COSMOGONÍA
La palabra griega Kosmogonia sirve para designar la parte de las
mitologías que narran el nacimiento del mundo en culturas de la antigüedad.
En Egipto las más importantes fueron las de las ciudades de
Heliópolis, Hermópolis, Menfis y Tebas. Todas ellas tienen elementos comunes y
conceptos similares, entre los que cabe destacar el océano primordial, una
colina primigenia, el Sol y unas aguas desorganizadas y caóticas donde se
encontraba la potencia del dios creador. Precisamente éste, en un momento impreciso,
toma conciencia de sí mismo y comienza el acto creador, separando las aguas,
haciendo emerger un primer trozo de materia sólida (la tierra) y creando a
dioses, hombres, animales y plantas.
La variedad de cosmogonías en el Valle del Nilo provoca, en el
lector moderno, perplejidad y confusión. Hemos de ser conscientes de que son
tradiciones locales que explican la creación desde diferentes puntos de vista y
que la convivencia de distintas interpretaciones nunca supuso un problema de
entendimiento para el habitante del Valle del Nilo. Por un lado él no conocía
las complicadas especulaciones teológicas y, en cualquier caso, aunque las
hubiese tenido presentes, todas ellas relataban algo que en definitiva se había
producido: la creación. Todas las cosmogonías se apoyan en el dios principal
del área donde estén elaboradas y a su alrededor se crea toda una “estirpe”
nacida del propio creador, que constituye los elementos de la tierra, del
cosmos o incluso aquellos que se relacionan con los principios de la monarquía.
Las deidades que se agrupan en las distintas cosmogonías egipcias
se reúnen según la propia estructura básica social humana, es decir, según el
ideal terrenal plasmado en el ámbito divino, esto es, la familia. Estos
conjuntos divinos se denominan eneadas o lo que es lo mismo agrupaciones de
nueve dioses, según el esquema heliopolitano. Sin embargo este término a veces
se aplica erróneamente a conjuntos de más de nueve deidades. De forma curiosa
cuando estas formaciones están compuestas por ocho entidades divinas
(Hermópolis) sí se aplica un término apropiado ya que se las designa Ogdóada.
Como ocurre con otras civilizaciones, la egipcia creó ciertas
leyendas que explicaban hechos tan inquietantes como el origen del mundo y de
la humanidad.
Así, cada uno de los centros religiosos interpretó que esta creación estaba
relacionada directamente con su dios local y le puso a la cabeza de tal
acontecimiento, creando una serie de dioses demiurgos. Sin embargo todas ellas
tienen puntos en común: la aparición de ciertos símbolos que emplean, de uno u
otro modo, todas las escuelas teológicas, tales como el caos primordial o Nun,
el Sol como creador o la tierra emergida. Los más importantes fueron los que se
desarrollaron en Heliópolis, Hermópolis, Menfis y Tebas.
El caos se nos presenta como el lugar donde estaban “en potencia”
todos los elementos, todos los gérmenes que más tarde toman aspecto concreto y
emergen con el establecimiento del orden, es decir con la creación. Los textos
dejan constancia de que en este caos se encontraba, en esencia, el creador
andrógino y que tomando conciencia de sí mismo, comienza su labor creadora.
Asimismo también están en potencia los seres y criaturas que poblarán el mundo
terreno y el de los dioses, pero todos ellos dependen de la decisión del
creador para su real existencia.
En casos excepcionales el dios creador no es dios sino es diosa.
Tal es el caso de NeitT como ocurre en Esna, sin embargo ella, a juzgar por los
egipcios contaba con dos tercios de su personalidad masculinos y uno femenino.
La creación según Heliópolis agrupaba a 9 dioses, y se les
denominaba la Enéada. A la cabeza de encontraba el dios solar Ra (o Atum) que
con su saliva o mediante la masturbación (según los textos) había creado una
primera pareja llamada Gueb, (la tierra) y Nut, (la bóveda celeste). De ellos
nacieron, Shu, (el aire) y Tefnut, (la humedad) y de éstos dos parejas: Osiris
e Isis, Set y Neftis. Así encontramos la creación del “uno” que se convierte en
“muchos”, en una multiplicación sin límite. En esta concepción era importante
la dualidad. El Sol crea parejas que a su vez dan a luz a otras parejas.
En este caso concreto tendríamos un primer grupo formado por
Atum_Ra, Shu y Tefnut que simbolizan la organización cósmica, un segundo grupo
en los que hemos de incluir a Nut, Gueb, Osiris, Isis, Seth y Neftis que
representan la vida de la naturaleza y, finalmente, en último lugar a Horus,
representante de la vida del hombre. Así el mito de creación se divide en dos:
el mitos cósmico (Atum-Ra, Shu, Tefnut, Nut y Gueb) y un mito de monarquía
formado por Osiris, Isis, Seth, Neftis y Horus; éste último corresponde a la
teologización del faraón. Todos ellos forman la Maat sin la cual el mundo no
puede existir.
Según la ciudad de Hermópolis Magna, la creación había tenido
lugar gracias a cuatro parejas de ranas y serpientes llamados en conjunto “los
padres y las madres que crearon la luz” o más recientemente la Ogdóada de Hermópolis.
Se denominaban Nun y Naunet, (el agua primordial), Heh y Hehet, (el espacio
infinito indeterminado), Kek y Keket, (las tinieblas) y Nia y Niat, (la vida o
la indeterminación espacial). Todos ellos eran parte del caos de los comienzos.
Los miembros masculinos tenían forma de serpiente y los femeninos de rana.
Estas formas se deben a que los egipcios notaron que cuando se retiraban las
aguas de la crecida del río Nilo, estas criaturas eran las primeras que
aparecían en las aguas pantanosas. Así asociaron esta aparición con la creación
del mundo. Estas parejas eran manifestaciones del dios Thot, artífice real de
la creación; eran las responsables de cuidar e incubar el huevo cósmico de
donde más tarde nacería el Sol.
Finalmente Menfis elabora una concepción mucho más
intelectualizante ya que su dios Ptah crea gracias al pensamiento, al deseo y
al acto de la palabra, es decir, la creación se materializa gracias al
raciocinio y a la articulación mágica de la palabra que logra que las cosas
devengan a la existencia.
El frecuente empleo del término cuchillos mágicos como forma de
designar ciertas varillas curvas y planas de marfil con forma de bumerangs e
inscritos con figuras apotropaicas no parece ser correcto; quizá fuera más
acertado denominarlos “Marfiles Mágicos”
De uso únicamente religioso, sirvieron a modo de talismán. Estaban
hechos de colmillo de hipopótamo e inscritos con deidades y genios protectores
(Bes, Heket, Ihy, Tueris y entidades del tipo grifo) que generalmente se
encargaban de la guarda de los niños, de las mujeres embarazadas, de los malos
sueños y, por tanto, de los genios malignos que podían acosarles durante este
tiempo incierto. Precisamente la razón para emplear el marfil del hipopótamo
como elemento protector se debió a que este animal está dotado de una gran
fuerza y por ello se presuponía que su colmillo era especialmente válido ya que
poseía la fuerza apotropaica tan necesaria en momentos proclives al ataque de
fuerzas del mal.
Otro tipo de “cuchillos mágicos” eran aquellos que se utilizaban
en operaciones mágicas de ataque de demonios o en ritos concretos como es la
apertura en el costado del cuerpo en la ceremonia de momificación, etc. Éstos
debían estar hechos de un material concreto, como por ejemplo el sílex.
También denominado como “cuchillo” encontramos el Peseshkaf, un
instrumento empleado en la ceremonia de la Apertura de la Boca, documentado
desde tiempos remotos. Mediante este cuchillo de sílex se conseguía y se
garantizaba al difunto que sus sentidos pudieran ser empleados en el Más Allá.
Posiblemente el empleo original de este cuchillo fue cortar el cordón umbilical
del recién nacido; los dedos o cuchillas que lo acompañan tal vez servían para
limpiar el mucus
de la boca del recién nacido, por lo que también se uso en la Ceremonia de la
“Apertura de la Boca” para reconstruir la etapa del nacimiento y producir un
renacimiento mágico. Este objeto es relativamente frecuente en el Reino Antiguo
y ocasional en el Nuevo ya que entonces fue sustituido por la tradicional
azuela.
Fue uno de los elementos que formaban al ser humano, una de las
partes del hombre que los egipcios denominaron Jat,.es decir, cuerpo
físico perecedero. Él era el que tenía que someterse a una serie de ritos de embalsamación
puesto que era necesario que permaneciera incorruptible para que el fallecido
pudiera tener una vida eterna.
Los egipcios también emplearon las conchas marinas para expresar
algunos símbolos y como en otras culturas, se relacionaron con la sexualidad,
la procreación, la fertilidad y para ser más concretos con la vulva femenina.
Concretamente la Cypraea
moneta o concha cowrie
representa este concepto y su uso es típico en la joyería egipcia, aunque no es
la única concha de esta familia que emplearon los egipcios.
La Cypraea moneta
se encuentra con frecuencia desde el periodo Badariense y permanece hasta el
final de la civilización, bien al natural o imitada en oro, faienza u otros
materiales semi-preciosos. Los egipcios la identificaron con la vulva femenina
y, como tal, la convirtieron en amuleto, interpretando que protegía estas
partes íntimas de la mujer. Además servía de talismán contra la esterilidad,
para favorecer la fecundidad y para potenciar la sexualidad, obteniendo la protección,
es decir, consiguiendo que las fuerzas negativas que podían atacar a la
embarazada o aquellas que acuciaban provocando la imposibilidad para la
concepción, no fueran efectivas.
Las cowries fueron muy frecuentes en el Reino Medio y aparecen en
un tipo de cinturón que se colocaban las mujeres ceñido a la cintura.
El chacal, es un carnívoro con personalidad audaz, carroñero de
costumbres nocturnas y solitarias que vive en el desierto y que parece haber
sido otro de los mamíferos que fascinaron a los egipcios.
Según las representaciones murales parece que los egipcios no
hicieron distinción entre el chacal y el perro salvaje lo que dificulta el
interpretar correctamente cuál es el animal que sirvió para representar al dios
Anubis.
En cualquier caso, la razón para la identificación del dios, sea
perro o chacal, con las necrópolis parece clara y puede aplicarse también al
perro salvaje. Ambos son animales carroñeros, pero además, el chacal se adapta
a la presencia humana y puede deambular cerca de los hombres irrumpiendo en los
pueblos, aldeas o cementerios, al abrigo de la noche, en busca de alimento. Por
ello, los egipcios asociaron al animal con las cercanías de los lugares donde
inhumaban a sus difuntos. En los primeros tiempos, los habitantes del Valle del
Nilo ya notaron que al escarbar con sus garras hallaba cadáveres bien
conservados (por la acción preservadora de la arena) y se alimentaba de ellos.
Así interpretaron que el cánido acudía para llevarlos al Más Allá.
Fue el animal totémico de dioses tales como Anubis, Upuaut (“El
Abridor de Caminos”) o Jentamentiu, una deidad local de Abidos.
El desierto fue denominado la "Tierra Roja" (deshret) mientras que el
fértil Valle del Nilo se llamó Kemet.
De la primera palabra procede la moderna voz “desierto” y de la
segunda "química".
