jueves, 23 de enero de 2020

Capítulo 35 - El Período Romano (30 a.C. 395 d.C.)


El Período Romano (30 a.C. 395 d.C.) 
Administración, el Ejército, la Economía, Religión, Artesanía y Oficios, Demografía, Naturaleza del Egipto romano. 

Máscara de momia de cartonage dorado
Período greco-romano egipcio. Finales siglo primero a.C.- Principios siglo segundo a.C. (Pin

Las máscaras de momia  son una representación de la cabeza y el pecho de los muertos y se llevan sobre la cabeza envuelta de themummy. Ellos fueron utilizados principalmente para proteger el rostro del fallecido pero podrían alsoact como sustitutos de la cabeza momificada debe ser dañado o perdido.
Egipcios creían que el espíritu o ba sobrevivió a la muerte andcould salir de los confines de una tumba. La momia mascarilla por lo tanto, siempre y cuando la meansfor el bato regresan reconocer su anfitrión - cuyo rostro estaba oculto por capas de vendaje - y istherefore raro que momia máscaras fueron retratos raramente particularizadas. En consecuencia, este ejemplo ha idealizado características.
El uso de oro wasconnected a la creencia de que el Dios del Sol Re, con quien la momia esperaba beunited, tenía carne de oro puro. La máscara fue creada a partir de capas de linengummed mojado juntos, generalmente formada sobre un molde y luego le da un outercoating fino de yeso. Una vez que habían endurecido, podría entonces ser dorado o pintado. El amplio collar con sus cuerdas de granos y diadema inscrita fue appliedin ligeramente levantadas alivio. Este último se inscribe con un texto funerario y thetop de la máscara está decorado con un escarabajo alado para asociarlo con el Dios del sol. La parte posterior de la peluca está decorada en policromía con una fila de ofdeities, un baand halcón con las alas extendidas y siete columnas cortas de jeroglíficos de nearunintelligible.

Introducción
Habrá muy pocos eventos históricos que sean más conocidos que el idilio amoroso entre Marco Antonio, triunviro de Roma, y la bella y talentosa Reina Cleopatra VII de Egipto. Su asociación con Cleopatra puede que no hubiese carecido de motivos políticos, ya que Roma tenía mucho que ganar fomentando las buenas relaciones con Egipto cuya riqueza era proverbial. A la larga, sin embargo, esta relación le supondría un conflicto con su astuto, decidido, cuñado Octavio. El problema se resolvió finalmente en la batalla de Actium, librada en septiembre de 31 a. C., y un año después, Octavio, que en 27 a. C. cambió su nombre por el de Augusto, entraría por primera y última vez en Egipto. Egipto, tierra de faraones y de sus sucesores helénicos, los Ptolomeos, era ahora parte del Imperio Romano. 
Egipto era un mundo aparte; un exótico y distante lugar del Imperio, quizás más extraño que cualquier otra provincia. Allí, la cultura faraónica florecía y el visitante del Egipto romano se habría sentido como dentro de una cápsula del tiempo; las vistas, los sonidos, y las costumbres del Egipto romano habrían tenido más en común con la civilización faraónica que con la Roma contemporánea. Los templos, aún se construían en su estilo original. La escritura jeroglífica, continuaba usándose, y el egipcio lo hablaba el pueblo si bien la lengua franca era el griego.
Cleopatra fue, que se sepa, el único gobernante greco-romano de Egipto que aprendió egipcio, y además era una de las muchas lenguas que dominaba. Otro indicio de la profundidad de la ampliamente difundida cultura faraónica es la persistencia de la momificación como rito funerario y la continua veneración a los dioses. La especial naturaleza del Egipto romano es innegable. Existe un creciente cuerpo de eruditos que consideran que la “Romanidad” de Egipto constituye un aspecto más significativo.
Si este es el caso o no, las diferencias culturales existen, y no deja de sorprender que Roma adoptase una actitud con Egipto  más bien hostil y sospechosa. A  los senadores romanos se les prohibía entrar al país, y a los egipcios nativos se les excluía de la Administración. Es significativo que la única ciudad egipcia fundada por Roma fuese Antinoopolis, en el Egipto Medio, junto a El Nilo. La fuerza detrás de tal fundación fue Adriano, uno de los pocos emperadores que alguna vez visitaron el país. Su idilio amoroso con Egipto se ve reflejado en la gran villa que  creó en el siglo II a.C., en Tibur (actual Tívoli), como lugar de retiro de Roma, donde pasó los últimos años de su vida y desde donde gobernó el Imperio. Conocida comúnmente como “Villa Adriana”, en ella intentó recrear los jardines de Canopus, ciudad costera egipcia situada en el Delta de El Nilo, a unos 25 km de la actual Alejandría. La villa fue el más grande ejemplo romano de un jardín tipo alejandrino, recreando un paisaje sagrado. Era como una pequeña ciudad con palacios, fuentes y varias termas, bibliotecas, teatro, templos, salas para ceremonias oficiales, y habitaciones para cortesanos, pretorianos y esclavos.
A pesar de su aspecto inusual, Egipto ha asumido un role especial en nuestra forma de entender el  imperio romano. El clima seco le había facilitado la conservación de una riqueza en evidencias de la que carecen otras regiones más atemperadas. Es, por ejemplo, un repositorio de evidencias escritas tal que raras veces se encuentra en ninguna otra parte. Las más conocidas son los papiros, que ofrecen una visión interior sin parangón de los temas de negocio y de la vida cotidiana del Egipto romano. Uno de los lugares más famosos y productivos es la localidad de Oxyrhynchus, cerca de El Nilo, a unos 200 km al sur de El Cairo. En 1897 dos eruditos de Oxford, Grenfell and Hunt, comenzaron a buscar información en los escombros de la vieja ciudad (sebakh en árabe) con la esperanza de encontrar papiros. Su trabajo resultó ser un regalo para la papirología ya que los documentos publicados hasta ahora ocupan casi sesenta volúmenes y hay casi la misma cantidad que espera su estudio.
Egipto es también el país más importante para ostracas, documentos escritos en cascotes en lugar de papiros. Entre 1987 y 1993 las excavaciones en el fuerte de Mons Claudianus, en el Desierto Oriental, depararon más de 9.000 ostracas, la mayor colección de cualquier otro lugar del mundo antiguo. Por vez primera, se documentaron operaciones de cantería, y nos ofrece una visión interior única de las provisiones y logística de una importante operación romana en el desierto. 
Evidencias documentales aparte, los yacimientos de las ciudades egipcias y sus tumbas, con frecuencia aportaron material orgánico que rara vez se encuentra disponible en cualquier otro lugar. Los textiles suelen estar bellamente conservados, así como la cestería, el cuero, o los restos de alimento. Desgraciadamente, el potencial de este material tiene aún que ser totalmente evaluado, ya que con demasiada frecuencia ha sido desechado en favor de la evidencia escrita. Así pues, parece que Grenfell y Hunt apartaron este material para su uso como fertilizante para el fellahin (campesino o labrador en un país árabe, como Siria o Egipto). Recientes excavaciones, tales como las de Mons Claudianus, están empezando a rectificar esta incoherencia de criterios.

Administración  
El Egipto romano estaba dividido en una treintena de unidades administrativas llamadas “nomes”, sistema heredado de la precedente era Ptolemaica. Cada unidad tenía un gobernador  o strategos, nombrado por, y responsable a, el Prefecto o gobernador de Egipto, vía uno de cuatro epistrategoi: los administradores regionales. El Prefecto estaba asistido por procuradores, responsables de las finanzas, y por otros funcionarios.
Cada nome tenía su propia capital o metrópolis donde estaba ubicada la sede del gobierno. Desgraciadamente poco se sabe sobre todo esto ya que la topografía del Egipto romano ha sido poco estudiada. Los dos que mejor se conocen son Oxyyrhynchus y Arsinoe, y por consiguiente la evidencia se deriva de papiros. Parece que se trataba de lugares de cierta sofisticación y riqueza. En consecuencia, Oxyyrhynchus tenía un pabellón de deportes, baños públicos, un teatro, y unos veinte templos, mientras Arsinoe tenía agua corriente suministrada por dos embalses a los que se bombeaba agua desde uno de los brazos del Nilo.
Durante los dos primeros siglos d. C., los nomes y sus metrópolis disfrutaron poco de autogobierno, pero en 200 d. C., Septimio Severo ordenó la creación de los concejos urbanos en cada nome, un paso para ascender a las metrópolis de su categoría a la de municipia (siendo un municipium, en esencia, una ciudad con autogobierno). Esto, sin embargo, provocaría un resentimiento considerable, ya que el aumento de responsabilidades venía acompañado de un incremento de las cargas financieras para los titulares con cargos públicos.
Bajo dominio romano, todos los varones entre la edad de 14 y 60 años estaban obligados a pagar anualmente un impuesto al sufragio. Los ciudadanos romanos estaban exentos, si bien es probable que representasen sólo una parte menor de la población. Las clases alta, los ‘metropolites’, pagaban a un nivel reducido. En consecuencia, la clase, era un tema con ciertas consecuencias y a la edad de 14 años, a un joven ‘metropolite’ se le requeriría presentar sus credenciales. 

El Ejército  
Como en otras provincias, el principal agente de control era el ejército. La evidencia epigráfica y papirológica que Egipto nos proporciona completa un cuadro sin par del funcionamiento de un ejército de provincia, a lo que podría añadirse la evidencia arqueológica de las fortalezas desde las que el ejército solía operar. Muchas, conservadas por el desierto, aún se alzan hasta el remate de sus muros.
Una de las destacadas fuentes históricas más antiguas sobre la disposición de tropas era Estrabón (17.I.12), quien, en un pasaje muy citado, manifiesta:
“Hay tres legiones de soldados, una en la ciudad y las otras en la ‘chora’. Además hay nueve cohortes romanas, tres en la ciudad, tres en la frontera con Etiopía, en Syene, como guardianes de aquellos lugares, y tres en otros lugares de la ‘chora’. Hay tres unidades de caballería que igualmente están localizadas en lugares estratégicos”.
(N.B. La chora o khora (en griego, khōra) designaba, en la Antigua Grecia, el territorio de una polis. Esta se componía de la propia ciudad (asty) y de la chora. No obstante, los dos términos no se oponían como en el caso de ciudad y campo de nuestros días. La chora no estaba sometida a la ciudad; era complementaria: los que vivían en la ciudad lo hacía a menudo de sus tierras en la chora, e inversamente, mucha gente poderosa habitaba en la chora.
Era una zona predominantemente rural, con pequeñas ciudades y aldeas, incluso pequeñas poblaciones que no tenían el estatus de ciudad y que dependían de otra más importante).
(N.B. Una cohorte romana era una unidad táctica constituida en general de un solo tipo de soldados en el ejército romano, y fue creada con las reformas de Mario. Más tarde, antes del Principado, este término adquirió un sentido más amplio y definió a una unidad militar).

