los huevos las crías emergen hacia la superficie y
para el pensamiento egipcio esta “mágica” concepción y este “misterioso”
alumbramiento -sin la aparente intervención de sus progenitores-, se puso en
paralelo con el nacimiento de Ra, que en muchas ocasiones se representó como un
escarabajo que arrastraba la bola de estiércol, identificada con la bola solar.
En el terreno de lo vegetal, las plantas y los árboles
simbolizaron la regeneración y la renovación ya que, como el hombre, nacen, se
reproducen, mueren y vuelven a nacer renovados al año siguiente, repitiéndose
incansablemente el círculo de la vida.
Los árboles tienen las raíces hundidas en el suelo, en el cuerpo
del dios Gueb y se elevan al cielo, creando un punto de conexión entre ambos.
Además las características de su forma o de su madera también les sirvió para
vincularse a los dioses. Por ejemplo, Osiris se asoció al cedro porque éste tiene
una madera muy duradera y los egipcios la consideraron incorruptible; el
sicomoro que se puso en conexión con el cielo y por tanto con las diosas Hathor
y Nut por motivos semejantes. La lechuga se asoció a Min, porque se pensó que
tenía propiedades afrodisíacas y, además, observaron que al cortarla rezumaba
un líquido lechoso que interpretaron como semen divino, nada mejor para un dios
vinculado a la fertilidad y a la potencia masculina creadora. Por ello los
egipcios emplearon, como suele ser habitual en muchos casos, una misma palabra: menhep. Que sirvió para designar
tanto a la lechuga como al pene.
ANJ
Como regla aplicable a los símbolos egipcios podríamos decir que todos los que tienen forma de anillo o nudo representan lo ilimitado, aquello que está unido firmemente. Como veremos en ambos casos se encuentra el Anj, e símbolo solar más habitual en la iconografía egipcia al encontrarse en forma de amuleto, formando parte de frisos, cajas, espejos, elementos de joyería, etc.
Como regla aplicable a los símbolos egipcios podríamos decir que todos los que tienen forma de anillo o nudo representan lo ilimitado, aquello que está unido firmemente. Como veremos en ambos casos se encuentra el Anj, e símbolo solar más habitual en la iconografía egipcia al encontrarse en forma de amuleto, formando parte de frisos, cajas, espejos, elementos de joyería, etc.
En algunos lugares aparece citada como cruz ansada (crux
ansata) puesto que la iglesia Copta la adoptó como una forma de la Cruz.
Igualmente, fue identificada con la Tau griega.
Lo que representa este símbolo es difícil de identificar, algunos
autores creen que se trata de un lazo, mientras que otros piensan que podría
ser la parte superior de una sandalia, el cordón umbilical anudado.... Puede
aparecer sola o compuesta, es decir, acompañada de otros símbolos como son el
pilar Dyet y el cetro Uas, siendo este conjunto el que formaba
parte del cetro que llevaban los dioses Sokar, Ptah y Osiris.
Lo que parece estar fuera de toda duda es que el Anj suelen
llevarlo los dioses, que lo sujetan de la parte superior y lo aproximan a la
nariz o a la boca del individuo situado frente a ellos para ofrecerles ese
"aliento vital", para facilitarles la respiración divina y esa vida
ultraterrena vital para el fallecido. Por todo ello, para los seres vivos el Anj
simbolizaba la vida, el aire y por extensión el agua (la fuente de vida) así
como la vida eterna y la fuerza vital para los difuntos.
Ocasionalmente, también aparece en manos de los miembros de la realeza siempre
que se representen una vez fallecidos, tras haber sido juzgados por sus actos
terrenales y considerados capaces de habitar en el Más Allá.
En el Reino Nuevo, y en concreto en época de Ajenatón (Amenhotep IV), se
aprecia en las manos que salen del disco, es decir, al final de los rayos
solares que daban vida a la tierra y a todos sus moradores.
Los antiguos egipcios dieron a los antílopes un sentido religioso
desde épocas tempranas y como tal aparecen sobre cerámicas predinásticas de
Nagada I y más tarde (3.000 a.C) en elementos de joyería. Igualmente, fueron
representados tanto en las paredes de las tumbas y templos como en objetos de
vida cotidiana o ajuar funerario; incluso en óstraka satíricos como los de Deir
el-Medina.
Sus cualidades físicas y su carácter llevaron a los egipcios a
relacionarlos con ciertas fuerzas divinas como por ejemplo Satis (Sehel) y
Anukis (Komir), además de encontrarse sobre la frente de la deidad siria
Reshep, dios adorado en Egipto durante el Reino Nuevo.
La gacela también se encuentra en el Reino Nuevo como atributo
reservado a personajes de la familia real no estrictamente dinásticos (concubinas,
princesas de segundo rango...) con la condición de que sean siempre mujeres. En
opinión de Troy, la gacela fue un símbolo de Isis, que enfatizaba la feminidad.
Parece que los egipcios criaron antílopes en cautividad, como animal doméstico
e, incluso los momificaron y enterraron con sumo cuidado.
Pero como los egipcios tenían un pensamiento dual, también la
gacela pudo representar el caos y en este sentido se asoció al dios Seth. La
leyenda cuenta cómo bajo el aspecto de un antílope este dios se había comido el
Ojo de Horus por lo que Ra debió tomar cartas en el asunto. Para asegurarse que
el daño causado a Horus era cierto, le pidió que cerrara el ojo sano y que le
dijera qué era lo que veía. Horus contestó "veo blanco". En la lengua
egipcia "ver blanco" y "antílope" (gacela) son palabras
homófonas por lo que su relación parece evidente. Así se interpretó que el ojo
había sido dañado por Seth en forma de antílope (Oryx dammah) ypor ello estos animales se
emplearon para el sacrificio, desde el Reino Antiguo y en las fiestas de Osiris
y Sokar para conseguir de forma mágica la restitución del Ojo de Horus y
dominar las fuerzas del mal.
El sacrificio del antílope se reprodujo en relieves, paletas de
aceites, vasos de alabastro, etc.
La antorcha, como instrumento que disipa la oscuridad por medio de
la purificación del fuego, sirvió para alejar a genios malignos y se relacionó
con el Sol.
En la celebración tebana de "La Bella Fiesta del Valle" los
sacerdotes se dirigían a la orilla Oeste (orilla de los muertos) y se
presentaban ante la estatua divina del templo funerario de Hatshepsut en Deir
el-Bahari. Portaban cuatro antorchas y las colocaban en las cuatro esquinas de
la sala, donde se había colocado la barca del dios. Con este acto se pretendía
que la luz alcanzara los cuatro puntos cardinales y disipara las tinieblas
lográndose la eliminación de las temidas fuerzas negativas que querían amenazar
la estabilidad. Después presentaban la ofrenda de cuatro vasos de leche, que
garantizaban la paz y el sustento del dios. En estos vasos se apagaban las
antorchas cuando en la mañana el sol nacía por Oriente, eliminado toda clase de
peligros.
A la muerte de un individuo su cuerpo debía embalsamarse para
alcanzar la eternidad y para que la parte inmaterial del hombre siguiera
teniendo un lugar reconocible para descansar. Al producirse esa muerte los
sentidos del ser humano y los elementos espirituales quedaban momentáneamente
aturdidos y desorientados, -de una forma similar a cuando estaba en lo que hoy
conocemos como entrar en coma-.
Esto es lo que ocurría en la Ceremonia (o rito) de la Apertura de la Boca, que
los antiguos egipcios denominaban: Cumplir
la Apertura de la Boca en el Castillo (o Casa) del Oro.
Para los egipcios, la muerte no constituía una ruptura sin
esperanza, sino que se producía al separarse esos elementos espirituales del
cuerpo físico, por lo que era imprescindible que se restauraran de forma
armónica. No había otro modo para lograr el renacimiento, la fuerza y la
regeneración necesaria para la vida eterna en el Más Allá. Así, se dotaba al
dotar al fallecido de una nueva vida y, partiendo de un nuevo nacimiento, se le
conducía mágicamente desde el estado de bebé al de adulto. De esta forma, como
ser fuerte y completamente desarrollado, podría enfrentarse sólo a las
eventualidades del Más Allá.
En la Ceremonia de la Apertura de la Boca participaban varios
personajes, pero el más importante era el Sem que, asistido por otros miembros
del clero y en estado de trance, era el encargado de partir en busca del Ka del difunto para hacerlo
a la tumba y para unirse al cuerpo, obteniendo de este modo la restauración de
los sentidos del ser humano.
Este ritual también se practicó sobre el sarcófago o las estatuas,
ya que éstos podían servir como soporte del Ka
si el cuerpo había sufrido algún percance.
La ceremonia de la Apertura de la Boca fue complicándose y ampliándose con el
transcurso del tiempo, añadiéndose ritos nuevos pero sin modificar los pasajes
originales. Existió una versión abreviada y otra más extensa, pero ambas eran
igual de eficaces.
Como en otras culturas, la conexión entre el árbol y lo divino es
muy estrecha. En general, puede afirmarse que los árboles en Egipto eran, como
elemento de la naturaleza vegetal, símbolos de la manifestación de los dioses,
aunque en Egipto, como en otras culturas, el árbol no es un dios o diosa por sí
mismo, sino un instrumento que éstos emplean para su epifanía, para surgir en
momentos concretos. Algunas deidades fueron adscritas a ciertos árboles,
arbustos o plantas que se representaron en ocasiones con brazos y manos,
dotándoles de animación.
Los árboles se asociaron a la generación, regeneración y
renovación ya que, excepto los de hoja perenne, pierden sus hojas y vuelven a
recuperarlas en la primavera, relacionándose este hecho natural con la
evocación de la muerte y la resurrección. Además tienen las raíces arraigadas
en la tierra, en el cuerpo del dios Gueb, aunque también se elevan majestuosos
hacia el cielo, hacia la diosa Nut, esposa de Gueb, en un acto simbólico de
unión. En cierto modo están conectados al cielo y a la tierra.