Como ocurría con otros fenómenos o accidentes naturales que se
producían en Egipto el desierto también fue objeto de identificaciones divinas
y simbólicas. Se relacionó con el dios Seth, el hermano de Osiris, con el
desorden y con las fuerzas del mal. Esto puede interpretarse del modo
siguiente: la zona de cultivos ha de luchar continuamente para que las arenas
del desierto no inunden el Valle, al igual que Horus luchaba eternamente para
vencer a Seth. Por otro lado la aridez de este territorio, en el que
aparentemente no existe la vida, y las pocas posibilidades de supervivencia
fueron otros determinantes que, sin duda, hay que tener en cuenta,
identificándose su sequedad con elementos dañinos o condenatorios.
A causa de los peligros que acontecían en estos terrenos yermos,
los egipcios sintieron la necesidad de encomendar ciertas rutas a deidades
benéficas que debían proteger determinados accesos o caminos. Como por ejemplo
el dios Min, encargado de la custodia de las rutas caravaneras.
Pese a todo ello, los egipcios escogieron el desierto para inhumar
a sus difuntos, sobre todo el desierto Occidental. Allí estaban localizadas la
mayor parte de las necrópolis y era el lugar de entrada al Mundo Subterráneo. Precisamente
en este punto cardinal desaparecía el Sol cada noche para renacer al día
siguiente por el Oriente completamente rejuvenecido, un simbolismo tan acorde
con el pensamiento egipcio que no pudieron pasarlo por alto.
Una de las indiscutibles causas para esta elección fue la limitada
extensión de la zona fértil o, para ser más exactos su anchura. Es evidente que
no podían permitirse desaprovechar zonas de cultivo en beneficio de zonas de
vivienda o cementerios. Por otro lado, desde tiempos remotos los egipcios
descubrieron que la arena actuaba como desecante y, por tanto, conservante
natural y cuando los cuerpos comenzaron a ser embalsamados artificialmente, el
desierto no se abandonó y continúó desempeñando su función de acogida de los
fallecidos.
Como dualidad entendemos la reunión de dos caracteres o fenómenos
distintos en una misma persona o cosa y como dualismo la concepción que supone
que en el conjunto de la realidad hay dos principios que se oponen
irreductiblemente, pero que son igualmente necesarios, eternos e independientes
el uno del otro. Ambos conceptos en Egipto llegan a unirse de tal manera que a
veces es muy difícil establecer la frontera para poder hacer una clara
distinción.
El concepto de dualidad expresa una idea de complementariedad que
para coexistir implica que también subsista su antagonista. Se encuentra
presente en gran cantidad de aspectos, representando pares opuestos. En muchos
casos, se manifiesta bien mediante los principios cosmológicos, la androginia
divina, una forma de expresar que el demiurgo se bastó por sí solo para
comenzar a crear. El dualismo se hace evidente a través de otros muchos
símbolos: el Alto y el Bajo Egipto, el desierto y el Valle, el bien y el mal
personificados en Horus y Seth, el Este y el Oeste, o lo que es lo mismo la
vida y la muerte, la derecha y la izquierda relacionadas respectivamente con
Occidente y Oriente, la Corona Roja y la Corona Blanca, la izquierda (la Luna)
y la derecha (el Sol), arriba, donde se encuentran los dioses y abajo donde
están los genios peligrosos (el mundo subterráneo), etc.
Los egipcios entendían que el Más Allá era un mundo dinámico, es
decir, podían disfrutar de la vida tras la muerte de distintas maneras. Era
posible ser felices en los campos de Ialu, donde gozarían de los placeres de la
"vida", pero donde también debían cultivar los campos. También era
posible ascender a las estrellas y surcar el cielo junto a Ra cada día, pero
por la noche hacían un recorrido por el submundo, por la duat, que era a la vez
subterráneo y celeste.
Para ser más específicos comentaremos que durante el Reino Antiguo
la Dat, se situó en el cielo y durante el Reino Nuevo paso denominarse Duat y a
designar al mundo subterráneo.
El amor de los egipcios hacia su país hizo que reprodujeran tras
la muerte muchos aspectos de su tierra; así para la Duat se concibieron campos
idílicos e incluso un río subterráneo a imagen del Nilo.
Al ser éste un mundo complicado, plagado de lugares enigmáticos y
genios dañinos o beneficiosos, a partir del Reino Nuevo se compuso un libro llamado "Libro de
la Amduat" donde se recogía su geografía y sus habitantes para que pudiera
ser empleado a modo de guía. Todo esto se enmarcaba en el viaje nocturno del
Sol y en su nacimiento en la mañana. El fallecido se asimilaba a este dios y de
este modo viajaba por el Más Allá.
Este libro se recogió en papiros y en las decoraciones de las
tumbas.
Nos encontramos ante uno de los símbolos más frecuentes en Egipto
pero también ante uno de los menos claros en cuanto al objeto físico que
reproduce.
Parece evidente que el pilar dyed pudo ser un antiguo fetiche de la prehistoria
que pasó a formar parte de la iconografía egipcia, permaneciendo representado
hasta el periodo romano. Estaba relacionado con los ritos agrícolas.
La presencia de dos pilares Dyed de época Tinita, hallados en
Heluan y su inclusión en el recinto funerario del rey Dyeser en Sakkara
(necrópolis de Menfis) indican que fue un símbolo asociado a otro concepto
(soporte del cielo) o a otra divinidad y ésta bien pudiera ser Sokar y Ptah,
ambas entidades divinas del área de Menfis, ya que los dos aparecen sujetando
este distintivo en sus manos. Es muy posible que, dado que Osiris, Ptah y Sokar
fueron en cierto modo asociados, el pilar pasara a formar parte del simbolismo
de Osiris cuando se difundió su culto. Por otro lado, el Dyed también se
encuentra en ciertas representaciones divinas que no incumben a estas
divinidades. Tal es el caso de los dioses Thot y Jonsu..
Las interpretaciones que se han vertido acerca de lo que puede
simbolizar han sido muy variadas y debatidas. Por un lado se piensa que pudo
representar la columna vertebral del dios Osiris, por lo que aparece en los
sarcófagos emplazado a la altura de esta zona del cuerpo. Por otro lado y a
causa de la relación de Osiris con cultos agrícolas se ha creído ver en él un
árbol, un poste con gavillas de grano atadas, etc.
En el Papiro de Ani, del Reino Nuevo lo encontramos situado sobre
un signo Anj que
está dotado de brazos que sujetan un disco solar en su nacimiento mientras una
serie de monos proceden a saludar y adorar al Sol. Sin embargo, en este caso
(no así en Dyeser) no hay lugar a dudas respecto a que el representado con
forma de Dyed es el propio Osiris, ya que a ambos lados se encuentran su
hermana Neftis y su esposa Isis.
En relación con este pilar, existía una célebre ceremonia que se
llamaba "Erección del
Pilar Dyed". Aunque de origen menfita, posiblemente para el
dios Ptah, fue "osirianizada" con posterioridad y se reprodujo, entre
otros lugares, en el templo de Sethy I en Abidos, lugar inequívoco de culto a
Osiris. Mediante la celebración de esta ceremonia se simbolizaba la estabilidad
del reinado, la resurrección de Osiris, la victoria de éste sobre Seth. Era un
modo de evocar al rey difunto relevado por otro monarca que también era
merecedor de ostentar el trono de Horus. Además y dado que este rito debía
repetirse durante la fiesta o ceremonia del Heb
Sed, constituía un modo de renovar, de regenerar y revitalizar periódicamente
las fuerzas del monarca para que éste fuera capaz de seguir reinando de forma
válida sobre el trono de Egipto.
Originario del Este de África, su dura madera, negra (con la
corteza gris) siempre fue muy apreciada por los egipcios. Se denominó por los
egipcioshbny de
donde, curiosamente, procede la palabra inglesa "ebony".
Por su asociación con el color negro, se empleó para la
fabricación de una gran cantidad de muebles y estatuas de tipo funerario y se
relacionó con el trono de Ra, cuando éste se encuentra a la cabeza de la Enéada
.
Como es evidente, la palabra "electrum" procede del
latín, a partir de un vocablo griego (elektron).
El electrum era una aleación muy utilizada por los antiguos
egipcios, compuesta de oro y plata. Es una aleación natural, frecuente en los
depósitos aluviales de oro.
Según Plinio (XXXIII:23) cuando la aleación tenía menos de un 20%
de plata se la denominaba oro, mientras que cuando el contenido era superior se
consideraba electrum.
Su color es más claro que el oro y se empleó, entre otras cosas
para recubrir la parte alta de los obeliscos e incluso parece que algunos
fueron recubiertos en su totalidad.
Por su color y por emplearse como recubrimiento de obeliscos, el
electrum podía tener cierta conexión con la luminosidad del Sol.
ELEMENTOS DEL SER HUMANO
Al parecer de los egipcios el ser humano estaba formado por una
serie de elementos, unos materiales y otros inmateriales. Dichos elementos son
difíciles de comprender porque algunos difieren mucho de nuestras concepciones
actuales y de nuestra mentalidad moderna pero, además, hay otra dificultad
añadida: no hay una palabra concreta que sirva para designarlos. Entre los
elementos más importantes tenemos el cuerpo físico, el corazón, el anj, el ka,
el nombre, la sombra y las energías sejem
y heka.
Era aquel que debía ser momificado y que los egipcios denominaron Jat. Para disfrutar de una
vida inmortal en el Más Allá, era necesario que al fallecer se sometiera el
cuerpo a un proceso de deshidratación (inducida por natrón) que facilitaría su
pervivencia incorrupta. Este acontecimiento pretendía rememorar, en el cuerpo
de cada difunto, los mismos ritos que se habían celebrado a la muerte de
Osiris, facultando así su vida eterna e imitando de forma artificial la
desecación natural que se producía en el Predinástico, cuando los cuerpos eran
enterrados directamente en la arena. Con la inclusión de sarcófagos y de salas
en la tumba, el aire penetró en el enterramiento y esto produjo que en los
cuerpos se desencadenase el proceso de putrefacción. Fue entonces cuando los
egipcios sintieron la necesidad de “inventar” un método artificial que
obtuviera la “incorruptibilidad” del soporte material que habían tenido en vida
y que iban a seguir utilizando tras la muerte.
El cuerpo servia de soporte al Ka
y este elemento espiritual necesitaba reconocer el lugar al que había
pertenecido.
Era la víscera más importante del hombre y como tal no se retiraba
del interior del cuerpo en el proceso de la embalsamamiento. Los egipcios le
denominaron ib o haty. El corazón cumplía funciones similares a
las que hoy sabemos realiza el cerebro. Era la sede de los pensamientos, tanto
buenos como malos, el que proporcionaba la libertad de acción y el responsable
de los actos que se cometían en la tierra. Como tal, era el que debía ser
juzgado en el Más Allá en la “Sala de las dos verdades”, presidida por Osiris.
Allí, en una balanza se pesaba, actuando como contrapeso la pluma de la
justicia que encarnaba a la diosa Maat. En el caso de que el corazón fuera más
pesado que la pluma, inmediatamente sería devorado por un “monstruo”, la diosa
Ammyt, eliminando toda posibilidad de vida eterna. Para garantizar el paso por
el mencionado tribunal y como medida de seguridad, sobre el cuerpo de la momia
se colocaba un escarabajo, denominado “escarabeo o escarabajo de corazón”, que
llevaba grabado el capítulo 30 del Libro de los Muertos, así se conseguía que
éste no testificara en contra del fallecido, delatando los “pecados” que había
cometido en la tierra. El poder del corazón incumbía también labores creadoras
y como tal lo encontramos en la llamada Teología Menfita, en la cual el dios
Ptah crea gracias a haber “pensado” con el corazón”.