La ciudad es, por supuesto, Alejandría, donde el fuerte de Nikopolis, a unos 5 km al este del centro, se mantuvo en pie hasta finales del siglo diecinueve. Hoy sólo quedan unos pocos fragmentos en el palacio de Khedival  construido en el lugar, y todo lo demás, arrasado. Parece que hubo otra legión destacada en la fortaleza de Babilonia (cuyos fragmentos pueden aún verse en los terrenos del Museo Copto, en El Cairo), mientras que la tercera tenía el cometido de proteger a Thebaid. Las legiones desplegadas incluían a la XXII Deiotariana, la III Cirenaica, la II Traiana, y la XV Apollinaris.
Estrabón es bastante menos explícito con las unidades auxiliares, pero aquí sí es posible completarlas en detalle mediante una variedad de fuentes tanto de dentro de Egipto como de fuera. Esta evidencia incluye dedicatorias, diplomas, lápidas funerarias, y otras inscripciones, así como papiros y ostracas, estas dos últimas más o menos limitadas al propio Egipto. Durante los tres primeros siglos d. C., parece que habrían sido, de media, entre tres y cuatro alae (unidades de caballería) las destacadas en el país, así como ocho cohortes lo que coincide extraordinariamente bien con la exposición de Estrabón. 
Las unidades se movían desde una parte del imperio a otra, y entre diferentes lugares dentro del propio Egipto, y hay casos en los que es posible reconstruir su historia. Así pues, el ala Vocontorium es una de las primeras y mejor avalada unidad auxiliar en Egipto. Parece ser que antes de 60 d. C., habría estado ubicada en el área de Koptos y también hay evidencia de su presencia en el fuerte de Babilonia en 59 d. C. Durante el período flaviano pudo haber prestado servicio en la frontera alemana, regresando a Egipto hacia 105 d. C. Más tarde sería desplegada en el Desierto Oriental, en Mons Porphyrites (116 d. C.), luego de nuevo en el Valle del Nilo, hasta que desaparece de los registros en 179 d. C.
Otro ejemplo es la cohorte II Ituraeorum, que confirmada en Syne (Aswan) en 28 d. C. y 75 d. C. y más tarde en varios otros lugares en la zona de Syne, antes de ir a parar en Mons Claudianus en 223-5 d. C.
(N.B. Una “cohorte romana era una unidad táctica constituida en general de un solo tipo de soldados en el ejército romano, y fue creada con las reformas de Mario. Más tarde, antes del Principado, este término adquirió un sentido más amplio y definió a una unidad militar. Una legión romana constaba de 10 cohortes numeradas del I al X. Una cohorte (en latín: Cohors) estaba compuesta de 3 manípulos; cada manípulo estaba formado por 2 centurias. En cambio, la cohorte I estaba compuesta de 5 centurias dobles). 
Las tareas que el ejército tenía que llevar a cabo eran variadísimas. La defensa del Imperio era, obviamente, importante. Según Estrabón, las zonas al sur y al este Egipto estaban pobladas por tribus que eran en su mayoría identificadas por su alimentación. Hay pocas dudas de que las tropas destacadas en Syene /Aswan) habrían sido cambiadas para protección de los límites del estado en el sur. De igual manera, la seguridad del desierto bien pudo haber sido, en alguna medida,  responsabilidad de las unidades con base a todo lo largo del Nilo, en el Alto y Medio Egipto. Ciertamente había fuertes tanto en el Desierto Oriental como en el Occidental, pero parecen que estaban relacionados tanto con las explotaciones mineras y la promoción del comercio como con la seguridad.
Por otra parte, el ejército destacado en Egipto asumió un importante role en la mayoría de las campañas militares del este, tales como la anexión de Arabia en 106 d. C., y en la Guerra Partiana de Trajano (de Partia, región al nordeste de Irán). También se le requirió para reprimir las revueltas judías en el primero y segundo siglo d. C. Aquí, las legiones de Nikopolis, y las unidades destacadas en Pelusium en el norte del Sinaí, habrían jugado un papel significativo pues podían desplazarse con relativa rapidez a los puntos conflictivos del este. Alejandría fue, sin duda alguna, la base militar clave. A las legiones con base cercana, les habrían sido asignadas el control de la indomable muchedumbre alejandrina, protegiendo a esta joya de ciudad de cualquier posible ataque, ejerciendo una función policial en el campo, y asumiendo una función en problemas del imperio de mayor envergadura.  
(N.B. Las Guerras Romano-Partianas (66 a. C. -  217 d. C.) fueron una serie de conflictos entre el Imperio Partiano y los Romanos. Fue la primera serie de conflictos en lo que serían 719 años de guerras romano-persas). 
De hecho, el role más importante del ejército en todas partes era actuar como una fuerza policial. Hay un número respetable de ostracas, principalmente con referencias al Desierto Oriental, que especifican servicios de vigilancia y de manipular las skopeloi o torres vigía. Parece ser que los guardias estaban organizados en dekanoi, que eran controlados por curatores, quienes, a su vez eran responsables ante los centuriones. Al parecer, el movimiento por las carreras del desierto habría estado estrictamente controlado, necesitándose autorizaciones escritas en ostracas o quizás algunas veces en papiros. Indudablemente esto era una medida encaminada a limitar el bandidaje por el que Egipto era notorio.
Este imperecedero problema tuvo que haber sido una preocupación mayor para el ejército, con unidades de soldados bajo el mando de los strategos a la caza tanto de bandidos como de simpatizantes del pueblo en general. El bandidaje habría sido particularmente prevalente en las zonas montañosas del Desierto Oriental, donde habría tenido suficiente oportunidad para ocultarse, y para desvalijar las lujosas caravanas orientales  que viajaban de Bernice o Myos Hormos (Quseir el-Qadim) en la costa del Mar Rojo de El Nilo. Esto, indudablemente, da cuenta de la cadena de fuertes   entre Bernice y Koptos, y en particular, de las fortalezas y torres vigía  en la carretera  entre Quseir el-Qadim y Koptos.
Parece que el ejército estuvo involucrado en muchas otras actividades, como en la supervisión de los botes de grano que viajaban Nilo abajo a Alejandría, protegiendo a los siempre impopulares recaudadores de impuesto mientras hacían sus tareas, y suministrando y supervisando las actividades en canteras y minas en el desierto. Aquí, la evidencia de Mons Claudianus sugiere que vivían junto a los ciudadanos y eran parte integrante del sistema de extracción. Estaban a cargo, entre otras cosas, de la supervisión de los skopeloi, del cuidado de los enseres tales como herramientas de hierro, y, quizás, con el mantenimiento de las estructuras.

La Economía  
Hay tres aspectos de la economía del Egipto romano relacionados entre sí. El más importante es la producción agrícola del Valle del Nilo y del Delta. La fecundidad de Egipto era bien conocida y la ciudad de Roma dependía fuertemente de los barcos de trigo alejandrino para alimentar a su abundante población. Una segunda faceta es la extracción de mineral, enfocada mayoritariamente, pero no exclusivamente, en el Desierto Oriental. Aquí, el oro se había explotado desde los tiempos faraónicos, pero durante el Período Romano también era una fuente de piedras exóticas tales como el granito del foro y el pórfido imperial. El granito rojo de Aswan tiene una larga historia de explotación y no sorprende que fuese también una de las piedras más decorativas usadas por los romanos.
El tercer aspecto de la economía es el role que Egipto asumió en la articulación del comercio romano. Alejandría era, por supuesto, una de las ciudades comerciales del mundo antiguo, pero Egipto goza de una ubicación privilegiada con acceso tanto al Mediterráneo como al Mar Rojo, que a su vez nos lleva al Océano Índico, y aún más allá. Así que el país jugó un destacadísimo papel en el comercio de Roma con el Oriente: con India en particular y posiblemente incuso con China.
Para la gente de hoy Egipto forma una cinta de tierra que finalmente se expande en un triángulo en forma de Delta. Aquí es donde la población vive y trabaja, y es aquí donde el alimento se cría. Hoy en día, como en el pasado, la tierra fértil produce un excedente. La causa de esta fertilidad no es, por supuesto, el clima, ya que las precipitaciones son inapreciables, sino por el río Nilo. Antes de la construcción de la primera presa de Aswan, El Nilo haría reventar sus bancos año tras año depositando una fresca capa de rico limo en la superficie de los campos. Tan importantes eran estas crecidas que sus alturas se medías unos nilómetros  especialmente construido, cuyos ejemplos romanos pueden verse en, por ejemplo, Aswan y Luxor, con uno muy bello, medieval, en El Cairo. El nivel de impuestos se ajustaba según la altura del agua: una buena crecida prometía una buena cosecha, y la población podría tolerar impuestos más altos. Plinio, en su (Historia Naturalis,5.58) es bien específico acerca de la importancia del alimento:  
“Una crecida media es de siete metros. Un volumen de agua inferior, no alcanza a regar todas las localidades, y una mayor, al retirarse muy lentamente, retrasa la agricultura; ésta consume el tiempo para la siembra a causa de la humedad del suelo, mientras aquella no deja tiempo para la siembra porque el suelo está seco. La provincia toma cuidadosamente nota de ambos extremos: en una crecida de cinco metros y medio, se percibe la hambruna, e incluso en una de seis metros se empieza a sentir el hambre, pero seis metros y medio trae alegría, seis y tres cuartos, confianza total, y siete metros, placer".(transcripción de A. Bowman). 

La dependencia de Roma del grano egipcio tiene una larga historia que se remonta a los Ptolomeos, cuando, ya a principios de 211 o 210 a. C., Roma requirió de Ptolomeo IV  un cargamento de grano. La llegada de los barcos de grano alejandrinos se convirtió en un importante elemento en la economía de Roma sobre la que el destino de los emperadores pudiera depender. Bajo Augusto, puede que llegase a 20 millones  de modii (muy por encima del millón de toneladas). El comercio del maíz formaba parte de la annona, el impuesto en especie que Roma recaudaba de las provincias productoras. Existe alguna evidencia que sugiere que incluso el coste del transporte del estado al Nilo tenían que soportarlo los propios productores.   
El suministro de grano desde las zonas de cultivo a los almacenes de Alejandría era una operación cuidadosamente regulada. La carga la supervisaba el sitologos (funcionario del maíz) asistido por el antigrapheus (administrativo) y por un ayudante financiero.
Una muestra sellada o deigma se le confiaba al capitán del barco para su entrega junto el envío. Esto era un cheque contra una posible adulteración o sustitución de la carga por otra de más baja calidad durante el viaje. En cualquier caso, parece que constituía una práctica normal la presencia de un soldado a bordo durante la travesía. A su llegada a los grandes graneros de Alejandría, el maíz quedaría bajo la custodia de procuradores romanos especiales quienes, con su equipo, se harían responsables de su seguridad y condiciones.
Los barcos de maíz generalmente solían dejar Alejandría en mayo o junio y el viaje a Roma, en contra de los vientos predominantes del norte, podría durar un mes y quizás dos. La ruta sería a lo largo de la costa africana norte o al corte de Chipre, luego acariciando la costa sur de Turquía. El regreso, con viento de cola, tardaba unos quince días, con los barcos viajando “a la velocidad de un caballo de carrera”, como el emperador Cayo pretendía. En ambos casos, la travesía no estuvo nunca exenta de riesgos, como vívidamente ilustra el naufragio de la Saint Paul en Malta.
Arqueológicamente, sabemos muy pocos de los centros rurales productores de este maíz, pero los papiros conocidos como Heroninos permiten una reconstrucción detallada de la operativa de uno de ellos durante el siglo tercero d. C., el centro rural de Appianus, en el-Faiyum. Al parecer, su propietario, Aurelius Appianus, era un terrateniente de cierta posición, con bienes comparables a los de los senadores romanos. Sus administradores centrales, obligados mediante mecenazgo, eran reclutados de entre los concejales municipales y terratenientes del nome, y por debajo de ellos estaban los phrontistai, o gerentes de producción, probablemente reclutados de familias rurales ricas, que quizás trabajaban para varios centros rurales simultáneamente. La mano de obra provenía de un núcleo de trabajadores a tiempo completo suplementada por obreros extras cuando se necesitasen. Parece ser que el suministro de mano de obra pagada procedente de las clases más pobres del Egipto rural resultase innecesario y poco rentable buscar mano de obra esclava.
Había tres categorías de trabajadores a jornada completa: los paidaria, los oiketai, y los metrematiaioi. Al parecer, a los de las dos primeras categorías se les contrataba por vida y quizás se les proporcionaba vivienda gratis, mientras que los metrematiaioi eran aldeanos independientes contratados para trabajar un cierto número variable de años. Los trabajadores eventuales procedían de diferentes ambientes, con frecuencia de fuera del lugar.
El principal objetivo de la unidad era la producción de vino para su vente exterior. Los otros cultivos se realizaban para proporcionar alimento para los empleados, pienso para los animales de tiro, y grano para los impuestos. Todos ellos eran necesarios para permitir el funcionamiento económico del estado. Parece, pues, el grano por el que Egipto era conocido se producía como parte de un complejo y sofisticado sistema de cultivo que obtenía beneficios de otras maneras. 
Los recursos minerales del Desierto Oriental eran conocidos y explotados en los tiempos faraónicos, Por ejemplo, las minas de amatistas de Wadi el-Hudi dieron lugar a una estela que deja constancia del uso del ejército en minas operadas bajo Senusret I del Imperio Medio. Más aún, el templo de Sety I en Abydos se le concedió privilegios en las minas de oro del Desierto Oriental, una cuadrilla de trabajadores para llevarse el oro, y un acuerdo en las propias minas. Éstas pueden muy bien ser las minas de Umm el-Fawakhir en el Wadi Hammamat, todavía en uso a finales del siglo XX. Un impresionante papiro en el Museo Egipcio de Turín muestra un mapa que supuestamente representa la zona.
El interés en los recursos minerales, en particular el oro, persistió todo el Período Ptolemaico y continuó en tiempos romanos. Hallazgos de cerámica de brillo negra en yacimientos tales como Abu Zawal, a unos 20 km al oeste de Mons Claudianus, sugieren que ésta, y probablemente otras minas, se establecieron antes de la conquista romana, si bien, indudablemente, continuarían operando después. 
Los yacimientos de oro han sido poco estudiados, pero su aspecto es bien distintivo. Normalmente hay un grupo de pequeños cobertizos rodeado de cúmulos de piedras, y hay evidencia por todas partes de herramientas utilizadas para triturar la cuarcita de la que se extraerá la mena. La herramienta principal parece ser un antiguo dispositivo para moler el grano, tipo “quem silla de montar” curvado, muy bien elaborado, con una pesada piedra superior con forma del gorro de Napoleón, cuyas alas servirían de asideras. Se necesitaría agua en abundancia para separar la veta de la ganga, y algunos yacimientos, de los que Abu Zawal es característico, tenían un pozo considerable que era el centro del complejo. En otros casos, la roca triturada se llevaba a otro lugar donde se separaba. 
El geógrafo griego Agatharchides pudo ser testigo del método utilizado para extraer el oro en sus visitas a las minas en el siglo segundo d. C. Su trabajo original se ha perdido, pero por fortuna su descripción se ha conservado en los escritos de Diodoro Sículo. Él nos cuenta que la roca se partía mediante calentamiento al fuego  y el uso de martillos. Entonces, se trituraba con grandes morteros de piedra al tamaño  un guisante, después de lo cual se machacaba hasta obtener un polvo fino en molinillos de mano antes de su lavado con agua sobre una superficie inclinada, para separar así el oro de la roca. Presumiblemente, los “quem  silla de montar”, ya mencionados y ahora tan evidentes en estos yacimientos, se utilizaban para la  molienda final. 
La cantería tiene también una ascendencia ancestral en Egipto. El más célebre ejemplo debe ser el del complejo de Aswan, ahora muy alterado y edificado por la expansión de la nueva ciudad. Aswan produjo una variedad de rocas graníticas, siendo la más conocida el granito rojo o rosa. Durante el período faraónico se usaban para la fabricación de sarcófagos, obeliscos, y para los remates (Piramidión) de las grandes pirámides de Giza, quizás porque el color rojizo sugiere El Sol. 
(N.B. Piramidión o piramidón, pieza pétrea de forma piramidal que se situaba en la parte más alta de los obeliscos y pirámides, o cúspide; simbolizaba el lugar donde se posaba el dios solar Ra o Amón-Ra, en la cúspide del monumento como punto de unión entre el Cielo y la Tierra).
Durante el Período Romano, las canteras continuaron sin disminuir, y las columnas talladas en granito de Aswan se encuentran en cantidad cercanas a las orillas del Mediterráneo. Es, de hecho, una de las “tres grandes” rocas decorativas del mundo romano, a la par con el granito violetto de el Troad (nombre histórico de la península de Biga, moderna Turkish) y  el Cipollino de Grecia.
 El éxito de Aswan es claramente el resultado de su ubicación a orillas de El Nilo. Los productos se podían cargar fácilmente en las barcazas e ir flotando hasta Alejandría, donde serían transferidas a los lapidariae naves, barcos de piedra especiales usados para el transporte de cargas muy pesadas al otro lado del Mediterráneo. Otras canteras de reconocido éxito como las de arenisca en Gebel el-Silsila, o aquellas para el “alabastro egipcio” (o alabastro de calcita) en el Egipto Medio, estaban también situadas muy próximas a El Nilo (aunque las principales canteras de alabastro de calcita en Hatnub estaban al menos a día y medio de viaje, y posiblemente incluso más cuando se transportaban grandes bloques). En Aswan, parece que habrían tenido una vida más larga, pues los romanos continuarían con la tradición milenaria de la cantería.                                             