Los árboles sirvieron como moradas más o menos temporales de
ciertas divinidades. De todos es conocida la imagen de la diosa Hathor como
deidad de Occidente, como diosa de la vida tras la muerte, saliendo de un árbol
o personificada directamente con la imagen de un árbol dotado de brazos o
pechos con los que alimenta al fallecido.
Inclusive ciertos nomos, por ejemplo el XIII y el XIV del Alto
Egipto, estaban identificados con determinados árboles que fueron representados
en sus estandartes.
Las distintas clases de árboles y arbustos, se listarán en su apartado
independiente.
El empleo de la mirra en ceremonias religiosas, momificación y
medicina pudo deberse a que tiene propiedades antiespasmódicas y estimulantes
y, además, mezclada con vino era un poderoso narcótico.
Según los textos, la mirra se produjo gracias a las lágrimas de
los dioses relacionadas también con las sustancias empleadas en la
momificación.
El hecho de que en los comienzos de la civilización egipcia se
descubriera que la arena actuaba como agente deshidratador natural en los
cuerpos, cuando éstos eran enterrados en el desierto directamente en ella, y
que aparentemente los convirtiera en incorruptibles, hizo que la arena
alcanzara la condición de sustancia mágica con cualidades purificadoras.
Ciertas calidades de arena se arrojaban ante la estatua divina.
Ésta, procedía de ciertas ciudades consideradas "santas", como por
ejemplo Heliópolis. También durante la ceremonia de la "Apertura de la
Boca" la estatua se colocaba sobre un montículo de arena que podría
simbolizar en la creación, la primera elevación de tierra. En el mundo del Más
Allá, la arena indicaba la falta del agua vivificadora: era "la tierra de Sokar (el
dios funerario) que está en su
arena". Pero en este lugar también encontramos bancos de arena
que dificultan la buena navegación de la barca del Sol. Allí, la arena podría
ser una manifestación de la maléfica serpiente Apofis y concretamente de su
espina dorsal.
Sin embargo también sirvió para purificarse y como elemento para
crear objetos mágicos, tales como los "ladrillos mágicos" alojados en
los depósitos de fundación porque estos ladrillos tenían que reunir "todos los elementos de la creación
del universo primordial" y por ello estaban cargados de una
poderosa y eficaz magia.
El Ba
era uno de los elementos poderosos e inmateriales que componían al hombre una
vez que había acaecido la muerte (al menos durante el Reino Nuevo).
Tuvo aspecto de cigueña jabiru
y, en el Reino Nuevo, de pájaro (halcón o ibis) con cabeza y brazos humanos.
El hecho de escoger estas aves pudo deberse a sus costumbres
migratorias. Estos pájaros viajan hacia lugares remotos para retornar
puntualmente en cada ciclo anual, interpretándose que ellas volaban al mundo de
los dioses para más tarde, al llegar la noche, acudir a la tumba y alojarse en
ésta con el cuerpo, ya que el Ba
es una fuerza exclusivamente funeraria.
Éste es un elemento de difícil definición ya que no existe ninguna
concepción actual que recoja fielmente tal concepto. Tradicionalmente se ha
traducido como “alma”, sin embargo no puede interpretarse totalmente según
nuestras concepciones modernas sino que sería más acertado decir que el Ba era la fuerza animada del
difunto por la cual reyes y dioses pueden manifestarse en el mundo, la
personalidad individualizada de cada persona que hacía que cada individuo fuera
diferente a otro, la parte espiritual de este individuo, la animación, la
manifestación una vez acontecida la muerte. Por medio del Ba, el difunto podía
desplazarse y reunirse con su Ka,
actuando como intermediario entre el cielo y la tierra, entre el
mundo de los dioses y la tierra.
Tanto las estatuas de madera que se encontraban en la tumba, la
Estela de Falsa Puerta o el cuerpo momificado, eran receptáculos para que el Ba pudiera reconocer la
imagen a la que había pertenecido en vida y descansar en su interior.
No sólo los hombres tenían Ba.
Los dioses e incluso ciertos objetos inanimados, como por ejemplo las pirámides
eran expresión de este concepto. El Ba
de las divinidades se manifestaba a través de sus encarnaciones terrenas
(animales o estatuas de culto) o de otras entidades divinas con las que se
asociaban, esto es, ciertos seres.
Bajo la forma de un amuleto se incluyó en las momias a partir del
reinado de Tut-Anj-Amón y se colocaba sobre el pecho. Servía para preservar al
difunto de un posible decaimiento.
Como es lógico, en un país atravesado por un río, las
embarcaciones grandes o pequeñas fueron, desde los primeros momentos de la
civilización, el medio de transporte por naturaleza. Por ello los egipcios
elevaron éstas a sus creencias divinas y, por supuesto, al Más Allá.
Las barcas, como medio de transporte, servían para desplazarse de
un lugar a otro, interpretándose que también eran el medio para expresar un
símbolo de transición, un modo de expresar el periplo de los cuerpos celestes,
es decir del Sol y de los difuntos a través del cielo .
Durante el Reino Antiguo e incluso en época tinita, era común
enterrar una o varias barcas para que el difunto pudiera hacer su viaje por el
Más Allá. En las primeras dinastías eran más un simulacro de navíos; de este
tipo son las halladas en Abidos. Uno de los ejemplos mejor conservados, aunque
de época posterior, es una de las barcas de Jufu (Dinastía IV), que hoy se
expone junto a su pirámide. Sin embargo, éste no es el ejemplo más temprano.
El dios Ra atravesaba el cielo egipcio en este medio y, llegada la
noche, viajaba por el Mundo Subterráneo. Es fácil hallar la representación de
una barca sujeta por un dios, el océano primordial Nun, con los brazos
levantados que sujeta la barca para que no se caiga. Ra suele estar acompañado de
una gran comitiva que le ayuda y defiende en ese peligroso deambular. Por otro
lado es habitual encontrar en los relieves y pinturas egipcias a los dioses
partiendo en barcas transportables que eran llevadas a hombros por los
sacerdotes en el transcurso de las procesiones. Son barcas no funerarias, sino
procesionales.
Aunque todos los dioses tenían sus propias barcas para
desplazarse, las del Sol eran muy importantes. Ra tenía dos: la que utilizaba
en el día, llamada Mandet,
que tenía como emblema la golondrina,y la empleaba en la noche que se
significaba por un niño sentado con el dedo en la boca y que se denominaba Mesektet. Ésta tenía la
facultad de convertirse en serpiente para atravesar la caverna del Sokar en el
Más Allá.
Otra barca fundamental era la que transportaba al dios Osiris, es
decir la Neshmet,
la gran barca Userhat
del dios Amón (llamada Seshem-Ju en la capilla roja de Hatshepsut y cubierta de
oro por Dyehuty) o la que parece más arcaica, la barca Henu del dios Sokar. Ésta
tenía una gran cabina abovedada y numerosos remos. La proa estaba vuelta hacia
el interior del navío y terminaba en una cabeza de oryx con cuernos muy largos.
Algunas reproducciones de las barcas de los dioses eran de tamaño menor y se
usaban, sujetas a un soporte, para ser llevada a hombros por los sacerdotes en
el transcurso de en las procesiones. Durante el recorrido existían unos
“reposaderos de la barca” para realizar ciertos ritos y darle descanso a los
porteadores.
Un curioso elemento que se incluyó en tumbas del Reino Medio es
una colección de reducidas barcas, mal llamadas maquetas. Su función consistía
en actuar como los antiguos portadores de ofrendas cuando, por ejemplo, estas
representan escenas de pesca. También servían para realizar el peregrinaje
póstumo a las ciudades sagradas (Heliópolis, Busiris y Abidos) ya que, por
magia, podían hacerse realidad.
El barro o la arcilla, tenía cualidades mágicas por mezclarse con
agua, es decir con la sustancia del océano primordial. Además como otros componentes,
era maleable, vinculándose a la productividad.
De barro, hadía el dios Jnum la figura del rey y de su gemelo en
su torno de alfarero.
Se consideraba que el barro había sido la primera materia que había aparecido
tras la retirada de las aguas del Nun y por ello estaba “cargada” con poderes
sobrenaturales. Quizá esta fue una de las razones para que los templos,
construcciones en piedra, se hicieran rodear de un muro de adobes que
delimitaba el espacio sagrado llamado Thémenos
(véase “templo”) y que en sus cimientos se enterraran modelos de
ladrillo de adobe denominados tradicionalmente “ladrillos de fundación”. Éstos
tenían como finalidad representar y asegurar la existencia de todos aquellos
ladrillos que deberían emplearse en la construcción del edificio. Para que este
acto mágico fuera eficaz, el barro se mezclaba con una serie de ingredientes
simbólicos que hacían más efectiva su finalidad apotropaica.
El barro, como la cera, servía para hacer figurillas mágicas
cargadas de poder, así como para otro tipo de figuras que después se rompían y
que servían para “eliminar” simbólicamente al representado. Gracias a estas
estatuillas los enemigos o los animales ponzoñosos se mantendrían alejados del
ser humano.
Otro tipo de figurillas mágicas de barro son aquellas denominadas
“Osiris Vegetantes”. Representaban al dios del Más Allá y eran símbolo del
nacimiento de la vegetación. Para su confección, el barro (o limo) se mezclaba
con el grano y, pasado un tiempo, en ellas se producía la germinación como
alegoría del renacimiento tras la muerte.