El ibis crestado es el animal que sirvió para representar el
determinativo de este concepto espiritual vinculado a la “luz”, que también
puede manifestarse como una momia. Se entiende como una parte del ser luminosa,
con el espíritu transfigurado del difunto en contraste con el fin de la
existencia. Es una fuerza exclusivamente funeraria ligada a las estrellas,
interpretadas como formas de vida tras la muerte, sobre todo, en el Reino
Antiguo, por ello, es una de las formas, el medio que el difunto dispone y
desea tomar para ascender al cielo y unirse a las estrellas circumpolares que
nunca se ponen, que en Egipto se asociaron a las “almas” de los fallecidos. Su
aparición se producía al reunirse el ka
y el ba, con los
que coexistía, pero algunos autores piensan que podía formarse gracias a la
unión entre el ba y el cuerpo. En cualquier caso se vinculó a la resurrección y
la inmortalidad. Este elemento también lo tenían los dioses como se desprende
en algunos capítulos del Libro de los Muertos.
Era uno de los elementos espirituales del hombre. Se representó
mediante dos brazos que se elevan verticalmente formando un ángulo recto y que
terminan en manos. Pese a haber sido traducido de forma incorrecta como
“espíritu”, este elemento es el que posibilitaba la vida del individuo y como
tal lo tenían tanto los vivos como los difuntos o los dioses. Se creaba a la
vez que el cuerpo, como un elemento gemelo.
El Ka necesitaba alimentación y bebida para subsistir tras la
muerte, así como contar con elementos materiales que pudiera reconocer tras la
muerte: el cuerpo o una estatua. Por ello, como habitáculo del ka, el egipcio momificaba el
cuerpo y colocaba estatuas que reproducían sus facciones en el momento de mayor
esplendor físico. Sin embargo el ka
no tenía movilidad y necesitaba al ba
para poder alcanzar la parte espiritual de las ofrendas que se entregaban
diariamente en el culto funerario. La eliminación del ka suponía la muerte
definitiva y la imposibilidad de disfrutar de vida eterna. Para los egipcios
los templos, los dioses, las tumbas, etc, también disponían de ka.
Es otro de los elementos espirituales que formaban al hombre y que
también fue mal traducido como “alma”. Estamos ante una fuerza exclusivamente
funeraria y que tenía movilidad. Gracias al ba,
el ka recibía la
esencia de las ofrendas ya que este último era el que podía desplazarse hasta
las mesas de ofrenda para “absorber” su sustancia espiritual y hacerla llegar
al ka. El ba se
representó mediante la imagen de un halcón con cabeza humana que reproducía los
rasgos del difunto. Encarnó la posibilidad del fallecido para desplazarse tras
la muerte y gracias a él el difunto podía convertirse en cualquier forma y
tomar cualquier apariencia que pudiera necesitar.
En el momento de la muerte el ba
abandonaba el cuerpo y ascendía al cielo, pero al llegar la noche debía
retornar a la tumba para descansar en el cuerpo. Además, el ba podía salir de la tumba y
deambular a su antojo. Era él el que salía a través de la Estela de Falsa
Puerta y visitaba la tierra que el difunto había amado, pero no era parte
indisoluble del hombre sino que formaba uno de los elementos del ser. Es decir,
que pese a no tener una dependencia total del cuerpo del individuo, sí lo
necesitaba en algunos momentos.
Como ocurre con el ka,
según el pensamiento de los egipcios, los dioses, los templos, las estatuas y
las tumbas también tenían ba
e, incluso, algunos animales que sirvieron como manifestación divina de
divinidades concretas fueron entendidos como el ba de esos dioses ya que recibían las ofrendas
terrenales destinadas a ellos.
Realmente fue un elemento importantísimo. Para los egipcios la
falta de un nombre concreto implicaba directamente la no existencia y por ello
tanto los reyes, como los personajes privados o los dioses, hicieron inscribir
los suyos sobre toda clase de soportes.
El nombre llevaba implícito la esencia del ser y como tal era un instrumento
poderoso. Como medida de seguridad los dioses contaban con nombres secretos,
para protegerse de otros dioses que, conociendo, su verdadera identidad podrían
hacerse con un mayor poder.
Todo en Egipto debía poseer un nombre propio para tener una
existencia real: tumbas, templos, hombres, animales y plantas (como
manifestaciones divinas), etc.
Cuando los egipcios querían eliminar de forma mágica a un personaje que había
reinado se limitaban a borrar el jeroglífico que contenía su nombre de todos
los lugares donde se había inscrito entendiéndose que de este modo se
restauraba el orden que en algún momento se había roto. Así ocurrió por
ejemplo, con Hatshepsut, Ajenatón. Eliminar el nombre de un antecesor sobre la
superficie de un templo o de una estatua y colocar del usurpador en su lugar,
llevaba a que ese soporte material pasara de forma mágica a ser propiedad
automática del segundo.
Es curioso pero no extraño, que la sombra sea una de las partes
del ser y que esté representada en un buen número de monumentos funerarios. En
momentos puntuales puede estar acompañada del ba, pese a estar
tradicionalmente unida a la tierra. Los egipcios la denominaron shuyt.
Se representó mediante una forma humana de color negro y fue un elemento de
protección muy eficaz. Los habitantes del Valle del Nilo entendieron que era
una especie de doble en negativo del hombre, totalmente semejante a él y
especialmente rápido
Bajo este nombre encontramos dos conceptos: un cetro y una
“fuerza” inherente al hombre. En este sentido personifica la energía del
espíritu divino, es decir, del fallecido convertido en un dios.
También bajo este nombre encontramos tres conceptos: un cetro, un
dios y una “fuerza”, que en este caso está asociada a la magia. El difunto
precisaba esta fuerza energética, que provenía de su propia personalidad, para
defenderse de los enemigos que pudieran querer interrumpir su paso por el
peligroso mundo del Más Allá, antes de alcanzar la sala donde su corazón debía
ser.
ENÉADA
Ennea es la palabra griega que sirve para designar un grupo de
nueve cosas. De esta voz deriva la que actualmente utilizamos con el mismo
sentido y en la mitología egipcia sirve para hablar de un conjunto de dioses
agrupados que forman una "familia" divina. Este grupo fue denominado
por los antiguos egipcios pesdyet.
La más importante y la única que realmente agrupa a nueve deidades fue la de la
ciudad de Heliópolis en contraposición con Hermópolis con 8 dioses, Menfis
cuyos componentes son los miembros y los órganos del dios Ptah (su corazón, su
lengua, etc) o Tebas, donde la Enéada de Karnak en tiempos de Hatshepsut
incluía a Amón, Montu, Atum, Shu, Tefnut, Gueb, Nut, Osiris, Isis, Seth,
Neftis, Sobek, Hathor, Tyenenet e Iunit, un total de 15 entidades divinas.
Detengámonos en la enéada canónica, es decir la de Heliópolis,
para ver su estructura. A la cabeza se encontraba el dios solar Ra (o Atum) que
con su saliva o mediante la masturbación (según los textos) había creado una
primera pareja llamada Shu, el aire y Tefnut, la humedad. De ellos nacieron,
Gueb, la tierra y Nut, la bóveda celeste y, de éstos, Osiris, Isis, Set y
Neftis. Así encontramos la creación del "uno" que se convierte en
"muchos" en una multiplicación sin límite. Y, para enfatizar las
características agresivas de Seth, en los textos se dice que nació del costado
de Nut, de una forma violenta.
En esta concepción era muy importante la dualidad y este hecho
queda plasmado en la propia formación de las parejas divinas, compuestas por un
miembro estático y otro dinámico en cada generación. Así, el Sol crea parejas
que a su vez dan a luz a otro par de deidades, naciendo al final un grupo de
cuatro dioses (Osiris, Isis, Seth y Neftis) fruto de la última generación (Shu
y Tefnut). Las cuatro últimas deidades se citan en los textos como dos parejas
de niños. Ésta era la Gran Enéada, que en esquema estaría formada del modo siguiente.
También en la misma ciudad existió la denominada Pequeña Enéada de
Heliópolis. Era una agrupación inestable que englobaba a dioses que habían
sobrepasado los límites de su propia provincia pero que no tenían cabida en la
Gran Enéada, variando en función de los intereses teológicos de cada momento.
Entre ellos destacaríamos por supuesto a Horus pero también citaremos a Thot,
Anubis y Maat.
Aunque no frecuente, los erizos también se encuentran entre los
animales que los egipcios escogieron para representar algún concepto de tipo
mágico-protector desde períodos muy tempranos. Ya a mediados de Nagada II
encontramos vasos que imitan a este mamífero. En el Reino Antiguo se encuentra
adornando la proa y la popa de algunas barcas como por ejemplo la registrada en
la tumba de Pepi anj her ib, de la dinastía V, en Meir.
No podemos saber con certeza cual fue el motivo para elegir a este
animal, pero de lo que no cabe duda es que tiene muchas características que
pudieron ser tenidas en cuenta. Por un lado es un especialista en aprovisionar
alimentos, por otro tiene la capacidad de aletargamiento cuando bajan las
temperaturas, hecho que bien pudo relacionarse con el renacimiento. Además su
talento para vivir en un medio tan hostil como es el desierto, convirtiéndose
en un vencedor nato de las fuerzas del mal que habitaban en estas tierras
estériles junto su habilidad para devorar algunas serpientes fueron aspectos
que pudieron interpretarse desde un punto de vista divino. Finalmente, el
aspecto exterior de su cuerpo, cubierto de púas puntiagudas, que le hacen capaz
de defenderse con una magnífica eficacia, la facilidad para hacerse un ovillo
cuando se siente atacado, dejando su cuerpo convertido en una bola espinosa,
fueron sin duda otros de los motivos para que los egipcios se fijaran el él
también pudieron reflejarse en el terreno mitológico. ¿Qué mejor aspecto podía
tomar el fallecido para defenderse de los genios del mal que quisieran acosarle
en el Más Allá?.
Según Osborn y Osbornová (1998) en la Dinastía XXVI en el oasis de
Bahariya (tumba de Ba-n-nentin) existe una representación de una diosa llamada
Ab´as que lleva uno de estos mamíferos sobre la cabeza.
La escalera es un símbolo que se repite incesablemente tanto en la
iconografía egipcia como en otras culturas (por ejemplo, la Escala de Jacob, en
la Biblia, túmulos escalonados, en el mundo griego, etc) y siempre está
relacionada con conceptos de ascensión y resurrección, es decir, como un
instrumento para ascender a los cielos, como una forma de ir de un lugar a
otro, de un estado al superior, del mundo de los muertos al de los vivos, para
conducir al difunto al lugar donde se encuentran los dioses. Por ello está
relacionada con la resurrección y se encuentra implícita en gran cantidad de objetos
y monumentos. La escalera se empleó como modelo para construir la pirámide del
rey Dyeser en Sakkara, como base en algunas estatuas, como apoyo simbólico de
estatuas, dibujada en los papiros e, incluso como amuleto.
Además simbolizó la colina primordial, montículo emergido de las aguas
originales gracias a la acción del dios Sol, lugar donde surgió la creación,
donde emergió la vida. Por esta colina el difunto podía alcanzar su meta: el
cielo.