Por razones logísticas obvias, la cantería a gran escala de la piedra del desierto remoto (para su uso en construcciones o escultura) la evitaron los faraones, con la excepción del bekhen, una arenisca “greywacke” (variedad caracterizada por su dureza) procedente de Wadi Hammamat, e incluso aún más sorprendentemente, la llamada “diorita Kefrén”, una anortosita gneis (roca metamórfica) de Gebel el-Asr en el Desierto Occidental, a unos 200 km suroeste de Aswan. Durante el Período Romano, sin embargo, hubo un intento más exhaustivo de explotar los considerables recursos líticos del desierto, orientado al Desierto Oriental, donde una serie de rocas de basamento, duras, se explotó, en su mayoría pórfido y variedades de diorita.
El centro que articuló la mayoría de esta actividad parece haber sido Mons Porphyrites (Gebel Dokhan), a unos 70 km noroeste de Hurgada. Las ostracas de Mons Claudianus exponen que los hombres que trabajaban allí formaban parte del numerus de Porphyrites y del arithmos de Claudianus. De forma similar, los trabajadores del cercano Tiberiane (Barud), la fuente del granito bianco e nero, parece que procedían del numerus de Porphyrites y del  arithmos de Tiberiane. A esto habría que añadir la dispersión de diminutos fragmentos de pórfido encontrados en la mayoría de los emplazamientos de canteras del Desierto Oriental, lo que sugeriría que a los hombres que habían trabajado el pórfido se les enviaría a otras canteras. 
Una inscripción recientemente descubierta documenta el descubrimiento de esta zona de una forma sorprendente. Nos dice que las fuentes las encontró Caius Cominius Leugas, quien tuvo que haber sido el equivalente romano de un geólogo de campo, el 23 de julio de 18 d. C. Parece que había descubierto pórfido, pórfido negro, piedras multicolores, y knekites (“piedra cártamo”), que aún no ha sido geológicamente definida.
La datación de la cantera más antigua de Mons Porphirites se remonta al reinado de Tiberio (14-37 d. C.) y así lo confirma de nuevo una inscripción y, al parecer, habría persistido hasta finales del cuarto o posiblemente principios del quinto siglo d. C., si la datación de la cerámica es correcta. El color púrpura se había llevad como señal de nobleza en la región mediterránea durante muchos miles de años y sin duda el descubrimiento de una roca púrpura habría sido un acontecimiento mayor de considerable interés para el emperador personalmente. La propia operación ha sido descrita, con cierta justificación, como la más extraordinaria manifestación de la actividad romana que pudiera verse en cualquier lugar del Imperio. 
Era necesario suministrar las canteras de alimento, excavar pozos, espitar el agua fósil que contrariamente a la creencia popular abunda en el desierto, y construir fortalezas para los militares y pueblos para los trabajadores. Mientras ambos podrían hasta cierto punto cohabitar, las canteras están en la cima de las montañas por lo que era aconsejable apostar a los trabajadores lo más cerca posible de su lugar de trabajo. El yacimiento aparenta haber empezado como una serie de disgregadas aldeas de montaña que, más tarde, en el siglo segundo d. C., sería controlado por un fuerte a nivel del wadi. 
(N.B. Uadi o Wadi (el-uadi, que significa “valle”), es un vocablo de origen árabe utilizado para denominar los cauces secos o estacionales de ríos que discurren por regiones cálidas y áridas o desérticas. Hay numerosos uadis en la península Arábiga y en el norte del continente africano. Estos cauces pueden tener hasta más de cien metros de anchura; generalmente, sólo encauzan agua durante breves temporadas lluviosas – de horas, días o a lo sumo semanas de duración - que pueden ser de periodicidad anual o esporádicas e impredecibles, tanto en la época del año en que ocurren como en la cantidad de pluviosidad.)
A finales del Período Romano puede que se hubiesen utilizados convictos, y un pasaje en los escritos de Eusebio hace referencia a un grupo de cristianos (casi con toda seguridad cabuqueros, picapedreros, entalladores, canteros, tallistas, o labrantes) cuyos ojos habrían sido vaciados con nubia y los tendones de la corva cortados antes de deportarlos a Palestina: presumiblemente por intentar convertir a la guarnición. No obstante, durante la mayor parte del tiempo, es probable que la operación se hiciese funcionar gracias a la colaboración entre civiles y soldados al unísono, como ciertamente fue el caso de Mons Claudianus. Incluso el Cristianismo era generalmente tolerado, como así atestigua un cierto número de inscripciones.
Mons Claudianus, a unos 50 km al sur de Mons Porphyrites, era la fuente de una gris granodiorita utilizada mayoritariamente para columnas. Éste es ahora el emplazamiento de canteras romano más intensamente estudiado en el Desierto Oriental. El complejo consta de un fuerte de los tiempos de Domiciano, y uno anterior que ha producido un ostracón de Nerón, con 130 pequeñas canteras diseminadas dentro de un radio de alrededor de 1 km; cada una estaba conectada a la cama del wadi principal por una rampa que terminaba en una rampa de carga; el lugar donde se transferirían los productos de los rodillos o trineos a los carretones para el viaje de 120 km, cruzando el desierto, hasta El Nilo. Algunos de estos carretones tienen que haber sido de gran tamaño, ya que una columna pesaría unas 200 toneladas. Aquí es pertinente tomar nota que un ostracón hace referencia a un carretón de doce ruedas, en la planicie de Nac el Teir, y caminos con hasta tres metros de ancho.
Se suele pensar que la roca de Mons Claudianus, también conocida como el granito del foro por su frecuente presencia en el Foro Romano, gozaba de una distribución pan- mediterránea. Sin embargo, un programa de análisis químico y petrográfico durante los años 90 pasados, ha demostrado que su distribución está virtualmente restringida a algunos de los monumentos más bellos de Roma. Parece ser  que Mons Claudianus se encuentra fuera de la órbita normal del comercio romano y puede haber sido más o menos propiedad personal del emperador. 
Es interesante mencionar que otras rocas grises de apariencia similar se explotaban en afloramientos más accesibles en las islas de Elba y Giglio, y también en la Turquía occidental. La roca de Mons Claudianus era especial no por sus propiedades, sino por su procedencia. Era un producto del extremo más lejano del imperio y sólo podía extraerse tras extraordinarios esfuerzos. Este podría ser el secreto de toda esa iniciativa de canteras en el Desierto Oriental, que tiene poco sentido en términos económicos racionales.
La importancia de Egipto para la economía romana estaba más allá de la producción. Quizás, uno de los más extraños y estrafalarios aspectos del gusto entre la nobleza romana era su predilección por el lujo oriental: perlas, pimienta, seda, incienso y mirra, además de otras especias varias y medicamentos exóticos. Egipto articulaba este comercio, ya que estos productos se transportaban en barcos cruzando el Océano Índico y, por tanto, a la orilla occidental del Mar Rojo. Aquí se descargaban y arrastraban 150 km a través del desierto hasta El Nilo,  donde se flotaban hasta Alejandría, y de allí a Roma. La India se beneficiaba de este comercio, ya que a cambio recibía, vidrio, textiles, vino, grano, cerámica fina, y metales preciosos además de cargamento humano tales como niños cantores y doncellas para el placer de los potentados indios.   
Puede que se considerase ventajoso para los barcos hacerse a la mar remontando el Mar Rojo y cruzar luego el istmo que ocupa ahora el Canal de Suez. En efecto, hubo un proyecto que inició Ptolomeo II y mejoraron varios de sus sucesores, particularmente Trajano y Adriano, que conectaba El Nilo con Bitter Lakes (Lagos Amargos). Sin embargo, no se utilizó ampliamente, al menos en los primeros siglos a. C y d. C. principalmente por el severo viento del norte que sopla hacia el sur en el Mar Rojo durante el 80% del año. Esto habría significado un peligro mayor para la flota romana y era preferible hacer una recalada más al sur y transportar la mercancía por tierra al Nilo. Loa dos puertos establecidos por Ptolomeo II Philadelphus (285-246 a. C.) para facilitar l comercio eran Bernice, el nombre de su esposa, y Myos Hormos.
Parece ser que Myos Hormos fue preeminente durante el segundo siglo a. C. y que el de Bernice empezó a crecer en importancia durante el primer siglo a. C. convirtiéndose en dominante en el primer siglo d. C., si bien Myos Hormos continuaría en uso. Así es que el comercio indio se desarrolló en tiempos Ptolemaicos y los romanos meramente tomaron posesión y quizás ampliaron una empresa bien consolidada ya. El Mar Rojo también había sido bien conocido por los comerciantes faraónicos ya que sin lugar a duda daba acceso a la misteriosa tierra oriental africana del Punt (Véase el Capítulo II) de donde procedían las plantas y los animales exóticos.
El yacimiento de Bernice está bien establecido y se le ha relacionado con las ruinas próximas a Ras Banas, en el sur de Egipto, desde su descubrimiento por Belzoni en 1818. Myos Hormos ha sido objeto de un extenso debate; la mayoría de los escritores lo sitúan en Abu Sha’ar, 20 km al norte de Hurghada, ya que esto coincide con la latitud and longitud que dadas en la Geography de Ptolomeo. Sin embargo, las excavaciones de los 1990 del pequeño fuerte del yacimiento demostraron que su cimentación es romana tardía o bizantina, sin evidencia alguna de asentamiento.  
No obstante, al yacimiento de Myos Hormos se le describe con cierto detalle en la literatura clásica, y el estudio de imágenes de satélite sugiere que su correspondiente más cercano es el yacimiento de Quseir el-Qadim al final de la carretera fortificada de Koptos, en El Nilo. Este diagnóstico se ha visto confirmado recientemente con excavaciones en el-Zerqa, a medio camino de la ruta, ya que han producido ostraca que demuestran más allá de ninguna razonable que el puerto al final de la carretera fue, con toda certeza, Myos Hormos. 
La naturaleza de este comercio se puede acrecentar a través de fuentes tanto literarias como arqueológicas. El principal documento es el Periplus Maris Erythrae, una guía náutica para el Mar Rojo, el Golfo de Aden, y el Océano Índico occidental, compilado en el primer siglo a. C. Se puede complementar con referencias de poemas escritos en el idioma tamil (de Tamil, pueblo al sur de la India) tales como: ‘la fresca fragancia de vinos traídos por el Yavana en sus barcos’; o, de nuevo: ‘la próspera ciudad de Muziris, a donde atracan las bellas y grandes naves del Yavana repletas de oro, pintando de blanco las aguas con su espuma, y a donde regresan cargadas de pimienta’. Parece ser que la mejor época para salir de Egipto era el mes de julio, cuando el monzón del suroeste conduciría a las naves a través del Golfo de Aden y el Océano Índico, mientras que el regreso se vería retrasado hasta noviembre aprovechando el monzón del nordeste.
Los monzones del suroeste son de los vientos más feroces del planeta, y los barcos tenían que ser inmensamente grandes y sólidos para resistir tal travesía; quizás semejantes a los del trayecto Alejandría-Roma, que tenían 60m de largo y un desplazamiento de unas 1.000 toneladas. Cierto es, que los beneficios habrían valido la pena correr tales riesgos; un papiro recientemente publicado nos describe un cargamento de nardo (planta exótica), marfil, y textiles de Muziris, en la India, a Alejandría; este envío tenía un valor de 131 talentos, suficiente para comprar 2.400 acres de la mejor tierra de cultivo de Egipto. 
(N.B. El aceite de nardo era un perfume sumamente valorado. Se fabrica a partir de los rizomas de la planta homónima, originaria del Himalaya y produce un óleo sumamente oloroso) 