Durante el Reino Nuevo, en el interior de las tumbas se incluían
unos bloques de barro llamados ladrillos mágicos, cada uno de los cuales
incluía un amuleto o divinidad específica y se colocaban orientados a cuatro
los puntos cardinales para que les proporcionaran una eficaz protección contra
las fuerzas negativas.
Por otro lado, la tradición apunta a que la mujer alumbraba sobre unos
ladrillos de barro/limo sobre los que colocaba sus pies, dando a luz en
cuclillas. Estos ladrillos representaban a la diosa de los nacimientos y
proporcionaban a la parturienta y al niño recién nacido una protección contra
los genios del mal que quisieran acosarles en tan peligroso trance.
Al barro se le atribuían cualidades de sanación; así, según el
papiro Chester Beatty, era capaz de alejar los dolores de cabeza y fue empleado
para rellenar el interior de algunas momias, aunque no parece que esto pueda
interpretarse bajo un prisma religioso.
También de arcilla se hacían cuatro bolas mágicas que servían para
protegerse de las serpientes y los reptiles ya que éstos deambulan por terrenos
arcillosos y húmedos; por tanto, nada como el barro para neutralizar sus
ataques.
La colina de donde surge el mundo es común a todas las cosmogonías
egipcias y aparece en cada una de ellas con nombres distintos.
La piedra sagrada Benben, localizada en la ciudad santa de
Heliópolis, era símbolo del principio creador masculino y el eje del mundo.
Pudo ser de origen meteorítico y por proceder del espacio se convirtió en un
objeto sagrado, en un símbolo de lo divino y primordial, de aquello que
proporcionó fertilidad. El Benben sirvió para personificar el primer
trozo de materia sólida que emergió del abismo u océano primigenio Nun en el
comienzo de los tiempos, según la cosmogonía de Heliópolis.
En los textos aparece representada de variadas formas: pirámide de
caras lisas o escalonada, montículo, trapecio... De hecho, éste elemento podría
haber sido el inspirador y responsable de los montículos que se colaban sobre
los enterramientos de los reyes tinitas (Dinastías I y II) y, posteriormente,
de la construcción de las posteriores pirámides de caras lisas.
El acontecimiento del surgimiento del Benben se rememoraba
cada año mediante la crecida del río Nilo y el Valle. Era entonces cuando el
país quedaba inundado por un periodo de tiempo; al retirarse las aguas
progresivamente, surgían pequeños islotes repletos de vida que iban creciendo
en número hasta que el país quedaba completamente regenerado.
La relación de la piedra Benben con las pirámides y los
obeliscos es indiscutible ya que su forma estilizada hacia el cielo no deja
lugar a dudas. Tanto unos como otros eran una estilización de la piedra Benben
y la parte alta de los mismos se cubría de oro o electrum, símbolo solar de
inmortalidad por excelencia.
Tradicionalmente las culturas consideraron ciertas montañas como
partes de la tierra que se elevan de forma sagrada hacia el cielo (Sinaí,
Dyebel Bárkal, Kilimanjaro, Ararat, etc), símbolos de la divinidad celeste
suprema y en ellas suelen morar ciertos los dioses. Estos lugares, donde
convergen el cielo y la tierra, se consideraron el centro del mundo y,
consecuentemente, simbolizaron a la montaña cósmica (Eliade 1981).
En la cosmogonía menfita la “tierra emergida” está representada por el dios
Ptah-Tenen mientras que en Hermópolis este lugar se denomina “Isla de las
llamas” donde ocurre el “resplandor del primer día”.
Personificada en los templos, se encontraba en las zonas más
íntimas y sagradas: en el santuario, el lugar más elevado del recinto, donde
descansaba la divinidad. En algunos casos, además era el propio templo el que
de forma intencionada se erigía sobre un montículo circular y elevado que
rememoraba la tierra emergida, tal fue el caso del santuario de Hierakómpolis
en el Reino Medio.
La palabra benben tuvo relación con bennu y con otra que servía
para designar el hecho de brillar: weben.
El pájaro Bennu, identificado por los griegos con su ave
fénix, estuvo personificado por la garza real Ardea cinerea o Ardea
purpuirea. Los egipcios, grandes observadores de la naturaleza, advirtieron
que esta ave migratoria aparecía puntual y anualmente con la crecida del río
Nilo, cuando las aguas anegaban la tierra egipcia provocando la beneficiosa
inundación. Debido a sus costumbres fue considerada símbolo de la mañana
(cuando aparecía en las orillas del río) y de regeneración (por su función de
ave migratoria que reaparece, que renace, que se renueva, periódicamente).
Según la tradición heliopolitana, en el comienzo de los tiempos el ave se había
posado sobre la colina primordial y se había hecho responsable del cuidado del
huevo de donde surgió el Sol. Esta concepción tiene otras variantes
iconográficas que consisten en situarlo sobre un sauce, una persea o encima de
una percha que
emerge del abismo primordial en medio de las aguas primordiales. Este
emplazamiento se denominó la “Isla de fuego”.
Los egipcios entendieron que el Bennu
era el Ba del Sol
Ra (en su forma de Atum), en cuanto a divinidad primordial que se creó a sí
misma, tanto es así que, en algunos lugares, aparece como el Ba de Shu, deidad del aire,
o el Ba de Osiris.
La palabra bennu tuvo relación con otra que servía para designar el hecho de
brillar: weben y
también con benen
la montaña primigenia.
El alimoche Neophron percnopterus, identificado por
Gárdiner (1988) en su lista de signos con el G1, y el buitre Gyps fulvus, fueron
otras de las aves de gran envergadura que los egipcios introdujeron en su
panteón divino. Ellos no pudieron pasar por alto la majestuosidad de este
animal y lo llevaron a la esfera divina relacionándolo con una entidad femenina
que representaba el concepto de “madre”, asociándola a las diosas Nejbet y Nut
y vinculándose de forma estrecha al Alto Egipto, es decir, convirtiéndola en
emblema de este punto geográfico que, por otra parte, se asoció a la realeza.
Su nión al concepto de madre protectora pudo nacen en sus costumbres
carroñeras; cuando los egipcios se enterraban directamente en la arena, era el
ave la que acudía a las necrópolis para alimentarse de sus cuerpos,
trasladándolos al cielo. Cuando los difuntos comenzaron a inhumarse en tumbas
protegidas donde el animal no podía acceder, la tradición hizo que continuara
siendo representada como madre de los difuntos y después como protectora y
madre del rey, siendo representada en los techos, en los relieves de los
santuarios y en los laterales de los tronos reales, como protectora del rey y
defensora ante genios del mal.
También el ave era una de las formas que el fallecido podía tomar
para alcanzar el Más Allá porque gracias a esta transformación se le facilita
el vuelo y se
acrecentaba su poder.
Presente ya en la llamada “Paleta Libia” de la Dinastía I y en los
enterramientos desde el Reino Antiguo, el burro (Eqqus asinus) fue
conocido y empleado por los egipcios desde la antigüedad. Sin embargo no se
empleó como medio de transporte ni se utilizó para el arrastre de cargas.
En el Reino Medio, se asoció a aspectos, generalmente negativos y si, además,
tenían la capa del pelo de color rojizo simbolizó el mal, convirtiéndose en el
representante del dios Seth y de otros muchos genios potencialmente peligrosos.
Precisamente en ese aspecto aparece en la tardía historia de Setne y su hijo Siosiris
(siglo II d.C).
El hipocampo o caballito de mar no es en absoluto frecuente en la
iconografía egipcia, sin embargo aparecen documentados al menos un par de
casos, un bronce y un sarcófago, donde fueron representados. El primero se
encuentra en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid (bronce nº
5 de la colección Faure) y el segundo forma parte de la decoración pictórica de
la caja del sarcófago de Amenemone del Tercer Periodo Intermedio hoy alojado en
el Museo del Louvre en París aunque, en este se ha representado un genio del
Más Allá de cuerpo serpentiforme cuya cabeza es la de un equino y que evoca
lejanamente a un hipocampo.
En todos los contextos parece lógico pensar que, de algún modo, se
relacionó con alguna forma de divinidad asociada a la regeneración del difunto,
pudiendo tener connotaciones apotropaicas. Su iconografía, sin embargo, no tuvo
la resonancia que, paralelamente, tuvo en el Mundo Clásico.
CABEZAS DE RESERVA
Las “Cabezas de Reserva” son esculturas anepígrafas que
representan sólo la cabeza y el cuello del fallecido a tamaño natural –o algo
mayor- y a modo de autorretrato idealizado y a menudo con una especie de
casquete o pelo corto. Pertenecen al culto funerario, y se encuentra en muchas
de las mastabas del Reino Antiguo durante las Dinastías IV y V. La más antigua
procede de la mastaba 5 de Dashur y está datada bajo el reinado de Seneferu.
Hay diferentes hipótesis en torno a su funcionalidad; se piensa que se
colocaban en la cámara del sarcófago, en el suelo, en el espacio entre el pozo
y la cámara sepulcral o en el serdab.
Contextualmente, todas se hallaron en la subestructura. Una de las variadas
teorías con las que se está trabajando supone que su propósito era que el
“espíritu” del difunto pudiera reconocer su imagen en caso de que la momia
sufriera algún percance, sirviendo además para la celebración de la ceremonia
de la Apertura de la Boca. Recientemente se tiende a pensar que servían como
modelos de escultor para hacer sobre ellas máscaras de yeso o limo, lo que
explicaría los restos de yeso que hay adheridos sobre algunos ejemplares y las
marcas verticales que, algunas de ellas, tienen en la parte posterior del
cráneo. Algunas conservan parte de la policromía que tuvieron en origen, dominando
el rojo y el amarillo. Incluso un ejemplar hallado por la misión australiana en
el enterramiento 64560 de Guiza parece que fue pintada de negro.