Por otro lado, la escalera de 14 escalones también sirvió para
representar el ciclo de la Luna (la Luna creciente), situándose en cada escalón
una divinidad que lleva en sus manos un Ojo Udyat.
Cada dios o diosa representa una parte del ojo que, al completarse, logra el
ciclo de 28 días, es decir, el ciclo lunar.
Los egipcios adoraron al escarabajo como la manifestación terrenal
del Sol en su nacimiento y le llamaron Jepri. Simbolizaba "venir a la
existencia" es decir, existir. También se asocia con una vida larga y en
este sentido, se vincula al difunto, a su capacidad de regeneración.
El hecho de que este coleóptero ponga los huevos en una masa de estiércol, allí
se incuben y, aparentemente de forma espontánea (mediante una supuesta
autocreación) surjan nuevos escarabajos, se puso en paralelo con el nacimiento
del Sol y con un concepto de metamorfosis. Además, este insecto empuja la bola
de excremento, hecho que se puso en relación con la idea de que era el insecto
el responsable de arrastrar el disco solar hasta que se produjera el nacimiento
del astro en la mañana.
El escarabajo fue una divinidad eminentemente masculina, pero de forma curiosa,
hacia el 3.000 a.C también lo encontramos como representante de la diosa Neith.
Sin embargo, en este caso no es el Ateuchus
sacer el que se escogió para la diosa sino otro escarabajo de la
familia de los elatéridos que podría ser el Agrypnus
notodonta. Éste es posible que tenga que ver con la función
creadora de Neith y con el hecho reflejado en los textos romanos de Esna, que
recogen una tradición remota cuando recuerdan que esta diosa, aun siendo una
entidad "femenina", se considera dos tercios masculina y un tercio
femenina, siendo posible por ello que realice la actividad creadora en el
comienzo de los tiempos.
La forma iconográfica de este animal, con fines funerarios, ha
recibido, en la Glíptica, el nombre de escarabeo, mientras que cuando se
reproduce una estilización del escarabajo, sin que tengan los detalles
anatómicos del mismo, se denomina escaraboide pudiendo adoptar la forma de
placa, pastilla, botón, etc.
Los primeros escarabeos de finales del Reino Antiguo, carecían de
cualquier tipo de inscripción y no tenían connotaciones funerarias. En el Reino
Medio empezaron a usarse con más asiduidad y durante el Reino Nuevo se
conviertieron en un elemento imprescindible. Se graban en la base una serie de
inscripciones y se emplean como sellos. Por otro lado, sabemos que durante el
Reino Nuevo algunos se usaron para conmemorar actos reales importantes, como
vehículo de propaganda regia, y que otros se integraron como parte, desde
entonces, imprescindible en el ámbito funerario. El escarabajo, en este
momento, es el símbolo del renacimiento.
Entre los escarabeos más importantes ya hemos aludido a los imprescindibles
"escarabeos" de corazón, que se incluyeron en la momia a partir del
Reino Medio como teórico sustituto del corazón. La idea era grabar en el dorso
un texto mágico religioso, el Capítulo 30 del "Libro de los Muertos",
por el cual se lograba que este órgano del cuerpo, sede de los actos en la
tierra, no testificara en contra del difunto en el momento de ser pesado en la
balanza, ya que en ella se determinaría si el fallecido era merecedor de una
vida futura.
Otro tipo de escarabajo, el Steraspis
squamosa, se representó desde el Reino Antiguo, sobre todo en
piezas de joyería. Éste es el coleóptero que pende del collar de la reina
Hetheferes, conservado en Boston. En opinión de Kritsky (1993) podría haber
estado relacionado con Osiris, ya que estos animales se alimentan del
tamarisco, y éste fue uno de los árboles en los que se entendió que quedó
varado el cuerpo de Osiris cuando fue asesinado y lanzado al río por su hermano
Seth. De este modo, el Steraspis
squamosa podría simbolizar también el renacimiento.
El escarabajo Tenebrionido también
fue representado. Estos insectos tiene la capacidad de esconder sus patas y
envolverse en una especie de sudario cuando se siente amenazado, y permanecer
en esta postura durante un tiempo. Su similitud con una momia pudo ser la causa
de representación (Kritsky 1993). Un claro ejemplo de este insecto es un collar
con colgantes en forma de Tenebrionido
encontrado en Guiza, datable a finales de la Dinastía IV o comienzos de la V
que hoy se encuentra en el Museo de El Cairo (JE 72334).
Finalmente, el escarabajo rinoceronte o Orycter nasicornis se
encuentra entre los objetos que nos ha legado del Antiguo Egipto. De este modo
un pequeño sarcófago de bronce que hoy se encuentra en el Museo del Louvre (E
3957) muestra a uno de estos animales. Es de Época Ptolemaica y tiene una inscripción
que lo relaciona con Ra.
El éxito iconográfico de este amuleto, así como de otros talismanes egipcios
(Nefertum, Bes, etc) transcendió el ámbito nilótico, expandiéndose su uso por
el Mediterráneo semítico (fenicios, cartagineses) y prerromano (etruscos,
íberos), llegando a confines lejanos (desde el Sudán meroítico a los Balcanes
–Adiguea-).
El escorpión es un arácnido muy corriente en Egipto y se entendía
como un animal femenino.
Aparece representado en momentos muy tempranos, ya en Nagada II encontramos
vasos que adoptan la forma de este animal. Más tarde, un soberano del periodo
de Nagada III empleó al escorpión como distintivo de su propio nombre, quizá
queriendo tomar para sí los poderes del arácnido, o quizá porque ya fuera una divinidad
en el Predinástico.
Como otros animales venenosos fue venerado con dos sentidos
aparentemente opuestos: como aspecto del mal y como deidad protectora con
cualidades para sanar.
La realidad de observar a la hembra cuidando y transportando
durante un tiempo las crías sobre su espalda hizo que se pusiera al animal en
conexión con la "madre del difunto" y que se empleara como entidad
funeraria con notables cualidades protectoras. Así el escorpión se convirtió en
una diosa protectora muy ligada tanto a los vivos como a los muertos. Tal es el
caso de la diosa madre de Horus y de algunos de los escorpiones que la
acompañaban (Hededet, Selkis, Tabitet); simbolizaban aspectos diversos de la
madre del dios halcón. Por otro lado también se relacionó con el hijo de Isis,
el dios Horus, y con Shed, ya que tanto el uno como el otro poseían la magia de
"cauterizar" su veneno al estar implicados en una leyenda en la que
fueron picados por estos animales peligrosos.
Precisamente por esta razón los egipcios se erigían unas estelas y figuras,
llamadas "Horus sobre los cocodrilos" donde el dios aparece a modo de
"Señor de las Bestias". En sus manos sujeta serpientes, escorpiones y
otros animales venenosos o potencialmente peligrosos y está en pie sobre uno o
dos cocodrilos. El grupo se cubría con fórmulas mágicas y sobre el conjunto se
derramaba agua. Ésta, en contacto con las figuras y las fórmulas mágicas,
adquiría poderes extraordinarios que tenían la cualidad de sanar a todo aquel
que sufriera la misma dolencia.
En Egipto existió una rama profesional vinculada al clero llamada los
Sheduehet, encargados de echar a los escorpiones de los templos.
La escritura convertía en inmutable lo escrito. Así, la
descripción (en templos y tumbas) de rituales, epítetos y cultos concretos
aseguraban la pervivencia eterna de dichos ritos y cultos, por el mero hecho de
haber sido registrados.
En el Antiguo Egipto existieron tres tipos de escritura: jeroglífica, hierática
y demótica.
La jeroglífica fue utilizada desde la Dinastía I al Periodo Grecorromano y se
empleaba para textos oficiales, funerarios y religiosos. Por ello aparece en
tumbas, templos y papiros estructurada armónicamente, ya que la ubicación de
sus símbolos y signos tenían una importancia vital para proporcionarles armonía
y estética.
Como escritura sagrada, tenía un sentido mágico, a veces críptico. No estaba al
alcance de toda la población, ni siquiera de la mayoría de los personajes más
cultos, ni de todos los miembros del clero. Tuvo unos 7.000 signos a lo largo
de la historia y una gramática compleja por lo que muy presumiblemente pudo ser
del conocimiento de unos pocos y de aquellos que se iniciaban en "la Casa
de la Vida", una especie de escuela localizada en los principales templos
cuyo paralelo en nuestros días es lo que hoy entendemos por universidad.
Se escribía en columnas horizontales o verticales, de derecha a
izquierda (preferiblemente) o de izquierda a derecha (menos veces) o de arriba
a abajo. Como regla general, los mismos jeroglíficos dan la pauta para saber
dónde comenzar a leer, ya que éstos miran hacia el lugar donde hay que empezar
la lectura. Un hecho que no deja de ser curioso es que, a menudo, los símbolos
gráficos que potencialmente pudieran ser peligrosos se "censuraban".
Por ejemplo, a veces, encontramos que el equivalente a nuestra consonante
"f", representada por una víbora cornuda, se dividía en dos, para que
este animal venenoso no causara ningún mal o, si era posible, se sustituía por
otro signo menos peligroso.
El hierático se utilizó a la vez que la grafía jeroglífica; se leía y se
escribía de derecha a izquierda. Aunque también se usó para textos sagrados,
generalmente, se empleó para asuntos laicos, es decir, aquellos relacionados
con la administración, textos literarios, negocios, etc. Ésta consistía en una
adaptación del jeroglífico, pudiendo decirse que fue la cursiva de los símbolos
jeroglíficos. El Demótico se incorporó a partir de la Dinastía XXV y fue una
escritura más popular, siendo una estilización de la anterior.
En época tardía, la escritura conoce una evolución peculiar:
aparece la criptografía, escritura reservada a iniciados que permite una
lectura superficial, más o menos al alcance de todos los lectores, y una
segunda lectura, reconocible sólo por cierto grupo selecto (de sacerdotes), una
elite. Se han reconocido textos criptográficos en inscripciones que van desde
templos a escarabeos. Aunque defectuosamente conocida, la escritura
criptográfica egipcia conoció un cierto desarrollo desde la Baja Época hasta el
final del Egipto grecorromano.
El jeroglífico egipcio conoció un desarrollo autóctono en el reino
de Meroe, en el que se usó (en dos vertientes, monumental y cursivo) para
transcribir una lengua africana. Si en Meroe tuvo algún uso simbólico, nos es
desconocido.
Esfinge es una palabra de origen griego que en Egipto se empleó
para definir a una divinidad masculina con cuerpo de león y cabeza humana, en
lugar de femenina, como ocurre en el mundo heleno. No obstante muy
esporádicamente algunas presentan la cabeza de una mujer como ocurre con
Mutnedyemet y Nefertiti. Los antiguos egipcios la denominaron Sheps-anj, que significaba
"Imagen viviente".
Aglutinaba en su personalidad la unión entre las cualidades humanas y la
fuerza, potencia, poder y fiereza del león. Estaba identificado con conceptos
de defensa y vigilancia.
Muchas fueron las figuras de esfinges que representaron los egipcios, tanto en
bulto redondo como en relieves. De todas ellas destaca, por su antigüedad, la
Gran Esfinge de Guiza, de la dinastía IV atribuida al rey Jafra (Kefren).
En el Reino Nuevo, algunos dioses, como por ejemplo Amón, tomaron para sí esta
iconografía presentándose con cuerpo de león y cabeza de carnero.