La Arqueología también puede ayudar a entender este comercio. Hace mucho tiempo, Sir Mortimer Wheeler excavó el asentamiento romano de Arikamedu, en la costa Coromandel de la India, donde encontró un ánfora que había contenido el mejor vino de Campania, y cerámica roja fina de la época de Tiberio, producida en los talleres de Lyons, Pozzuoli, and Pisa. En Egipto, un proyecto de excavación realizado durante los años 90 del siglo pasado, en Berenice, promete revelar información equivalente del lado egipcio. A finales de los 70 y principios de los 80, excavaciones a pequeña escala en Quseir el-Qadim, que se creía entonces que se trataba del puerto de Leucos Limen, produjeron material interesante, incluyendo un fragmento con una inscripción escrita en tamil. 
Las rutas terrestres de Berenice y Myos Hormos a través del desierto han sido estudiadas en conciencia. La de Bernice corre en dirección noroeste unos 330 km y está equipada con hydreumata (puntos hídricos) cada 20-30 km. Su destino es Koptos, pero a mitad de camino, hay un ramal hacia el oeste que lleva a Apollinopolis Magna (Edfu). La ruta de Myos Hormos también llega a Koptos, y Estrabón nos cuenta que el trayecto duraba de seis a siete días, estando la ruta provista de hydreumata enterrados a gran profundidad. Dos de éstos (el-Mweih y el-Zerqa) se excavaron en los años 90, produciendo nueva evidencia documental en forma de ostracas, cuya publicación está pendiente.
La etapa final del comercio de Alejandría a Roma, puede que estuviese íntimamente ligado con el annona (el impuesto en especia ya mencionado más arriba), puesto que los transportistas que trabajaban para el estado podían llevar parte de sus propias mercancías libre de cargas. Sin embargo, ésta, bajo ningún concepto, es la historia completa. Alejandría ha producido muchos más ejemplos de ánforas de aceite bético que cualquier otra importante ciudad  en el Mediterráneo oriental, un solo ejemplo para enfatizar su role como puerto clave para el comercio interregional de toda clase y en todas direcciones. Para Estrabón, era el más destacado puerto del mundo, y, por supuesto, su Pharos, o faro, era una de las Maravillas del Mundo Antiguo.

La Religión 
No puede haber ningún aspecto más complejo o más difícil de entender que la religión. Roma heredó la religión faraónica, sobre la que se habría superpuesto un barniz clásico, en gran parte durante los años que precedieron al Período Ptolemaico. Los visitantes de los antiguos templos de Egipto suelen pensar que se hallan ante obras maestras de la era dinástica, pero en muchos casos – Dendera, Edfu, Kom Ombo, Esna y Philae, por ejemplo – las estructuras existentes son substancialmente ptolemaicas y romanas.
Aunque el primer aspecto y el más llamativo es el politeísmo, había un número de predominantes creencias (para una más amplia discusión, véase la sección sobre la religión en el Imperio Nuevo a comienzos del Capítulo 10). Así pues, dioses tales como Ra, el Sol, Geb, la Tierra, y Nut, el firmamento, al parecer habían sido adorados en casi todos los lugares de Egipto. Había también, eso sí, una tendencia hacia el monoteísmo. Ra era el origen de todo. A Pat se le describe como ‘el corazón y la lengua de los dioses’, y a mediados del siglo catorce a. C. Akenatón decretó que Atón era el dios que debería adorarse. Otra característica que rápidamente se aprecia era la parcialidad por el culto a los animales.
Por ejemplo, Horus se representaba como un halcón y Hathor como una vaca. Sin embargo, no eran los propios animales el foco de la adoración, sino los dioses los que escogieron tomar sus formas. De aquí surgió la costumbre de momificar a los animales, con frecuencia a miles: cocodrilos, mandriles, gatos, el pez Oxyrnchus, mandriles, y así sucesivamente.
Cada una de esta plétora de dioses tenía que asumir su propio role, Pero la situación está lejos de ser simple, ya que sus papeles cambiarían con el tiempo, y los dioses podían emerger juntos de forma que serían indistinguibles unos de otros. Así, Horus, el halcón, mostrando un disco solar es, a veces, imposible de distinguir del Dios-Sol, Ra. Amón era originalmente el dios del agua y del aire, pero más adelante se convirtió en el dios de la reproducción física, el dador de la vida.
Después de la conquista de Alejandro en 332 a. C., la cultura griega se implantó la cultura griega, no sólo en las ciudades griegas de Alejandría, Naukratis, y Ptolemais, pero también en las comunidades griegas diseminadas por el país. Los griegos identificaban sus propios dioses dentro del espectro romano. Así que, a Horus se le equiparaba con Apolo, Thot con Hermes, Amón con Zeus, Hathor con Afrodita, y así sucesivamente. Cómo habría reaccionado la bella ciudad de Atenas al ser equiparada con la diosa hipopótamo Tawaret, no sabemos.
Un buen ejemplo del proceso de helenización es el dios Pan. A él se le igualó con Amón-Min, el dios de la reproducción sexual, que tenía un importante santuario en Koptos. La ciudad está al final de las carreteras que llevan al este. Así pues, Amón-Min se convirtió en el dios del este, y se mostraba con un quemador de incienso, quizás simbolizando las especias y perfumes del Oriente. Desde estos inicios, durante el Período Romano, Pan se convertiría en el dios del Desierto Oriental, el caprichoso guardián de las rutas del desierto. A él se le muestra no como el Pan de la mitología griega sino como el Min del falo erecto, su erección claramente heredada de su anterior vida.
Durante los tiempos ptolemaicos, se inventó un nuevo dios llamado Serapis con el fin de dar un grado mayor de unidad política y religiosa. Contrariamente a la deidad Osirapis del período faraónico tradicional, de donde proviene, se le muestra no como un animal sino como un hombre barbudo, no diferente a Zeus: de todos los dioses egipcios él es el más parecido a un dios grecorromano. Serapis llegó a ser un dios inmensamente popular en Menfis, la vieja capital de Egipto, y después en Alejandría, cuando la sede del gobierno se trasladó allí.
Otro dios muy popular en el Egipto romano fue Isis, a veces identificada con Hathor. Ella era esposa y hermana de Osiris, que era juez y soberano de los muertos y dios supremo del culto funerario. Su role era el de prototipo de la maternidad y de la esposa fiel. Era muy adorada por las mujeres  de las que era reina del cielo y de la tierra, de la vida y de la muerte. Ella miraba de forma favorable a todas las actividades femeninas hasta el punto de que en un cierto tiempo era también la diosa de las prostitutas. Como en el caso de Serapis, los fieles de Isis se extendían por todo el imperio, particularmente en España. Los rituales asociados a su culto cambiaron poco desde los tiempos faraónicos: al amanecer, su estatua se descubría y adornaba con joyas mientras el fuego sagrado se encendía - todo acompañado de música sacra.
Al igual que los dioses del Egipto romano eran esencialmente dioses egipcios, la arquitectura de los templos forma una continuación de los templos dinásticos y ptolemaicos. . La excepción es Paneion, que por el especial role de Pan en el desierto se situaba en lugares lejanos no preparados para su habitabilidad. Con frecuencia se trataba sólo de una roca en la que los viajeros inscribían sus dedicatorias. Un ejemplo claro de esto se puede ver en el Wadi Hammamat. 
El templo de Hathor en Dendera nos da una buena idea de la apariencia de un templo Ptolemaico romano tardío. El ante-pilono (entrada norte) es obra de Domiciano y Trajano, pero el foco principal del complejo, el bellamente conservado templo de Hathor, fue construido entre 125 a. C. y 60 d. C. El frontal del edificio tiene una fachada masiva marcada por seis columnas con capiteles encabezados por Hathor rematada con una cornisa. La entrada da paso a una sala hipóstila, construida en el vigésimo primer año de Tiberio por Aulus Evilius Flaccus, con la ayuda de los habitantes de la ciudad y del distrito, y su techo está apoyado en columnas coronadas por Hathor. La sala te lleva a través de una sala hipóstila interior y dos vestíbulos; el de más adentro, contiene el santuario, rodeado de un número de capillas. La ornamentación es típicamente egipcia, pero muchos de los motivos son emperadores romanos. Así es que vemos a un Tiberio ante los dioses, Claudio haciendo una ofrenda a Hathor e Ihy, y representaciones de Augusto y Nerón. Todo el complejo resulta una experiencia extraña para el estudiante de formación erudita clásica.
Otro excelente ejemplo de un templo romano es el quiosco de Philae, que se conserva en una isla entre Aswan y la Gran Presa. Este edificio, tan elegante y bellamente proporcionado, tiene catorce columnas con capiteles de campana y muros de pantalla, dos de ellos decorados con escenas representando a Trajano haciendo ofrendas a Isis, Osiris, y Horus. El simbolismo de todos estos templos tiene que haber escondido un mensaje especial para la población del Egipto romano. Aquí no es la cuestión del emperador como dios: a él se le ve como un suplicante ante los grandes dioses del viejo Egipto.  
No obstante, desde la primera mitad del siglo primero d. C. en adelante, un nuevo fenómeno aparece en la escena religiosa: el Cristianismo. Parece que había echado raíces en Alejandría desde donde se extendería al resto del país. No hay duda de que con tantos cultos en existencia uno más podía aceptarse y absorberse. Pero, el Cristianismo era una religión intransigente que no se consideraba a sí misma a la par con las otras y buscó ganarse conversos del paganismo. El viejo orden se vio amenazado, y desde mediados del tercer siglo en adelante la persecución se puso en marcha de una forma esporádica hasta su culminación en las grandes purgas de Diocleciano en 303 d. C.  
En el tercer siglo d. C., emerge una nueva tendencia religiosa que iba a barrer el mundo. El desierto es un terreno de pruebas religiosas, lejos del alboroto de la vida cotidiana donde la supervivencia depende de la confianza en Dios. Cristo había ya fijar la escena cuando pasó cuarenta días en el desierto sometido a las tentaciones del demonio. A finales del siglo tercero, según la tradición, dos jóvenes ricos, Pablo, el primer ermitaño, y Antonio, el primer moje, ambos separadamente, abandonaron sus cómodos hogares en el Valle del Nilo para vivir en la soledad del remoto desierto. Cómo sobrevivieron no es en realidad ningún misterio, ya que a los santones se les trata en todas partes con respeto y les alimenta la propia gente con la que se encuentran.
Puesto que ambos se asentaron en manantiales, sin duda les habrían visitado beduinos que habrían tenido conocimiento de la procedencia del agua, y de la que disfrutarían de algún derecho. Eventualmente, a pesar de su aislamiento, la fama de Antonio se extendió, e incluso el emperador Constantino le escribiría pidiéndole rezos. Le visitaron sus viejos discípulos, algunos dignatarios, peregrinos, y, por supuesto, curiosos viandantes. Las idas y venidas de visitantes condujo al establecimiento de un caravasar, que eventualmente se convertiría en un monasterio – el más significativo monasterio de la Cristiandad, del se derivan todos los otros.