CAMPOS DE IALU (CAMPOS
DE OFRENDAS, CAMPOS DE CAÑAS)
Los Campos de Ialu, también llamados Campos de Osiris o Campos de
Cañas, son los fértiles campos del Mundo del Más Allá, ideados a imagen de la
tierra egipcia. En ellos crecía una exuberante vegetación y discurría un río de
aguas inagotables. Estos campos eran el dominio de Osiris. Ante la posibilidad de
que dios ordenara al difunto que trabajara para su mantenimiento, desde el
Reino Medio, los fallecidos se hicieron enterrar con unas figurillas llamadas
Usheties o “respondedores”, que, a modo de peonada, les sustituían en el
trabajo.
En las tumbas tebanas hallamos unas bellas representaciones de estos campos,
siendo la más conocida la de la Tumba de Sennedyem, en Deir el Medina (TT1). En
ella se observan cinco registros horizontales, cada uno de los cuales queda
delimitado por un canal. Básicamente la distribución es la siguiente: en el
registro superior el difunto y su esposa están ante ciertos dioses en acto de
adoración y se practica la Ceremonia de la “Apertura de la Boca” del cuerpo de
Sennedyem aproximando una azuela mágica, por la cual se restituirá el uso de
los sentidos. En el segundo registro (empezando desde arriba) Sennedyem y su
mujer cortan con una azada el cereal, que ha alcanzado una altura considerable.
En el tercer registro Sennedyem abre la tierra con la ayuda de un buey y un
arado para que su esposa pueda echar sobre el surco el grano, que germina con
rapidez según se muestra en la pintura. En el cuarto registro hay todo un
muestrario de los ricos y variados árboles que se daban en el Valle del Nilo y
que también crecen en el Más Allá.
CARNERO
En el antiguo Egipto se adoraron ciertos carneros como
manifestaciones de la divinidad. Como los habitantes del Valle del Nilo
representaron con extraordinario detalle su fauna y su flora podemos distinguir
las distintas especies que fueron objeto de devoción; muchos de ellos fueron
momificados casi tan cuidadosamente como si de un humano se tratase. Por otro
lado, Igualmente, se han encontrado momias humanas envueltas en el pellejo de
este animal puesto que así se obtenía la asimilación del difunto con Ra y
Osiris, consiguiendo que el fallecido obtuviera unos poderes mágicos que
garantizaban su inmortalidad.
El Ovis longipes
palaeoaegytiacus, es un animal de cuernos largos y horizontales
dispuestos en espiral, que personificó a dioses tales como Jnum, Tatenen o
Herishef, mientras que el Ovis
platyra, dotado de cuernos dispuestos en torno a las orejas,
representó desde la dinastía XII a Amón, Banebdyedet, Herishef y Jnum, todos
ellos deidades masculinas.
El carnero también sirvió para inmortalizar al Ba de Ra y de Osiris, tal y
como se aprecia en las escenas de las tumbas privadas, sarcófagos y papiros,
del Reino Nuevo.
Es curioso destacar que sobre las repletas mesas de ofrendas que
se representan en tumbas y templos los carneros no se encuentran entre los
numerosos animales que sirven para el sustento eterno.
Evidentemente el nombre de cartucho no es una voz egipcia,
corresponde al apelativo francés, cartouche, dado por los soldados de
Napoleón, (por su similitud a un cartouche de cigarrillos) al círculo
sagrado que encierra la onomástica real.
Tiene forma elíptica y se cierra formando un apretado nudo. En su
interior podemos encontrar dos nombres distintos de los soberanos: el de “la
Caña y la Abeja” y el de “Hijo de Ra” y en su interior ocasionalmente se
incorpora alguna titulatura al final del nombre propio del faraón.
Fue un símbolo solar por excelencia, quizá un alargamiento del Shen
para poder circunscribir el nombre del monarca en un elemento con cualidades
fuertemente protectoras.
El cartucho simbolizaba ponía en paralelo al rey con el curso del
Sol que amanecía en la mañana y desaparecía en la noche para hacer su viaje
nocturno, renaciendo en la mañana completamente renovado después de haber
visitado a su tierra y a sus súbditos. Fue símbolo de la eternidad, del
infinito retorno y por ello representó al universo.
A veces salas, sarcófagos, cofres, cajas y otros objetos, tomaron la forma de
un cartucho.
Bajo este nombre se han catalogado distintas construcciones de
tamaño reducido, similares a maquetas de casas elaboradas con arcilla cocida.
El mayor número de Casas
del Alma se encuentran, sin duda, durante el Reino Medio
coincidiendo con un hecho concreto: curiosamente, a partir de finales de la
Dinastía VI las tumbas egipcias de personajes acomodados, dejaron de decorarse
con motivos de vida cotidiana y grandes mesas de ofrendas que servían para
garantizar la alimentación mágica del difunto y fueron sustituidas por maquetas, en talla de madera
policromada, que reproducían a los sirvientes y a actividades relacionadas, en
su mayor parte, con la alimentación. Éstas cumplían el mismo fin: hacerse
realidad por la magia de la palabra. No obstante, las maquetas no estaban al
alcance de los más humildes y ellos se inhumaron con simples modelos de barro.
Bajo el término Casas
del Alma se agrupan una serie de modelos que van desde pequeñas
bandejas de barro o adobe donde se representan las ofrendas funerarias, dotadas
con canalones para las libaciones con agua (hasta la Dinastía XII), pasando por
modelos de cámaras y templos funerarios también con ofrendas de comida y bebida
ante éstos, así como pórticos, patios, graneros, establos y finalmente casas,
desde las muy esquemáticas hasta las que presentan con detalle una morada con
dos pisos.
Todos los difuntos en Egipto, grandes amantes de su tierra,
anhelaban tener una vida similar a la que habían disfrutado o, en cualquier
caso, mejorada. Gracias a las Casas
del Alma disfrutaban de una tumba, una casa, una mesa de ofrendas,
es decir, todo lo que se anhelaba y se esperaba para poder vivir en la
eternidad.
Fue Jean-François Cahmpollion el primero que, en el siglo XIX,
empleó el término copto mammisi para designar el lugar donde se celebraba la
unión entre una divinidad masculina con las diosas Hathor o Isis y el
nacimiento de Horus (incluyendo sus distintas formas).
El mammisi es el lugar que rememora el emplazamiento donde la
mujer daba a luz, que llevado al plano divino, se situaba en o junto al templo.
Ejemplos de esta concepción son los misterios del nacimiento de la
reina Hatshepsut en Deir el-Bahari y del rey Amenhotep III en el templo de
Luxor. En el primero, más que en el segundo, se detalla, mediante una serie de
relieves y descripciones inscritas en caracteres jeroglíficos todas las fases
desde el momento en que la divinidad anuncia a la madre que va a ser engendrada
por un dios (encarnado en el faraón reinante) y que dará a luz un futuro rey
para Egipto.
El mammisi más antiguo conocido hasta la actualidad es el
Nectanebo I en el templo de Dendera (quizás también este rey erigió un mammisi
en Filé, que quedó englobado en el posterior, grecorromano). Sin embargo es
conveniente recordar que en Dendera se erigió otro mammisi posterior en el
periodo romano y que algunas dependencias del rameseum y en la capilla sur de
Abu Simbel pudieron tener un sentido similar, al servir como salas donde el rey
divinizado se regeneraba y nacía fundido a otras entidades divinas que estaban
representadas en los muros.
En general están decorados con deidades que protegen el nacimiento
divino, sobre todo el dios Bes, pero también deidades leontomorfas, genios
serpentiformes, etc.
La cebolla (Allium
cepa) jugó un papel muy importante en la alimentación egipcia,
apareciendo en multitud de representaciones, tanto en contextos funerarios como
parte integrante de las repletísimas mesas de ofrendas, en las tumbas (sobre
todo tebanas) donde el difunto las lleva en la mano a modo de ofrenda. No
obstante, la cebolla también tuvo fuertes connotaciones religiosas y fue
utilizada para el culto y cuidado de los vivos y de los muertos pese a que los
autores clásicos insistan en su prohibición.
Graindorge (1992) opina que las cebollas guardaban cierta relación
con el culto al dios Sokar y que también representaban los dientes del propio
Osiris.
Graindorge, también piensa que existe una conexión entre las
cebollas y el dios de la 25 del mes de Joiak se ofrendaban collares hechos con
esta hortaliza y se presentaban para el culto al difunto, colocándolas, en
ocasiones sobre o dentro del cuerpo momificado.
La importancia que los egipcios concedieron a esta planta y a sus
cualidades terapéuticas hizo que se empleara no sólo en contextos
mágico-religiosos sino, también, en medicina puesto que reconocieron sus
cualidades sanadoras y antisépticas ya que se entendía que proporcionaba salud,
actuaba como antídoto ante a picadura de animales ponzoñosos, abría el apetito
y era eficaz ante el mal de ojo. Pero además, favorecía el flujo sanguíneo, el
parto y era afrodisíaca.
Se utilizó como potente y eficaz amuleto con el fin de mantener alejadas a los
ofidios.
Procedente de Sirio-Paestina, y más concretamente del Líbano, el
transporte de esta madera hacia Egipto está documentado con mucha frecuencia
por tener una madera resistente, de larga duración y una resina aromática. Por
todo ello, los egipcios lo consideraron incorruptible y lo vincularon con la
durabilidad algo que, irremediablemente les llevó a elaborar una leyenda en la
que Osiris estaba involucrado. En algunas variantes de su leyenda, su cuerpo,
después de ser asesinado y lanzado al río Nilo, quedó varado en el Líbano, en
el interior del tronco de un cedro.
El cedro se empleó para la construcción de barcos y muebles,
sarcófagos y objetos menores y su madera fue muy preciada.