Los espejos en Egipto estuvieron ligados al culto de la diosa
Hathor que, generalmente, se encuentra representada en el mango.
Estaban formados por superficies circulares de metal pulido con un
mango elaborado que, dependiendo de los casos, podía llevar sólo a la ya
mencionada diosa Hathor o incluir a otras deidades como Horus, Bes o Bastet o
elementos vegetales como el loto o sirvientes.
Tradicionalmente, en el mundo antiguo, tenían la propiedad de mantener alejados
a los genios y seres malignos y quizá este simbolismo también pueda aplicarse
al Antiguo Egipto. Además están asociados a la belleza y, en este caso, su
función solar está íntimamente unida a la de belleza en la diosa Hathor.
Por su forma circular y pulida se pusieron en relación con el Sol.
Durante el Periodo Ptolemaico y romano en los templos egipcios se hacía la
ofrenda de dos espejos mediante los cuales se conseguía el buen funcionamiento
del ciclo del Sol y de la Luna relacionándolos, por supuesto, con Hathor y Nut,
en cuanto a que estas diosas, en determinadas leyendas, eran las esposas del astro.
La primera se entendía como el "disco femenino", deidad que al
mirarse en su superficie conseguía la buena marcha del ciclo solar. Es decir,
en el espejo el Sol y la Luna estaban unidos, sus rayos permanecían juntos en
un perfecto hermanamiento. Así en opinión de Poo (1993) se lograba una metáfora
de ambos astros (el Sol y la Luna), ya que en la presentación de estas ofrendas
era frecuente que uno de los espejos fuera de oro (el Sol) y el otro de plata
(la Luna). Igual simbolismo tenía la presentación de dos Ojos Udyat.
Los estandartes eran unos soportes verticales en cuyo extremo
superior había un trasvesaño horizontal del cual colgaba algún motivo vegetal
que no siempre ha sido bien identificado. Sobre esta estructura se
situaron árboles, insignias, animales y toda clase de fetiches ,
algunos
de los cuales no han podido determinarse pero que, sin duda, fueron venerados
desde la Prehistoria hasta el fin del Egipto Faraónico, primero en los
distintos poblados y más tarde en los nomos
o distritos del Egipto unificado. También podían estar colocados sobre el signo
que servía para designar el distrito territorial figurando del modo siguiente
Cada uno de ellos era el protector de un primitivo grupo humano, sin que
podamos adivinar cuál fue el motivo para llevar a esferas divinas determinadas
insignias tan simbólicamente valiosas como para que permanecieran a lo largo de
toda la historia egipcia. Los estandartes, junto a sus fetiches fueron
verdaderos talismanes, vínculos entre un grupo humano o un poblado, con ciertos
árboles, animales, plantas u objetos, que recibieron toda clase de atenciones y
culto, como queda demostrado, por ejemplo, por aquel que representa lo que más
tarde se interpretará como la cabeza o reliquia sagrada que
contenía la cabeza del dios Osiris.
En el Antiguo Egipto los estandartes se documentan desde las primeras
representaciones conocidas. Aparecen en antiguas etiquetas, sellos, paletas y
cabezas de maza, por lo que su origen hay que buscarlo en remotos fetiches que
tenían un poder especial. Eran dioses o espíritus sobrenaturales que protegían
a la comunidad y que estaban presentes en las distintas ceremonias religiosas
encabezándolas.
La Estela de Falsa Puerta fue un elemento arquitectónico de madera
o piedra relacionado con la vida póstuma del difunto y, en el Reino Antiguo,
pudieron ser la imitación de otras más arcaicas, hechas con elementos
vegetales. Se trata de una puerta simulada, cubierta con jeroglíficos e
imágenes del fallecido, que se colocaba en los enterramientos o en los templos
funerarios orientada al Oeste. Ante ella se colocaban las mesas de ofrendas con
la comida, es decir, los alimentos y la bebida con los que el difunto debía
nutrirse, y por ella el Ba del fallecido podía mantener un contacto
entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Sobre su superficie se hacían inscribir textos jeroglíficos mágicos donde se
recogían fórmulas de alimentación, los títulos del fallecido y se dejaba
constancia de las vituallas que el rey directamente entregaba al difunto, los
cuales por la magia de la palabra se hacían realidad cuando pudiera
necesitarlos. También se hacía representar al difunto ante una mesa de ofrendas
grabada en la parte alta de la misma.
1.-
Títulos y nombre del difunto
2.- Fórmula funeraria. 3.- El difunto ante la mesa de ofrendas. 4.- Retrato del difunto y portadoras de ofrendas. 5.- Puerta figurada. |
Durante el Reino Nuevo y, sobre todo, en el área de Deir el-Medina
(Tebas), todos aquellos personajes que en vida habían destacado sobre los demás
eran, en cierto modo, sacralizados y como tales se les adoraba y se les hacía
representar en forma de estela acompañada de un texto jeroglífico, o en
busto/estatua anepigráfico policromado de arenisca, piedra caliza, barro o
madera. Éstos últimos tenían una cabeza trabajada en detalle, pero sin rasgos
personalizados, solían llevar una peluca tripartita, mientras que el cuerpo era
prácticamente un esbozo, adornado con una flor de loto en el cuello o un
collar. Da la sensación de que los personajes estaban arrodillados o sentados
sobre sus propias piernas. Aunque no siempre, podían llevar en la parte frontal
una inscripción jeroglífica. Los bustos tenían distintos tamaños (de 10 a 25
centímetros). En el caso de las estelas en todas ellas el difunto se denomina Aj iker en Ra, o lo que es
lo mismo "Espíritu excelente de Ra".
Las estelas parecen tener idéntico simbolismo; en ellas el difunto
suele aparecer sentado oliendo una flor de loto. Ante él, una mesa repleta de
alimentos o un personaje hace ofrendas al fallecido. Su tamaño varía de 9 a 50
centímetros. Aunque la mayor parte de ellas distinguen a personajes de sexo
masculino, existen algunos ejemplos donde la representada es una mujer.
Los bustos se colocaban en las casas, en una especie de capillas o
nichos colocados en la pared de la primera y segunda habitación, y se les
elevaban rezos y ofrendas. A ellos se les presentaban cartas de queja y
oraciones con la esperanza de que, al representar a un pariente difunto y
divinizado, asociado al dios del Sol, actuara en favor del demandante
solucionando el motivo de su desazón y atendiendo sus peticiones.
Nos encontramos, sin duda, ante una forma local del arraigado
culto a los ancestros y una representación del Aj (*).
Algunos ejemplos hallados fuera del área de la ciudad de Deir
el-Medina se han localizado en localidades ubicadas entre el Delta y la Tercera
Catarata, aunque su número, realmente, no es significativo.
El egipcio antiguo entendió que las estrellas eran las
"almas" de sus difuntos que, tras acontecer la muerte, habían pasado
a vivir a la esfera divina. Así el mayor deseo era convertirse en un astro
circumpolar que nunca desaparece, es decir, se buscó la elevación hacia el principio,
la conversión en el orden cósmico, la permanencia a través de la eternidad. Por
ello, las estrellas eran los habitantes del Más Allá y fueron convirtiéndose en
los seguidores del dios Osiris.
La concepción estelar fue trascendental en el comienzo de la
historia egipcia; de hecho, basándose en esta idea se orientaron las entradas
de la primeras pirámides y los templos funerarios. Más tarde se produjo el auge
del culto solar y aunque el estelar no se olvidó dejó de ser el preponderante.
Algunas estrellas y algunas constelaciones se relacionaron con
determinados dioses. Así Osiris era la constelación que hoy conocemos por Orión
(la Sah de los egipcios). Isis era la estrella Sirio (la Sopdet egipcia y la
Sothis griega), cuya aparición marcaba el comienzo de la crecida.
Sothis, como representante de Isis, aparece en el cielo en el
amanecer y es la más brillante cuando se acerca el solsticio de verano. Ella
era la que marcaba la crecida beneficiosa que puntualmente debía llegar a
Egipto en cada ciclo anual y, además, también marcaba el comienzo del año
egipcio. Esta fiesta era muy importante y requería una gran cantidad de ritos
mágicos para conjurar la partida de un año "viejo" y celebrar la
llegada de uno nuevo, renovado. Era por tanto un momento delicado ya que todas
las fuerzas mágicas estaban e
n movimiento.
Siguiendo con la identificación del difunto con las estrellas
encontramos que éste no sólo se conforma con ser estrella circumpolar, sino que
insiste en relacionarse con Orión, cosa completamente lógica si tenemos en
cuenta que los egipcios al morir se convertían en un Osiris.
Otra concepción paralela era aquella que presenta al cielo como
una mujer arqueada (Nut) que devoraba a sus hijas las estrellas durante el día
y que al anochecer les daba a luz.
Sobre los monumentos egipcios las estrellas se representaban en
los techos de las tumbas y santuarios. Estaban formadas por cinco puntas y
podían presentarse como tal o formando constelaciones.
El uso de las estrellas como ornamento se constata a través de los
sacerdotes de la ciudad de Heliópolis que las llevaban incrustadas en la piel
de felino a modo de indumentaria específica y con un sentido mágico-religioso
especial.
Otro lugar donde los egipcios vieron la imagen de estos astros fue en el
lapislázuli.
Esta piedra es de color azul pero está moteada con inclusiones de
pirita de hierro, las cuales se relacionaron con las estrellas del cielo;
además, el color azul oscuro del lapislázuli, estaba identificado con el cielo
nocturno.
Para los egipcios fue muy importante la interpretación de los
sueños y la realización de actos mágicos. En ambos casos era imprescindible la
consulta a las estrellas y esta consulta concernía no solo a los vivos, sino
también a los muertos.
El Heb Sed (Festival Sed o “Fiesta de Renovación del poder Real”.)
fue una conmemoración cuyo origen se remonta a la prehistoria; en la que el
monarca tenía que probar que física y mentalmente era apto para permanecer en
el trono. Se trata de un ritual simbólico de renovación vital, en el cual el
rey reabre un ciclo de gobierno. Dicho festival, estaba relacionado con un dios
de origen oscuro, llamado Sed, cuyo aspecto es el de un chacal o un lobo y que
guarda cierta relación con Upuaut “El abridor de Caminos”.
Estaba plagado de complicados rituales mágicos que se celebraban a
lo largo de varios días y en él ellos rey debía de cumplir todo un complejo
ceremonial de regeneración que incluía cambios de vestimenta, de atributos
regios, invocaciones para la presencia de los dioses locales del Egipto
unificado, etc. En teoría debía de celebrarse al llegar al año 30 del reinado
de cada monarca, y repetirse con la misma periodicidad, ya que se entendía que
éste era el paso de una generación. En la práctica sabemos que algunos faraones
del Reino Nuevo, no cumplieron este requisito y que los sucesivos Heb Sed, se
realizaron con intervalos de tiempo variables sin que podamos saber con
seguridad la razón del cambio del periodo.
Conocemos imágenes de su celebración desde el reinado del monarca Den. Todo
hace sospechar que, en los comienzos, el rey podría haber sido sacrificado si
no era capaz de cumplir con los actos prescritos pero, más tarde, se convirtió
en una forma mágica de regeneración que no exigía la inmolación del soberano.
Durante el Reino Antiguo, y concretamente bajo la Dinastía III, la fiesta fue
incluso pensada para obtener la regeneración en el Más Allá. Muestra de ello es
el magnifico complejo funerario del rey Dyeser, donde a modo de escenario se
construyeron todos los edificios que tradicionalmente se empleaban para esta
fiesta aunque éstos son en realidad edificios macizos que no sirven más que de
decoración o de escenario mágico.