(N.B. Un caravasar estaba diseñado para albergar y dar reposo y alimento a los viajeros y sus animales, después de una jornada. Los caravasares fueron piezas clave en el desarrollo de las rutas de comercio a través de Asia, el norte de África y la Europa suroriental. En Turquía, Persia (Irán) y Armenia, los caravasares se colocaban a unos 30 km uno de otro, a lo largo de las diferentes rutas que unían los diversos puertos y ciudades importantes de la península. Ya que en la época seléucida, la famosa ruta de la seda no transcurría por su península, fueron utilizados para potenciar el mercado y la economía interior. Uno de los mejor conservados en Turquía, fue construido en 1.229 por los turcos seléucida, conocida como caravasar de Agzikarahan).

Las costumbres funerarias están, por supuesto, íntimamente ligadas con las prácticas religiosas. No sorprende, pues, que la práctica de la momificación persistió junto al paganismo – en algunos casos hasta entrado el siglo cuarto d. C. El pobre podía recibir el enterramiento más sencillo como momias con simple vendaje., pero al rico se le proporcionaba un elaborado ataúd, como dictaba la tradición faraónica. Durante el Período Romano, se fijaba en la cabeza del ataúd de la momia, retratos encáusticos pintados en una tabla.
Estas obras de arte menores son algunas de las más vívidas y realistas que se puedan ver en cualquier lugar del mundo romano. No hay duda de que habrían sido encargadas a un artista altamente cualificado y, puesto que gozan de un grado de realismo casi fotográfico, dan la impresión de haber sido ejecutadas cuando el individuo aún estaba vivo. Se ha sugerido que se pintaron en la flor de la vida y del éxito y después se guardaron para su eventual uso funerario.
En Alejandría, hay evidencia de un alternativo estilo de enterramiento, quizás como reflejo de un gusto diferente entre los adinerados habitantes de origen griego. En el Kom el-Shugafa (la colina de los tiestos) hay complejo de catacumbas que datan del siglo segundo d. C. Consiste en una escaleras circular que lleva a un complejo de cámaras de enterramiento y una sala de banquetes donde los dolientes que visitaban la tumba podían comer en íntima proximidad con el finado. Aunque originalmente fue diseñado para los ricos, parece que se había extendido a las clases más pobres, ya que hay muchos nichos pequeños para acomodar a enterramientos sin pretensiones. Desde un punto de vista artístico, la decoración entraña un cierto interés ya que derivan elementos tanto de los cánones griegos como de los egipcios. Hay falsos sarcófagos decorados con máscaras, cráneos de buey, y guirnaldas, pero en otras partes hay relieves que representan a deidades tales como Anubis o Thoth. 

Artesanía y Oficios 
Las artes menores y la artesanía ofrecen abundantes evidencias en el Egipto romano. Casi todos los yacimientos de este período se ven cubiertos de desperdicios de cerámica, vidrio, y fayenza, así como materiales orgánicos que normalmente no se ven en climas más temperados, tales como cestería, textiles, y cuero. Debido a la richesse de Egipto y la riqueza de evidencia escrita, la artesanía recibía cada día menos atención de lo que merecía. Su potencial para el análisis del comercio, cronología, y tecnología tiene aún que ser reconocido, pero desde los años 80 en particular ha comenzado y está empezando a ofrecer resultados muy interesantes.
Está ampliamente aceptado que la cerámica juega un role vital en muchos aspectos del conocimiento arqueológico. Las importaciones al Egipto romano tales como garrafas con el resto del Mediterráneo tales como vino de Italia y Francia, garrafas de aceite de España, cerámica fina roja de África del Norte o lámparas de Italia que pueden identificarse y datarse. Su importancia es innegable y está empezando a arrojar luz sobre los contactos comerciales con el resto del Mediterráneo. Sin embargo, nuestros conocimientos de los recipientes egipcios locales son todavía relativamente limitados. Las mayorías de las colecciones están dominadas por jarras hechas de limo del Nilo, una arcilla marrón oscuro característica de las llanuras del Nilo propensas a inundaciones.
Hay fundadas razones para creer que éstas se producían en muchas alfarerías que existían a lo largo del Valle del Nilo y en el Delta, pero hay una marcada arqueológica lacuna y se conocen sólo unos pocos emplazamientos de hornos, todos ellos situados en la orilla sur  del Lago Mareotis, cerca de Alejandría y todos descubiertos gracias a las investigaciones de un hombre, Jean-Yves Empereur. Estos hornos de Alejandría parecen que habrían estado fabricando un tipo de ánfora que no es fácilmente de datar y que aparece en una mayoría de los yacimientos romanos en Egipto. En el tercer siglo, los hornos puede que hubiesen estado produciendo imitaciones de Koan amphorae, probablemente porque estaban destinadas a contener el vino tipo Koan, que era una variedad medicinal hecha de agua de mar.
En el otro extremo de Egipto, se estaba haciendo cerámica con un cordón o baño rojo en Aswan y, de nuevo, se encuentra ampliamente  extendido por todo el país, particularmente en contextos de los siglos primero y segundo. No obstante, esto es, con certeza, sólo parte de la historia y tiene que haber habido muchos otros establecimientos a lo largo del Valle del Nilo produciendo jarras o recipientes de mesa finos tales como ‘el recipiente de cordón rojo’ definido por vez primera por John Hayes. Entre los pairos de Oxyrhnchus hay tres que son contratos de arriendo para cerámica. Parece ser que la producción estaba muy estrechamente ligada al estado.
El arrendador, probablemente el propietario estatal, acepta proporcionar el edificio de la cerámica, el almacén, la rueda, el horno, la arcilla, y el combustible para el fuego,, a cambio de lo cual el arrendatario se compromete a proveer su propia mano de obra y suministrar al arrendador un gran números jarras, en un caso más de 15.000, que tenían que estar destinadas a contener el producto del estado Desgraciadamente que no se pueda vincular esta fascinante evidencia documental de producción estatal a la propia cerámica, o incluso al tipo de tiestos producidos.
Durante la mayor parte del mundo romano, los recipientes de mesa finos toman la forma de recipientes rojos con brillo, producidos en Gaul, Italia, o el Este. Mientras que éstos se encuentran también en Egipto, su lugar para a ocuparlo los recipientes de fayenza azul brillante o verde. La fayenza no es cerámica sino una ‘frita de cuarzo’ vidriada formada por cuarzo molido mezclado con una sal  alcalina y un colorante como puede ser una sal de cobre. Hay varias maneras de hacer fayenza, todas ellas producen más o menos el mismo resultado: por ejemplo: un núcleo de cuarzo de alta calidad unido a un álcali se hacina en una mezcla vidriada de cenizas de plantas, óxido de cobre, y cal, o la frita puede prepararse o pintarse sobre el núcleo formado.
(N.B. En palabras sencillas, las “fritas” son un material vítreo que resulta de un proceso de fundido de una mezcla de materias primas a alta temperatura - Temperatura de fusión: 1350- 1550ºC) - en un horno de fusión. Simplificando aún más, una frita es una composición de arena y sosa para fabricar vidrio.
Una ‘frita de cuarzo’ se define como un filtro poroso compuesto de granos de cristal de cuarzo unidos. Algunas aplicaciones de los discos fritados incluyen la filtración de líquidos o gases corrosivos, la difusión de calor, la regulación del caudal, y otras aplicaciones químicamente inertes de alta pureza).
Alternativamente, conforme el cuarzo se seca, se le echa el colorante de forma que, con el fuego, se funde, produciendo así el característico vidriado. La fayenza no puede moldearse por lo que se solía dar forma con moldes: es, por tanto, más apropiada para la producción de cuentas y figurillas, pero en el Período Romano se usaba para platos, fuentes, y copas para beber. Se sabe poco sobre la producción de fayenza romana y es mala suerte que el único horno conocido, en Menfis, se excavase a principios del pasado siglo antes que las técnicas de observación y registro se hubiesen desarrollado.
El vidrio es también otro componente de los depósitos de desechos romanos. Mucho de su contenido es de una sorprendente alta calidad, con frecuencia de paredes muy finas y, sin duda, bien conseguido. Incluso en los yacimientos del desierto, los recipientes pueden ser de vidrio soplado, moldeo por soplado, o con ornamentos multicolores, o vidrio cortado con decoración. Hasta el momento no está claro cuánto era importado de las casas del cristal de Siria o cuánto era de producción local. Alejandría la describe Estrabón y otros escritores posteriores como un gran centro de fabricación del vidrio, quizás responsable de los más bellos recipientes, pero arqueológicamente sabemos muy poco sobre ello. Ciertamente existieron otras casas del vidrio, a juzgar por el gremio de trabajadores del vidrio que se menciona en los papiros de Oxyrhnchus.
La producción de harina era un comercio importante relacionado con la subsistencia. Se utilizaban, por supuesto, molinillos rotatorios, pero el tipo de molino que con más frecuencia nos encontramos es el molino de palanca o molino ‘Olynthia’. Se compone de una losa de piedra de unos 50cm² con una muesca, que forma la tolva, en el centro. Se fija una palanca que cruza la piedra en su cara superior y se hace oscilar de un lado a otro alrededor del pivote. Se han encontrado ejemplos en el asentamiento de griego de Naukratis, pero también en Tanis, el-Faiyum, en Quseir el-Qadim, y en los fuertes de Tiberiane (Barud) y Mons Porphyrites.
Es casi seguro que este tipo de molino fue introducido por los griegos, donde este tipo continuó en uso hasta al menos el siglo tercero a. C. De todos modos, en Egipto, ciertamente persistió en el Período Romano y el ejemplo de Quseir pertenece al siglo primero d. C., mientras que los de los fuertes son ciertamente de fechas del primero o segundo siglo d. C. El fuerte de Badia, en el complejo de Mons Porphyrites, ha producido los componentes de los hornos segmentados en lava probablemente de la isla de Nisyros. El tipo es conocido de Delos, aunque los ejemplos de Badia podrían ser de una fecha posterior romana.
En el antiguo mundo parece que Egipto gozaba de un renombre en textiles, y colecciones significativas, en su mayoría del posterior período romano, se han recuperado en las ciudades de Antinoopolis y Panopolis, donde podrían haber existido molinos de lana. De nuevo Alejandría parece haber sido importante, sustentando un comercio de lino y la reelaboración de sedas orientales. Otras artesanías que deberían mencionarse son la creciente manufactura de papiros, la fabricación de drogas y medicinas, la producción de joyas, el trabajo en cuero y en metal, todas ellas están aún estudiadas inadecuadamente.  