Parece que la apicultura se empezó a desarrollar en Egipto durante
el Neolítico, aunque la primera representación conocida data del reinado de
Niuserra, del Reino Antiguo, en su templo solar de Abu Gurab. En cualquier
caso, la apicultura como tal no es un motivo constante en la iconografía
egipcia (aunque sí las abejas en la escritura jeroglífica).
La cera en el Antiguo Egipto se obtenía únicamente de las abejas y
se entendía que tenía un origen divino, al proceder del Ojo de Ra (Pap. Bulak
III), siendo las abejas las lágrimas del Sol.
Quizá la organización de estos insectos, su laboriosidad y los
cuidados que prodigan a su prole fueran el modelo que siguieron los habitantes
del Valle del Nilo para la identificación entre este insecto, el propio
monarca, su corte y sus súbditos. Por ello al faraón se le denominó “El de la
Caña y la Abeja” como símbolo de su reino.
Fue empleada para fines muy distintos, tanto benéficos como
maléficos ya que se le atribuían cualidades mágicas y según los diferentes
colores se relacionó con distintos conceptos mágico-religiosos. Su capacidad
para modelarse y para transformarse, para fundirse y renacer en una nueva forma
fascinó a la mente egipcia. Una figura podía ser elaborada una y otra vez en un
acto “creador”; pero también podía ser eliminada por el fuego o por la acción
de los rayos solares. En este sentido, en Egipto encontramos prácticas de
execración por magia y en ella está implicada la cera. Como en el “vudú”, se
elaboraban figuras donde se dañaba la parte de la persona o divinidad –real o
ficticia- a dañar o se creaban estatuillas de seres abominables (apofis) que
después se lanzaban al fuego.
Antagónicamente, la cera también se usó para encantamientos en los
que se deseaba conseguir los favores del amado/a.
Los egipcios emplearon la cera en el proceso de la momificación ya
que reconocieron las cualidades preservadoras de esta sustancia; es decir, era
ideal para conservar eternamente, para mantenerse inalterable en el Más Allá.
Sólo puede ser atacada por el calor pero es inalterable al aire, la humedad y
en ella no existe el proceso de putrefacción. Suele encontrarse cubriendo la
boca y la nariz.
En otro orden también la emplearon en la cirugía, siendo utilizada
para cerrar heridas abiertas, en cosmética...
Como ocurre actualmente en la religión islámica y en la judía,
este paquidermo doméstico fue un animal impuro y como tal representaba al dios
Seth. Los motivos pudieran estar relacionados más con cuestiones profilácticas
y sanitarias que con el animal en sí. No obstante sus hábitos de rebuscar en
las inmundicias y de revolcarse en la suciedad propiciaron esta imagen. Por
otra parte el cerdo, aun siendo un omnívoro, tiene los caninos muy
desarrollados, presentando en ocasiones un carácter agresivo (sobre todo el
macho).
Sobre los muros del templo Ptolemaico de Horus en Edfú, podemos
ver las diferentes etapas de las luchas acaecidas entre Horus y su tío Seth.
Éstas comenzaron, en la noche de los tiempos, para vengar la muerte del padre
de Horus, el dios Osiris, asesinado por Seth en un intento por hacerse con el
trono. En estas representaciones, Seth aparece iconografiado de formas
distintas (cerdo, hipopótamo, cocodrilo), todas ellas son aspectos que enfatizan
su negatividad. Uno de ellos era el cerdo macho.
En el Libro de las Puertas (del Reino Nuevo), el cerdo se
encuentra sobre una barca, donde también está un babuino que lo domina y
conduce. En este caso al cerdo se le denomina ”el canalla.”
Sin embargo, y como ocurre con la diosa hipopótamo Tueris, la
hembra del cerdo tenía unas connotaciones mucho más positivas. Posiblemente
esta diferenciación tan clara entre el macho y la hembra sea fruto de reconocer
el espíritu maternal de este animal que defiende a sus lechones con furia
cuando siente que están amenazados. Además, la cerda estaba relacionada con la
maternidad múltiple, con la vida y con las diosas Reset y Nut, entidad celeste.
Se interpretó que diosa y animal actuaban del mismo modo: se tragaban a sus
hijos (en el caso de Nut las estrellas) para darlas a luz en la noche siguiente
y provocar un renacimiento completamente renovado. En el caso de la deidad
femenina que personifica la bóveda celeste, se relacionaron las estrellas con
los lechones. Por ello la cerda (y no el cerdo) se consideró un animal portador
de buena suerte.
Pese a sus connotaciones y a las prohibiciones (de Baja Época) de
su consumo, sabemos que formó parte de la alimentación de los egipcios desde el
Neolítico documentado, por ejemplo, en Sais y mucho más tarde en Amarna, donde
se hallaron porquerizas.
Dentro de los productos básicos de la alimentación egipcia se
encontraba la cerveza, que fue “la bebida por antonomasia”. Tanta fue su
importancia que hubo determinadas divinidades asociadas a ella. Pero esta
bebida en Egipto se “comía” en lugar de beberse ya que era mucho más espesa que
la que elaboramos hoy; además tenía un alto valor nutritivo, llegando a formar
parte del menú del difunto.
Se elaboraba amasando harina de cebada o trigo con la que se hacía
pan poco cocido. Éste se deshacía y se mezclaba con agua y dátiles, dejándolo
macerar y fermentar durante un tiempo, luego se añadía agua y se pasaba por un
filtro. En el terreno mitológico que entendió que la cebada crecía a partir de
las extremidades de Osiris.
Una deidad asociada a la cerveza fue Menket.
CIELO
Los egipcios entendieron el cielo bajo muy distintos aspectos,
pero siempre como entidad femenina (en oposición a la tierra, entidad
masculina). Por un lado era la diosa Nut arqueada, con las manos y los pies en
el suelo. En ella estaban las estrellas y dentro de ella se producía el
rejuvenecimiento del Sol.
Uno de los mitos entendía que el astro surcaba el cielo diurno diariamente y
que al llegar la noche era engullido por esta diosa, (la bóveda celeste) para
recorrer los espacios nocturnos, generalmente ubicados bajo la tierra. A la
mañana siguiente, una vez completado el ciclo, sería alumbrado por la diosa
plenamente rejuvenecido y habiendo adoptado el aspecto de un escarabajo o un
niño.
Una emotiva leyenda de origen heliopolitano narra cómo el cielo y la tierra
habían sido separados por el dios del aire Shu para dejar espacio a los seres
vivos.
El cielo podía representarse de muy variadas formas, dependiendo del contenido
y del modo de explicar el fenómeno de la creación en el comienzo de los
tiempos. Este acontecimiento fue narrado de forma distinta en cada centro
religioso pero la variedad de leyendas no fue un problema para los egipcios ya
que todas ellas utilizaron imágenes distintas para explicar un hecho concreto e
indiscutible. Así encontramos que el cielo puede tener el aspecto de una vaca y
que sus patas eran los pilares que la mantenían separada del suelo. Sobre su
panza se encontraban las estrellas y por ésta surcaba el Sol. Por otro lado
también entendieron que el cielo era una plancha plana que estaba sujeta por
cuatro pilares. En algunos textos esta plancha se considera metálica y por esta
razón, al vibrar se produce el sonido de los truenos. También podía aparecer
mediante la imagen de un gran árbol cuya copa cubre la tierra y del cual penden
las estrellas.
En otros aspectos, el cielo también estaba representado en el
interior de templos y tumbas, en sus techos. Por otro lado, las puertas de
madera que cerraban la capilla del santuario, donde se encontraba la imagen más
sagrada del dios, se denominaron “Las puertas del Cielo”. Además, los propios
sarcófagos o en la tapa de los ataúdes se recogió el mismo simbolismo. La cuba
era el dios de la tierra Gueb y la tapa la diosa del cielo Nut y precisamente
en este último lugar es donde suele aparecer grabada o pintada, sobre todo a
partir de la Dinastía XXVI. Mediante este juego mitológico, el difunto (o el
santuario) se introduce en un microcosmos que le posibilitará tanto su
resurrección como su integración en el cosmos.
El ciempiés es un artrópodo que se caracteriza por tener un
elevado número de patas (un par en cada anillo de su cuerpo), unas pinzas
venenosas detrás de la cabeza y cola bífida. Existen más de 2.000 especies de
ciempiés, entre los que se encuentra la escolopendra, siendo muy posiblemente
éste el que relacionaron los egipcios con ciertos aspectos de la divinidad.
Al ser un animal estrechamente unido al interior de la tierra, desde
periodos muy tempranos se consideró emblema del dios Osiris. Ambos eran
ctónicos y se relacionaron con las necrópolis. Como otros animales ponzoñosos
se relacionó con la magia y se consideró que podía curar y proteger a su
poseedor de las picaduras de estos animales
Entre los distintos tipos de cinturón que encontramos en el
Antiguo Egipto hemos de destacar dos: el llamado cinturón de Sheshmetet, con
elementos colgantes, y aquel que llevaban las mujeres ceñido en sus cinturas.
El arcaico cinturón Sheshemet tenía poderes mágicos, profilácticos
y era un símbolo de poder. Era de piel y de él pendían unas tiras adornadas con
cuentas de malaquita, pequeñas cabezas de Bat o Hathor y, aveces conchas cowrie
o Cypraea moneta. (Aufrère 1991).
Aparece muy pronto en la iconografía y se encuentra en la cintura
de algunos reyes del periodo tinita o del Reino Antiguo; entre ellos podríamos
citar a Narmer y Dyeser, aunque el ceñidor permaneció en la iconografía hasta
el periodo romano.
Estaba asociado a la diosa Sheshmetet (“la del cinturón Sheshemet”
o “la de la malaquita”) una deidad cuyo centro de culto podría establecerse en
la localidad de Saft el-Henneh, una localidad próxima al lugar donde se
veneraba a Bastet.