Las fuentes clásicas informan de un ritual similar en Meroe: se
sacrificaba al monarca reinante cuando perdía su capacidad de fecundación
(símbolo de la llegada de la senectud). El sacrificio lo realizaban los
sacerdotes. Ergámenes I había sido el primer rey que se opuso a este
sacrificio, triunfando las prerrogativas reales frente al arbitraje sacerdotal.
El fetiche de Osiris pudo ser en origen la representación de la
colina primordial a la que más tarde se le añadieron dos plumas e, incluso en
algunos lugares, como por ejemplo en el templo de Sethy I en Abidos, lo
encontramos con una cara dibujada en la parte frontal. Precisamente, por alguna
razón se interpretó que era el relicario que contenía la cabeza del dios
Osiris, una de las partes esenciales del dios, reverenciándose en esta ciudad y
convirtiéndose en su emblema. Es bastante habitual en el interior de los
sarcófagos del Tercer Periodo Intermedio, situado en el fondo de la caja, allí
donde debía reposar la espalda del finado, aunque también puede estar dibujado
en el exterior sustituyendo la tradicional imagen del dios del Más Allá.
Los fragmentos de Osiris que se veneraban en cada uno de los nomos
egipcios, se reencontraban, de forma mágica, a través de los Osiris vegetantes,
en el mes de Joiak, produciéndose un triple acontecimiento
mágico-mítico-religioso.
Tanto el origen del flagelo o cetro Nejej, como del cayado Heka es incierto; ambos
pudieron ser dos instrumentos empleados por grupos nómadas para la conducción
del ganado, a modo de espantamoscas o látigo. Posteriormente este uso derivó en
la guía de los hombres en lugar del grupo de animales y se siguió empleando en
la iconografía.
Precisamente su relación con la agricultura y la ganadería deriva de su
conexión con el dios Osiris, deidad a la que tradicionalmente se le atribuía la
enseñanza de ambas técnicas. Por analogía solía llevarlo el monarca en escenas
rituales o en contextos funerarios para simbolizar su derecho a ser rey de
Egipto y su identificación funeraria con Osiris (soberano del Más Allá), tras
la muerte.
El flagelo podría indicar la función de conducir, mientras que el
cayado Heka,
señalaría protección. En cualquier caso el Nejej es un símbolo de autoridad y
poder.
Como ocurre en otras culturas, el fuego era un elemento
ambivalente; es decir, era considerado tanto benéfico como dañino, purificador
y devastador.
Fuego era lo que desprendía la diosa serpiente (Ureos) cuando se
encolerizaba, lo que escupía cuando -situada en la frente de Ra o del monarca-
le protegía contra todo el mal que quisiera atacarle. Era el elemento que
empleaban algunas deidades para espantar a las fuerzas malignas.
A causa de las propiedades térmicas del Sol, los egipcios sospecharon que era
fuego y como tal situaron su morada en un lugar denominado “la isla de las
llamas” o “Isla de Fuego”. Este “fuego” se percibía cada mañana en los
amaneceres teñidos de rojo.
El fuego podía ser un símbolo de vida y de salud, tan
imprescindible como para que los difuntos sintieran la necesidad de él como
energía para mantener su cuerpo “vivo”; precisamente para esta función se enterraban
con ciertos talismanes, llamados hipocéfalo.
Pese a sus cualidades purificadoras, como elemento peligroso y
temible, también tenía que ser conjurado para que no dañara al fallecido.
También como elemento purificador, sirvió para deshacer ciertas figurillas de
cera que reproducían a algunos animales (simulando virtualmente su sacrificio
real) o la imagen de los enemigos a las cuales se les dotaba de personalidad
gracias a la reproducción de su aspecto característico y la inscripción que se
grababa o pintaba sobre la superficie de la figura.
Aparece citado en multitud de ocasiones como un medio de tortura para los
condenados en el Más Allá, como martirio para aquellos que no habían sido
justos en la tierra. Los seres que morían quemados no tenían posibilidad de que
su Ba perviviera en la eternidad y las almas condenadas en el juicio del Más
Allá también sufrían este castigo o pena capital.
GATO
Los egipcios fueron un pueblo amante de los gatos; aparecen
representados en multitud de contextos, es decir, como animales de compañía o
como deidades. En Egipto podemos distinguir dos tipos: el Felis chaus o
gato de los pantanos y el Felis (silvestris) lybica o gato salvaje
africano .El Felis chaus es algo más grande que el Felis
(silvestris) lybica, de constitución robusta, patas largas y cola más bien
corta.
Existieron varios tipos de gatos en Egipto; el Felis (silvestris) lybica
tiene una constitución y características similares al gato doméstico europeo,
aunque posee una cola algo más corta que el gato doméstico. Fue el que sirvió
para representar a las diosas Hathor, Mut, Sejmet, Bastet... y fue el
predecesor de los gatos domésticos del Antiguo Egipto. Por el contrario, el Felis (silvestris) lybica es
un gato de tamaño mayor y fue el que sirvió para encarnar al Gran Gato de
Heliópolis.
Pese a que el gato está presente desde el Predinástico, no se
puede asegurar categóricamente que esta especie estuviera domesticada en fecha
tan temprana pudiendo ser durante el Reino Medio cuando sufrió esta domesticación.
El gato en general era, como el león un símbolo solar, pero, además, era un
protector del hogar, convirtiéndose en una mascota querida y apreciada, a
juzgar por las representaciones registradas en las tumbas del Reino Nuevo, a
partir del reinado de Thutmés III. Allí, se sitúa junto a sus amos, sobre todo
bajo el asiento de la mujer, interpretándose como una forma de enfatizar la
feminidad, la sexualidad y las eficaces cualidades del ama de casa. En este
caso, el gato estaría asociado a un aspecto de la diosa Hathor y ésta, a su
vez, con las mujeres.
También en el Reino Nuevo existen pequeños sarcófagos con gatos
momificados que fueron enterrados en las tumbas de sus dueños, además de
estelas, papiros, etc donde figura tanto el Gran Gato de Heliópolis junto a la
persea, como la gata maternal.
Un buen número de momias de gatos se encontraron en necrópolis exclusivas de
felinos. Éstas estaban encomendadas a ciertas deidades -generalmente leonas-
que fueron el aspecto agresivo que podía tomar este animal, es más, no fue
hasta el Tercer Período Intemedio cuando esta diosa represento el aspecto
pacífico de Sejmet.
Podríamos citar algunos cementerios donde se inhumaron felinos como ofrendas a
(o hipóstasis de) diosas tales como Pajet, Sejmet o Mut, pero también, a partir
del Tercer Periodo Intermedio, de la gata Bastet.
En Época tardía la gata se nos muestra de forma conmovedora bajo
el aspecto de la diosa Bastet. Aparece tumbada amamantando a su camada o
cuidándola amorosamente mientras los gatitos se sitúan a sus pies. Sin embargo,
cuando el gato se encolerizaba, todos los aspectos maternales desaparecían y se
convertía en una diosa sin piedad, es decir, podía tomar la apariencia de una
fiera leona (Hathor-Sejmet) que eliminaba sin compasión a sus adversarios.
En su aspecto masculino, el gato fue el defensor del Sol, y lo
encontramos citado como “El Gran Gato de Heliópolis”. Se encuentra al pie de
una persea (o árbol ished) armado con un cuchillo y aniquilando a la serpiente
Apofis, serpiente que cada día intenta interrumpir el periplo solar.
Los antiguos egipcios tenían un gran panteón de divinidades; entre
ellas existían unas entidades divinas menores que eran los genios o demonios y
que habitaban en el Mundo Subterráneo. Algunos eran hostiles al difunto,
mientras que otros le ayudaban en su deambular por ese mundo. En cualquier
caso, los más dañinos podían ser dominados conociendo su nombre o la fórmula
concreta para aplacarles.
Otro tipo de genios y demonios eran los que se encontraban bajo las “órdenes”
de la diosa Sejmet cuando estaba encolerizada. Éstos podían actuar, por
ejemplo, mediando en los sueños o en los cinco días epagómenos que se incluían
al finalizar el año de 360 días para completar el ciclo de 365 jornadas.
Un tercer grupo es el formado por aquellos que eran beneficiosos y
ayudaban al difunto en el tránsito entre la vida y la muerte.
Muy poco sabemos de los genios malévolos del más allá; a veces su
aspecto es realmente extraño y solamente conocemos su nombre o su iconografía.
Pueden tener cabeza de tortuga, serpiente o de cualquier otro animal o estar
escondida en una forma oscura. Suelen caracterizarse porque en sus manos
sujetan unos cuchillos (*) afilados.
Aunque poseedores de un carácter malévolo, algunos se ubican como
entidades protectoras del difunto, es decir, son genios temibles para quien
quiera hacer daño al difunto y benefactores para el que ha fallecido.
De entre todos los genios del Más Allá el más conocido es Ammit,
demonio híbrido que se encuentra al pie de la balanza donde se pesa el corazón
del difunto. Es aquí donde se determina si éste fue justo en la tierra y si es
merecedor de vida futura.
Otras entidades catalogadas entre dioses y genios son Bes y Aha, dos entidades
entrañables que pueden ser consideradas dioses del hogar y sobre todo Bes, que
gozó de un enorme culto popular. Por su apariencia, era un genio protector que
podía repeler las fuerzas malignas que quisieran atacar, durante el sueño, a
las madres y a los niños. Se encuentra tanto en contextos de vida diaria, como
en templos o formando parte de distintos objetos en el ajuar funerario. Esta
entidad se representa tanto con cuchillos en las manos como con distintos
instrumentos musicales (por ejemplo tamboriles y arpas).
El guepardo u Onza africana, Acinonyx jubatus, fue uno de los
felinos que figuró en la iconografía religiosa del antiguo Egipto. En este caso
no es el representante concreto de una deidad, sino que se encuentra en las
pieles que algunos sacerdotes empleaban para oficiar.
Su alto valor simbólico hizo que el uso de estas pieles estuviera
regulado y que se empleara exclusivamente para una parte muy bien definida del
cuerpo sacerdotal; por ello la caza de los mismos nunca fue masiva y la especie
no se vio amenazada.
Debemos hacer notar que en algunos trabajos egiptológicos el guepardo se agrupa
entre las panteras; sin embargo está fuera de toda duda que este felino
pertenece a los Acinonichinae y no a los Phantherinae, siendo por tanto una
confusión bien de traducción o por similitudes morfológicas. Parece que
guepardos y leopardos tuvieron cierto carácter apotropaico: es posible por
tanto, que emplearan indistintamente rasgos de uno y de otro en relación con
los atuendos sacerdotales, simplemente porque se trataban de pieles moteadas,
que era lo realmente importante.
El simbolismo del guepardo y su relación con ritos religiosos todavía está en
estudio. No obstante, como es bien sabido, algunos pueblos negroafricanos
tienen la idea de que el uso de pieles de felinos moteados (leopardos y
guepardos) tienen la propiedad de contagiar a su portador con las cualidades
inherentes al animal, además de ser un eficaz elemento protector. Por otro
lado, en muchas culturas la piel del animal aportaba a la persona que la
llevaba una facultad muy importante: favorecer el estado de trance. Esto parece
que puede aplicarse al Antiguo Egipto desde la misma prehistoria. Es decir,
ciertos cultos centro-africanos se afincaron en el Valle del Nilo arraigándose
profundamente en fechas tempranas.