Demografía 
La demografía del Egipto Romano durante los tres primeros siglos d. C., está bien documentada ya que se dispone de más de 300 papiros que registran resultados del censo. Estos resultados ofrecen detalles de miembros de familias en el Valle del Nilo sino también sus inquilinos y esclavos.
La estimación de la población del Egipto romano está llena de dificultades, no en particular porque las dos principales fuentes históricas se contradicen entre sí. Diodoro Sículos pone la población en el primer siglo a. C. en 3 millones, mientras Josephus, escribiendo en el siglo primero d. C. da una cifra de 7’5 millones sin incluir a Alejandría. En total, los eruditos modernos encuentran la cifra dada por Diodoro más creíble.
Alejandría, una de las ciudades más pobladas del antiguo Mediterráneo tenía, según Diodoro, una población de 300.000 habitantes, que no está lejos de las estimaciones modernas de unos 500.000. Se puede argumentar que la población rural estaba distribuida en unos 2.000  3.000 pueblos, cada uno con una media de población de alrededor de 1.000-1.500, lo que nos daría un total de 3 millones, que concuerda bien con la población rural probable antes del siglo diecinueve. Tales cálculos realizados por eruditos modernos nos lleva a una población de 4’75 millones, de los que 1’75 vivirían en las ciudades.
El resultado de los censos nos permite dar más cuerpo a estas escuetas cifras. Al parecer que alrededor de dos tercios de los hogares lo formaban familias conyugales (con sus hermanos), o familias múltiples ligadas por parentesco, mientras que la mayoría de los restantes hogares estaban ocupados por personas solitarias o por familias ampliadas por la presencia de algún pariente. Parece que los inquilinos habrían sido comparativamente nada frecuentes. Los esclavos, por el contrario, constituyen alrededor del 11 por ciento del total de la población. Ya que los resultados proporcionan edades, es posible la tasa de fallecimientos.
Entre las mujeres, parece que pocas vivían más de sesenta, y la esperanza de vida de la mujer al nacer estaba probablemente entre principio y mediado de los veinte años. Por otra parte, la esperanza de vida para el hombre en su nacimiento era de al menos veinticinco. El ratio de sexos de las 1.022 personas cuyo sexo puede aducir era de 540 hombres por 482 mujeres, pero entre los esclavos es lo contrario, (treinta y cuatro varones frente a sesenta y ocho mujeres.
El matrimonio en el Egipto romano tenía un estatus legal que tenía consecuencias en los hijos, pero los casamientos y los divorcios eran temas privados en los que el estado no intervenía. La esposa casi siempre vivía en el hogar del marido, con frecuencia con su familia ampliada. Alrededor de una sexta parte de todos los matrimonios eran entre hermanos y hermanas. La mayoría de las mujeres se habrían casado entre los diecisiete y los diecinueve años y prácticamente todas en los tardíos veinte, pero sólo la mitad de los hombres se habrían casado a los 25 de edad. La edad media de mujeres en su maternidad era de alrededor de los 27 años. La imagen demográfica  del Egipto Romano corresponde así muy cercanamente con la de una típica población pre-industrial Mediterránea.

La Naturaleza del Egipto Romano 
Todas las provincias romanas no eran sino una mera amalgama de la influencia procedente de Roma y la cultura autóctona. En la mayoría de los casos, aquella, más o menos, abarcaba algo de ésta. Así que, en la Bretaña romana o Gaul, por ejemplo, persisten rastros de la pre-existente Edad de Hierro, pero el aspecto más marcado es el cambio a un estilo de vida Mediterráneo. Sólo en Egipto, y quizás hasta cierto punto en las tierras griegas del nordeste Mediterráneo, el Período Romano no es más que un ensayo en continuidad con lo que había antes.
Al menos, una de las razones de esto tiene que descansar en la arquitectura faraónica. La creación de un paisaje dominado por edificaciones hechas de masivos bloque de piedra, que no eran fáciles de arramblar, tuvo que haber sido un factor mayor. Ellos sirvieron exactamente para lo que fueron creados: hacer recordar al pueblo la grandeza de la civilización faraónica y ser testigo perpetuo de las creencias y valores de aquel período de grandeza egipcia. Puede que no fuese ésta la única razón, pero tuvo que haber sido un factor contribuyente.
Sería inadecuado sugerir que la era romana fue una de estancamiento o que no hubo cambio alguno durante los siete siglos que separan la muerte de Cleopatra el 12 de agosto de 30 a. C, y la conquista árabe de 642 d. C. No obstante, el mayor cambio cultural echó raíces en el siglo tercero d. C., cuando la Cristiandad consiguió una amplia aceptación, como lo hizo generalmente por todo el imperio.
El monaquismo  tiene sus raíces en el desierto egipcio, liderado por personajes como San Pablo y San Antonio. Incluso en esto la cultura egipcia no escapó a su influencia, ya que Antonio inició su vida religiosa viviendo en una vieja tumba próxima a su pueblo, en el Nilo, y fue aquí donde luchó con los demonios y animales salvajes antes de iniciar su viaje que le adentraría en el desierto profundo.

Egipto (provincia romana)
La provincia romana de Egipto se estableció en el año 30 a. C. después de que Octavio (el futuro emperador romano Augusto) derrotó a su rival Marco Antonio, y depuesto al Faraón Cleopatra, y anexó el Reino Ptolemaico al Imperio Romano. La provincia abarcaba la mayor parte del Egipto moderno a excepción de la Península del Sinaí (que luego sería conquistada por Trajano). Aegyptus limitaba con las provincias de Creta y Cirenaica al oeste y Judea (luego Arabia Petraea) al este.
La provincia llegó a servir como un importante productor de granos para el imperio y tenía una economía urbana altamente desarrollada. Aegyptus era, con mucho, la provincia romana oriental más rica,  y, con mucho, la provincia romana más rica fuera de Italia.  En Alejandría, su capital, poseía el puerto más grande y la segunda ciudad más grande del Imperio Romano.
La población del Egipto romano es desconocida; las estimaciones varían de 4 a 8 millones. 

Dominio romano en Egipto 
Como una provincia clave, pero también el “dominio de la corona” donde los emperadores sucedieron a los faraones divinos, Egipto fue gobernado por un Praefectus augustalis (“prefecto augustal”) de estilo único, en lugar del gobernador senatorial tradicional de otras provincias romanas. El prefecto era un hombre de rango ecuestre y fue nombrado por el emperador. El primer prefecto de Aegyptus, Cayo Cornelio Gallus, puso el Alto Egipto bajo control romano por la fuerza de las armas, y estableció un protectorado sobre el distrito fronterizo del sur, que había sido abandonado por los últimos Ptolomeos.
El segundo prefecto, Aelius Gallus, realizó una expedición infructuosa para conquistar Arabia Petraea e incluso Arabia Felix. La costa del Mar Rojo de Aegyptus no fue puesta bajo control romano hasta el reinado de Claudio. El tercer prefecto, Cayo Petronio, limpió los canales descuidados para el riego, estimulando un renacimiento de la agricultura. Petronio incluso dirigió una campaña en el actual Sudán central contra el Reino de Kush en Meroe, cuya reina Imanarenat había atacado previamente al Egipto romano. Al no obtener ganancias permanentes, en el 22 a. C. arrasó la ciudad de Napata al suelo y se retiró hacia el norte.
Desde el reinado de Nerón en adelante, Aegyptus disfrutó de una era de prosperidad que duró un siglo. Muchos problemas fueron causados ​​por conflictos religiosos entre los griegos y los judíos, particularmente en Alejandría, que después de la destrucción de Jerusalén en 70 se convirtió en el centro mundial de la religión y la cultura judía. Bajo Trajano se produjo una revuelta judía, que resultó en la supresión de los judíos de Alejandría y la pérdida de todos sus privilegios, aunque pronto regresaron. Adriano, quien visitó dos veces Aegyptus, fundó Antinópolis en memoria de su amante ahogado Antinoo. Desde su reinado en adelante, se construyeron edificios de estilo grecorromano en todo el país.
Bajo Antonino Pío, los impuestos opresivos condujeron a una revuelta en 139 de los egipcios nativos, que fue suprimida solo después de varios años de lucha. Esta Guerra Bucólica, dirigida por un Isidoro, causó un gran daño a la economía y marcó el comienzo del declive económico de Egipto. Avidius Cassius, quien dirigió las fuerzas romanas en la guerra, se declaró emperador en 175 y fue reconocido por los ejércitos de Siria y Aegyptus.
Al acercarse a Marco Aurelio, Casio fue depuesto y asesinado y la clemencia del emperador restauró la paz. Una revuelta similar estalló en 193, cuando Pescennius Niger fue proclamado emperador a la muerte de Pertinax. El emperador Septimio Severo dio una constitución a Alejandría y las capitales de provincia en 202. 
Caracalla (211–217) otorgó la ciudadanía romana a todos los egipcios, en común con los otros provinciales, pero esto fue principalmente para extorsionar más impuestos, lo que se volvió cada vez más oneroso a medida que las necesidades de los emperadores por más ingresos se volvieron más desesperadas.
Hubo una serie de revueltas, tanto militares como civiles, durante el siglo III. Bajo Decio, en 250, los cristianos volvieron a sufrir persecución, pero su religión continuó extendiéndose. El prefecto de Aegyptus en 260, Mussius Aemilianus, primero apoyó a los Macriani, usurpadores durante el gobierno de Gallienus, y luego, en 261, se convirtió en usurpador, pero fue derrotado por Gallienus.
Zenobia, reina de Palmira, arrebató el país a los romanos cuando conquistó Aegyptus en 269, declarándose también la Reina de Egipto. Esta reina guerrera afirmó que Egipto era un hogar ancestral suyo a través de un vínculo familiar con Cleopatra VII.  Ella estaba bien educada y familiarizada con la cultura de Egipto, su religión y su idioma. La perdió más tarde cuando el emperador romano, Aureliano, cortó las relaciones amistosas entre los dos países y retomó Egipto en 274.
Dos generales basados ​​en Aegyptus, Probus y Domitius Domitianus, lideraron revueltas exitosas y se convirtieron en emperadores. Diocleciano capturó Alejandría de Domicio en 298 y reorganizó toda la provincia. Su edicto de 303 contra los cristianos comenzó una nueva era de persecución. Sin embargo, este fue el último intento serio de detener el crecimiento constante del cristianismo en Egipto.
Norte de África bajo el dominio romano

El imperio romano durante el reinado de Adriano (117 - 138). Dos legiones fueron desplegadas en la provincia imperial de Ægyptus (Egipto) en el año 125.


Gobierno romano en Egipto 
Durante el Imperio Romano Clásico, el gobernador del Egipto romano (praefectus Aegypti) fue un prefecto que administró la provincia romana de Egipto con la autoridad delegada (imperium) del emperador.
Egipto se estableció como una provincia romana como consecuencia de la Batalla de Actium, donde Cleopatra como el último gobernante independiente de Egipto y su aliado romano Marco Antonio fueron derrotados por Octavio, el heredero adoptivo del asesinado dictador romano Julius Cesar. Octavio se elevó al poder supremo con el título de Augusto, terminando la era de la República romana e instalándose como príncipe, el llamado "ciudadano líder" de Roma, que de hecho actuó como un gobernante autocrático. Aunque los senadores continuaron sirviendo como gobernadores. De la mayoría de las otras provincias (las provincias senatoriales), especialmente las anexas bajo la República, el papel de Egipto durante la guerra civil con Antonio y su importancia estratégica y económica impulsó a Augusto a garantizar que ningún rival pudiera asegurar a Egipto como un activo. Así estableció a Egipto como una provincia imperial, para ser gobernada por un prefecto que designó de los hombres de la orden ecuestre.
Un prefecto de Egipto por lo general ocupó el cargo durante tres o cuatro años.  Un jinete designado para el cargo no recibió entrenamiento especializado, y parece haber sido elegido por su experiencia militar y su conocimiento del derecho y la administración romanos.  Cualquier conocimiento que pudiera tener de Egipto y sus tradiciones arcanas de política y burocracia, que Filo de Alejandría describió como "intrincado y diversificado, difícilmente comprendido incluso por aquellos que se dedicaron a estudiarlos desde sus primeros años", fue incidental a su historial de servicio romano y el favor del emperador.  
Cuando Roma superó el sistema ptolemaico en lugar de las áreas de Egipto, hicieron muchos cambios. El efecto de la conquista romana fue al principio fortalecer la posición de los griegos y del helenismo frente a las influencias egipcias. Se mantuvieron algunas de las oficinas anteriores y los nombres de las oficinas bajo la regla ptolemaica helenística, algunos se cambiaron y algunos nombres habrían permanecido pero la función y la administración habrían cambiado.
Los romanos introdujeron cambios importantes en el sistema administrativo, con el objetivo de lograr un alto nivel de eficiencia y maximizar los ingresos. Los deberes del prefecto de Aegyptus combinaban la responsabilidad de la seguridad militar mediante el mando de las legiones y cohortes, la organización de las finanzas y los impuestos, y la administración de justicia.
Las reformas de principios del siglo IV habían establecido las bases para otros 250 años de prosperidad comparativa en Aegyptus, a un costo de tal vez una mayor rigidez y un control estatal más opresivo. Aegyptus se subdividió con fines administrativos en varias provincias más pequeñas, y se establecieron funcionarios civiles y militares separados; los praeses y el dux. La provincia estaba bajo la supervisión del conde de Oriente (es decir, el vicario) de la diócesis con sede en Antioquía en Siria.
El emperador Justiniano abolió la diócesis de Egipto en 538 y volvió a combinar el poder civil y militar en manos del dux con un diputado civil (los praeses) como contrapeso al poder de las autoridades de la iglesia. Toda pretensión de autonomía local había desaparecido para entonces. La presencia de los soldados era más notable, su poder e influencia más penetrantes en la rutina de la vida de la ciudad y el pueblo.