Todo parece indicar que la semejanza entre el nombre de la divinidad y la
piedra ornamental condujeran a los propios egipcios a cierta confusión,
llegando a asociarlos ya en el Reino Antiguo.
Como observó Newberry, otras deidades masculinas también se
representan con el citado cinturón: Horus, Seth, Thot, Sopdu y Sepa se
encuentran en los monumentos portando este atuendo, aunque en un texto
encontrado en el templo solar de Niuserra, se entendió Sheshmetet aparece como
un aspecto de la diosa Bastet relacionando a ambas como Señoras de Menfis.
Otro tipo de cinturón muy particular, es aquel que llevaban las mujeres
–posiblemente bajo la ropa- y que era también un elemento protector relacionado
con la fertilidad y con la protección de los órganos reproductores. Estaba
adornado con conchas cowrie,
cuentas, peces... y se ajustaba al cuerpo sin que de él pendieran tiras, como
es el caso del cinturón de Sheshmetet.
Fue típico del Reino Medio aunque en el Reino Nuevo también se
conocen ejemplares como los hallados en el enterramiento de las tres esposas de
Tutmosis III. Era tal la importancia de la cowrie
que se reproducía con todo detalle en distintos materiales, tales como oro,
fayenza o piedras ornamentales.
Es el término que los estudiosos modernos emplean para designar la
imagen de Horus niño y que procede del latín cippum, cuyo significado es
pilar, hito, mojón o pilón, soporte o no de inscripciones. Sería más correcto
llamarlo por el nombre descriptivo “Horus sobre los Cocodrilos.
Aparece en el Tercer Periodo Intermedio aunque en la Dinastía
XVIII ya existían ciertas figuras que cumplían la misma función. En cualquier
caso se trata de estatuas en las que está Horus niño desnudo, en pie y sobre un
par de cocodrilos, llevando en las manos animales ponzoñosos: serpientes y
escorpiones, o peligrosos leones o gacelas, es decir, las fuerzas peligrosas
que estaban relacionadas con Seth. Podían encontrarse en forma de estatuas o
amuletos, y bajo este último aspecto podría decirse que se consideraba un
instrumento de medicina preventiva muy empleado por los viajeros en Baja Época,
que estaban expuestos a estos peligros. En ambos casos suelen estar trabajados
en piedras de color gris, negro o verde (véase “color”), cargando al objeto con
la magia del renacimiento, es decir de la curación.
Al entenderse que estelas que protegían contra los animales venenosos, se
cubrieron de textos jeroglíficos milagrosos y sobre ellas se derramaba agua que
más tarde se hacía beber al enfermo para obtener su curación. Otro método
consistía en aproximarlas al individuo enfermo para que, al rozar su cuerpo, se
produjera el “milagro”.
Las estelas se colocaban en lugares públicos para que los enfermos
pudieran acceder a ellas. Otras se situaban en el interior de las casas o en
los jardines, y servían como repelente, para que los ofidios no entraran en las
moradas y picaran a sus ocupantes.
Es indudable que el agua no tenía cualidades curativas, pero al
menos servía para tranquilizar a un enfermo acosado por problemas
respiratorios.
La clepsidra, llamada por los antiguos egipcios “el que dice la
hora” consistía en un vaso hecho de distintos materiales con un agujero en la
base, por donde escapaba lentamente el agua. En su interior había doce columnas
separadas por once marcas que determinaban el tiempo transcurrido durante su
vaciado en cada uno de los meses egipcios y el exterior se decoraba con motivos
divinos relacionados con los meses, los astros, etc.. En el exterior estaba
decorada con motivos astronómicos repartidos, generalmente, en tres registros.
Durante el Reino Nuevo y, concretamente, a partir de Amenhotep
III, la ofrenda de la clepsidra se hizo frecuente pero entonces no parece que
tuviera una conexión directa con la diosa vaca, sino con el advenimiento del
Año Nuevo. Gracias a la presentación de esta ofrenda en manos del soberano se
aseguraba que el caos no retornara a Egipto, que Maat se afianzara, algo
deseado y esperado por todo egipcio para su país.
Como instrumento de medida de fracciones del tiempo, la
presentación de la clepsidra estaba relacionada tanto como con el tiempo
horario, como con el concepto de tiempo-espacio, es decir, servía para
conjurarlo de forma mágica y mantenerlo inalterable. Gracias a la clepsidra los
fenómenos naturales que puntualmente acontecían en el Valle del Nilo se
producían de forma cíclica y benéfica sin temer su interrupción. De igual modo,
el tiempo y las estaciones transcurrían ordenadamente, sin sorpresas, tal y
como debía acontecer para la buena marcha del país. Por todas estas razones la
clepsidra se relacionó en Época Ptolemaica con el Ojo de Ra y con la diosa
Hathor, símbolos del retorno de la crecida, aunque también con otras deidades
femeninas con cabeza de leonas (Naguib 1990).
Este fenómeno tan esperado llegaba cada año, para más tarde
retirarse habiendo fertilizado la tierra del Valle; todo gracias a la ofrenda
de la clepsidra que posibilitaba la medida exacta del tiempo.
En Egipto existieron varios tipos de cobras, unas más agresivas
que otras, pero en cualquier caso, todas asociadas al Sol. En este país la
cobra estaba considerada como un animal femenino.
Las serpientes, en general, se encuentran representadas en objetos egipcios
desde periodos muy tempranos; ya en Nagada I (Amratiense) podemos observarlas
sobre la superficie de paletas o cerámica. Más tarde, algunos monarcas
emplearon este mismo motivo para escribir sus nombres.
La cobra era entendida como una entidad divina beneficiosa,
protectora y justiciera ya que castigaba con su picadura a aquellos que habían
cometido actos de poca rectitud, personificando a diosas como Uadyet o la
tebana Meretseguer. También representó conceptos de vida, de orden y de
legitimidad real, es decir de la divina realeza, en forma de ureo.
La cobra era una divinidad solar, considerada la hija de Ra, pero
además era la personificación de su propio Ojo. Éste podía tener personalidad
propia y enfurecerse separándose de su padre y actuando a su antojo.
La cobra también pudo estar vinculada a la protección de las
cosechas, aunque con esta función puede aparecer en foma de culebra. Asimismo,
un paralelismo entre el grano, (Osiris) y los difuntos hizo que esta divinidad
pasara al ámbito funerario y que se convirtiera en protectora de los
fallecidos.
Otra divinidad identificada con la cobra fue Urethekau.
COCODRILO
El cocodrilo fue quizá uno de los reptiles que por su aspecto
primitivo, su carácter y su hábitat llamó más la atención de los egipcios, por
lo que terminó siendo relacionado con Sobek u otras divinidades. De carácter
agresivo, como el hipopótamo tuvo dos interpretaciones, una negativa y la otra
eminentemente positiva; por un lado, los egipcios vieron en él una entidad que
emergía de las aguas buscando el Sol o, incluso, que salía de éstas “como” el
Sol, por lo que se relacionó con el astro, por otro, en ciertas épocas incluso,
los cadáveres de los difuntos podían ser arrojados al Nilo, en la creencia que
esta divinidad acudiría para llevarlos al Más Allá, considerándose por tanto,
un símbolo de renacimiento.
Fue frecuente que el feroz cocodrilo atacara las barquichuelas de
papiro y asesinaba al ser humano y a los animales por lo que los habitantes del
Valle del Nilo hicieron unas figurillas que reproducían su aspecto para obtener
un poder mágico sobre estos animales.
Por ello, sobre los muros del templo de Horus, en la ciudad de Edfú, podemos
ver al cocodrilo como representante de Seth, el hermano asesino del dios
Osiris. En esta imagen es Horus el encargado de aniquilarlo por medio de un
poderoso arpón, pero como es habitual en la iconografía egipcia Horus representa
al monarca que en este acto aniquila o somete a las fuerzas del mal.
Si el difunto adquiría la apariencia del cocodrilo (o de cualquier
otro animal) adoptaba también sus facultades de movimiento, es decir, era más
rápido cuando tenía que cruzar un río o un terreno pantanoso.
El cocodrilo fue la manifestación de varios dioses en áreas donde
el medio acuático estaba presente de una forma más patente, por ejemplo en
el-Fayum. De entre todas las hipóstasis de dioses con aspecto de cocodrilo
podríamos destacar a Jentijet y a Sobek, que tuvieron su templo principal en la
ciudad de Kom Ombo. Tanto allí como en Crocodilópolis (Fayum) los cocodrilos se
momificaban y enterraban con toda clase de ceremonias.
Hubo veces en las que el cocodrilo podía adoptar aspectos
compuestos, por ejemplo, en Edfu se reprodujo con cuerpo de cocodrilo y cabeza
del halcón.
Un cocodrilo situado en cada uno de los puntos cardinales era el método para
delimitar el cosmos, según se cita en el “Libro de los Muertos” del Reino Nuevo
y este animal también sirvió para representar cierta constelación pudiendo ser
observado en los techos astronómicos, sobre todo en el de la tumba de Sethy I
en el Valle de los Reyes o en la de Sennenmut en Deir el-Bahari, ambas del
Reino Nuevo.
En los casos citados últimamente hemos de resaltar que el
cocodrilo se conecta con el cielo o con el agua indistintamente, ya que según
una de las concepciones egipcias, el cielo estaba formado por este elemento
líquido elemento.
Eran cuatro cestos o cajas trapezoidales, rectangulares o cónicos,
de uso ceremonial adornados con cuatro plumas de avestruz cada uno (aunque en
la iconografía pueden aparecer con dos y con tres). Están envueltos con lo que
parecen ser vendas de lino ya que mitológicamente contenían los lienzos o la
ropa de diferentes colores que Isis, había empleado para la momificación de su
compañero. Mediante éstos había logrado unir el cuerpo del dios cuando el
hermano de ambos, el dios Seth, había asesinado y desmembrado el cuerpo de Osiris
lanzando los trozos al río Nilo. Teóricamente eran de color blanco, verde, rojo
y azul, aunque estos colores podían variar.