En la iconografía egipcia básicamente son dos los sacerdotes que
llevan pieles moteadas como atavío ceremonial: el Sem y el Iunmutef. Un
análisis de estos miembros del clero parece indicar que con más frecuencia el
Iunmutef lleva pieles de guepardo mientras que el Sem suele vestir pieles de
leopardo, atuendo que, por otra parte, sabemos estaba rigurosamente regulado.
El guepardo fue un animal que los egipcios adiestraron y que se
utilizó tanto para la caza como asistente de la policía. Fue pronto domesticado
y tenemos representaciones en las que aparece en una actitud sumisa junto a su
amo, es más, la reina faraón Hatshepsut declara haberlos tenido como animales
de compañía.
En contextos funerarios pudo asociarse a la fecundidad femenina y al cielo
protector y en este papel lo encontramos en las tapas de algunos sarcófagos del
Reino Antiguo.
El halcón común fue
otra de las divinidades cósmicas que se adoraron en Egipto Simbolizó al Bajo
Egipto, se vinculó al rey vivo y a todos los dioses guerreros.
La divinización de este pájaro posiblemente se debió a la admiración hacia el
halcón peregrino, una espléndida ave de rapiña, bastante agresiva, que surcaba
el cielo egipcio de forma majestuosa.
El culto a deidades identificadas con el halcón en Egipto fue algo
muy extendido. Suponemos que en el Periodo Predinástico muchos de estos
halcones se fusionaron en Horus –el distante-,
ya que éste terminó siendo el más importante aunque también fue la encarnación
animal de Ra, Sokar, Montu, Mandulis, Sopdu, etc.
Se entendió que tenía por ojos el Sol y la Luna. Es decir, se pensó que era una
transfiguración del Sol, tomando el nombre de Hor-Behedeti, y a la vez se
convirtió en un símbolo real. El monarca era un halcón en la tierra, era la
hipóstasis de Horus, por lo que era el propio dios Horus.
En la necrópolis de Sakkara existía un lugar donde estas aves eran
enterradas con toda clase de cuidado y respeto ya que en muchos templos donde
se adoraba al halcón se criaban estos animales. No todos los ejemplares fueron
considerados sagrados sino que constituían ofrendas o presentes agradables a la
divinidad que los peregrinos llevaban a los lugares de culto, sobre todo en
Baja Época. El halcón elegido como ofrenda era únicamente el depositario de la
encarnación terrestre del dios.
Dos de los cinco nombres del rey estaban identificados con el halcón: el nombre
que se introducía en un Serej y el denominado Horus de Oro.
En Egipto también encontramos, aunque en muy contadas ocasiones y
en épocas muy tardías, halcones femeninos. Éstos se hallan, por ejemplo, en las
criptas del templo de Dendera y representan a la diosa Hathor o a la diosa
Isis.
En contextos funerarios protege la nuca o el pecho del difunto.
Bajo el mismo nombre pero con dos grafías distintas encontramos
dos conceptos distintos: un cetro y la personificación de la magia.
El cetro Heka
se ha interpretado como un antiguo cayado de pastor, que más tarde pasó a ser
un símbolo del dios Andyeti, una deidad de la ciudad de Busiris y Abidos.
Cuando Andyeti fue fusionado a Osiris, el cayado pasó también a formar parte de
la iconografía de este dios permaneciendo a lo largo de toda la historia
faraónica. Se encuentra presente en las pinturas de la tumba 100 de
Hierakómpolis datada a finales predinástico tardío.
Ambos cetros, el flagelo y el cayado son dos instrumentos cuyo
origen puede remontarse a los primeros estadios de la civilización faraónica.
De hecho en la tumba Uj del cementerio predinástico de Abidos se encontró uno
de estos cetros. El flagelo indicaría la función de conducir (ganado), mientras
que el cayado indicaría protección, pasando más tarde a relacionarse con la
conducción de los hombres, cuya dirección era responsabilidad del monarca.
Además el cetro Heka
era una insignia real, un báculo que aparece en manos del monarca junto al
flagelo Nejej. Era
uno de los cetros más importantes y más poderosos de todos los hallados en el
país del Nilo y se encuentra, a modo de amuleto, en los enterramientos privados
como símbolo de protección real.
Bajo este mismo nombre encontramos al dios Heka,
personificación del poder mágico del Sol, es decir, de la magia. Fue
considerado el “Gran Ka
de Ra”.
Era la fuerza energética de origen mágico que ha de tener el difunto para
defenderse de los posibles peligros de Más Allá pero que proviene de su propia
personalidad.
Antes de que en Egipto aparecieran los primeros centros de
fundición de hierro, es decir en la Baja Época (Dinastía XXVI), éste estaba
presente a través de una serie de objetos considerados mágicos, litúrgicos y
religiosos. Tradicionalmente en casi todas las culturas se entendía que el
hierro era un material al que temían las fuerzas del mal y por ello pudo
emplearse para determinadas herramientas de orden mágico-religioso.
El primer hierro egipcio fue de origen meteorítico y se denominaba bia en pet, es decir, “metal
del cielo”. Precisamente su procedencia celeste le llevó a ser considerado
sagrado ya que había caído desde la infinitud del cielo donde habitaban los
dioses; fue emblema de fertilidad y, algunas veces considerado eje del mundo.
Con bastante probabilidad la tradicional piedra sagrada de Heliópolis, el benben, tendría esta
procedencia. Asimismo, ciertos instrumentos de la ceremonia de la “Apertura de la
Boca” debían estar elaborados con “hierro celeste”; cabe citar como ejemplo la
azuela, que facultaba y daba vida a los distintos órganos sensoriales, además
de tener la capacidad de obtener la rehabilitación y reanimación del fallecido.
Gracias al origen estelar del hierro, los fallecidos podían, ascender al cielo,
al lugar de donde procedían los meteoritos, es decir a las estrellas
imperecederas, meta deseable para todo difunto en el Valle del Nilo.
El hipocéfalo es un objeto funerario en forma de disco que servía
como talismán y que debía estar situado bajo la cabeza del difunto para
proporcionar calor, es decir, para darle energía tras la muerte y obtener luz
eterna.
Los precedentes directos del hipocéfalo se hizo en resina; más
tarde, en la Dinastía XVIII se elaboraron con lino y aparecen como tal. A
partir de la Dinastía XXI, cuando fueron más populares, se confeccionaron con
lino estucado, papiro, tela, madera o bronce estucado e, idealmente, debían
estar pintados de color oro.
En el disco se inscribía el Capítulo 162 del “Libro de los Muertos”, adornándose
con una complicada iconografía relacionada con el Sol. Tenía por función
provocar una llama bajo la cabeza para que el finado estuviera siempre
caliente. De este modo, el difunto sentía el calor de Amón-Ra que le ayudaba y
auxiliaba en el Más Allá. Frecuentemente estos discos están decorados con la
figura de la vaca Ihet, a la que por otro lado se consideraba “la Madre del
Sol”.
En el periodo grecorromano se incluyó en sus inscripciones el
Segundo Libro de las Respiraciones, acompañado de otras fórmulas de protección
mágica.
Desde tiempos Predinásticos fue representado en gran cantidad de
figuras, tanto en forma de pintura, relieve o estatuilla.
Parece simbolizar el vigor y la fuerza, características de este
mamífero herbívoro pero además por su asociación con las aguas del río y los
terrenos pantanosos (siempre que fuera hembra) se relacionó con la fertilidad y
la maternidad.
El macho de la especie simbolizó al mal. Esta identificación (sobre todo si era
de color rojo) no carece de lógica, puesto que realmente suponía un peligro
para las frágiles embarcaciones de papiro e, incluso para la barca de Ra, en el
Más Allá. Es más en el arcaico ritual de la caza del hipopótamo se reproducía
la victoria del orden (el bien) sobre el caos (el mal), manteniendose así el
equilibrio cósmico.
Como representante del desorden se relacionó con el dios Seth, siendo éste uno
de los muchos aspectos que podía tomar este dios y así lo encontramos
representado en los muros del templo ptolemaico de Edfú donde se reflejan las
batallas acaecidas entre Horus, para vengar la muerte de su padre y su tío
Seth.
La hembra del hipopótamo se relacionó, entre otras, con la diosa
Tueris. Su voluminoso vientre recordaba al de las embarazadas, haciendo de ella
una entidad positiva que con su gran fuerza defendía a las mujeres, les
otorgaba fertilidad y, después de la muerte regeneración. Otras divinidades
femeninas que toman el aspecto de una hipopótamo hembra fueron Opet, Isis, Nut
y Hathor, entre otras. Todas ellas ayudaban al difunto para que se produjera su
renacimiento en el Más Allá.
Ajet era la forma de designar el
horizonte. Consistía en la representación del Sol saliendo entre dos montañas,
que evocaban las dos cadenas montañosas lindantes con el Valle del Nilo, cuya
imagen evocaba el renacimiento. Estas montañas también estaban personificadas
por el dios Aker, cuya iconografía es la de dos leones yuxtapuestos entre los
cuales nace el disco solar. También está representado por los dioses Shu y
Tefnut, que toman, como Aker, el aspecto de dos leones que se dan la espalda.
Este espacio era el lugar donde residía y renacía Ra, el Sol. Por ello éste era
también un símbolo de renacimiento.
Ajet aparece
implícito en muchos otros símbolos egipcios, como por ejemplo los pílonos de
los templos cuyo aspecto se asemeja al que venimos mencionando, las dos cadenas
montañosas, en los dos cuerpos laterales y el centro, más bajo, el lugar por
donde el Sol renacía cada mañana.
El huevo estuvo relacionado con la inmortalidad, con el concepto
de repetición del acto creador en el comienzo de los tiempos y se identificó,
en muchas las culturas, con el creador. El huevo es un receptáculo cerrado y
misterioso de donde surge la vida sin que aparentemente intervenga ningún otro
elemento, un símbolo uterino relacionado con el vehículo de la divinidad, al
igual que las barcas o el uroboros. Es decir, al igual que las aves nacen de
forma espontánea y misteriosa de un huevo, el dios Sol aparece por primera vez
del mismo modo. Es la vida en potencia y se convirtió en un símbolo cósmico.
En Egipto muchas leyendas locales nos hablan de este nacimiento y
emplean el huevo como lugar de donde surge el Sol. Sin embargo no sólo es Ra el
que sale de un huevo, sino que dioses como Nefertum, que normalmente nace de un
loto, a veces aparece representado naciendo del mismo lugar. A ellos se une
Harsomtus, el cual aparece en las criptas del templo de Hathor en Dendera con
el aspecto de una serpiente encerrada en un huevo, que emerge de un loto. El
propio Himno de Atón, atribuido a Ajenatón (Dinastía XVIII), hace referencia al
milagro de la vida saliendo del huevo, gracias al calor de Atón.
Es curioso que los egipcios no expliquen de una forma clara y
concisa cómo se produce el nacimiento de los hombres y que, sin embargo, sí
relaten con bastante detalle la formación del cosmos y el mundo en si mismo. Da
la sensación de que mitológicamente este punto no fue tan importante como el
origen de sus dioses, ya que quedó recogida con bastante poca frecuencia y
bastante imprecisión, creándose varias teorías que constituían modos de
explicar de una forma un poco vaga la organización de los seres vivos y la de
la humanidad.