Titulatura egipcia de los emperadores romanos
Los sacerdotes egipcios grabaron, en escritura jeroglífica, los títulos de los emperadores romanos que ornamentaron o ampliaron sus templos, como los situados en Dendera, Esna y la isla de File.
Se han conservado los títulos de los siguientes gobernantes: César Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vespasiano, Tito, Domiciano, Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio, Lucio Vero, Cómodo, Septimio Severo, Caracalla, Geta, Macrino, Diadumeniano, Filipo el Árabe, Decio, Valeriano, Probo, Diocleciano, Maximiano, Galerio y Maximino Daya.


¿Continuaron sobreviviendo el antiguo Egipto, y sus costumbres religiosas, después de la anexión a Roma del país del Nilo, tras la derrota de Cleopatra VII y Marco Antonio en la batalla de Actium?. 
Ciudadano de Egipto romano (retrato de momia Fayum)

Los dioses en el Egipto romano
Cuando tradicionalmente se ha hablado para el Egipto romano de divinidades de ‘origen griego’, frente a divinidades de ‘origen egipcio’, se ha cometido una gran imprecisión.
Tratar de hacer una clasificación del panteón egipcio de época romana con arreglo a tales divisiones, no parece adecuado. Los egipcios siempre fueron tolerantes en materia religiosa (hecha excepción del paréntesis amárnico). 
Esta tolerancia egipcia, mestizada con la tradicional aceptación romana de los cultos extranjeros, lleva a pensar que, tanto en las aldeas egipcias, como en las capitales administrativas o ‘nomos’, nadie distinguía en modo alguno entre religión grecorromana o religión egipcia como, si cada una de ellas fueran consecuencia de diferentes expresiones piadosas. 
El proceso que en realidad se produjo, fue la consecuencia de una asimilación de los antiguos principios divinos con los recién venidos, procedentes del mundo griego, a través del mundo helenístico, y de éstos, con los conceptos religiosos romanos. 
Este fenómeno se inició en las colonias griegas de Egipto cuyos integrantes adoraban dioses egipcios bajo una forma helenizada. El hábito de asimilar divinidades comenzó a practicarse desde la época de los primeros asentamientos griegos en Egipto, durante los siglos VII -VI a. C., momento en el que los comerciantes y mercenarios griegos se instalaron en el Delta y en Menfis, a requerimiento de los reyes de Sais. (Dinastía XXVI). 
Lo más sorprendente es que, andado el tiempo, las principales divinidades nilóticas eran vulgarmente conocidas bajo dos nombres: el tradicional egipcio y el novedoso griego, a través del cual se buscaba la asimilación de dichas divinidades con las del panteón helénico. Así, el dios Amón, era Júpiter-Zeus, y los dioses Osiris e Isis, equivalentes a Baco-Dionisos y Ceres-Deméter. 
Otro fenómeno habitual residía en la costumbre de asimilar una ciudad o nomo con un dios. Así, Menfis era conocida como la ciudad de Hefaistos, es decir del dios Ptah. Thot de Hermópolis, era denominado Hermes. 
Tal práctica funcionó activamente en tiempo de los Ptolomeos y, naturalmente, prosiguió bajo el dominio romano. Estrabón explica que, debajo de los nombres griegos de los dioses y ciudades egipcias, subyacían los egipcios de siempre. 
El proceso de integración siguió bajo Roma. Por ejemplo, era muy habitual que si alguien procedía de la ciudad de Edfu, donde se adoraba al dios Horus, asimilado a Apolo, el individuo en cuestión adoptase el nombre de Apollonios, es decir, ‘el de Apolo’. 
Otro ejemplo del proceso de asimilación fue el del dios cocodrilo Sobek, cuyo nombre fue helenizado como ‘Sucos’. Sin embargo, también era llamado, según de qué localidad egipcia se tratase Soknebtunis, en Tebtunis, Sokonokonnis en Bacchias, Petesukos en Karanis y así, otras variantes documentadas en diferentes localidades egipcias. 
Algo análogo sucedía con la diosa Ta-Ueret, monstruoso ser, medio león, medio hipopótamo. Era la deidad tutelar de la localidad de Oxyrhyncos, y allí era asimilada a la diosa griega Atenea. También se la conocía por el nombre egipcio helenizado ‘Thueris’ y su templo era denominado el Thuereion. 
De igual modo pueden constatarse casos netamente diferentes, consistentes en el fenómeno contrario: hubo divinidades muy localizadas, con un gran arraigo en su lugar de implantación, que no pudieron ser asimiladas a ninguna divinidad extranjera. Tal, el caso de Mandulis, divinidad nubia adorada en el distrito de la zona de primera catarata, en Talmis. 
Se han encontrado graffiti escritos en lengua griega, en honor de este dios, pertenecientes a la época que oscila entre Domiciano y Antonino Pío, de los que parece fueron autores soldados romanos, integrados en las guarniciones de la zona.
En cualquier caso el culto a los animales sagrados que practicaban los egipcios siempre horrorizó a los romanos. Para ellos se trataba de incomprensibles prácticas propias de bárbaros. 
Y hubo casos en los que naturaleza de ciertas divinidades se ‘humanizó’ a través de las ideas de los ocupantes grecorromanos. Por ejemplo el dios Nilus y su esposa Euthenia. Si bien el primero podría tener su origen en el egipcio Hapy, personificación divinizada del río, su divina esposa de época grecorromana no tiene paralelo o antecedente claro en el panteón netamente egipcio. 
Lo más chocante es que las divinidades más importantes de Egipto eran conocidas e invocadas indistintamente por su nombre egipcio, o por su nombre grecorromano. Es indiscutible que, para cuando los romanos conquistaron Egipto, existía ya desde hacía por lo menos tres siglos una clase social letrada que pensaba en Hat-Hor y hablaba de Afrodita, o invocaba a Pan y se estaba dirigiendo a Min. 

La religión egipcia en Roma 
Es indiscutible que, bajo la influencia romana, la religión egipcia no experimentó los avances evolutivos que había conocido bajo los Ptolomeos. Pero, sin embargo, se produjeron notables casos de extensión de cultos originalmente egipcios que sufrieron sensibles modificaciones, aportadas por el genio romano, los cuales trajeron consigo curiosos efectos. 
En cualquier caso, si los romanos adoptaron e importaron a la península italiana algún culto egipcio fue después de haberlo ‘traducido’ y acoplado a los esquemas propios de la religión romana. 
De hecho, tres grupos sociales romanos fueron los principales vehículos de la extensión de estos cultos nilóticos en el orbe romano: los militares, los comerciantes y los esclavos. De estas influencias tenemos constancia, incluso en la Península Ibérica. 
El establecimiento de unidades militares como la Legio VII, por ejemplo, procedente de acantonamientos tan distantes entre sí como la frontera del Danubio, el Rin o el norte de Africa, propició la extensión por tan diferentes lugares del Imperio de los cultos nilóticos reformados. De otra parte, el beneplácito imperial también fue un factor determinante para la difusión e implantación de estos cultos prácticamente por todos por los territorios del Imperio, fuera de Egipto. 
Como se ha dicho más arriba, la tolerancia romana hacía de estos cultos ‘religiones aceptadas’ que, primero, se modificaron y, finalmente, terminaron imponiéndose a los ciudadanos. Los cultos isiacos y de Serapis habían llegado hacia el año 150 a. C. hasta la Campania, por medio de los comerciantes italianos de Delos: Puzzoles y Pompeya eran las cabezas de puente de esa infiltración. 
Hacia el año 100 los cultos de origen egipcio están ya en Roma y se introducen en los ámbitos populares. Su implantación en la urbe se produjo en tiempos de Sila, quien favoreció a estas cofradías por su arraigo popular, aunque fueran perseguidos y prohibidos en varias ocasiones. Por ejemplo, en los años 59, 58 y 53 a C. el Senado ordena la destrucción de los altares elevados a los dioses egipcios; en el 50 el Senado ordena demoler un templo de Isis y Serapis, cuya localización se desconoce. En el 48, después del asesinato de Pompeyo en Pelusio, un prodigio sucedido en el Capitolio inclina a tomar la decisión, a causa de los augurios, de destruir definitivamente el templo de los dioses egipcios. 
Un notable ejemplo de tal fenómeno fue el caso del dios Serapis. Este dios ya era conocido y adorado en tiempo de los griegos. De hecho, fue implantado como patrono de Alejandría por Ptolomeo I, Soter. 
Su inicial aspecto egipcio (expresión del sincretismo del dios Osiris y del toro sagrado Apis) fue rápidamente superado por una representación completamente antropomorfa de corte absolutamente helenístico. Los romanos veían en él a los dioses Hades, Júpiter-Zeus o Neptuno-Poseidón. A partir de la época romana este dios, egipcio de origen, transformado en divinidad helenística, fue adoptado por los conquistadores, extendiéndose su culto a otros lugares diferentes de Alejandría. Incluso en occidente y en la Urbe, su implantación alcanzó notables niveles.
Roma potenció el papel de este dios como divinidad tutelar de Alejandría y consiguió que su culto se expandiera por todo el Imperio bajo una forma de culto sincrético que recibió el nombre de Zeus-Helios-Serapis. 
¡Que decir de los cultos isíacos!. En el caso de la diosa Isis podemos hablar de la asunción por Roma de un culto extranjero como si siempre le hubiera sido propio. Su papel de ‘madre universal’ será bien comprendido por Roma y asimilado con prontitud. 
A partir de la segunda mitad del siglo I y la primera del II, los emperadores manifestaron una actitud filoegipcia que favoreció el crecimiento del culto a Isis y a Serapis Sería con Calígula cuando, asimilada a Venus, el culto isíaco se implantase en la urbe de modo definitivo. 
De esta época data un templo que se erigió a la Isis Campensis en el Campo de Marte. Los emperadores Domiciano y Caracalla seguirían el ejemplo del anterior. Este último hará edificar en el 217 un templo la diosa Isis en el interior Pomaerium.
La importancia que cobró el culto de esta divinidad egipcia en el orbe imperial se demuestra por la gran cantidad de pequeños Isieion que salpicarían Roma y las principales ciudades del Imperio, como centros de culto a la diosa. De su culto surgiría pronto la religión iniciática por excelencia. 
Sus fieles se reclutaban entre los egipcios que vivían en la península italiana pero también fueron sus acólitas mujeres libertas de origen oriental. 
En Roma se practicarían cultos a diversos aspectos de Isis (la Isis lactans, la Isis Triunfante, la Isis Maga). Ella y el niño Horus-Harpocrátes serían objeto de actividad cultual muy destacada a lo largo de los siglos II-III de C. 
Hay un tercer caso de desarrollo de teología egipcia helenizada bajo la influencia de Roma. Se trata del dios Thot. La creciente influencia de los cultos egipcios en el orbe romano fue un campo abonado para la implantación de la nueva teología de este dios, patrón de los escribas y de la escritura, la ciencia sagrada detentada por los hierográmmatas. Bajo el nombre de Hermes Trimegistos se hizo de él un profeta, atribuyéndosele facultades iniciáticas y capacidades de revelación divina. 
Veamos ahora una pequeña relación de algunos dioses egipcios con sus identificaciones romanas: 
Venus-Hathor; Apollon-Horus; Marte-Onuris; Diana-Bastet; Minerva-Neith; Saturno-Gueb; Ceres-Isis; Baco-Osiris; (Helios) Sol-Ra; Vulcano-Ptah; Juno-Mut; Hércules-Jonsu; Mercurio-Thot; Heron-Atum; Leucothea; Nejebet; Latona-Uadyit; Pan-Min; Tifón-Seth; Júpiter-Amón. 