Mediante el rito asociado a estos cofres y su relación con el dios
del Más Allá también se vinculaban al propio difunto en las ceremonias fúnebres
y en opinión de Egberts (1995), restauraban la energía psíquica de Osiris, y
por extensión del finado.
Cuando aparecen representados en los muros de los santuarios
simbolizan cierta etapa de una ceremonia religiosa en la que se celebraba un
rito, mediante el cual el rey debía golpear cada uno de los cofres cuatro veces
ante el dios. Cada cofre era emblema de un punto cardinal y, por tanto, un
rincón de la tierra. Por ello guardan relación con los Hijos de Horus y de
hecho, este pasaje se parece mucho a la acción de soltar cuatro ocas o lanzar
cuatro flechas de otros rituales egipcios que tienen idéntico simbolismo.
Durante esta ceremonia el monarca debía cambiar de vestido y de corona para
cada acto concreto.
Durante el Periodo Ptolemaico, los cofres Meret simbolizaban la propia
tierra de Egipto por la similitud consonántica entre el nombre del país
(tA-mri) y el propio nombre de los cofres Meret
(tA mrt). Este nombre designaba al Egipto unificado, las “dos tierras”.
Tanto los cofres Meret
como el rito de “Consagración de los Cofres Meret”
aparecen bajo el rey Antef V, en la Dinastía XVII y permanecen hasta el periodo
romano. No obstante existieron otros objetos parecidos en el Reino Antiguo (los
enigmáticos contenedores Setjat) que, aunque de uso exclusivamente funerario,
pueden llegar a confundir por su similitud. Éstos no tienen relación con los
contenedores de vendas de Osiris que aquí tratamos y, además, tenían distinta
aplicación tanto práctica como ritual.
COLORES
El empleo del color en el antiguo Egipto, no es arbitrario; en
muchas ocasiones sirve para añadir un sentido concreto a algunos símbolos y
signos, dotándoles de un poder mágico preciso. Por supuesto los artistas
egipcios emplearon el color para recrear e imitar naturalezas vivas y muertas
así como para marcar ciertas diferencias, como puede ser el tono más claro en
la piel de la mujer:
Simbolizaba la incorruptibilidad y la totalidad, el Sol y se
asoció con el oro al ser eterno e inalterable. Era el color de la carne de los
dioses y de las estrellas, representadas en los techos de los santuarios y de
las tumbas. Muchas de las Cámaras del Sarcófago de los enterramientos egipcios,
están pintadas de amarillo simbolizando el oro, la inmortalidad.
En general el azul era el color del infinito, del cielo, del aire,
el color de las aguas (las cósmicas, las primordiales y las terrestres). De
este modo, simbolizaba la vida, el renacimiento, la regeneración, la gestación
y el río Nilo.
Parece que los egipcios hicieron una sutil diferenciación entre el
azul claro y el oscuro. El claro era la vida, el renacimiento, la luz de la
mañana. El oscuro, la noche; podía guardar conexión con el negro y el verde,
como ejemplo podemos citar la existencia en algunos relieves del dios Osiris
con la piel de este tono.
Este color también se utilizó en la piel de los dioses relacionados con el río,
con la inundación benéfica y anual del Nilo y, en definitiva con el agua, así
como otras deidades relacionadas con la fertilidad.
Los textos no cesan de citar la relación del azul con el pelo y la barba de los
dioses. De hecho estos atributos se dice estaban elaborados con lapislázuli un
material divino cargado de simbolismo ya que evocaba el cielo estrellado y la
regeneración, mientras que la turquesa era el agua como elemento de protección
y alegría. Por otro lado, la corona o casquete Jeperesh debió de ser de este
color, según se desprende de las representaciones egipcias.
Fue un color asociado a la Luna y la plata, el color de la luz y,
por tanto, un símbolo de pureza, limpieza y verdad que sirvió de alegoría para
las cosas sagradas, en oposición al rojo.
De color blanco eran, entre otras cosas, las sandalias, el vestido de los
sacerdotes y la corona del Alto Egipto, así que el blanco representaba el Sur.
Por ello, la diosa Nejbet era denominada “La Blanca de Nejeb” y la planta
heráldica de este punto cardinal, el loto, se entendía era de este color.
Representaba la oscuridad de la noche, la muerte, el Mundo Subterráneo,
pero paradójicamente también tenía otro simbolismo muy distinto ya que existía
una curiosa y estrecha conexión con el verde y con el azul. Los tres colores
estaban identificados con el renacimiento y la regeneración por tres razones
concretas: el negro es el color del fértil limo que permite la germinación y el
crecimiento óptimo de las plantas, es decir obtiene el verde el de las plantas
que nacen, se desarrollan, mueren y renacen, el azul el color de las aguas que
hacen revivir la vegetación.
El negro también sirvió para simbolizar las aguas cósmicas y el cielo nocturno
(como el azul) ya que tanto los profundos abismos como el firmamento pueden
aparecer de este color que, por otra parte, era eminentemente benéfico.
Nos encontramos ante un color complejo que para los egipcios fue
el opuesto del negro, y que simbolizó conceptos antagonistas.
Como cabría esperar, el rojo era un color vital y cargado de
energía que podía representar el fuego, la sangre que fluía por las venas, la
energía, el poder, la fuerza, el color del Sol y de su feroz “Ojo” ya que los
rayos del astro tenían en Egipto una fuerza particular. Este acontecimiento
hizo que los habitantes del Valle lo relacionaran con la fiereza de su Ojo,
aunque también lo identificaron con su protección al ser conscientes de su
importancia en el desarrollo de la supervivencia de hombres, animales y
plantas. Por todo ello era el color que representaba la vida, la regeneración y
la energía, siendo un color protector que simbolizaba la defensa.
El rojo era también el color heráldico del Bajo Egipto (el Norte),
de la corona representativa de este punto cardinal.
Pese a todas estas consideraciones, el rojo también era alegoría
de conceptos agresivos, violentos, dañinos y peligrosos. Es decir se ponía en
conexión con la destrucción, las desgracias, la amenaza de la vida y, por
consiguiente, la muerte.
Representaba el color de todos los vegetales que nacían y crecían
en la fértil tierra egipcia. Estaba asociado al negro y al azul.
Era un color eminentemente positivo, alegre, símbolo la naturaleza
renovada, de la salud, del nacimiento, de la vitalidad, de la juventud acaecida
tras la muerte y de la resurrección en analogía con las plantas que afloraban
tras la retirada de las aguas de la crecida, favorecidas por el limo
fertilizador. El verde era la fertilidad de la vegetación y de la vida (tanto
terrena como ultraterrena), de la regeneración mágica, el desarrollo, la
eclosión. Por ello Osiris (y otros dioses del Más Allá) tenían la piel de este
color, y que todo lo relacionado con la existencia en el Mundo de los Muertos
se identificó con el verde. Por otro lado, algunos estudiosos creen que existe
conexión con el hecho de ser el verde el color propio de la putrefacción, es
decir, aquel que se emplea en un estado transitorio para alcanzar una vida
futura, una regeneración, que se afianza a través del nacimiento de las
plantas. Todo ello encajaría perfectamente con Osiris y, por extensión, con los
difuntos, asociados a la deidad.
Otra divinidad relacionada con el verde era Uadyet, patrona de la zona Norte
del país y, en numerosas ocasiones, la corona del Bajo Egipto, a la que se
denominaba “la verde” en muchos textos (aunque fuera roja). Quizá esta relación
se deba al material vegetal con el que fue hecha en los comienzos, o a la diosa
con la que está relacionada (Uadyet).
Asimismo, el Ojo de Horus presenta en numerosos textos este color
ya que el verde tenía propiedades relacionadas con la sanación y con la salud.-
CORAZÓN
Para los egipcios el corazón era la víscera más importante del ser
humano, aquel que proporcionaba la libertad de acción y de discernimiento.
Emplearon dos palabras distintas para designar el órgano: una era ib y la otra
Haty. Aunque existen problemas para percibir de una forma clara cuándo debía
ser usado un término u el otro, parece que el primero se suele referir a la
entraña como responsable de los actos, la conciencia, la sede del pensamiento,
la memoria, la inteligencia, la imaginación, el valor, la fuerza de la vida, el
deseo, etc, mientras que la segunda suele utilizarse cuando quieren indicar el
corazón en su aspecto físico. Por todo ello era un órgano que no se retiraba
del cuerpo en el proceso de la momificación.
La adscripción del corazón como sede del razonamiento queda clara
en la teología menfita. En ella se explica cómo Ptah creó gracias a que su
corazón “pensó” y, posteriormente, por la intervención de la palabra. Es decir,
gracias a que “pensó” y lo que deseaba esto se hizo realidad originando todo
cuanto existe.
Como órgano que originaba los sentimientos, tanto buenos como
malos, era el que debía testificar en el Más Allá. Es decir, debía someterse a
un juicio en el que el difunto sería juzgado por sus actos en la tierra. Para
ello, era el corazón el que se pesaba en una balanza donde se situaba, como
contrapeso, a la diosa del orden cósmico y de la justicia, Maat o la pluma de
avestruz que la representaba. Para salir venturoso y ser considerado merecedor
de vida futura, el corazón debía de ser tan ligero como la diosa. En caso
contrario, éste sería devorado por un genio que esperaba al pie de la balanza y
de este modo perecía definitivamente. En este acto parece que el corazón puede
interpretarse como la conciencia (de ahí el término “psicostasia”). Sin embargo
conviene tener presente que, aunque en el Reino Medio existía un tribunal que
juzgaba los actos del individuo, entonces no existía aún el arbitraje que hizo
su aparición en el Segundo Período Intermedio y de forma continuada en el Reino
Nuevo.