Los hombres según una leyenda surgieron fruto de las lágrimas de
Ra, ya que la palabra llorar (remu) y la palabra hombre (remet)
fonéticamente son similares. Así, indagando en los textos encontramos cómo se
articula este “juego”:
“Un dios sacrosanto nacerá hoy. Cuando abra su ojo, será luz,
cuando lo cierre, serán las tinieblas. Los hombres nacerán de las lágrimas de
su ojo y los dioses de la saliva de sus labios”.
Es decir, realmente nos informan de que la humanidad se crea a
partir del ojo del propio dios creador haciendo un juego semántico más: la
palabra iret (ojo) y la palabra iret (hacer, crear, producir).
Otros mitos también se refieren a la aparición del hombre, pero de forma
radicalmente distinta. En ellos nos cuentan que fue creado partiendo del barro;
él fue moldeado por el dios alfarero Jnum, una deidad en forma de carnero con
cuerpo humano cuyos principales centros de culto estaban en Esna y Elefantina.
Él creó a los hombres formándolos en su torno, tal y como podemos observarle,
por ejemplo, en el templo de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari (Tebas
Oeste).
Otros textos mitológicos hacen también referencia imprecisa del
nacimiento del hombre. Así la teología surgida en la ciudad de Menfis hace
responsable a su dios Ptah y nos cuenta que la humanidad debe su nacimiento
gracias al pensamiento y la palabra mágica de este dios, es decir, Ptah piensa
en los hombres, los nombra y automáticamente se crean, pero también este texto
deja una laguna importante para nosotros ¿por qué siente la divinidad suprema
la necesidad de darnos nacimiento?.
Los egipcios conocieron tres tipos distintos de Ibis, el Threskiornis
aethiopicus o Ibis sagrado, el Geonticus eremita o Ibis religiosa y
el Plegadis falcinellus o Ibis brillante. Sin embargo sólo los
dos primeros se asociaron con asuntos divinos: uno con el dios Thot y el otro
con el Aj.
El Threskiornis aethiopicus sirvió para representar la
encarnación terrestre de Thot.
Este ave migratoria se distingue, entre otras cosas, por su pico curvo y su
persistencia al buscar de forma concienzuda y curiosa el terreno en busca de
alimentos y el gusto por nutrirse de peces, insectos dañinos y serpientes,
encarnaciones, en muchos casos, de las fuerzas del mal, condicionantes para
identificarlo con la Luna (el pico curvo y color blanco) y en consecuencia con
el control del tiempo (por su aparición periódica, el agua). Vinculado a las
ciencias, gracias a su curiosa conducta, se pensó que esta constante búsqueda
de alimentación tenía relación con la búsqueda de la sabiduría e incluso con la
posesión del saber, convirtiéndose en dios de la sabiduría, patrón de los
escribas y registrador del tiempo (por su conexión con la Luna).
El incienso fue una resina muy valorada y preciada en el país del
Nilo, por su buen olor. Se relacionó con el aroma de los dioses; es decir, era
una parte intangible de la divinidad, su “olor”, su “sudor” el medio por el que
se hacían presentes.
Se entendió que tenía capacidades mágicas y que poseía la facultad de repeler y
alejar a las fuerzas del mal. Además gracias a la columna de humo que producía
al quemarse se abría un camino rápido y seguro para que las oraciones llegasen
a los dioses y para que el Ba
del difunto pudiera desplazarse con rapidez. Se quemaba en unos incensarios que
el rey o los sacerdotes acercaban a la imagen del dios.
Sirvió para hacer ofrendas a los dioses y a las momias, así como para fumigar
el cuerpo. A través del humo del incienso los dioses podían manifestarse; es
decir, la fragancia del incienso era la que anunciaba la presencia de “lo
divino” y por ello, este incienso también podía transformar al difunto en un
estado próximo o igual al de los dioses.
En los Textos de las Pirámides, se advierte que el incienso se produjo gracias
a las lágrimas de los dioses por lo que tenía cualidades sobrenaturales.
Uno de los símbolos más característicos de la cultura egipcia
desde el Reino Antiguo es sin duda el escarabajo pelotero (Scarabeus sacer) que
hallamos en relieves, pinturas, amuletos, sarcófagos, etc. Pese a no ser el
único coleóptero que aparece en la rica iconografía egipcia, sí es sin duda el
más popular y para los Antiguos Egipcios tuvo una significación realmente
importante, vinculada a su asociación con una entidad divina masculina: Jepri o Jeper. Representó el
renacimiento, la vida longeva y como tal se vinculó a una divinidad solar. Él
era el propio dios Ra en el momento de su nacimiento porque los egipcios fueron
unos observadores magníficos de la naturaleza y relacionaron la concepción de
estos pequeños animales con la creación del Sol.
El Scarabeus
Sacer o Ateuchus
sacer pone los huevos en el interior de una bola de estiércol que
empuja con sus patas delanteras y que sirve como soporte para incubar los
huevos, además de constituir el perfecto material nutricio para los pequeños
escarabajos. Al eclosionar los huevos las crías emergen hacia la superficie y,
para el pensamiento egipcio, esta “mágica” concepción y este “misterioso”
alumbramiento -sin la aparente intervención de sus progenitores-, se puso en
paralelo con el nacimiento de Ra. Es más, en muchas ocasiones el Sol se
representa mediante un escarabajo que arrastra la bola de estiércol
identificada con la bola solar, como un escarabajo dotado de dos alas
extendidas o como un hombre con cabeza de escarabajo. Pero otras fases del Sol
también podían ser manifestadas de modos distintos, Por ejemplo, el dios Atum
con aspecto humano era el Sol al anochecer y el disco solar o una figura humana
con cabeza de halcón representaba a Ra, el Sol en el cénit.
Los egipcios emplearon el escarabajo a modo amuleto o de sello,
inscribiendo sus nombres en la parte posterior, así como de soporte para
conmemorar acontecimientos importantes. Sin embargo, quizá su uso más
importante fue cuando fue empleado como sustituto del corazón y en este sentido
es el único usado con fines funerarios, ya que el resto de los escarabajos
parecen tener un sentido protector más unido al mundo de los vivos.
Al acontecer la muerte el fallecido tenía que someterse a un
juicio en el que se pesaría su corazón, entendido como sede y responsable de
los actos terrenales- en la llamada Sala
de las Dos Verdades. En este juicio el corazón se pesaba en una
balanza, donde actuaba como contrapeso la diosa de la justicia Maat. Era una
medida de seguridad porque podía ocurrir que el corazón delatara al difunto y
confesara haber cometido pecados en la tierra. Para remediarlo los egipcios
colocaban sobre el cuerpo de la momia un escarabajo grande de piedra o pasta en
el que se había grabado el capítulo 30 del Libro de los Muertos, el cual
encomiaba a este corazón para que llegado el momento, y de forma mágica, no
declarara todos esos pecados ante el tribunal divino, facultándole para que
pudiera disfrutar de vida eterna.
En forma de amuleto, fue uno de los más numerosos, tanto como para haber
traspasado las propias fronteras egipcias y haberse infiltrado entre fenicios,
cartagineses, etruscos, íberos, romanos, etc, los cuales pese haber perdido su
significado original seguían incluyéndolo entre sus pertenencias.
Como elemento mágico protector y símbolo de renacimiento, el
escarabajo recibió tal veneración como para que algunos ejemplares fueran
preservados y vendados en pequeños sarcófagos que hoy podemos admirar en los
museos con colecciones egipcias ya que no solo el Scarabeus Sacer sirvió como
manifestación divina. Otros tipos de escarabajo también estuvieron presentes en
el panteón y se asociaron, por ejemplo, a la diosa Neit (Agrypnus notodonta) o al
dios Osiris (Steraspis
squamosa), etc, razón por la cual contamos con curiosas muestras de
escarabajos conservados en el interior de pequeños sarcófagos. Estos ejemplares
presentan vendajes muy cuidadosos, algo que no puede por menos que dejar
patente la veneración que los egipcios sintieron hacia este emblema.
No obstante, la variedad de los escarabeos egipcios no se limita a
la representación física del animal, por ejemplo, algunos presentan cuerpo de
escarabajo con cabeza humana o mantienen el aspecto del coleóptero pero sin
grabar detalladamente sus características anatómicas.
El culto al escarabajo fue tan evidente que pasó incluso a otras
culturas, aunque éstas no aplicaran muy bien la simbología que tuvo en Egipto.
Así, encontramos ejemplares en todo el mediterráneo semítico y prerromano,
llegando a confines lejanos.
Era uno de los conceptos que formaban al hombre, junto al Aj, el Ba, el nombre, la sombra y
el cuerpo físico.
Se representaba con dos brazos levantados en ángulo recto, con las
manos extendidas y con las palmas hacia arriba en acto de adoración.
Nos encontramos ante un elemento que compone al ser humano de muy
difícil traducción porque actualmente no tenemos un concepto concreto similar
que sirva para aproximar lo que los antiguos egipcios entendieron como Ka. Fue traducido por Gaston
Maspero como “doble vital”, aunque también se ha empleado el término “doble”,
“gemelo”.
Tradicionalmente ha sido mal traducido como espíritu, pero esta
equiparación se revela insuficiente y problemática ya que el Ka es más una fuerza que da
vida al individuo y que está asociado al cuerpo temporalmente, permitiendo que
el cuerpo se mantenga con vida y que el difunto pueda alimentarse. El Ka protege al hombre
mientras vive y permanece como protector tras la muerte, siempre que se cumplan
unos ritos específicos, ya que está ligado a la alimentación. En algunos
contextos parece transmitir un sentido de poder intelectual y espiritual; no
era individual sino que constituía una fuerza común a una familia y pasaba a la
descendencia de padre a hijo. Además la palabra Ka sirvió también para designar
al toro y al alimento.
Como elemento del ser humano nacía y se creaba con la persona o con cada
divinidad. Pero curiosamente el Ka
también está presente en objetos teóricamente inanimados como son las estatuas
(como representaciones fieles del hombre) o los alimentos. Por otro lado la
expresión “ir al Ka”
fue un giro idiomático egipcio para expresar “renacer” y “morir”
El Ka
era invisible, permanecía junto al hombre hasta que acaecía la muerte, momento
tras el cual se unía a la divinidad. Sin embargo, para que subsistiera
necesitaba nutrirse de alimentos y bebidas que eran ofrendadas por un clero
instituido para tal misión, “los sacerdotes del Ka” o, en su defecto, por las vituallas
representadas en los muros o mesas de ofrendas ubicadas en las tumbas a modo de
talismán mágico para el caso de que estas ofrendas no se hicieran puntualmente.
La falta de esta alimentación causaba la desaparición del Ka y, por tanto, esfumaba la
esperanza de vida tras la muerte y por ello estas ofrendas iban acompañadas de
una frase “tipo”: Ofrenda para su Ka.
Es decir, siempre que el Ka
viviera en la eternidad, se garantizaba la vida eterna del individuo.
Es evidente que el Ka
no se nutría de la sustancia física de los alimentos, sino que tomaba de ellos
su esencia espiritual. Así el soporte material servía para la alimentación de
los sacerdotes encargados de su culto.
El Capítulo 15 del “Libro de los Muertos” deja constancia de que
los dioses también tenían Ka,
pero en este caso no sólo tenían un Ka,
sino que, como entidades divinas, poseían varios.
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