La iconografía faraónica en los cultos grecorromanos en Egipto 
Este es otro interesante campo abierto para la investigación. La tradición faraónica quería que los dioses debían ser representados de modos específicos ‘a la egipcia’. Los Ptolomeos conservaron la misma manera de hacer con la representación de las imágenes divinas en los templos. 
Los romanos continuaron esta tradición. Sin embargo, lo que en los muros de los templos subsiste, varía claramente en el interior de los monumentos funerarios del siglo II de C. en adelante, como es el caso de las catacumbas de Kom El Shugafa, en Alejandría. Allí, puede verse la mesa de ofrendas tradicional y las sillas egipcias, sustituidas por el triclinium para acomodar a los familiares del difunto durante la comida funeraria. 
A partir de dicha fecha desaparecerán del comercio de la imaginería sagrada los bronces típicos egipcios, para ser sustituidos por terracotas y bronces que representan divinidades vestidas ‘a la romana’ o ‘a la griega’. La transformación de la iconografía de las divinidades desde lo netamente egipcio a lo claramente romano se observa de modo creciente, por ejemplo, en las imágenes de las Isis vestidas con túnicas dispuestas y plisadas al estilo helenístico. 
Otro caso, la patrona de la ciudad de Sais, la diosa Neith, cuyos símbolos eran dos flechas y un escudo, fue representada a partir del siglo II, en alguna ocasión, con atributos propios de Minerva-Atenea, la diosa de la guerra. 
Hay muchos más casos, y todos ellos vienen a demostrar que la comunidad de convivencia en Egipto, durante el dominio de Roma, admitía sin problemas que las divinidades locales y las nacionales fuesen las mismas para griegos, romanos o egipcios, y que todos los cultos, estaban establecidos para reforzar al faraón-emperador (kaisaros autokrator) como intermediario entre los dioses y los hombres, y como garantía de la buena marcha y expresión del buen estado de salud política del Imperio. 

Los cultos romanos en Egipto 
No hay demasiados restos de los cultos romanos en el Valle del Nilo. 
Los nombres de divinidades romanas aparecen ocasionalmente en ciertas inscripciones. Por ejemplo, Júpiter cerca de la primera catarata, Júpiter Optimus Maximus en Coptos, o Mercurio en Pselkis. La razón de la escasez de estas menciones es que, en tales casos se ha utilizado el latín para realizar las inscripciones y, es sabido que el mundo romano en Egipto se expresó preferentemente en lengua griega. 
El único dios de origen romano que sí parece haber recibido culto en Egipto es el Júpiter Capitolino, a quien se elevó un templo en Arsinoe. Sin embargo, los actos de culto realizados en este templo parece que estaban más, vinculados con la Casa Imperial o con la diosa Roma, que con la propia divinidad del emperador.
De lo que sí existe abundante referencia, es de la existencia de templos dedicados al culto de varios emperadores y emperatrices. Se conocen templos en Alejandría, Arsinoe, Oxyrhyncos, Hermópolis, Elefantina y File. Los beneficiarios fueron Augusto, Trajano, Hadriano, Antonio Pío y Faustina. 
No obstante, no parece que existiera una consideración de los emperadores como dioses propiamente dichos, sino en ciertos casos como el de Calígula, adorado como tal solo por los ciudadanos alejandrinos, o Vespasiano, también en Alejandría. 
También parece haberse producido una asimilación indirecta de un emperador con una divinidad: es el caso de Augusto adorado como Zeus (Júpiter)-Eleutherios. Algo parecido sucedió con Nerón, adorado como dios genio del mundo, vinculado con el Agathodaemon, a quien se dio culto en Alejandría. La emperatriz Plotina también fue asimilada, en esta especie de seudo-deificación, con una nueva Venus-Afrodita procedente de Tentyris. 
Las estatuas de los emperadores que fueron erigidas en los templos no se podrían calificar exactamente como imágenes divinas. Lo mismo se puede decir acerca de la constancia que tenemos de los festivales celebrados en los aniversarios imperiales, los cuales estaban dirigidos, más a ensalzar la figura humana del emperador, que a realizar ningún acto de culto. 
Se hicieron consagraciones dedicatorias al genius del emperador, lo que se reconoce como fórmula típicamente romana. El culto al genius del emperador dado en Egipto parece tener ciertas conexiones con el de la diosa Roma pero, aunque, la figura de esta divinidad aparece en ciertas monedas acuñadas en Alejandría, no hay constancia de que se la haya dado culto divino en Egipto. 

La organización clerical en el Egipto romano 
Los romanos, de acuerdo con su tradicional política de tolerancia religiosa, no interfirieron notablemente en el ejercicio de las antiguas devociones egipcias o griegas en Egipto. De hecho, la religión egipcia tradicional considerada en su aspecto de ‘religión oficial’ y, como tal mantenida en los templos por los colegios sacerdotales, no supuso ningún declive, sino más bien, al contrario un momento de especial esplendor en Egipto. 
La mayor preocupación de Augusto, después de incorporar Egipto a Roma como provincia senatorial, tras la batalla de Actium, fue asegurarse de que el clero egipcio no sería un centro de reivindicación nacionalista, como fue el caso bajo el dominio de los Ptolomeos. Esto lo consiguió colocando los dominios afectos a los templos, y el ejercicio de la actividad religiosa, bajo el control de un oficial romano como alto responsable del clero, con categoría de Sumo Sacerdote de todos los cleros en Alejandría, y en todo Egipto. 
En efecto, el sistema romano de control del clero egipcio fue riguroso y nada conciliador con el relajamiento de las costumbres o consentidor de ningún tipo de concentración de poder sacerdotal. 
Por comparación con los tiempos de los Lágidas la situación varió enormemente. En tiempo de los Ptolomeos, por ejemplo, los Sumos Sacerdotes del dios Ptah de Menfis no habían cesado de acrecentar su poder político y económico, hasta el punto de haber llegado a ser verdaderos co-gobernantes de Egipto con los monarcas alejandrinos. Era el dios Ptah el que entregaba la corona de Egipto a los monarcas griegos. 
Alrededor del 20 a. C. murió un Supremo Sacerdote de Ptah, llamado Psenamunis. No tuvo sucesor, de modo que la supervisión de ese clero egipcio y la de sus numerosos bienes pasó a ser ejercida por el control romano. Por un Decreto del Prefecto Petronio, dictado en el año 19-20 a. C., se confiscaron las tierras pertenecientes a los templos. Despojados de sus bienes e ingresos, los sacerdotes perdieron también el poder político que habían poseído hasta entonces. En el mencionado decreto se otorgaba a los sacerdotes, a cambio de la expropiación sufrida, una de estas dos posibilidades para subvenir a sus necesidades económicas: o bien aceptar un salario anual, o dejarles la libre propiedad de una parcela de tierra, calculada en función de la importancia del templo, y fijada según un baremo muy estricto. 
Atacados en su poder económico los sacerdotes no tardaron en ver afectado también su estatuto personal. En el año 4 a. C. otro edicto del prefectorio impuso a los templos la obligación de entregar todos los años una lista de los miembros que integraban su clero. 
Todos los que no eran de origen sacerdotal cuando se dictó dicho decreto fueron excluidos del régimen de exenciones fiscales, debiendo pagar sus impuestos a Roma. Solo se respetó el beneficio de exención del impuesto a los sacerdotes de alto rango, de modo que todos los integrantes del clero inferior, debieron hacer frente a sus obligaciones para con el fisco romano. 
A partir de este momento, el ‘ideologos’ ejerció la magistratura superior del clero en Egipto. Su actuación ha quedado muy detallada gracias a la recopilación de resoluciones, consecuencia del ejercicio de su función, que eran aplicadas como precedentes, cuyo conjunto se denominaba el ‘Gnomon’ (se conoce una copia datable en el 150 d. C.). El ‘Gnomon’ constituye para la época del dominio romano en Egipto, el equivalente al papiro conocido como ‘Onomastica’, de la dinastía XIX (1292-1196 a C.). Se trata de un catálogo que refiere minuciosamente cómo se ejercía la función sacerdotal en sus mínimos detalles. 
La jerarquía, el desempeño de las funciones, el vestido de los sacerdotes y otras materias semejantes estaban minuciosamente reguladas en esa colección de preceptos. Los inspectores visitaban los templos y realizaban encuestas sobre el exacto desempeño de las funciones sacerdotales, deteniendo y llevando a Alejandría a los remisos y a los transgresores. Era una expresión más del ‘ordo romanus’.
La dirección de los templos estaba bajo el control de un ‘collegium’ de notables, elegido anualmente entre los sacerdotes. 
El cargo de ‘sacerdote’ pertenecía al Estado, y cuando se producía una vacante, por ejemplo, uno a quien su hijo no podía sucederle o, si el puesto era de nueva creación por decisión administrativa, se ponía a venta pública hasta que el magistrado responsable consideraba que se había alcanzado un precio razonable para proceder a su adjudicación. 
Esta situación duró hasta el establecimiento del Senado local en el 200 de C. A partir de este momento los templos fueron regulados por el sistema municipal y sus recursos fueron entonces controlados por curatores designados por el Senado.
La organización clerical de los templos egipcios se dividió básicamente en dos grandes grupos: el superior, integrado por los sacerdotes o profetas en sentido estricto; el inferior, constituido por los miembros auxiliares de los primeros. A su vez, estos cuerpos sacerdotales, superior e inferior, se dividían en castas o clases. Los de más alto nivel eran los ‘profetas’ y los ‘estolistas’. También se hallaban entre esta clase superior del clero, los ‘portadores de plumas’, los ‘escribas sagrados’, los ‘portadores del sello’ y los ‘observadores del firmamento’.
En la parte inferior del clero se hallaban los servidores (por ejemplo los pastophoroi, encargados de transportar la barca sagrada del dios). Eran gentes que, de ordinario, compatibilizaban el ejercicio de sus funciones religiosas con sus oficios y trabajos seglares. Otros, estaban dedicados al cuidado de los animales sagrados; o bien desempeñaban las funciones de músicos o cantores del dios. 

En cuanto al programa constructivo religioso de los emperadores en Egipto, el asunto resulta, cuanto menos, espectacular. 


Bajo Augusto y Tiberio se ejecutaron muy amplios trabajos de construcción, decoración, restauración y preparación de toda clase en los templos de Egipto. Los trabajos prosiguieron bajo los Antoninos, hasta el reinado de Commodo (180-192), con una actividad especial bajo Antonino Pío. En tiempos de la dinastía Severa los trabajos se redujeron enormemente, hasta cesar por completo. 

Durante el siglo que duró la dinastía Julio-Claudiana (Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón), desde el 30 a. C. al 68 de C., los nombres de estos emperadores aparecen por todo Egipto: Antínoe, Assuan, Athribis, Berenike, Coptos, Dakka, Dendur, Debod, Deir El-Hagar, Deir El-Medineh, Dendera, Edfu, Esna, Hu, El-Kala, Kalabsha, Karanis, Karnak, Kom Ombo, Luxor, Medamud, Medinet Habu, Filadelfia, Filé, Shenhur, Uannina.

Los efímeros emperadores Galba y Otón (68-69) dejaron sus trabajos en Deir El-Sheluit. 
Durante la era Flavia (69-96) con Vespasiano, Tito y Domiciano, se hicieron trabajos de cierta importancia en Assuan, Deir El-Sheluit, Deir El-Hagar, Dendera, Dush, Esna, Karnak, Kom Ombo, Kom el-Resras, Medamud, Medinet Habu, Nag El-Hagar, Filé y El Kasr. 

Bajo los antoninos (Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío, Marco Aurelio y Commodo) se trabajó demostrando una gran actividad en Antaepolis, Asfun El-Matana, Assuan, Deir El-Sheluit, Dendera, Dush, Armant, Esna, Guiza, Hu, Kalabsha, Karanis, Kom Ombo, Komir, Luxor, Medamud, Nadura, Panópolis, Filé, Kasr El-Zayán, Theadelfia y Tod. 

A partir de este momento, después del 180, parece que los trabajos en los templos de Egipto quedaron casi completamente interrumpidos. Solo consta la ejecución de algunos relieves en el templo de Esna, donde se leen los nombres de Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo y, más tardíos, los de Filipo el Arabe y Trajano Decio (249-251). 
Se puede concluir que, durante el dominio romano en Egipto la religión indígena se vio caracterizada por dos notas esenciales: gran auge de las construcciones de los templos, y control efectivo y el debilitamiento del clero, para controlar y neutralizar su poder e influencia sobre el pueblo indígena. 
Contando con estas limitaciones, podemos decir que los principios fundamentales de las tradiciones religiosas egipcias fueron garantizadas al modo romano, permaneciendo en ejercicio y vida constantes, hasta los inicios del siglo IV.







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