Por esta razón, sobre los cuerpos de las momias y en concreto
sobre su pecho, se incluía un sustituto del corazón, que consistía en un
escarabeo (véase “escarabajo”) en piedra o pasta, grande, inscrito con el
Capítulo 30 del “Libro de los Muertos”. En la inscripción se exhortaba al
órgano para que no testificara en contra del finado, una especie de “fórmula
mágica para la seguridad del fallecido”.
En Egipto existieron distintas coronas que debían de ser usadas
por el rey o los dioses (representados por el clero o en la iconografía
sagrada) dependiendo del rito o del acto que se celebrara. Algunas
representaban puntos geográficos (Corona del Alto y Corona del Bajo Egipto),
otras estaban relacionadas con ciertos dioses, como por ejemplo la corona Atef, símbolo de Osiris. Un
tercer grupo eran aquellas mal llamadas “de guerra” como por ejemplo la corona
Jeperesh.
Conviene recordar que, sobre todo a partir de la Dinastía XIX, en
la iconografía aparecen una serie de coronas recargadas que incluyen signos y
símbolos no tradicionales en ellas. Éstas corresponden a un gusto más
abigarrado por el que se incluían numerosos motivos que llegan a tener una
destacable complejidad, dotándolas de mayor poder aún.
Según se aprecia en la la escena de coronación que se grabó en la
capilla Roja de la reina Hatshepsut, el orden para la imposición de coronas era
el siguiente: primero el nemes, después del Jeperesh,
tras él la ibes,
en cuarto lugar la net,
en quinto la atef,
en sexto la Henu,
en séptimo la corona de Ra, en octavo la corona blanca y en noveno y último la
corona roja.
En este apartado no se incluye el término “nemes”, que tiene su
apartado independiente por considerarse más un atuendo que una corona.
Tampoco se incluye el casquete etíope por ser únicamente un distintivo de carácter
étnico que aparece en un momento muy puntual de la historia egipcia.
La corona Atef era la corona tradicional de los dioses Osiris y
Herishef, aunque según Basílica y Hugonot estuvo relacionada con Ra-Horajty
desde el reinado de Amenhotep II.
Da la sensación de que la corona Atef es una forma más elaborada
(por adición) y compleja de la corona blanca del Alto Egipto. A ambos lados
estaba adornada con sendas plumas de avestruz a las que más tarde (Reino Nuevo)
se añadieron un disco solar, a veces unos Ureos y dos cuernos horizontales de
carnero sobre los que se sustenta.
En estudio realizado por J. Hugonot primero y por Sowada después,
se relacionó el motivo circular que aparece en la parte alta de esta corona
durante el Reino Nuevo, con el fruto del árbol Ished, dándole un valor solar. Aparece por vez
primera en el templo de Deir el Bahari, concretamente en la capilla de Hathor y
suele estar pintado de color amarillo.
De forma mágica la corona, junto a otros atributos, facilitaba el
renacimiento del difunto en el Más Allá, aun cuando este difunto no
perteneciera a la familia real.
Corona Blanca
La corona blanca o corona del Alto Egipto, llamada por los
antiguos egipcios Hedyet, Uereret (que significa “La que llega a ser
grande”), estaba compuesta por una pieza troncocónica alta con el
extremo superior redondeado, a modo de mitra. Aparece en el Protodinástico y se
encuentra sobre las cabezas de los reyes tinitas; tal es el caso de Escorpión y
Narmer. Estaba protegida por la diosa buitre Nejbet, deidad que aparece
denominada en los textos como “La Blanca de Nejeb”.
Cuando el monarca se hace representar sobre los muros de los templos ataviado
con esta corona suele hacerlo en los lugares orientados al Sur. En
contrapartida, cuando lo hace con la corona roja, las imágenes suelen estar
orientadas al Norte.
Aunque sigue siendo una incógnita el material con el que estaba
hecha esta corona, todo induce a pensar que debió confeccionarse con motivos
vegetales, por lo que presumiblemente debía de ser de color verde aunque en la
iconografía aparezca pintada de blanco.
En opinión de Goebs (1998) mediante un estudio minucioso de los
textos, puede afirmarse que esta corona podría tener un simbolismo lunar
guardando, además, cierta conexión con el ojo Udyat (véase “Ojo de Horus”) y con el dios
Thot.
El Blanco fue el color representativo del Alto Egipto, es decir, del Sur, sin
embargo, la mención a las Coronas Verdes (tanto la blanca como la roja) se
encuentra desde antiguo.
La unión entre la corona blanca del Alto Egipto y la corona roja
del Bajo Egipto (llamada por los habitantes del Valle del Nilo sejemty, cuyo
nombre significa “Las Dos Poderosas”) aparece desde la primera Dinastía.
Esta reunión servía para representar la unificación entre los dos
puntos geográficos egipcios, el Sur y el Norte. Dependiendo de la zona del país
en que se quisiera hacer énfasis, la corona roja estaba sobre la blanca o
viceversa.
Era una variante de la corona Atef. Puede decirse que estaba
formada por una triple Atef. Se cree que su nombre sea
(onomatopéyicamente) la materialización de un grito de guerra. Curiosamente
esta corona suelen llevarla las divinidades que se representan como niños ya
que simboliza el triunfo del Sol sobre las tinieblas del Más Allá, el vigor, la
vida que renace y la juventud. Por ello, también es frecuente encontrarla sobre
la cabeza del rey difunto y podía combinarse con el nemes. La
representación más antigua se encuentra en la tumba de Panehesi en Amarna.
El casquete, corona Jeperesh
o corona azul tradicionalmente, aunque de forma errónea, ha sido denominado
corona de guerra. Actualmente nada permite afirmar que se empleara en las
batallas y lo que parece más acertado es que fuera una corona de “aparato” o
ceremonial que aparece en la Dinastía XVIII. Cervelló (1996) opina que esta
corona habría tenido su antecedente en desde comienzos del Segundo Periodo
Intermedio, en una corona bonete. Por otro lado, el Jeperesh tiene una curiosa
semejanza con un elaborado peinado que llevan los tutsi, actualmente (Iniesta
1989, il. 4).
El material con el que estaba confeccionada no se ha determinado
pero podemos suponer sin riesgo a equivocarnos mucho que debió de ser paño o
cuero de color azul y que su superficie se adornaba con discos de metal, que
bien pudieran ser de oro. En opinión de Desroches-Noblecourt podría haber sido
confeccionada con piel de avestruz.
Su significado es oscuro, pero algunos textos parecen indicar que
tal vez tuvo que ver con el estado ideal de vigor y juventud.
La diosa Uerethekau “la Grande en Magia”, debió estar asociada a
este casquete durante el Reino Nuevo, ya que suele encontrarse presente en los
relieves que reproducen dicho acto.
Documentada desde Nagada I y II, esta corona fue la que
representaba al Bajo Egipto y fue llamada por los egipcios mHs (“La del
Norte”), net (como el nombre de la diosa Neith), bit (véase “abeja”, “miel” y
“cera”) o deshret (“La Roja”), dependiendo del aspecto de ésta
que se quisiera destacar. También, podía llevar el nombre de Uert, es
decir, “La Grande”. Tanto su nombre como el estudio de su función parece
indicar que era la corona más antigua e importante. En contextos funerarios, se
la nombra como “madre del rey difunto”.
Estaba protegida por la diosa Uadyet, aunque también es la corona que suelen llevar las diosas Neith, de la ciudad de Sais, y Amonet, contrapartida femenina de Amón, en la ciudad de Tebas. Representa al Bajo Egipto, es decir al Norte del país y por ello, generalmente, cuando aparecen representaciones del monarca sobre los muros de los templos ataviado con esta corona, éste se encuentra en lugares orientados al Norte.
Estaba protegida por la diosa Uadyet, aunque también es la corona que suelen llevar las diosas Neith, de la ciudad de Sais, y Amonet, contrapartida femenina de Amón, en la ciudad de Tebas. Representa al Bajo Egipto, es decir al Norte del país y por ello, generalmente, cuando aparecen representaciones del monarca sobre los muros de los templos ataviado con esta corona, éste se encuentra en lugares orientados al Norte.
Aunque esta corona aparece en la iconografía egipcia de color
rojo, muchos textos hacen referencia a ella citándola de color verde. Otros se
refieren tanto a la corona del Norte como a la del Sur denominándolas “las
Coronas Verdes”.
Sin embargo debemos plantearnos una pregunta: ¿cuál es la razón
para denominar como verde una insignia real que se encuentra en la iconografía
claramente pintada en rojo? Quizá para encontrar la respuesta debamos
trasladarnos a los periodos más antiguos. Entonces ésta pudo estar
confeccionada de materiales vegetales, quizá coloreados, pero que condicionaron
su denominación a través de los siglos.
Estaba compuesta por dos plumas de halcón y se empleó desde el
reinado de Seneferu. Desde el Reino Nuevo pasó a ser emblema de las mujeres de
alto nivel social de la casa real y de las Divinas Adoratrices, así como
ciertas divinidades, primero masculinas (Amón, Horus de Hierakómpolis) y más
tarde femeninas (Renenutet, Uerethekau o Isis-Sothis), vinculándose a la
regeneración anual del sol.
Podía acompañarse de dos cuernos, enfatizando conceptos de
fertilidad.
Simbolizó la unión de las dos tierras, las diosas Uadyet y Nejbet, pero además
al añadírsele un disco solar adquirió un simbolismo que la puso en relación con
los dos horizontes y con Shu y Tefnut. Fue un emblema de dualismo, de
complementariedad.
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